Dom 15.06.2003
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Veo Veo

Televisión Puente entre los vecinos, la ciudad y sus eventos culturales, Ciudad Abierta es la flamante
señal de TV por cable de la Secretaría de Cultura de Buenos Aires, que los abonados de Multicanal, Cablevisión y Telecentro podrán ver a partir de julio. La señal no tendrá canal, ni estudios, ni scenografías, ni caras famosas: sólo los cerebros ciento por ciento catódicos de sus responsables, Mariano Cohn y Gastón Duprat (“Televisión Abierta”, “Cupido”, “Planeta invisible”), que con tres equipos de camarógrafos empezarán haciendo cuatro horas diarias de zapping urbano.

Por María Moreno

Que Ciudad Abierta –la señal de TV cultural de Buenos Aires– se haya dejado en manos de Gastón Duprat y Mariano Cohn no debería sorprender. ¿Quién podría dudar de que ellos, por más “degenerados” que parezcan (lo que hacen no entra en ningún género), son cronistas? En el siglo XXII, cuando el infaltable estudiante norteamericano pretenda hacer su tesis sobre Buenos Aires, ya no tendrá que pasarse horas en archivos y bibliotecas y podrá ahorrarse decenas de entrevistas: le bastará con ver los programas de TV inventados por Duprat y Cohn, y esta señal porteña que no cuenta con canal, ni estudios, ni escenografías, ni famosos: sólo con una mirada constante sobre la ciudad, y con una idea de “cultura” que incluye mostrar una inauguración de Kuitca, las manos del personal de seguridad o un boleto abandonado en el piso.
Duprat y Cohn suelen registrar con su mirada-cámara a un montón de hombres y mujeres que sólo parecen raros porque son autores libérrimos de su propia imagen. Desde el famoso Alberto Laiseca, que hace tiritar en Cuentos de terror, hasta el carnicero (ex) anónimo que presenta a su equipo como si fueran todos miembros de una reunión cumbre (el videoarte Enciclopedia), pasando por Arnold, el Schwarzenegger del kayak de “Televisión Abierta”, todos componen una idea de patria que demuestra que no hay esencia que no sea irrisoria.
Yo no sé qué hacen Mariano Cohn y Gastón Duprat. ¿Videoarte? ¿Un rescate antropológico de los saberes amateurs, esos que en los años ‘50 permitían que un tío desempleado imitara cien sonidos distintos de pájaros criollos o amaestrara las pulgas de su colchón? ¿Una terapia de grupo donde los medios tecnológicos elevaron al idiota de la familia –que antes era espiado por una cámara Gesell– a protagonista de los quince minutos de fama ofrecidos por una cámara cómplice? Ellos seguramente dirían que no les interesan las interpretaciones críticas de su trabajo, y a la hora de enunciar por qué lo hacen declararán: per piacere. Pero hace rato que las intenciones de autor fueron demolidas por la chusma estructuralista: las obras del marqués de Sade pueden leerse como un fabuloso testimonio sobre la revolución francesa y el informe de la Conadep como la obra de un discípulo de Sade. Los videos de Duprat y Cohn no son democráticos ni edificantes ni terapéuticos, aunque nadie podrá evitar que sean leídos de ese modo. ¿Acaso los padres de ese chico entrenado para emitir 24 eructos al hilo –según el recuento de un amigo que apareció en una de las últimas emisiones– no habrán mirado a su vástago con más respeto luego de su aparición en “Televisión Abierta”? ¿No le habrán suspendido incluso el psicólogo? Yo, personalmente, debo confesar que un día que estaba tan deprimida que pensaba en el suicidio, la visión de Arnold arrojándose en kayak por las escaleras de la Facultad de Derecho me hizo pasar del llanto a la risa. Fue como una experiencia zen: la vida no tenía sentido, así que tampoco valía la pena quitársela.
La teoría del arte contemporáneo ha puesto seriamente en duda que para ser artista haya que saber pintar –como se le exigió a Picasso– una manola hiperrealista. Y a menudo el hecho de que algo sea catalogado de “arte” depende del espacio donde se exponga. Una torta de Davi de Trevi en la pantalla de Utilísima será vista por la élite de señoras que circulan por Palermo Hollywood como una grasada; expuesta en la galería del Centro Cultural Rojas, la misma torta será al menos agredida como arte light. Y pienso que el tipo que en la emisión del martes 27 de “Televisión Abierta” salió bailando flamenco a un ritmo diez veces más lento que el de la música, como si bailara bajo el agua, producía el mismo grado de sopor interesante que la película de Andy Warhol sobre un hombre dormido.
