CINE > LA ARAñA VAMPIRO, LA NUEVA PELíCULA DE GABRIEL MEDINA
A pesar de estar convencido de haber nacido para el cine, Gabriel Medina creyó haber llegado al final del camino luego del estreno de su ópera prima, Los paranoicos. Un viaje familiar a La Cumbrecita le devolvió la pasión y le regaló una historia alucinada y fantástica: la de un joven de ciudad que se descubre al borde de la muerte luego de haber sido picado por una araña vampiro, apenas una puerta abierta hacia el viaje y la aventura.
› Por Mariano Kairuz
Una araña gigante y peluda domina la pantalla, expectante y amenazadora, estática y como mirando al aterrado protagonista, y la verdad es que podría ser un plano salido de El increíble hombre menguante. Pero más allá de su tenebroso título clase B, La araña vampiro y de su atmósfera por momentos alucinada, muchas veces en el filo de lo fantástico, la nueva película de Gabriel Medina es un relato esencialmente realista y lo único que comparte con aquel clásico salido del marote iluminado de Richard Matheson es que, como buena parte del buen y mal cine bizarro y de terror de los ’50 y ’60, funciona como expresión de las ansiedades y las angustias de sus protagonistas y de su época.
En esto, y a pesar de transcurrir en un espacio totalmente distinto, La araña vampiro se parece mucho a la película anterior de Medina, su celebrada ópera prima Los paranoicos. Esta era una película esencialmente urbana, la nueva transcurre enteramente en el bosque y la montaña; pero ambas tienen en su centro a protagonistas asfixiados por sus propias neurosis. Y ambas se parecen un poco a su autor, Medina, autodefinido como un ansioso crónico que combate a diario dudas, miedos, inseguridades con dosis desparejas de meditación y rivotril. Como tanta gente: no se trata de un caso clínico único y él lo sabe. Pero se trata de películas diferentes y estrechamente hermanadas, justamente porque ambas salen de la misma cabeza atormentada.
Los que hayan visto Los paranoicos recordarán el trance por el que pasa su protagonista, el inefable Gauna (Daniel Hendler). Un personaje semiautobiográfico que estaba atado a un abusivo “mejor” amigo y referente social y profesional; el exitoso del mundo del cine y la televisión que siempre parecía estar varias vueltas por delante del protagonista, girando todavía en falso con un primer, tímido intento de guión. Eso, y una chica anhelada (Jazmín Stuart), porque a pesar de su contemporaneidad e inmediatez, Los paranoicos estaba claramente marcada por el cine clásico y en el cine clásico (como en la Nouvelle Vague) siempre hay una chica. Ahora, en La araña vampiro, es un chico todavía más joven, Jerónimo (Martín Piroyansky, que se llevó el premio a mejor actor en la competencia internacional del último Bafici por esta película), pasando unos días en una casa en la montaña, con su padre (Alejandro Awada).
De entrada está claro que no hay mucha comunicación entre ellos. Primero, mucho silencio y cara de y-ahora-qué-hacemos. El padre apenas raya el hielo cuando le dice a su hijo que él sabe “que esto es raro”, pero que “era algo que quería hacer”. Que quería ver si lo podía “ayudar”. ¿Ayudar a qué? Es un misterio, pero el protagonista viene arrastrando algo –ataques de pánico, sobremedicación– desde su mundo en la ciudad. Está en medio de la nada, es de noche, y se encuentra haciendo lo mismo que hubiera hecho probablemente de haberse quedado en su hipotético departamentito microcéntrico porteño: fatigar un videojuego en “primera persona”. Pero entonces sobreviene la crisis: lo pica una araña. No es una arañita de jardín de patas finitas, es ese bicho de tamaño considerable, movimientos pausados, pelos, tan de película de Jack Arnold. Para la mañana siguiente, la picadura ya empezó a transformarse en un volcán purulento, un cuerpo alienígena que no para de crecer. Un médico lugareño le arroja sin anestesia la terrible verdad: que ha sido atacado por una “araña mala, una araña-vampiro”. “Flaco, te estás muriendo –le dice–. La única manera de salvarte es conseguir que otra araña igual vuelva a picarte.” Y entonces empieza el viaje, y la aventura, con la única compañía de un baqueano borracho, Ruiz (Jorge Sesan), que arrastra sus propias psicosis.
La araña vampiro nació de una búsqueda, explica Medina; y la búsqueda fue producto de una crisis. “Toda mi vida, desde que tengo uso de razón, tuve una película en la cabeza –dice–. De chico me la pasaba inventando películas, dibujando los afiches y representándolas con Playmobil y juguetes, o protagonizándolas yo mismo, con mis hermanos y mis padres como público. Eran películas como las que me habían obsesionado, ciencia ficción, acción, aventura, terror, nutrido por muchos Sábados de súper acción y también por Función privada. Desde el primer día de séptimo grado supe que tenía que atravesar un año más y todo el secundario y dedicarme al cine. Pero después de estrenar Los paranoicos, después de haber volcado tantas obsesiones y ansiedades y energía e ideas en mi primera película, por primera vez me sentí vacío. No sabía por dónde empezar, no encontraba nada.”
Y un día, dice, volvió a la naturaleza. Más precisamente al lugar en el que había pasado buena parte de los veranos y los inviernos de su infancia y su adolescencia, en La Cumbrecita, Córdoba. “Habían sido muchas vacaciones leyendo Huckleberry Finn y Tom Sawyer, pero después de la adolescencia dejé de ir. Y hace un tiempo volví con mi mujer e hicimos una caminata por la montaña. De pronto, en el bosque, enfrentando un árbol, empecé a sentir que estaba realmente rodeado de materia viva. Había un silencio increíble, y me dije: acá está el punto de partida de la película.”
Film de iniciación con algo de cine de terror, al igual que Los paranoicos, La araña vampiro cree en las enfermedades, pero también cree en alguna forma de cura. Con la condición de atravesar una crisis, de cruzar una frontera, de tener que hacer un sacrificio, incluso un sacrificio físico. Medina planea volver sobre estas mismas obsesiones para sus próximos dos proyectos (un regreso al mundo de Los paranoicos, que por ahora lleva como título Los psiquiatras, y un film de terror chiquito, independiente, sobre “enfrentar la propia locura”), lo cual le da básicamente una continuidad autoral, si vale esa palabra más bien gastada, o en todo caso inclaudicablemente personal, a su cine. El cine de un fóbico, de alguien que dice sin ruborizarse que se deprime cuando ve talar un árbol o levantarse un edificio alto que le resta luz natural a su barrio, un bicho de ciudad que cree en la naturaleza, un ansioso y un paranoico que fue picado, desde muy chico, por esa especie de araña vampiro –la enfermedad y la salvación– que puede ser el cine para quienes les llega en el momento justo.
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