Poeta a los quince años, comunista a los dieciocho, preso de Pinochet a los diecinueve y rocker una década después, Mauricio Redolés es el secreto mejor guardado de la poesía y la música chilena. Auténtico mito del otro lado de la Cordillera, fanático de Los Lobos y considerado por Antonio Skármeta como el sucesor de Roberto Parra, un Mauricio Redolés lleno de proyectos celebra cincuenta años como romántico y lúcido pintor de su propia aldea.
Por Martín Pérez
Un saco blanco, una guitarra al cuello y un muñeco de la Pequeña Lulú colgando de la solapa. Tal fue el orgulloso porte con el que, un par de semanas atrás, Mauricio Redolés se subió a un escenario en Santiago de Chile para celebrar su cumpleaños número cincuenta homenajeando poemas y canciones de su autoría. Y también ajenas, claro está. Con un grupo con el que por primera vez es capaz de hacer honor a su sueño del rock latino según lo entienden sus venerados Los Lobos, Redolés interpretó temas de Congreso y de Víctor Jara, pero también aquel “Anselma” con acordeón al frente, un tema que conoció a través de aquel quinteto angelino en el que –dos décadas atrás en un escenario del Londres de su exilio– alcanzó a ver plasmado por primera vez ese imposible del rock y el blues, pero tocado por latinos “guatones” -panzones, en la juerga chilena– con lentes negros y bigotazos.
Por eso es que en una de las esquinas de su hogar de la calle Cueto, en pleno barrio Brasil del Santiago más ciudadano, un poster de Los Lobos cuelga desde hace años. Junto a un mapa de Montevideo y una bandera de Texas, que se diferencia de la roja, azul y blanca de Chile apenas por una pequeña cuestión geométrica a la altura de su estrella. Amante de las paradojas ridículas, del recuerdo de esquinas precisas en ciudades lejanas y del sentido del humor en las situaciones más absurdas y mundanas, Mauricio Redolés es el gran antihéroe que supo casar el mito prolífico del Chile de los poetas con una huidiza concepción del rock en estado puro, tan puro que cuando mejor lo interpretan sus Ex-Animales Domésticos –tal el nombre del grupo que lo acompaña– es cuando está más cerca de la cumbia o el ballenato. Un rock híbrido que homenajea a Gene Vincent o a Elvis Presley, y también a David Byrne y a la mejor ranchera, pero siempre fiel a esa patria imposible fabricada con pedacitos de aquí y allá tan propios como ajenos. “Ayer me dijo un camarada: este blues no son tus raíces”, canta Redolés en un tema llamado “Blues de Santiago”. Y contesta, en la misma estrofa: “Le dije: ‘Okey, com’rade, it is my Heart y no lo pises”.
Poeta a los quince años, comunista a los dieciocho y roquero recién diez años más tarde –un fanatismo que adquirió entre el punk de un Londres al que llegó directamente de las cárceles pinochetistas–, Redolés se ha pasado más de un cuarto de siglo construyendo una obra que se sostiene principalmente sobre versos coloquialmente poderosos. Respetado por sus pares tanto en el ambiente chileno musical como poético, Mauricio no sólo tiene detrás de sí el aval de una vida consecuente con una historia de una militancia comunista que lo llevó muy joven a la cárcel, la tortura y el exilio sino que incluso renunció a su partido con la frente bien alta cuando se dio cuenta –tal como él mismo lo cuenta– que lejos de cambiar el mundo con su militancia, “estos huevotes del partido no salvaban a nadie”. Pero el mayor capital de Redolés es su poesía, y su maravillosa forma de recitarla. Para cualquier anónimo espectador presente en la sala donde festejó sus cincuenta años, el espectáculo del poeta rocker recitando poesía para un público que coreaba con él cada remate de sus versos callejeros, irreverentes y siempre emocionantes –como ése que dice “Ah, Lennon... eras casi Lenin”—, resultó poco menos que un milagro poético. Un auténtico milagro chileno, digamos.
Y cuando desperté, 1973 todavía estaba allí
El poema se llama sencillamente “Augusto Monterroso”, y forma parte del esperado libro en el que finalmente Redolés compiló hace dos años toda su obra poética, titulado El estar de la poesía o el estilo de mis matemáticas. Allí están contenidos, entre otros, los inhallables y ya míticos libros Notas para una contribución a un estudio materialista sobre los hermosos y horripilantes destellos de la (cabrona) tensa calma -editado en Budapest por el PC, allá por 1983– y Tangos, su único trabajo editado previamente en Chile, en 1987. Pero, por sobre todas las cosas, están los poemas que Redolés escribió durante una década y media de irreconstituyendo su presencia de poeta de la calle y el habla de Chile. Unos muy conocidos, por haber sido grabados entre las canciones de sus discos. Como aquella adivinanza que pregunta “¿Lengua o labio?”. O si no, ese poema que reconstruye los gritos que se oyen en una cancha de fútbol, titulado “La persecución del poema y la poesía según mi padre conmigo jugando al fútbol”. Y otros aún más esperados por inéditos, porque desde mediados de la década del ‘90 siempre era inminente la salida del nuevo libro de poemas de Redolés. A fines del ‘92 y comienzos del ‘93, incluso, se llegaron a vender unos insólitos bonos pro-libro, cuya existencia se fue mitificando ante la inexistencia del volumen. “Aún estoy entregándole el libro a la gente que en aquel entonces compró los bonos”, me confiesa sonriente el poeta en la cocina de su hogar de una calle que inmortalizó -junto a su barrio de siempre– en el álbum Bailables de Cueto Road (1998).
