TEATRO> EL PROGRAMA FORMACIóN DE ESPECTADORES O CóMO LLEVAR A LOS ADOLESCENTES AL TEATRO Y TRIUNFAR EN EL INTENTO
¿Quiénes van a llenar los teatros en el futuro? Esa pregunta se hicieron, hace casi diez años, Ana Durán y Sonia Jaroslavsky y a partir de esa pregunta –y de la convicción de que el teatro debe ser arrancado del consumo exclusivo de las elites– decidieron armar el programa Formación de Espectadores. Funciona desde 2005: los adolescentes de escuelas públicas van a ver obras del teatro off sin ningún tipo de modificación respecto del texto en la puesta: el único cambio es el horario diurno. Y, después de la función, tienen una charla debate con actores y directores que, en muchos casos, suele resultar movilizadora, cuando no transformadora. Esta experiencia acaba de plasmarse en el libro Cómo formar jóvenes espectadores en la era digital, donde las autoras, entre otras cosas, cuentan cómo los chicos viven el teatro como una experiencia casi contracultural en relación con aquella a la que están habituados: una experiencia en vivo que no tiene nada de digital, que es primaria, cuerpo a cuerpo, ritual.
› Por Mercedes Halfon
El teatro de Buenos Aires es, se supone, un volcán en plena actividad, que no para de generar producciones en cantidades apabullantes, de un modo felizmente vital y perpetuamente joven. Esto se dice, pasa, es. Pero, pese a esa realidad, o a causa de ella, una pregunta para hacerse, mucho más realista y menos catastrófica de lo que parece en un principio, sería: ¿esto será así siempre? ¿Quiénes van a llenar las salas del futuro? ¿Qué espectadores, provenientes de dónde, inspirados en qué, irán al teatro con una frecuencia parecida a la de hoy? Lo que está en juego al hacerse tal cuestionamiento es si los adolescentes de hoy, que tan atrás dejaron la era analógica (entre muchas otras cosas), tendrán algún interés en el teatro mañana. Es decir, si el público teatral es o será de algún modo renovable. Algunas de estas preguntas se hizo hace casi diez años Ana Durán, una periodista, docente e investigadora especializada en teatro. Y lejos de quedarse en la duda metódica, decidió tomar cartas en el asunto.
Por aquella época, Durán trabajaba como docente de lengua y literatura en diversos secundarios y paralelamente había comenzado a escribir periodismo sobre teatro off. Rápidamente se dio cuenta de lo interesante que podría ser unir ambos mundos: iniciar a los adolescentes en un lenguaje tan particular y único como el del teatro independiente. Así fue como empezó a llevar a sus alumnos a ver las obras que estaban haciendo estragos en el off, en funciones que los elencos armaban en horarios diurnos. Vieron: El planeta de los Melli en el Callejón de los deseos Salsipuedes, la primera obra de Ciro Zorzoli Criminal de Javier Daulte en el Teatro Payró. “Trabajaba mucho previamente en el aula, quería que los chicos fueran a ver la obra con un trabajo hecho y después de la función armábamos una charla-debate con los actores.” Esa experiencia fue fundante de lo que después, ya junto a su coequiper Sonia Jaroslavsky, diseñaron como el programa Formación de Espectadores. “Me fui dando cuenta de que lo bueno no era ver obras ‘hechas para escuelas’ sino ver directamente lo que la cartelera ofrece en ese momento. Eso era lo revolucionario y enriquecedor para ellos. Formar a los chicos de la forma más parecida a como lo hace un espectador adulto. Como ir a la noche era algo difícil de articular, pensamos esto de las funciones en las mismas salas pero en horarios escolares.” Observando a los adolescentes durante la obra y luego reflexionando con los actores, apareció otro aspecto interesante e inesperado del proyecto: “Vi que la charla debate posterior era tan fuerte o más que la obra en sí. Porque les daba una dimensión humana que ellos no tienen en relación con el arte. Escuchan una banda de rock pero no hablan con esos músicos, no tienen ningún intercambio si no es a través de leer alguna entrevista, entonces esto me parecía muy vital”.
