Domingo, 7 de octubre de 2012 | Hoy
EVENTOS > COMIENZA LA 5ª BIENAL ARGENTINA DE FOTOGRAFíA DOCUMENTAL EN TUCUMáN
Desde el miércoles, la Casa de Tucumán –la de la Independencia– será sede de la Bienal Argentina de Fotografía Documental, que en esta edición tendrá a visitantes ilustres como el maestro Fred Ritchin y muestras del mexicano Antonio Turok –el hombre que registró el zapatismo– y el norteamericano Jonathan Moller, experto en mostrar la violencia centroamericana, entre otros eventos y presentaciones que ofrecen el más notable panorama de la fotografía actual.
Por Angel Berlanga
En las primaveras de los años pares se monta, en Tucumán, la Bienal Argentina de Fotografía Documental, una cosecha de imágenes, trabajos y experiencias muy diversas que fructifican, a la vez, en una serie de charlas y entrevistas, mesas de discusión, presentaciones. La primera fue en 2004 y ahora, el miércoles, se inaugura la quinta edición en la Casa de Tucumán, aquella en la que se declaró la Independencia, hoy Museo; trascartón, en esa jornada de arranque oficial, el maestro Fred Ritchin dará una conferencia magistral que lleva el título de su libro más conocido: Después de la fotografía. “Como para caracterizar un poco a Ritchin podríamos apuntar que cuando Magnum, la agencia de fotografía más importante de la historia, quiere editar algún volumen, para hacer el prólogo lo llaman a él”, dice Julio Pantoja, director de la Bienal.
Difícil escoger entre las propuestas de un programa tan extraordinario, pero como para dar una idea podría señalarse la muestra “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, del mexicano Antonio Turok, “el hombre al que los zapatistas le dijeron, una noche, ‘trae tu máquina y vente calladito, que va a pasar algo’ –cuenta Pantoja–. Es el fotógrafo de la insurrección: todas las fotos que conocemos de eso son de él. Lo más gracioso es que durante unos años el gobierno mexicano estuvo convencido de que él era el subcomandante Marcos, y tenía todo el tiempo a los servicios en su casa”. Otra de las posibles muestras destacables es “Ecos del interior”, de Martín Weber, chileno nacionalizado argentino que vive actualmente en Nueva York. O la tríada vinculada con los derechos humanos que componen “Guatemala: cultura y resistencia”, del norteamericano Jonathan Jonás Moller (autor de un enorme trabajo de documentación sobre la violencia en Centroamérica); “Mirada sostenida”, de la mexicana Liliana Zaragoza (retratos de diez de las mujeres detenidas y torturadas sexualmente durante la represión en San Salvador Atenco y Texcoco, ocurrida hace seis años); y “Más que nunca”, de los argentinos Héctor Río, Leonardo Vicenti y Matías Sarlos, compuesta por imágenes tomadas durante los juicios en Rosario a represores de la dictadura, “homenaje a testigos, sobrevivientes y, a la vez, ‘marca de época’” en la Argentina.
“Empecemos pataleando como cabecitas que somos: la cuestión ésta de hacer un evento internacional, de fuste, fuera de Buenos Aires, es un desafío complejo –arranca Pantoja cuando se le pregunta por los aprendizajes y experiencias de estos años–. Tiene que ver con la estructura política e histórica del país: todo queda lejos. Las embajadas están allá, sin ir más lejos –dice en el teléfono, desde Tucumán–. Pero bueno, la idea fue no quedarnos en las dificultades y aprovechar todos los costados favorables: los festivales que se hacen en ciudades chicas no requieren de algo gigantesco, monstruoso, características necesarias para conseguir visibilidad en las grandes capitales, que a la vez deriva en que se pierde personalización, contacto, escala humana. Como el centro es chico, acá, todo el tiempo te estás encontrando y se da una cuestión de camaradería, de vida cotidiana, de poder compartir. Esa dimensión humana es muy importante, y acá la tenemos casi como un objetivo a afianzar cada vez más. Y lo logramos, porque se entusiasman los veteranos, los grandes nombres, y también los chicos, y se dan cruces que no podrían darse entre el rockstar y el público. Acá, además, empieza a hacer un poquito de calor y entonces todo el mundo anda con bermudas, ojotas, en las actividades culturales, por la calle. Se da esto de tomar la ciudad, de vivirla y todo esto mediado por la fotografía.”
La impronta del intercambio, con distintos caudales de ida y vuelta, está expresada en espacios como “de fotógrafo a fotógrafo”, diálogos-entrevistas en los que participarán Eduardo Grossman, Juan Travnik, el cubano Kaloian Santos Cabrera y Turok; o en las “mesas largas”, en la que cualquier asistente puede solicitar sentarse para decir algo ante una que está sobre el escenario; o en la muestra colectiva “Independencias”, que fue armada con una convocatoria abierta y una selección de imágenes. Los talleres –que empiezan mañana y se extienden hasta después del sábado que viene, cuando se hará la fiesta de cierre– tienen casi todos cupos completos, en especial el de Ritchin, “Nuevas narrativas en el ensayo fotográfico”. “El estuvo una vez en la Argentina, en el año ’89 –cuenta Pantoja–. En esa época los workshops eran cosas que veíamos en las películas, pero por virtud de un grupo de fotógrafos argentinos se consiguió que Kodak hiciera un programa con personalidades de la fotografía del primer mundo para fotógrafos del segundo y tercer mundo. El que se hizo acá, en La Plata, fue para unos cincuenta, latinoamericanos. Y ahí estaban Sebastiâo Salgado, Susan Meiselas, Ritchin y tres argentinos, Grossman, Diego Goldberg y Miguel Angel Cuarterolo. Fueron diez días y a mí, personalmente, me cambió no solo el modo de ver la fotografía, sino mi vida. Si hacés una lista de los que participamos en ese taller te encontrás con la elite de la última década: Adriana Lestido, Res, Marcos López, Dani Yako, Eduardo Longoni, todos. Ese taller le partió la cabeza a toda una generación.”
Y como si todo esto fuera poco, la Bienal exhibe también muestras como “Expedición”, fotos que el poeta Silvio Rodríguez hizo en cárceles cubanas; o la Exposición Anual de Argra; o “Sumertaim”, de Tony Valdez; o “Comer”, de la Sub Cooperativa de fotógrafos; o “El Charly (García) que yo conozco”, de Maxi Vernazza, un trabajo hecho a lo largo de quince años, “en contextos de intimidad” con el músico, según explica. Lo dicho: difícil dar cuenta de tantas propuestas. “La idea de este festival y de la gente que da vuelta alrededor de esto es que la fotografía es una herramienta para contar historias y para intervenir y opinar en cuestiones de todo tipo, sociales, ideológicas, filosóficas –sintetiza, concluye, Pantoja–. De hecho, trabajamos muchísimo con diversas instituciones y en todas las ediciones hubo trabajos vinculados con los derechos humanos. En ésta, por ejemplo, estamos haciendo cosas con Cladem, que es una organización feminista latinoamericana. La fotografía es una gran articuladora y es, también, una excusa y un vehículo para hablar de muchas otras cosas.”
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