Dom 22.07.2012
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CASOS > EL MISTERIO DE DORA RATJEN Y LAS OLIMPíADAS DEL ’36

La flor del nazismo

› Por Agustina Muñoz

Dora Ratjen fue una estrella en los Juegos Olímpicos de Berlín del año 1936, medalla de bronce en atletismo y dos años más tarde campeona de los juegos europeos con un record mundial en salto, y, sobre todo, querida del partido nazi. En 1938, cuando fue descubierta y acusada de fraude en un tren que iba de Viena hasta Colonia, la atleta olímpica dejó de ser Dora Ratjen para empezar a llamarse Heinrich. En aquella oportunidad, unas señoras que viajaban junto a ella y la reconocieron, notaron algo raro entre las piernas de la atleta, que solía usar largas polleras que cubrían sus piernas fornidas. Cuando el policía se acercó para interrogarla, Dora sacó su identificación de los campeonatos europeos en la que aparecía claramente su pertenencia al género femenino. Sin embargo, el policía no se quedó conforme y le dijo a Dora que debía examinarla; ésta se negó, pero ante la amenaza de ser acusada del delito de obstrucción de una investigación policial, tuvo que admitir que era un hombre. El fraude cayó sobre Dora y también sobre el Tercer Reich, que debió quitarle las medallas y prohibirle participar en cualquier otra competencia deportiva. Dora tenía diecinueve años cuando su carrera quedó trunca para siempre. Marginado y eternamente nostálgico, vivió hasta los noventa años atendiendo mesas en distintos bares y restaurantes.

Heinrich nunca dio una entrevista pública para aclarar su situación; su timidez extrema y su vergüenza lo hicieron alejarse de los medios y de todo su entorno, escondiéndose en pueblitos y negándose a cualquier revisión sobre su caso. Lo único que declaró fue que los nazis estaban completamente al tanto de su verdadera sexualidad y que ellos habían decidido que compitiera con el equipo femenino para obtener mejores resultados, algo que el partido había negado en un comunicado que salió inmediatamente después del escándalo en la estación de tren. Pero en esta historia se mezcla mucho más que el deseo nazi de mostrar su fortaleza al mundo ganando medallas olímpicas o el intento de impulsar el estereotipo de mujer aria, fuerte, sana, austera y sin demasiado maquillaje que Dora/Heinrich cumplía a la perfección. Es también la historia del antisemitismo nazi, con la expulsión de la atleta judío-alemana Gretel Bergmann pocos días después del inicio de los Juegos y su rápido reemplazo por Ratjen en el lugar de líder, y también la triste y confusa vida de Dora, cuyos padres campesinos la criaron como una mujer, al parecer, por un error de la partera al confundir sus genitales. Y es que Dora no se vistió de mujer solamente durante su vida deportiva, sino que lo hizo desde el día mismo de su nacimiento.

Durante muchos años se habló sobre un posible hermafroditismo, o la existencia de cromosomas femeninos en el cuerpo de Dora, pero una última investigación del departamento de medicina sexual del hospital universitario de Kiel luego de su muerte ratificó que se trató de un simple malentendido en el momento del nacimiento que se prolongó durante muchos años porque, como dijo luego el padre de Ratjen, “no éramos quiénes para cuestionar los dichos de la partera”. Los nazis no inventaron a Dora, sino que hicieron la vista gorda a una equivocación familiar que –en vista de las fotos– es, por lo menos, llamativa.

En su declaración a la policía, Dora dijo: “Recién a las once años me di cuenta de que no era una mujer. Sin embargo, nunca les pregunté a mis padres por qué me habían vestido de mujer ni por qué me habían anotado en un colegio de chicas”. Lo peor vino en el momento de la adolescencia, porque ni siquiera es que Dora fuera del tipo “femenino”, más bien todo lo contrario: espalda ancha, pelos por doquier (que más tarde tuvo que depilar con una disciplina feroz), bigote incipiente, y cuerpo mucho más cercano al de un gladiador que al de una bailarina. Desde chiquita aprendió a ocultar su secreto detrás de una personalidad solitaria, obligada a quedarse afuera de la pileta en el verano, a no desnudarse jamás en los vestuarios (sus compañeras de equipo declararon que no sospechaban nada raro, sólo que se trataba de una mujer muy rara e introvertida) ni asistir a los bailes. A los diez años, se enfermó de neumonía y un médico tuvo que revisarla. Ante el descubrimiento y la cara de desolación de los padres, dijo: “Déjenlo así, a esta altura ya es muy tarde para hacer las cosas de otra forma”. Dora se refugió en el deporte y resultó tener un talento inmenso para el salto en largo. Entrenar era lo único que hacía aparte de ir al colegio, con su sexo atado debajo de una faja desde el comienzo de la pubertad, las eyaculaciones que la dejaban completamente paralizada, la sexualidad aturdida y bloqueada y una voz ronca que parece que era fuente de chistes entre los miembros de las juventudes hitlerianas de las que participaba. A los diez años empezó a competir y fue cambiando de equipo hasta llegar a ser miembro de los clubes más importantes. Finalmente, Ratjen sentía que encajaba en algún lugar; su talento le permitió relacionarse con el mundo y así su rareza pasó a ser una mera excentricidad.

