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Domingo, 29 de julio de 2012

TELEVISIóN > VEEP: JULIA LOUIS-DREYFUS EN LA CASA BLANCA

LA NUMERO 2

Armando Ianucci viene de cargarse a la clase política inglesa con una serie en la BBC y Julia Louis-Dreyfus de ser el único miembro de Seinfeld capaz de sobrevivir a la celebridad de aquella serie. Ahora, juntan fuerzas para meterse en la Casa Blanca y desmitifcar a la democracia norteamericana: una sátira donde se mezclan la rosca, la acidez, la incorrección permanente y una forma efectiva de crítica.

 Por Violeta Gorodischer

¿Qué pasaría si el vice de los Estados Unidos falsificara la firma del presidente? ¿O echara a un guardia de seguridad por sonreír demasiado? ¿Y si sufriera una descompostura en público al probar frozen yogurt para las cámaras? ¿Qué pasaría si dijera de un gobernador con rasgos orientales que no es “estrictamente americano”? Probablemente, nada. O sí, podrían pasar varias cosas, pero todas a niveles tan alejados de nosotros, comunes mortales, que ni siquiera nos enteraríamos. Bueno, eso es sólo una parte de lo que busca demostrar Veep, la nueva serie de HBO que dispara su artillería sobre las rencillas de poder que rodean a los puestos más importantes (y a los no tanto) de la Casa Blanca. Su director es Armando Ianucci, un peso pesado de las sátiras políticas: si en la serie The Thick of It, de la BBC, se lució satirizando a un gobierno inglés mucho más improvisado de lo que a uno le gustaría creer, en su película posterior (In the Loop) dejó en evidencia cómo los egos y la inoperancia pueden desatar una guerra mundial. Ahora, Ianucci se anima a meterse con los norteamericanos. Concretamente, con una vicepresidenta encarnada por Julia Louis-Dreyfus, siempre recordada como la Elaine de Seinfeld. Hasta ahora, Louis-Dreyfus parece ser la única que rompió con la “maldición de Seinfeld”: durante los 14 años transcurridos desde que terminó la serie, ella es la única de los protagonistas que pudo saborear las mieles del éxito apostando a proyectos (y personajes) diferentes. Primero fue The Old Adventures of New Christine, una sitcom convencional que intentó mantener un estilo ya clausurado por Seinfeld. Aunque duró dos temporadas y anduvo bien de críticas, era evidente que a Julia el papel de una madre divorciada que padecía la crisis de los 40 le quedaba chico. Ahora, en cambio, da rienda suelta a su histrionismo en el personaje de Selina Meyer, una precandidata presidencial con viento de cola que se quedó sin fuerza al final y debió sumarse como vice del elegido por su partido. Y otra vez en el lugar de segunda, Louis-Dreyfus vuelve a brillar. Es que, en verdad, la serie intenta mostrar qué significa tener el cargo menos efectivo de la oficina más poderosa del mundo. Atada de pies y manos por una presidencia invisible y omnipotente (“¿Llamó el presidente?” “No.” “¿Llamó el presidente?” “No.” “¿Llamó el presidente?” “No.”) Selina es tan inoperante como encantadora; tan ambiciosa como ácida; tan rosquera y tan legalista a la vez. Y a veces, sorprendentemente inútil (cualquier semejanza con nuestro país es pura coincidencia).

