II TELEVISIóN
La puerta de la percepción
La versión original fue creada por Rod Serling porque “las cosas que no podían decir un republicano ni un demócrata, las podía decir un marciano”. Más de cuarenta años después, la remake de “La dimensión desconocida” demuestra la actualidad de la máxima y aspira a seguir mostrando todos esos mundos que hay en éste.
POR MARIANO KAIRUZ
Cuando, en octubre de 1959, “La dimensión desconocida” debutó en la televisión norteamericana, el subgénero “antología fantástica y de ciencia ficción” que había saturado por años el mercado de las ediciones pulp de revistas tales como Amazing Stories y Astounding Science Fiction (las publicaciones en las que se iniciaron escritores como Ray Bradbury e Isaac Asimov), no sólo no era la dieta principal de la pantalla chica sino que, además, tendía a espantar a los auspiciantes con su inusitada carga de ambigüedad y esa fascinación por un tipo de “experiencias extrasensoriales” que resultaban sugestiva y perturbadoramente cotidianas.
Pero el neoyorquino Rodman Edward Serling, creador de “The Twilight Zone” (título original de la serie), ya era famoso para entonces. En septiembre de ese año, durante una entrevista televisada, el legendario Mike Wallace le espetó en cámara lo que seguramente era una conjetura compartida por muchos de los personajes influyentes del medio: “Usted va a estar, obviamente, trabajando tan duro en ‘La dimensión desconocida’ que, por el momento y en un futuro próximo, ha renunciado a escribir nada importante para la televisión, ¿verdad?”. Considerado algo así como el Tennessee Williams de la TV desde el estreno de “Patterns”, concebido en 1955 para el ciclo de “dramas en vivo” de Kraft Television Theater, Serling había consolidado su prestigio con el guión de “Réquiem para un peso pesado”. Entre uno y otro, vendió indiscriminadamente a las productoras televisivas las decenas de argumentos que había escrito antes sin que nadie les prestara demasiada atención. Pero ahora era un “dramaturgo”, un nuevo miembro de un panteón integrado por figuras tales como Reginald Rose (autor de “Doce hombres en pugna”) o Paddy Chayefsky (“Marty”), y por lo tanto debía permanecer atento al tipo de “dramas humanos” que lo habían consagrado. Por eso la pregunta de Wallace: ¿qué hacía un autor respetable como él descendiendo a los incómodos sótanos de la fantasía y la ciencia ficción?
Esta puerta se abre con la llave de la imaginación
Serling, que no se consideraba a sí mismo un escritor de género, tenía una respuesta. “Las cosas que no podían decir un republicano ni un demócrata, las podía decir un marciano”, diría en una entrevista. Lo que lo estaba volviendo loco de la televisión, eran las permanentes y delirantes intromisiones de los sponsors, que detentaban poder de aprobación sobre los textos. La colección de anécdotas de Serling al respecto era considerable ya hacia 1958: que la Ford no quería que en el decorado de Nueva York se viera el edificio Chrysler; que tal tabacalera consideraba que las palabras “american” y “lucky” de los diálogos de otro guión estaban demasiado asociadas a la competencia; que nada de fósforos en la citada “Réquiem...”, sentenciaron los “encendedores Ronson”. Pero las gotas que colmaron el vaso fueron en rigor casos de censura política. Ante la sugerencia de que el guión de “Noon on Doomsday” podría estar basado en los hechos reales del secuestro y asesinato de Emmett Till (un adolescente negro cuyos victimarios habían sido absueltos por un jurado blanco), se desató un aluvión de amenazas de boicot contra la acerera U.S. Steel, que auspiciaba el programa. Serling acató órdenes, modificó su guión y todo el peso de su historia se diluyó en la nada. Un absurdo parecido tendría lugar con “The Arena”: “Mis senadores no podían discutir ningún problema vigente: hablar de tarifas era alinearse con los republicanos; incluir discusiones laborales implicaba estar controlado por los demócratas”. El resultado fue un caos de congresistas gritando y gesticulando sobre temas inventados: “Seguramente hubiera logrado una obra mucho más adulta si la hubiera ambientado en el año 2057, poblando el Senado de robots”. El guión que abriría el camino a “La dimensión desconocida” sería uno titulado “Time Element”, donde el protagonista retrocedía en el tiempo, hasta 1941, e intentaba advertir al ejército sobre el ataque de Pearl Harbor. Desde ya que nadie le creía una palabra, y ocurría lo que debía ocurrir; pero lo que preocupaba a los ejecutivos de la CBS, así como a la Westinghouse, el auspiciante de turno, no era tanto la fatalidad en términos dramáticos como la posibilidad de ofender al Pentágono. El asunto fue reducido a una suerte de aventura onírica que quedaba sellada con una explicación “racional” sobre el final, a cargo de un presentador. Pero su éxito dio luz verde a un piloto de “La dimensión desconocida”. El cual no fue, una vez más, la primera oferta de Serling: su futurista “The Happy Place”, sobre una sociedad totalitaria donde las personas son retiradas a los sesenta años de edad a un campo de concentración y exterminio, fue rebotada por “demasiado deprimente”. Sin quejarse, Serling presentó una nueva idea: aunque “¿Dónde están todos?” también recurre a una explicación cerrada sobre el final (evitándoles a los auspiciantes ese ingobernable horror al vacío que despertaban en ellos los finales abiertos), anticipa el tono que caracterizaría a la serie durante los siguientes cinco años.
