Dom 06.07.2003
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LIBROS

La primera ciudadana

Como era de esperar, la anunciada autobiografía Living History de Hillary Clinton se convirtió en el libro del momento. La vedette son las intrigas familiares alrededor del episodio Lewinsky. Pero el libro tiene mucho más sobre la mujer que aspira a ocupar el Salón Oval: sus comienzos republicanos, su mesianismo, su fervor religioso y su relación con los otros amoríos de su marido. Y todo eso sin contar lo que omite, dice la ensayista y feminista Camille Paglia.

POR CAMILLE PAGLIA
Una vez que sus maridos dejan la Casa Blanca, las primeras damas norteamericanas escriben libros apacibles y geniales y cuentan cómo se las arreglaron para nadar entre tiburones en las aguas de Washington. El anunciadísimo Living History de Hillary Rodham Clinton sigue la fórmula, pero también rompe el molde: su autora está en pleno ascenso y su carrera brilla cada vez más al tiempo que la de su marido se desvanece.
Hillary recibió por el libro un colosal anticipo de ocho millones de dólares, una recompensa necesaria para afrontar los enormes gastos legales en que debieron incurrir los Clinton para defenderse de un ejército de acusaciones y demandas. La pregunta del millón era: ¿cuánto llegaría a revelar Hillary sobre los escándalos sexuales que condujeron al impeachment de Bill para justificar semejante suma de dinero?
Para satisfacer las expectativas, Hillary ofrece una vibrante y novelesca descripción del momento en que –siete meses después de que estallara el escándalo Monica Lewinsky– un avergonzado Bill Clinton la despierta para decirle que le mintió y que sí, que, en efecto, invitó a la núbil y joven pasante de la Casa Blanca a saciarlo en una suite del augusto Salón Oval.
Como era razonable, el nervioso relato con que Hillary da cuenta de su asombro ante la revelación fue recibido con incredulidad y desdén en los Estados Unidos. Es ampliamente sabido que Hillary se pasó dos décadas supervisando, disciplinando y sofocando rumores sobre las erupciones lascivas de Bill. La evidencia de que Hillary abrigaba desde el vamos pocas ilusiones respecto del affaire Lewinsky se insinúa en los preciosismos legales de que hace gala en una vieja y notoria entrevista donde deploraba –¿una vasta conspiración de la derecha?– los infortunios de la familia Clinton.
Pero no todos los lectores de Living History saldrán a la pesca de chismes. Muchos evaluarán con escepticismo la figura de Hillary como posible candidata a la presidencia. Pese a su condición de crisol del feminismo, Estados Unidos es un país extrañamente atrasado en la producción de candidatas viables para el cargo máximo, en parte porque los presidentes norteamericanos son también comandantes en jefe de las fuerzas armadas y la mayoría de las mujeres que se dedican a la política (como Hillary) se han comprometido principalmente con causas de seguridad social y han desatendido la competencia militar.
El testimonio de Hillary cumple múltiples funciones: reseñar con escrúpulo sus años en la Casa Blanca, resumir su credo político y establecer sus logros y sentar las bases para cualquier ambición futura. El libro apunta a lectores de todo el mundo, donde Hillary no es vista como una mujer controvertida, vindicativa y caprichosa que promueve peleas internas, sino como una abierta defensora de los derechos de las mujeres.
¿Se salió con la suya? Aunque en la redacción de Living History intervinieron –como Hillary lo reconoció abiertamente– tres colaboradores y una legión de asistentes de investigación, el libro consigue captar su voz filosa e imponer su imagen de política experimentada que empezó a comprometerse con la cosa pública a los diez años de edad. En los Estados Unidos es vox populi cómo Hillary, siendo aún una estudiante, pasó del conservadurismo de Barry Goldwater, al que la había empujado a adherir el modelo de un padre irascible y republicano, al ardiente liberalismo de los años ‘60, pero esa evolución seguramente despertará gran interés en los lectores extranjeros que sientan curiosidad por la política contemporánea norteamericana.
Aquí la novedad es la crónica del agresivo activismo juvenil de Hillary, atribuido por ella al “sentido de responsabilidad social” del Metodismo: sus antepasados, oriundos del norte de Inglaterra y el sur de Gales, fueron convertidos en el siglo XVIII por John Wesley. Living History estáatravesado de piedad y de plegarias, algo que los detractores de Hillary sólo considerarán como una pantalla de humo destinada a ocultar su cuestionable prontuario de inversionista y sus brutales mecanismos políticos o un ardid cínico para atraer votantes moderados y conservadores.
Pero quizá sea más perturbador para la democracia –donde la religión debería mantenerse separada del gobierno– que la religiosidad de Hillary sea auténtica. Eso explicaría, por cierto, su aire de arrogante superioridad moral y el modo casi mesiánico en que concibe su propio destino de reformadora. El egotismo de los humanitaristas de carrera ya fue diseccionado por William Blake y Charles Dickens y satirizado más tarde por Oscar Wilde, que en esos idealistas fervientes animados por planes maestros para la humanidad sólo detectaban tiranos agazapados.