A los quince años, ya formaba parte, junto a Gretel Bergmann y Elfried Kaun, del trío de mejores atletas de salto de Alemania y la apuesta más fuerte del equipo alemán en los Juegos Olímpicos. Sin embargo, Bergmann fue retirada de la competencia pocos días después de su inicio. Estados Unidos había declarado que no participaría en las Olimpíadas del ’36 a menos que hubiera judíos dentro del equipo alemán. Por esta razón, Gretel fue incluida en el grupo de atletismo como una frágil pantalla de tolerancia y participó de la ceremonia de apertura de los Juegos (hay una foto en la que se las puede ver a las tres contentas y entusiasmadas), aunque estaba decidido desde un primer momento que no participaría. Una vez que todas las delegaciones llegaron a Berlín y la opinión pública se concentró en los records y las competencias, Begmann fue desplazada por “baja en el nivel de rendimiento”, aun cuando se trataba de la mejor preparada de las tres. Ratjen pasó a ser la estrella del equipo, pero sólo consiguió el cuarto puesto. Al poco tiempo, Bergmann se exilió a Estados Unidos, donde siguió compitiendo sin hacer declaraciones sobre su pasado. Tuvieron que pasar varios años para que accediera a dar entrevistas. Dijo que nunca había sospechado nada extraño en Dora, que su tipo físico era bastante común entre algunas deportistas de la época y que, cuando se negaba a desvestirse en el vestuario, ella se lo adjudicaba a una extrema timidez. Sin embargo, en otra entrevista posterior afila más su lengua y declara que los nazis obligaron a Dora a competir en la categoría femenina como parte de un complot para destituirla a ella. Y hasta llega a deslizar que Dora era “un espía secreto nazi”. Como no quedan archivos de la época sobre este caso y Heinrich Ratjen no volvió a hacer declaraciones después del interrogatorio policial, es difícil saber la magnitud de este caso y sobre todo la veracidad de los dichos de una ya anciana Bergmann. Algunos opinan que el ostracismo posterior de Heinrich puede deberse a un pacto realizado con los nazis para callar información, y que una vez caído el nazismo, tuvo mucho miedo como para salir a hablar. La personalidad de Ratjen es perfecta para cualquier tipo de especulación, una persona de cuya vida personal no se conoce nada, que no tenía ni amigos ni parejas; una persona dócil, afable e ingenua que se vio metida en un fraude arrastrada siempre por unas circunstancias que la excedían. No hay archivos que la vinculen al régimen por fuera del deporte, pero sí hay pruebas de que el ministro de Deportes del Reich sabía de la sexualidad de Ratjen y que aun así intentó hacer de ella un símbolo del nacionalsocialismo, convirtiéndola en una celebridad deportiva. Dora Ratjen sonreía a cámara y parecía estar pasándola realmente muy bien. Sus padres decían sentirse orgullosos de ella. Para muchos, el escándalo del tren fue una liberación para Dora, quien a partir de ese momento se eligió un nombre masculino, se sacó el carré y se deshizo de las polleras para siempre.

Desde el año ‘66 que el test de género es obligatorio en todas las competencias internacionales, no sólo para encontrar posibles fraudes como el de Dora; muchas atletas femeninas fueron descalificadas también por poseer un alto grado de testosterona que les impide competir de forma justa con otras deportistas mujeres. Como el caso de las hermanas Press, que ganaron varias medallas de oro para Rusia pero que dejaron de competir abrupta y misteriosamente en el año en que el test de género fue introducido. Se dice que eran hermafroditas, pero en Rusia la hipótesis fuerte es que eran hombres. Otro caso increíble es el de la corredora más rápida de la historia, Stella Walsh, que ganó una medalla de plata justamente en las Olimpíadas del ‘36. Su vida estuvo llena de éxitos deportivos, pero en 1980 la mataron durante un robo a un negocio y la autopsia reveló que tenía genitales masculinos. Desde la implementación del test, hay una larga lista de deportistas mujeres desclasificadas. Claro que la historia de Dora es superadora, como una gran película que tiene todo: infancia triste, éxito, espionaje, fraude, nazismo y un gran y sospechoso silencio que nunca será revelado.

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