Entonces, en el 2005 y no desde el Ministerio de Educación o de Cultura, sino desde la periferia absoluta, estas dos periodistas recorrieron góticos pasillos estatales, golpearon puertas, charlaron con cientos de funcionarios, hasta que con un anclaje en el área de Educación y Financiamiento del Instituto Nacional del Teatro pusieron en funcionamiento el programa. Ellas mismas, do-it-yourself, heroínas, elegían las obras, confeccionaban las grillas, trababan contacto con las escuelas, coordinaban con los elencos, con las salas, preparaban las carpetas didácticas de cada obra, recibían a los chicos, charlaban con ellos antes y después. Ese primer año hicieron 72 funciones por las que pasaron 3420 alumnos, de los cuales el 40 por ciento nunca había ido al teatro. Hoy, ocho años después, la cifra ascendió al 60 por ciento. ¿Las causas? Un poco de todo: desinterés, falta de estímulo o de información, preponderancia de todo lo que sea entretenimiento en detrimento de la cultura. Por todo eso es que el programa Formación de Espectadores es cada vez más necesario. Porque si no ¿quiénes van a llenar las salas de mañana?
Hoy el proyecto, además de teatro, incluye cine y danza, y, por si fuera poco, se ha extendido por el interior del país, con coordinadores en cada provincia que adaptaron el modelo porteño a cada realidad particular. Por todo eso es que han decidido plasmar las experiencias que han tenido a lo largo de este tiempo en el libro Cómo formar jóvenes espectadores en la era digital, que acaba de salir por editorial Leviatán. “Nosotras partimos de la base de que el teatro independiente está más cerca de los jóvenes que de los adultos”, explica Sonia Jaroslavsky: “Los adultos suelen tener una opinión muy moral de las obras. En cambio los adolescentes se divierten con lo inesperado de los procedimientos teatrales. Tienen menos prejuicios ante las propuestas artísticas. Las historias fragmentadas, por más que no entiendan bien qué está pasando, los fascinan. Lote 77, de Marcelo Minino, es un ejemplo de una obra compleja y narrativamente desestructurada que funcionó increíblemente bien. Y así con todas”.
Anécdotas hay miles. En principio, porque los chicos que se acercan a las salas tienen una relación con la ficción que es “como la de las tías con el radioteatro”. Inocencia pura. Por eso cuando la actriz que interpretaba a una gitana muda de Criaturas del aire, de Luciano Cáceres, comenzaba a hablar en la charla posterior se generaba una admiración impresionante que muchas veces terminaba en un aplauso cerrado. Pero la que mejor pinta la virgen relación que tienen los adolescentes con el teatro es la que les contó una maestra a ellas. Antes de llevarlos a ver H x H, adaptación que Marcelo Savignone hacía de Hamlet de Shakespeare, la profesora les preguntó si conocían la obra. A lo que todos respondieron “Hamlet, sí, obvio... el chocolate”.
En el libro hay un extenso análisis de cómo son y qué características tienen estos chicos de la “era digital”, generación a la que con Marshall McLuhan llaman Post-Alfa. Para eso usaron encuestas realizadas por el Instituto Gino Germani de la UBA y otras hechas especialmente para el programa por el sociólogo Marcelo Urresti, en chicos que asisten a escuelas de gestión estatal de la ciudad de Buenos Aires. Allí se devela, entre muchas otras cosas, que el 87 por ciento de los adolescentes cuenta con teléfono celular, el 87 por ciento tiene una PC en su casa, y –atención– el 97 por ciento accede a Internet, tenga o no computadora en su casa. Esto les permite afirmar a Durán y Jaroslavsky en su libro que, vengan de donde vengan los chicos, de Villa Soldati o de Villa Crespo, ellos y sus familias están en la órbita digital. A partir de aquí una serie de comportamientos particulares que Jaroslavsky describe en líneas generales así: “Tienen menos autogobierno y están acostumbrados a experiencias mediatizadas. Por eso el teatro es algo tan nuevo para ellos, casi contracultural, en relación con aquello a lo que están habituados, es una experiencia en vivo que no tiene nada de digital, es primaria, cuerpo a cuerpo, es un ritual”. Durán agrega: “Es muy notable cómo pueden estar atentos a muchas cosas a la vez, como un multitasking. Un caso frecuente en todos los grupos es este: cuando vienen cincuenta pibes, siempre hay dos o tres que hacen mucho despelote. Están con el auricular escuchando música, mueven la patita, hablan con el de al lado, o con el profesor, etcétera. Generalmente son esos mismos chicos los que después mejor funcionan en las charlas debate. Vieron todo con pelos y señales. Uno dice: ¿en qué momento percibió todo eso? Parece una atención flotante, y tal vez lo sea, pero es profunda”.