A juzgar por el libro, Hillary parece creer que las buenas intenciones lo excusan todo. Acepta haber cometido algunos errores de cálculo menores que acaso hayan obstaculizado el cumplimiento de sus elevados designios, pero para ella la fuente de la mayoría de los problemas ha sido la testarudez de los reaccionarios, “que quieren revertir muchos de los avances que ha hecho nuestro país” gracias al Partido Demócrata, una congregación de elegidos que tienen la misión de salvar a la humanidad.
El hecho de que la campaña de 1993-94 en pos de la reforma del sistema de seguridad social –una reforma desesperadamente necesaria– sucumbiera a la catástrofe de una mala administración se debió, según Hillary, a que tanto ella como Bill quisieron hacer “demasiadas cosas demasiado rápido”. Poco importa el modo en que se burlaron las regulaciones federales sobre nepotismo, ni las legítimas preocupaciones –aun de parte de sus colegas demócratas– sobre las potenciales violaciones de la privacidad de un sistema médico centralizado o sobre el modo obsesivamente discrecional en que Hillary montó comités de investigación e integró sus equipos de asesores con protegidos ineficaces.
Entre otros puntos ciegos del libro está el problema enojoso de las supuestas indiscreciones de Bill, que Hillary desestima atribuyéndolo a la propaganda de un ejército de enemigos diabólicos, celosos de la aspiración cristiana de su marido de transformar la vida terrenal. Hillary y sus asesores siguen sin comprender que la indiferencia o la malicia con que trataron a trabajadoras ultrajadas como Juanita Broaddrick (que dice haber sido lastimada por Bill en un cuarto de hotel de Arkansas) comprometen su condición de promotora de los derechos de las mujeres. La escrupulosidad con que Hillary eludió el alegato de Broaddrick no hizo más que fortalecer la miríada de enemigos derechistas de los Clinton, que de inmediato abrazaron su causa.
Pero ésa es sólo una de las muchas omisiones y fintas del libro. Nada se dice, por ejemplo, de los indultos de fin de mandato de Bill (uno de los cuales involucra al propio hermano de Hillary), y cuando los volatilizados registros contables del estudio legal de Hillary aparecen misteriosamente en una oficina cercana al dormitorio de la Casa Blanca, Hillary se limita a culpar de todo a un desventurado asistente.
Living History intenta recuperar el interés y la adhesión de las mujeres liberales que (como yo) votaron por Bill Clinton y se sintieron amargamente decepcionadas por él y por su esposa. Pese a sus numerosos problemas, el libro, en rigor, lo consigue. Introduciéndonos en la mente belicosa de una persona obligada a atravesar incómodas crisis emocionales a la plena luz pública, el libro poco a poco nos induce a simpatizar con Hillary, que lamenta haberse dejado marear por su prominencia en la Casa Blanca: “¿Ahora resulta que yo era un símbolo?”. A medida que se despliega la serie infinita de humillaciones, vemos a la heroína que descubre de manera indirecta (igual que en una novela de Jane Austen o George Eliot)cómo la fría realidad social es capaz de derrotar a la voluntad más jactanciosa.
El libro alcanza sus mejores momentos cuando Hillary se arrepiente o se satiriza a sí misma. Me encantan algunas viñetas divertidas: por ejemplo, la que muestra a una Hillary joven, corta de vista, que nada en el lago de un campus y a quien el presidente del college le confisca la ropa y los anteojos de aviador, obligándola a correr a los tropiezos para reclamarlos. O ese momento en el que en un campo de golf, en medio de una cita, se mete vanidosamente en un bolsillo los anteojos y confunde un champignon blanco con la pelota.
A pesar de, o quizá por, las omisiones y oscuridades del libro, Hillary emerge de sus páginas como una candidata presidencial creíble. Aunque haya madurado como figura pública, todavía le falta producir algún logro de alcance nacional como senadora, sin lo cual no tendrá mayores esperanzas de sobreponerse a su larga lista de pasadas controversias. Hillary también defraudó a sus bases liberales con gestos como el del año pasado, cuando votó con pasividad o cautela en el caso del envío de tropas norteamericanas a Irak. Pero Living History demuestra su compromiso con las políticas sociales, así como la relación íntima que tiene con la estructura del gobierno, aun cuando no haya logrado usarla de manera eficaz o consistente en las misiones oficiales que le tocaron como esposa de quien fue gobernador y presidente. Hillary también gana con la deprimente mediocridad del panorama actual de candidatos demócratas a la presidencia.
Las escuálidas proezas maritales de los Clinton son insignificantes comparadas con el problema del avance de las mujeres en el camino hacia el liderazgo nacional. En este punto, es difícil que la atractivo de Hillary llegue a tener el alcance suficiente para ganarse el apoyo de votantes que no sean los liberales del noreste y de la costa oeste. Pero si se empeña en conseguirlo, como yo espero que lo haga, Hillary sentará las bases para que se sumen a la carrera otras mujeres, una de las cuales, un día de gloria, se alzará con la presidencia.

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