› Por Anthony Lane
Las primeras noticias desde Aurora, Colorado, indicaban que diez personas habían sido asesinadas y más de cuarenta heridas en la función de medianoche de El caballero de la noche asciende. Durante la noche, la cifra de muertos ascendió a más de una decena y la de heridos, a 50. Los hospitales locales reportaban heridas de bala leves y severas, y también había gente siendo tratada por los efectos del gas lacrimógeno.
En cuanto a los detalles de la escena del crimen, eran menos fluidos y confusos. Un hombre armado, con una máscara, entró al multicine Century 16 y produjo una explosión, posiblemente de gas lacrimógeno, antes de abrir fuego. “Pensábamos que era parte de la película”, les dijo un testigo a los periodistas. En otros relatos, la máscara pareció ser un casco. El atacante fue arrestado y más tarde le informó a la policía sobre una cantidad de explosivos que tenía en su departamento de Aurora. Los rumores de un segundo tirador, que habría escapado, no pudieron confirmarse y finalmente fueron descartados.
Es inevitable que, mientras el desorden y el shock inicial se calman, llegue una ola de especulación secundaria. Sin palabra de un posible motivo, poco puede decirse con certeza, aunque, incluso si el acusado declarara un motivo, no empezaría a explicar la atrocidad que fue infligida aquella noche, y mucho menos hacerla más comprensible para los sobrevivientes y para los familiares de los muertos. En la mayoría de los casos –y así sucedió con todas las masacres escolares, por ejemplo– los motivos pueden ser mezquinos, vagos y menores, mientras las acciones que disparan son enormes, exactas y provocan un incalculable dolor.
En esta instancia, sin embargo, hay un giro desagradable. La mención de un tirador enmascarado instantáneamente habrá recordado a quienes vieron el trailer de El caballero de la noche asciende o su predecesora, El caballero de la noche, a los villanos que pueblan ambos films. Uno está camuflado por maquillaje corrido, el otro por un dispositivo que parece un cangrejo y le tapa la mitad de la cara. Ambos hombres usan la violencia de manera indiscriminada y sólo encuentran placer, o la satisfacción del poder, cuando toman vidas humanas –de manera planeada o al azar–. Y entonces aparece la idea: ¿los acontecimientos de Aurora sugirieron, ayudaron o fueron inspirados por eventos en la pantalla?
Hemos estado aquí antes, muchas veces, una de ellas específicamente cuando John Hinckley Jr. se obsesionó con Taxi Driver, que se estrenó cinco años antes de que intentara asesinar a Ronald Reagan. Lo que era verdad entonces sigue siéndolo ahora: ninguna película te hace matar. Tener una mente dispuesta para el crimen, al menos al asesinato sistemático, significa que esa mente ya está preparada y que esa preparación pudo haber comenzado mucho antes, quizás en la niñez, y que uno probablemente busque, o se sienta atraído, por áreas de sensación –notablemente, las que implican sexo y violencia– que pueden estimular, inflamar o acelerar esa preparación. Lo que sepamos sobre el asesino de Aurora, cualquier cosa que profese, y cualquiera haya sido la armadura que vistiera, y aunque parezca una coincidencia siniestra que lo que haya usado se asemeje a las máscaras de los héroes y villanos de Batman –a pesar de todo eso–, no fue conducido a masacrar a sus semejantes por una película.
Lo que sí podemos decir es que se aprovechó de estas películas. Sabía que El caballero de la noche asciende no era solamente una película; se había convertido, como les gusta decir a los estudios –y como la prensa muy alegremente repite– en un “evento cinematográfico”. Por eso las proyecciones de medianoche, la primera del día del estreno el viernes en todo el país, por eso la maratón de proyecciones tan bien publicitadas, con fans a quienes se les ofrecía la oportunidad de ver las película tres veces seguidas, las primeras dos subiendo la temperatura de la tercera. Y fue una fiebre de alarmantes y estúpidas proporciones. El escándalo alrededor de esta película tuvo y tiene algo febril y excesivo, algo fuera de proporción respecto de su naturaleza; es, después de todo, solamente una película. Rottentomatoes.com suspendió los comentarios de sus usuarios esta semana, antes del estreno, porque los picos de resentimiento dirigidos a los críticos que se atrevieron a encontrar la película no tan maravillosa habían alcanzado la furia; a Marshall Fine, de Hollywood and Fine, los lectores le dijeron que se merecía “morir en un incendio” o ser golpeado con una manguera hasta caer en coma. Semejante agresión surgía –debe ser apuntado– de personas que, por definición, no podían haber visto todavía la película.
Lo primero que hay que decir es que no hay comparación entre esas amenazas infantiles y los eventos de Aurora. Las amenazas fueron virtuales, escondidas en el anonimato que es el camuflaje y la espada de aquellos que prefieren hacer su bullying en la red; lo que sucedió en Aurora fue demasiado real. Marshall Fine, gracias al cielo, no morirá en un incendio, pero muchos están llorando a sus seres queridos hoy, por algo que pasó en un cine. La película, que claramente el asesino no había visto, le presentó una oportunidad –no lo llevó al asesinato pero, no obstante, le ofreció la ocasión que buscaba–. Sabía que la gente estaba hablando de El caballero de la noche asciende desde hacía meses; que la excitación iba creciendo; que la gente iba a reunirse, en grandes números, en la primera exhibición que se ofreciera. Era gente que quería estar entre los primeros en dar el veredicto, antes del desayuno, y hablar de su triunfo en el trabajo. Esta es una de las emociones sociales que el cine, a diferencia de la TV, todavía puede ofrecer. Es la más horrible de las ironías que un individuo inestable haya visto este momento de reunión comunitaria como su oportunidad. Sus acciones no necesitaban ser modeladas respecto de un monstruo ficticio; bastaba una profunda hostilidad hacia gente que se había reunido, en masa, con sus amigos y sus gaseosas, a divertirse. La pantalla le dio un escenario.
¿Y ahora qué? Primero, los terrores de la noche deben ser recontados en calma. El dolor desatado en Aurora es infinitamente más importante que el destino de una película; a pesar de eso, uno sólo puede adivinar la repulsión que debe cernirse sobre Warner Brothers y todo lo relacionado con el film, empezando por su director, Christopher Nolan. El show, uno presume, continuará, aunque las condiciones en las que lo hará serán notablemente nerviosas. Los cínicos pueden predecir un resultado aún más escalofriante en la taquilla.
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