TELEVISIóN > LA VIDA DESPUéS DE SEX & THE CITY
Mientras en la segunda película de la serie las chicas de Sex & the City ya no son tan chicas y sucumben a la vulgaridad ostentosa e irreflexiva en Abu Dhabi, dos nuevas series llegaron para recambiarlo todo: adiós al lujo, a Manhattan y a la frivolidad intelectual, bienvenidos la crisis, Brooklyn y el coito en medio del rebusque. En otras palabras: Girls y 2 Broke Girls.
› Por Natali Schejtman
Ensayemos una especie de origen fantasioso. Un grupo de productores y guionistas van a la avant première de Sex & the City 2, la segunda película derivada de una de las series-fenómeno de la cultura popular. Indignados por esos personajes que parecen haber llegado al límite de la ostentación y la vacuidad cuando se excitan y festejan ante cada muestra de riqueza y derroche el mundo de los jeques árabes, el grupito de creadores hollywoodenses sale contrariado: afuera del cine corre el año 2010, Estados Unidos todavía tambalea con sus bancos, la desocupación crece y estas cuatro cuarentonas nostálgicas pasean por un inmenso hotel de Abu Dhabi con esclavos, choferes y los más increíbles e impensables gustos y gastos (pagados por un hombre, eso sí). Entonces deciden que es hora de crear series femeninas un poco más acordes con la realidad mundial, y lo primero que hacen es mudar el escenario de Manhattan a Brooklyn: unos van por una sitcom de nombre 2 Broke Girls (Dos chicas quebradas), que ya se puede ver por Warner, y los otros escriben Girls, con algo más de reescritura generacional de Sex & the City en clave trash y postadolescente, que llega a fin de mes a la pantalla de HBO tras una primera temporada exitosa en Estados Unidos.
Pero esta escena fundacional es tan falsa que hasta omite un dato fundamental para describir la camaleónica industria del entretenimiento: el co-creador de 2 Broke Girls es el mismo director y guionista que el de las películas de Sex and the City y uno de los productores ejecutivos de la serie en las que éstas se basan. Se ve que Michael Patrick King palpitó que el tiempo de las chicas ricas de Manhattan estaba en una impasse y quiso ubicar a sus dos veinteañeras dentro de restaurante gris, en una cuadra con vagabundos y un departamento con “olor a Brooklyn”. Una, Max, es una moza experimentada y díscola, ácida, mala, que lidia con una planta laboral multiculti. Hasta que llega ella, Caroline Channing, ex millonaria, hija de un estafador alla Bernie Madoff. A Caroline le embargaron todos sus bienes, excepto su cabello rubio y su caballo campeón. Ella, sin un peso, buscó en Internet “un lugar al que nadie del Upper East Side iría jamás, y salió este local”. Max, que habla de sí misma como alguien que siempre fue pobre y que combina dos trabajos, le ofrece a Caroline compartir su departamento, y Caroline, egresada de la escuela de negocios de Wharton, la ceba con un emprendimiento para el que necesitan un start up de 250 mil dólares: poner un local de cupcakes. La sitcom no es un regodeo en la pobreza, pero sí acentúa el aspecto buscavidas de las dos protagonistas y no ahorra en el humor de los estereotipos, por la que fue algo criticada: de día, Max es niñera de dos mellizos de Manhattan y de la muy limitada madre de ambos, que les puso Brad y Angelina; una nueva vecina polaca que habla inglés con acento regentea sospechosamente a chicas que limpian casas y es un personaje fundamental por su exuberancia y sus ideas; las diferencias de “cuna” de Max y Caroline deparan situaciones cotidianas que son contadas con la gracia, la infalibilidad y los perfectos acordes de las comedias de ese estilo. Muy diferente del estilo “imperfecto” de Girls, la otra serie de mujeres que dio que hablar en cuanto lugar fue estrenada, tanto como su creadora, guionista, directora y protagonista, Lena Dunham (que tiene la bendición y producción ejecutiva de Judd Apatow).
Ella sí que es nueva en la industria: tiene 26 años. Hace dos estrenó Tiny Furniture, su opera prima y antecedente de Girls, serie semanal sobre un grupo de amigas veinteañeras de Brooklyn que están entre la frustración constante y el deseo de ser hipsters sin consumir las cosas que el dinero puede comprar. Ya en el primer capítulo se expone el diálogo con la otra serie de mujeres: Shoshanna, la virgen y algo ñoña del grupo, tiene un poster de Sex & the City en su living. Antes de dejarla respirar, la encara a su prima inglesa, sofisticada y recién llegada, preguntándole qué tipo de persona es, cuánto hay en ella de Carrie, cuánto hay de Samantha, etcétera. Pero estas chicas no consumen ropa ni zapatos, quizá sí un té de opio convidado, pero casi no se juntan en restaurantes. Sin duda, el personaje principal es Hannah (Dunham), en la que confluye el aspecto más trash de la serie: se entera de que sus padres la dejarán de mantener abruptamente y tiene que renunciar a su trabajo no rentado en una editorial para empezar a buscar un trabajo y mantenerse mientras sigue escribiendo sus ensayos, su diario, hasta lograr su meta de ser una reconocida escritora y vivir para contarlo. Carrie Bradshaw también era escritora, sí, pero si Hannah tuviera que escribir sobre sexo, escribiría escatológicamente sobre el coito, la incomodidad, el desamor, la inhibición, el HPV, los bordecitos del preservativo y su posibilidad de contagiar VIH... Debe haber en televisión pocas escenas de sexo menos eróticas que las de Girls (aunque tiene muchas, y algunas pocas son más glamorosas). Porque, en realidad, Girls cruza la tipificación femenina y su derrotero entre el triángulo hombres-trabajo-familia con el estilo inconformista e incomodante de Curb your Enthusiasm. Hannah incomoda con sus respuestas, con su noviazgo, ella y sus amigas parecen muy egoístas y malcriadas, su “novio” es una persona desagradable y todos juntos producen indignación rotativa. Pero, en general, la crudeza de Girls es adictiva, y no hace extrañar en nada el strass y los Manolo Blahnik... tan de otra época, hasta un poco démodé.
2 Broke Girls se da los lunes a las 21 por Warner.
Girls se estrena el lunes 23 a las 22 por HBO.
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