Dom 30.09.2012
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PERSONAJES > RESIDENT EVIL 5: CUALQUIER EXCUSA ES BUENA PARA VER LA BELLEZA EXTRATERRESTRE DE MILLA JOVOVICH

Milla Dollar Baby

› Por Mariana Enriquez

No se parece nadie. Y no se trata sólo de su belleza eslava ni su apabullante fotogenia ni su conversión en heroína de acción. Porque hay muchas supermodelos de Europa del Este igual de hermosas y hay muchas actrices preciosas que encontraron una andrógina, poderosa sensualidad a las patadas y a los tiros –desde Kate Beckinsale hasta Angelina Jolie, pasando por Uma Thurman y Scarlett Johansson–. No es eso. Lo que sucede es que Milla Jovovich no parece humana. En Resident Evil –que esta semana llegó a su episodio 5– es Alice, un personaje creado especialmente para la saga de películas (no aparece en los videojuegos originarios), que al principio es una mujer amnésica entrenada para matar pero con el correr de la saga parece convertirse en superheroína y supereficiente arma biológica, cada vez menos humana.

Y está bien, porque las mujeres, incluso las mujeres más extraordinarias, no se parecen a Milla Jovovich, la chica de otro mundo.

Y que es de otro mundo de verdad. Cuando tenía 5 años –ahora tiene 36– sus padres dejaron la Unión Soviética para instalarse en Londres y, más tarde, en Los Angeles. Milla, que había nacido en Kiev, Ucrania, empezó a trabajar muy pronto para mantener a su familia. Fue su madre, actriz rusa, la que intentó continuar con su carrera en EE.UU. pero no lo logró. “Mi madre no es una señora dulce que hornea galletitas”, dice Milla. “Siempre tuvo el control de mi vida. Ella me crió para ser una superestrella.” Pero aquellos años americanos estaban lejísimos del sueño del inmigrante: los padres, que no podían conseguir otro trabajo, se dedicaron a ofrecer servicios de limpieza y cocina para familias acomodadas de Los Angeles. Entre sus clientes estuvo Brian de Palma. El divorcio llegó poco después. Su padre, un pediatra serbio, nunca pudo validar su título en Estados Unidos y acabó preso por una estafa relacionada con seguros médicos. Le dieron veinte años, pero salió en apenas cinco, por buena conducta. A Milla no la espantan las dificultades de su padre con la ley: “La cárcel le hizo bien”, dice. “Se convirtió en una mejor persona. Pudo parar y pensar, de una buena vez.”

La fabulosa apariencia de Milla –algo de loba esteparia, algo de actriz de cine mudo, algo de Lauren Bacall– fue descubierta casi en simultáneo por el cine y la moda. A los 11, Richard Avedon, entonces jefe de marketing de Revlon, la eligió para la campaña “Las mujeres más inolvidables del mundo” –aunque Milla, claro, no era una mujer todavía–. Poco antes había deslumbrado a Herb Ritts, su descubridor. Su primera película vistosa llegó tres años después, en 1991, cuando hizo El regreso a la laguna azul y repitió la explotación adolescente que, en su momento, había protagonizado Brooke Shields. Apenas le sirvió para el escándalo, pero poco después tenía pequeños papeles en Chaplin (1992) y en Dazed and Confused de Richard Linklater, donde conoció a su primer esposo, Shawn Andrews (su madre la obligó a disolver el matrimonio en meses). Ese mismo año fue tapa de High Times. Milla estaba en plena rebeldía adolescente, con pocas ganas de complacer a su exigente mamá: hizo música folk rusa –que su madre odiaba, por campesina–, tomó drogas, robó en shoppings, falsificó tarjetas de crédito. Se tranquilizó cuando en 1997 –a sus 22– le dieron el papel que la hizo de verdad famosa más allá de las tapas de las revistas: el de Leeloo en El quinto elemento (de Luc Besson), una humanoide de cabello rojo, delgadísima, descripta como “un ser perfecto”. Dos años después, también con Besson, encarnaría a otra más que humana: Juana de Arco. No era una gran película pero ella estaba increíble, loca, perturbada, hermosísima, perfecta en su misticisimo, en su lejanía de esta tierra. En el camino, se casó con Besson: duró dos años. Mientras tanto, modelaba para Christian Dior, Damiani, Donna Karan, Gap, Versace, Calvin Klein, DKNY, Coach, Banana Republic y Revlon; para todos, y podía elegir. Puede elegir, todavía: en 2004 fue la supermodelo mejor paga del mundo.

No hubo mucho más en cine, apenas algún chiste notable como el de la dominatrix villana de Zoolander (2001) hasta que llegó Resident Evil (2002) la serie inspirada en el videogame que dirige su más reciente marido, Paul W. S. Anderson. Para los no iniciados en el juego, la saga puede resultar hermética y su estilo incomprensible, pero Resident Evil está hecha para ese núcleo duro de seguidores hiperfieles que saben de qué se trata y no pide mucho más. Para Milla es el vehículo perfecto porque a ella le quedan mucho mejor los mundos paralelos, le resultan mucho más naturales, como si su presencia entre humanos –esos ojos, esa boca rabiosa– provocara demasiado desconcierto, hasta incomodidad. La misma que ella sentía cuando era chica y, en la escuela, le tiraban del pelo por comunista, por roja, por rusa: llegó a Estados Unidos en plena Guerra Fría, su ropa era rara, su aspecto era raro, su acento era imposible, su madre no le cocinaba emparedados para que comiera en el recreo: le cocina borscht. “Los chicos se paraban a mi alrededor y me observaban. Mi madre nunca trató de integrarme, y no la culpo. Me vestía con pantalones chinos, camisas baggy, me hacía peinados extraños. Yo la idolatraba. Nunca fui el tipo de chica que moría por ser aceptada. La verdad es que despreciaba a mis compañeros porque no entendían lo que era tener estilo. Para ellos, yo era una alien. No lo digo en el sentido de extranjera, sino de marciana.”

Una alien. Hay cosas que el tiempo no puede cambiar.

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