Tras ella se encuentra otra dimensión
Obligado por contrato a escribir el 80 por ciento de los guiones de la primera temporada y a supervisar la calidad del 20 por ciento restante, Serling se rodeó de varios personajes notables; principalmente Richard Matheson y Charles Beaumont. Ellos integraban un grupo de guionistas y escritores conocidos como “La escuela de escritores del Sur de California” o “El grupo” o “La mafia de Matheson”, según Robert Bloch, el autor de Psicosis. En sus inicios, Beaumont había sido apadrinado por Ray Bradbury, quien se sumó al equipo de escritores de la serie, pero sólo llegaría a ver uno de sus guiones en pantalla (“I Sing the Body Electric”, en 1962). El autor de Crónicas marcianas se distanciaría de Serling entre acusaciones de plagio sobre el origen de un favorito de la serie, el episodio “Walking Distance”, cuya inspiración también se arrogó para sí alguna vez Gore Vidal.
Beaumont y Matheson –que luego adaptarían a Poe para Roger Corman– serían los autores más prolíficos de la serie, después de su creador. En la primera temporada abundaron las historias sobre pactos fáusticos y “segundas oportunidades”, que le valdrían la fama de tener vocación “de mensaje” y ocasionales sobredosis de moralina. Tanto Matheson como Beaumont (que moriría de Alzheimer en 1967, a los 38) negaron que ése haya sido su objetivo. “Yo nunca hice ningún comentario social en mis episodios de la serie”, dijo Matheson tres años atrás. “Eran historias y estudios de personajes, mientras que sí había comentario social en los de Serling.”
Una Tierra Media entre la luz y la sombra
Creador, guionista e inconfundible maestro de ceremonias (cargo para el cual se llegó a pensar en Orson Welles), Serling murió en 1975, a los 50 años, en una operación a corazón abierto, y ninguna de las resurrecciones que tuvo la serie desde el ‘64 hasta hoy –”Al filo de la realidad” (título argentino de The Twilight Zone, The Movie, 1983), ni la nueva versión televisiva de 1985/87, ni el telefilm Clásicos perdidos de Rod Serling, presentados con voz grave por James Earl Jones en 1994– intentaron, afortunadamente, reemplazarlo. “La dimensión desconocida” modelo 2002/03 que se estrena esta semana tiene como presentador a Forest Whitaker, quien tampoco intenta imitar el estilo Serling sino que opta por un perfil discreto, tal vez atento al regusto a refrito y fracaso que dejaron las resurrecciones previas.
Una cosa es segura: cuando el próximo sábado la señal de cable Fox ponga en pantalla las dos primeras historias de la nueva dimensión desconocida,sus nuevos guionistas, directores y productores deberán medirse inexorablemente con esa suerte de remake pendular entre el homenaje y la parodia a la creación de Rod Serling que son los episodios especiales de noche de brujas de “Los Simpson”, y que se han nutrido vorazmente de esa “zona de sombra y sustancia, de cosas e ideas, de esa dimensión del sonido, de la vista y de la mente”, cuya denominación y leitmotiv musical son conocidos por todos, incluso por aquellos que no vieron un solo episodio en sus vidas.
“La dimensión desconocida” va desde el sábado 5 de julio, todos los sábados a las 20, por Fox.