Si bien no es la casa donde nació, el hogar de Redolés es el centro del huracán, la piedra fundamental de su arte. Es el hogar al que se mudó con sus padres diez años después de haber llegado al barrio. Nacido en Los Andes, un pequeño pueblo a unos cien kilómetros de Santiago, e hijo de padres maestros de escuela primaria, Mauricio se mudó a Santiago a la edad de cinco años. Avido lector de historietas de cowboys y de ciencia ficción, su educación musical tuvo una orientación popular gracias a una revista que traía canciones que no abandonaba hasta cantarlas todas. “Por entonces los niños cantaban canciones de Teen Tops o de Palito Ortega, pero yo iba más allá, cantaba tangos, por ejemplo. O al menos trataba de aprenderme las letras. Las hallaba aburridas, por supuesto. Pero sin saberlo fui adquiriendo toda una cultura musical”.
Cada vez que le preguntan qué es, si poeta o músico, Redolés responde que él es antes que nada un poeta. Algo de lo que no queda ninguna duda al ir escuchando cronológicamente sus discos, en los que el músico va desarrollando un estilo; pero el poeta ya recita con voz propia desde el ya mítico Bello Barrio (1987), su segundo disco, pero el primero editado en Chile, recientemente reeditado en CD en una edición casera y de lujo, con una botella con aire, un paquetito con tierra y una espejo con luz del barrio. “Cuando me mudé a esta casa a los trece años ya escribía poesía”, cuenta Mauricio. “O al menos lo que yo llamaba poesía; unos textos que al encontrarlos al regresar de Inglaterra vi en ellos una increíble continuidad con el hombre de treinta y tantos que era en esa época, y el hombre de cincuenta que soy ahora. Había un poema que se llamaba “Breve poema de dos personas que se despiden y no se verán nunca jamás”. Chao. Eso era yo a los dieciséis años. Recuerdo que estaba muy influido por un gallo que anduvo por el barrio un verano, que se decía poeta y escribía muy loco, puta antipoesía. Yo no lo conocí, pero me hablaron de él. Y yo decía, ¿qué será eso de ser poeta? Porque por lo menos se asumió, ¿no? Era como ser gay. Era una huevada rara, ser poeta. Fue recién a los dieciocho cuando empecé a escribir en un cuaderno, y de ahí en adelante no paré de escribir”.
Ni siquiera dejó de hacerlo cuando cayó preso en Valparaíso, donde estudiaba derecho desde 1972. Militante comunista desde el Liceo, Redolés estuvo casi dos años preso en las cárceles de Pinochet. “Me detuvieron el 10 de diciembre de 1973, el día de los Derechos Humanos, y me sacaron la chucha. Fue terrible. Pasé dos cumpleaños encerrado, cumplí los 20 y los 21 en la cárcel. Hasta que me hicieron juicio, apareció un visado de Londres y de la prisión me fui directo al aeropuerto”, recuerda Redolés, que no dejó de escribir en prisión, y en la cárcel de Valparaíso allá por 1975 dio su primer concierto en público. “Canté bajito, para no desafinar, y cuando terminé la canción, y después de los aplausos, alguien gritó: ahora cantate una con los dos pulmones”. Aunque sigue siendo poeta antes que otra cosa, Redolés asegura que cada vez escribe más corto. “Ya no es la locuacidad de antes, no sé hasta qué punto podría volver a escribir así”, calcula. “El otro día conversaba con Nicanor Parra, y Don Nica medecía que le estaba escribiendo cada vez más corto, y había llegado a la conclusión que el verso que más le había llamado la atención en sus 84 años de vida era éste: (suspira). O sea: una exclamación profunda de cansancio... de todas las cosas”.
