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Domingo, 13 de julio de 2003

TELEVISIóN 1

La pucha digo

Con la entrega semanal de excelentes escenas eróticas (inusitadas para la televisión argentina, y sobre todo para Telefé), “Disputas” está en boca de todos como la nueva sensación hot de la pantalla. Sin embargo, nada es perfecto, y la cosa se enfría cuando aparece en escena eso que puede ser su perdición: lo bizarro.

POR MARIANA ENRIQUEZ

Original, delirante, sorprendente. Así se definió a “Tumberos”, la primera ficción televisiva de Israel Adrián Caetano, su primera incursión en el uso de un escenario marginal para construir un mundo desbordado, cercano a lo fantástico. Ahora, con “Disputas”, el director y sus productores (Ideas del Sur, es decir Marcelo Tinelli y Sebastián Ortega), decidieron redoblar la apuesta: salir de la relativa impunidad que ofrece un canal de baja audiencia como América para llevar a Telefé una historia de prostitutas, con escenas de sexo casi explícito, un elenco de divas y la misma idea: construir una ficción desbordada, lejos del realismo, con toques de comedia grotesca, jugando con los límites que un canal más conservador impone. El resultado es un cambalache de buenas ideas y buenas actrices desperdiciadas, mucha pluma y alharaca pero poca sustancia, y un guión tan errático que a esta altura puede considerarse inexistente.
Queda muy claro que Caetano no quiere hacer realismo, y está muy bien: allí está la ficción pura de “Los Simuladores” para demostrar que se pueden tocar otros registros. “Disputas” no tiene problemas porque no muestra la vida de las prostitutas tal cual es: no tiene por qué hacerlo, y es saludable que se aleje de pretensiones documentales. El problema es que el programa no es verosímil ni siquiera dentro de ese mondo bizarro que el director creó. La sensación es que tanta rareza, tanta sordidez calculada (¡el personaje de Roberto Carnaghi tiene una traqueotomía!), tanto argumento retorcido, tanto perverso suelto, es aburrido. Y fácil: como si en las reuniones de guión a nadie se le cayera una idea, y alguno exclamara: “¡Bueno, que descuarticen a alguien!”. Y eso precisamente hicieron las cuatro prostitutas y su madama dos jueves atrás.
Las prostitutas son Gloria (Julieta Ortega), Soledad (Belén Blanco), Gala (Dolores Fonzi) y Majo (Florencia Peña), más la madama Amelia (Mirta Busnelli) y la recién incorporada travesti Mariana Aria. Trabajan en una enorme casa de barrio, casi una mansión, y también ofrecen servicio a domicilio. Gloria es una morocha que tiene un hijo y un ex marido delincuente; lejos, es el personaje mejor logrado, gracias a Julieta Ortega y gracias a que a Caetano, aunque le pese, le sale mejor el realismo que la ficción bizarra. Majo es una bebota naïf que cayó en la mala vida por necesidad y casi por error, pero ahora le gusta. Soledad es... rara. Medio se enamoró de un adolescente y vive con un tío senil, y es oscura y se ríe como si estuviera medicada y acaba de matar al tío de su amante no se sabe muy bien por qué, pero escondió el cadáver en el primer piso del lupanar, y tanto sus compañeras como su jefa decidieron hacerle la segunda y cortar en pedazos al asesinado para enterrarlo en el fondo de la casa. Belén Blanco debe estar tan harta de hacer de rara como los televidentes de verla en esos personajes. Gala, mientras tanto, es hija de una prostituta, no sabe quién es su padre porque fue un cliente, y está buscándolo. Para hacerlo trabaja como prostituta especializada en hombres mayores. Quizá se acueste con su padre y así cantará bingo: incesto y encuentro con papá. Rubia y distante, bellísima, Dolores Fonzi está para mucho más que un lugar común de lo que se entiende como perversito. Y por supuesto aquí juega el inconveniente del verosímil una vez más: ¿qué hace una mujer tan indiscutiblemente hermosa como Dolores Fonzi en un puticlub de barrio? ¿Cómo nadie la sacó de ahí de los pelos para incluirla en un book ya mismo y ascenderla a acompañante de empresarios?
Se ve que a alguien ya se le pasó por la cabeza esta objeción, e introdujeron al personaje de Nacha Guevara, que cuando estuvo logró que el programa levante vuelo. Nacha es una prostituta cara, antigua enemiga de Amelia/Busnelli, que venía a robarle las chicas con promesas de mejor pago y mayor confort. La seducción incluyó algunas escenas lésbicas con Dolores Fonzi, mucho menos eróticas y ardientes de lo anunciado (¿o de lo tolerado por la pantalla de Telefé? Nunca lo sabremos). Con el tironeo por las chicas, el título de “Disputas” pareció tener algún sentido. Pero Nacha yadesapareció y cayó en el olvido. En el último episodio, las chicas fueron repudiadas por el barrio.
El capítulo comenzó con una junta vecinal, que recordaba poderosamente a las que se armaron en Palermo para sacar a las travestis de las calles. Los vecinos organizados citaron a Brecht (“Primero echamos a los coreanos y a nadie le importó, después echamos a las travestis y a nadie le importó...”) y pronto se dedicaron a atacar a las chicas. Antes, en el medio del capítulo y a propósito de nada, pasó por la casa Diego Armando Maradona (un actor con el rostro borroneado, no el 10 de verdad) pidiendo servicios, y prefirió a la experimentada Amelia por sobre las atractivas jóvenes. En la apertura de cada bloque, aparecieron los candidatos a jefes de gobierno Aníbal Ibarra, Luis Zamora, Mauricio Macri y Patricia Bullrich explicando qué harán con el tema de la prostitución en la ciudad de ser elegidos. Mientras tanto, las chicas se vengaron de los malos vecinos: los sedujeron, grabaron los polvos con cámaras que sacaron de alguna parte, les dejaron los videos en la puerta, ellos los vieron ante sus familias y allí se reveló la hipocresía. Y las chicas brindaron por un mundo sin vecinos ni caretas, reivindicadas. Todo muy bien intencionado, pero muy obvio, muy naïf, tan predecible.
El bizarro está matando a “Disputas”. Cuando el programa se queda en el costumbrismo, puntualmente con Julieta Ortega, excelente como una chica feroz y desvalida, su hijo, su ex marido, su nuevo amante golpeador, es impecable. Cuando vuelan la sangre y las ideas desopilantes, todo se derrumba. Las escenas de sexo están muy bien: fue notable, arriesgado y muy caliente lo que hicieron Damián de Santo y Florencia Peña. Pero la novedad hot no alcanza. Es cierto que el costumbrismo televisivo terminó resultando tedioso, pero existe un territorio amplio entre el delirio total y el gris documental. Y “Disputas” no lo encuentra.

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