Lo más interesante de Veep es que no descansa sólo en gags efectivos como el del asistente enamorado de la vicepresidenta que le sopla al oído data de los empresarios para que ella “improvise” chistes standaperos. No: la serie se mete a fondo con la desmitificación. Ambientada en Washington con una estética de falso documental, la cámara sigue sin banda sonora a la vicepresidenta Meyer y a su séquito: un asistente-ladero (Tony Hale, de la serie Arrested Development), una hermosa jefa de gabinete (Anna Chumskly, la ex niña de Mi primer beso), un asesor político ambicioso y dispuesto a pisar cabezas y un jefe de prensa que se destaca por su falta de timing (periodístico y del otro). La construcción de espacios es fiel a la realidad (de hecho, usan despachos que recrean los reales y no escenografías de televisión) y eso genera un efecto de verosimilitud que se suma a la gestualidad de Louis-Dreyfus, difícil de superar en muecas, como aquella expresión que mezcla triunfo y preocupación al enterarse de que el presidente está internado con un fuerte dolor en el pecho. De ahí en más, cualquier cosa es posible. La doble cara de cada uno de ellos, pero en especial de Selina, es lo que da vuelo a la serie. Porque puertas afuera brillan la amabilidad y la corrección. Pero, puertas adentro, la cosa cambia. Y mucho. Desde la construcción minuciosa y casi musical del insulto para hablar de prácticamente todo (“El tipo es una mierda. Es como si hiciesen un libro de mierda, con tapas de mierda, lo abrís pensando ¡wow! Hicieron un libro con tapas de mierda, ¿qué habrá adentro? Y lo abrís y encontrás... mierda. Así de mierda es él”) hasta la obsesión por las redes sociales que no llegó a verse en las series anteriores de Ianucci (memorable el capítulo en que no la dejan autogooglearse para que no descubra los apodos que le pone la gente). Los voyeuristas podrán deleitarse por un rato viendo a los paladines de la democracia revisar obsesivamente Twitter, falsear documentos, hacer chistes negros sobre un diputado fallecido, negociar puestos para esquivar enojos de determinados sectores, confrontar con Jonah, el “enviado” de la Casa Blanca y único contacto con el presidente (a propósito, el “rascacielos Jonah” es una de las revelaciones de la serie), publicar un aluvión de mails internos para distraer a la prensa, especular con las lágrimas para sumar puntos de una imagen positiva. Léase: la rosca política en su máximo esplendor. Y cuando estos dos universos, eventualmente, se chocan (grabaciones que se filtran, informaciones cruzadas, algún periodista demasiado insistente), los esfuerzos por dar vuelta las situaciones son de lo mejor que hemos visto en los últimos tiempos. Es que en Veep hay una exageración desmesurada de las cosas, es cierto, pero también queda un resquicio de duda. La sensación de que algo de lo que ocurre podría ser verdad, y cuánto off the record nos estaremos perdiendo. De hecho, no es casual que en plena crisis financiera de los Estados Unidos, Veep haya tenido semejante éxito y una segunda temporada que acaban de confirmar. “Con todo lo que está pasando es inevitable que lo pensemos”, declaró Ianucci respecto de la semejanza de la serie con la realidad. “Sobre todo con estos banqueros y expertos financieros que nos decían constantemente que sabían de lo que hablaban y que al final reconocieron que no era así, y que no se imaginaban que algo así pudiera pasar.” Tal vez el hecho de ser inglés le haya permitido jugar, animarse a ser irreverente. “Los estadounidenses se toman muy en serio, glorifican a Washington D.C. como en The West Wing, o le dan un carácter siniestro como En todos los hombres del presidente.” De todas formas, Ianucci tira de la cuerda pero mantiene (a su manera) una pequeña cuota de respeto. Por un lado, al hacer explícito que a Selina no la dejan expresar ninguna posición política comprometida (¿un discurso que puede ofender a los industriales del petróleo? Se tacha íntegro). Por el otro, porque aunque nunca se dice a qué partido pertenece, los indicios señalan que sería más demócrata que republicana, sobre todo por el rechazo que le provocan los diputados de extrema derecha con quienes se ven obligados a negociar una postura antiinmigratoria (“Yo me arrastré por el barro, yo le doy la noticia a Selina”, dice su jefa de staff). Pero especialmente por sus posturas políticamente correctas a la hora de los bifes: cuando, en plena votación, elige no puentear al presidente.

En definitiva, Veep parece decir que hay que aprender a descontracturarse, animarse a ensuciar un poco a la Casa Blanca. Que tal vez la mejor democracia sea la que sabe reírse de sí misma.

Veep puede verse los lunes a las 22.30 por HBO.

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