Para Michel Foucault, el Edipo de Sófocles fabula un momento de la historia del sistema judicial griego: allí la verdad se obtiene indagando la porción de verdad que tiene cada uno de los personajes del caso y haciéndola encajar con las otras. Y si la indagación judicial es el modelooriginario de toda investigación, entonces Edipo es el primer periodista y los pastores –que atestiguan cómo Edipo niño fue sacado del palacio de Yocasta y entregado en el de Polibo– los cronistas míticos. Son los que vieron. Pero si la mirada es esencial al testimonio, el programa “Planeta invisible” propone un cronista ciego, que hace la crónica desde una percepción inaccesible para la experiencia del vidente y en un recital, por ejemplo, percibe las edades de los concurrentes, la densidad del espacio, los obstáculos del suelo o el clima violento o distendido a través del más olvidado de los sentidos: el tacto. Esteban (25, ciego, músico y flâneur) revisa impunemente la mochila de una chica y le hace enumerar su contenido, ve a otra palpándola y obliga a una tercera a ser cronista persuadiéndola de describir las remeras que vende.
También se juega con la mirada cronista en “Cupido”, donde se organizan citas a ciegas con el espectador como voyeur. Y allí se ve a más de un participante arrugar cuando sospecha que tener la crónica de una parte del candidato o la candidata no garantiza la atracción del total una vez que las dos mitades de los asientos se junten: un ojo a lo Julia Roberts, un pedazo de mejilla a lo Madonna y una boca a lo Shakira pueden configurar, destapadas al mismo tiempo, un monstruo.
Si bien en todos los videos de Cohn-Duprat lo que cuenta son los personajes, los “fonditos” no son menos protagonistas. Por ejemplo: patio con helechos, jaula española pintada de blanco y canario, manguera enroscada y macetón de venecitas para un cultor de rock fierita con voz inaudible; escritorio con equipo de música para un desnudista que mueve las nalgas a ritmo de procesadora eléctrica; cama marinera para un disidente político que debe dormir con el hermano.
Muchos participantes aprovechan para pasar el aviso de las actividades y dotes más dudosas: por allí pasan desde strippers pataduras hasta luchadores con disnea. ¿La crisis en figuritas? A veces es fácil preguntarse cómo la censura no se ensaña, por ejemplo, con una oferta como la de Matías –autopromocionado como “La Mejor Lengua del Oeste”–, que a los once años mueve la lengua como si fuera un órgano-Fairuz y enseguida pide: “¡Chicas: llámenme por teléfono!” Pero qué mente podrida: si esa almita de Dios sólo pensó en que las chicas lo llamarían porque salió en la tele. ¿Qué junta de moral podría reprimir la frenética actividad de esa lengua movediza, por otra parte un auténtico elemento de autorreparación narcisista, ya que Matías tiene sobre su apéndice bucal unas filosas y enormes paletas capaces de inhibir todo conato de beso? “Televisión Abierta” y Cía. son productos totalmente familiares que hasta permiten que la nona Zulema promocione la clase de gimnasia del geriátrico y bautice publicitaria y creativamente el acto de agacharse con el slogan: “Busquemos oro (en el piso del geriátrico)”.
Nada más alejado del método Duprat-Cohn que una invasión a la intimidad. Al contrario, lo que descubren es la intimidad cuidadosamente administrada de quienes se dan existencia a través de sus cámaras, y que irrumpe dejando en secreto y privacidad a la verdadera. Ciudad Abierta puede generar cara de cierre a los que piensan que sería mejor que los Redondos nunca hubieran tocado en Obras. Estimula la fe, sin embargo, el hecho de que se oponga un poco de desenfado a las maquietas aletargantes que desfilan por los programas culturales de la televisión, y que siempre se las ingenian para darle la razón a Joseph Goebbels.

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