Durán explica que, igualmente, la intención del programa es formar espectadores pero no necesariamente para que el día de mañana vuelvan al teatro sino para que a lo mejor se interesen por la escenografía, o la poesía, o la actuación, o para que simplemente puedan establecer un contacto directo con un objeto artístico, en el contexto y de la forma adecuada para que eso realmente se produzca. Y esto debe hacerse de un modo artesanal. “1200 pibes en una sala oficial viendo un clásico ya no sirve. No es una experiencia de formación teatral para estos chicos, porque se la van a pasar hablando, tirando canutos a los actores. Para estos chicos, para estos cuerpos, así de dispersos, la estrategia es otra. Crear un vínculo personal. Que puedan reflexionar luego junto con los actores, que salgan del anonimato de la sala vacía y la multitud. Que pongan sus subjetividades en juego, no para hacerse ‘expertos en teatro’ sino para poner en juego su enciclopedia en relación con lo que ven. Construir distintas visiones.”
Es interesante observar a su vez qué pasa del otro lado, es decir, desde el teatro en relación con la adolescencia. Ana Durán dice: “Lo extraordinario no es que nosotros llevemos al Ministerio de Educación este proyecto de acercar a adolescentes al teatro independiente, sino que lo extraordinario es que haya tal nivel de abandono en las instituciones del Gobierno de la Ciudad dedicadas al teatro, tanto el Complejo Teatral como el Teatro Colón no tienen un departamento dedicado a la educación. No están pensando en el futuro. Esto muestra que los teatros de Buenos Aires sólo piensan en la elite. Convencer a los convencidos, que vengan los que ya vienen, pero en absoluto romper la estructura. Está muy arraigado en el porteño pensar sectariamente, de manera individualista. El disfrute mío depende de que sea exclusivo. Hay una anécdota que a mí me gusta mucho para graficar esto. En un Festival Internacional de Buenos Aires, un grupo de chicos del programa que habían ganado un certamen para el que habían tenido que estudiar mucho tenía posibilidad de ver los espectáculos internacionales. Pero resulta que, en un momento, nos dimos cuenta de que los mandaban a las últimas filas, arriba de todo, entonces fuimos a hablar, y una persona de un cargo muy alto nos dijo: “Pero, lógico, ¿cómo una persona que pagó una entrada de cuatrocientos pesos va a querer que un chico se le siente al lado? ¿A mérito de qué?”.
Y esta crítica también puede caberle al off: porque ¿cuánto se hace realmente para atraer nuevos públicos? Es como si todo el trabajo de teatro social que se realizó durante las décadas del sesenta y del setenta se hubiera abandonado. Hacer teatro para gente de teatro pasó a ser un hábito que ya nadie se preocupa en cuestionar. Ana reflexiona: “Nosotras tomamos un poco el espíritu social del teatro comunitario como el de Catalinas, que trabaja mancomunadamente con comedores, con gremios, con los bomberos, con la iglesia. Los teatros alternativos de hoy no saben qué pasa en su barrio, a veces nos preguntan a nosotras y para mí es increíble que pase eso. En el libro usamos una frase de Adelmar Bianchi que dice ‘el arte es demasiado importante para dejárselo sólo a los artistas, como la medicina es demasiado importante para dejársela a los médicos’. Un poco esa idea tomamos cuando queremos hacerlo accesible para los chicos”.
Por eso, lo mejor, luego de que la experiencia estética ya se ha producido, que los chicos han visto la obra, es la charla. Allí, según cuentan las coordinadoras, caen las máscaras y se produce el encuentro entre todos. Así lo ve Sonia: “Las charlas debate son transformadoras y no sólo por el abordaje de cuestiones teatrales, sino porque realmente es un ejercicio democrático, se pone en jaque todo. Sale todo lo reprimido y también las cosas buenas de la sociedad. La homofobia, la discriminación en todas sus formas... Una vez, con un grupo de la Villa 31 que venía de vivir un caso de gatillo fácil en su propio barrio, salió el tema de la pena de muerte. Fue muy fuerte pero pudimos reflexionar, que los chicos maticen algunas opiniones y se vayan con algo pensado. Y también para los artistas es importante también encontrarse con ese público, que jamás se hubiera encontrado en otro momento. A veces pasa que nos cuesta arreglar el cupo de seis funciones mínimas, porque les parece más importante llegar al casting o al teatro. O no les parece importante la charla debate. Pero otras veces sucede, como con el elenco de Mi vida después, de Lola Arias, en la que la experiencia con los chicos fue sumamente movilizante para todos. Por las preguntas que les hacían a los actores, porque muchas veces los chicos de hoy no conocían esas historias de niños atravesados por la dictadura, la triple A, el exilio. Hace poco este elenco nos mandó un mail diciendo que pasar por Formación de Espectadores les había cambiado la concepción de la obra. Ahí es cuando el círculo se hace completo.
Cómo formar jóvenes espectadores
en la era digital
Ana Durán y Sonia Jaroslavsky
255 páginas
Editorial Leviatán
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