Yo no soy el Bob Dylan chileno, él es el Mauricio Redolés norteamericano
A pesar de todo lo que pueda sugerir el título de este poema, Bob Dylan llegó a la vida de Mauricio recién después de los treinta años. Casi al final de su largo exilio en Londres, el poeta se encontró allá con Ritchie, el bajista de un mítico grupo chileno de los años 70 llamado Congregación. “Me hizo ver la música como algo que yo no había visto nunca: qué era un arreglo, por qué el bajo iba acá y no allá, cuál era la gracia de Bob Dylan. Mis encuentros con él eran verdaderas clases. Yo no fumaba marihuana ni nada, pero él sí, y también fumaba mucho hachis. Se volaba y tocaba el piano, ponía un disco y me iba enseñando”. Para cuando llegó la hora de regresar a Chile, Redolés ya había autoeditado en Londres un casette llamado Poemas & canciones (1985), pero una vez allí fue lo mismo que nada. Por suerte su maestro estuvo en Santiago un mes y lo conectó con los músicos con los que grabaría el álbum que comenzó el mito Redolés, cuando él había regresado no sólo a Chile sino también a su casa de siempre. Una casa en la que se instaló con la madre del que sería su hijo, cuyos padres les prestaron un dinero para terminar de arreglar el hogar. “Cuando quedaban unas cien lucas como para terminar de pintar la casa, yo dije ahora o nunca, y con ese dinero grabamos el disco en el estudio de grabación de un tipo muy de derecha, razón por la cual el ingeniero me dijo que no se tenían que escuchar mis letras mientras lo grabábamos”, cuenta Redolés, que luego grabaría el fallido Química (de la lucha de clases) (1991) y más tarde ¿Quién mató a Gaete? (1996), producido por Alvaro Henríquez, el líder de Los Tres, el disco con el que estuvo más cerca de ser un éxito.
Si con Bello Barrio el estilo Redolés aparecía ya con todas sus aristas bien redondeadas, en particular a través de sus irresistibles recitados, con el Gaete a los poemas se les comenzaba a sumar un repertorio musical contagioso. Aquella melancólica épica del barrio que daba título a aquel disco seminal, un arrebatador poema cuyo recitado duraba seis minutos, tenía su correlato musical en los musicales seis minutos de “¿Quién mató a Gaete?”, plenos de chilenismo, humor feroz, rap, cumbia y mucho más. La cazuela musical de Redolés ya estaba a punto, pero la promoción del álbum nunca se llevó a cabo por la negativa de Redolés de tocar gratis en la televisión chilena, conocida por pagar grandes sumas de dinero a las figuras internacionales que concurren a sus talk shows. “Fue un suicidio, ya lo sé, pero no me parecía justo”, dice ahora, y asegura haber aprendido cómo llevar adelante esa clase de temas. Lejos de ser masivo, Redolés es indudablemente único, y desde entonces ha madurado como artista, llevando siempre al frente un feroz sentido del humor que corta camino, tanto hacia la poesía como hacia la calle. “Un amigo que vino a vivir a la casa de mis padres cuando yo estaba en el exilio, me decía que mi papá siempre le preguntaba de mí: oye, ¿y el Mauricio sigue bueno para la talla? La talla es el chiste corto y anónimo, una pura expresión cultural chilena. Y el sentido del humor para mí es algo que, aún en la situación más dramática, le da una carga y sentido de humanidad a las cosas”.
A los cincuenta años, Redolés confiesa que la banda que tiene ahora le gustaría haberla tenido veinte años atrás. A punto de editar el séptimo álbum de su carrera –una colección de registros en vivo bautizada 14 Thomas–, el poeta y músico sueña con llevar al escenario como una suerte de ópera rock su último álbum de estudio, Bailables de Cueto Road, un disco en el que se mezclan las canciones con avisos imaginarios de negocios reales de su barrio, en medio de un programa de radio inexistente que contiene un mundo en el que ha vivido toda su vida. Un mundo que él retrata y habita. De sus calles, desde hace años, Redolés recoge papelestirados en el piso, en cuyas anotaciones se leen los mejores poemas. Junto con la puesta en escena de Cueto Road, Redolés sueña con exponer aquellos papeles, carteles y volantes callejeros. Acaba de utilizar su gran oreja coloquial para escribir un guión de cine que le encargó el director chileno Andrés Wood. Y también tiene listo para editar un libro de poemas que cuenta la vida de un poeta y su hijo –como él y Sebastián, el hijo que ha criado desde pequeño– en una ciudad del futuro. Proyectos que se han disparado en su cabeza desde un viaje que realizó a Nueva York a fines del año pasado, invitado por el Lincoln Center. “Siempre he sido un fracaso económico, me peleo con mucha gente y me echan de todos lados, pero eso porque Chile es un país en el que no hay respeto, sólo hay relaciones de poder”, confiesa el poeta, que asegura sin embargo haber madurado gracias a la recepción que recibió su obra en aquel viaje cultural. “No es para mandarse las porciones, como se dice aquí, pero ahora siento un compromiso mayor con mi trabajo y con hacer cosas”, asegura Redolés, que hace ya más de tres lustros descubrió un bello barrio frágil al sur oeste de Santiago de Chile. Un barrio en el que vive. E intenta guiar a muchos otros hasta allí.
La música y la poesía de Mauricio Redolés se
consiguen en www.mauricioredoles.scd.cl.
Su e-mail es:
[email protected]