Dom 04.11.2012
radar

EL MUNDO ESTA GAGA

En una época tan desesperada por las cifras y los rankings, los suyos son desorbitantes: tiene más de 50 millones de fans en Facebook, más seguidores que nadie en Twitter, sus videos fueron vistos más de mil millones de veces en YouTube y toca en vivo en los cinco continentes. Además tiene más descargas en iTunes que cualquier otro músico, cosechó 18 premios en cinco años, vendió 23 millones de discos y con un millón cien mil tiene el record Guinness de ventas en la primera semana de un disco. Pero es sólo la mitad del fenómeno. La otra mitad está en la explicación de por qué esta chica de 26 años destronó a Madonna, entendió esta época como nadie y se convirtió en la primera superestrella pop del siglo XXI. Antes de su show en Buenos Aires, Radar disecciona el fenómeno que una chica de clase media llamada Stefani Germanotta creó, encarnó y bautizó Lady Gaga.

› Por Micaela Ortelli

Gaga duerme adentro de un frasco en el lobby del Museo Guggenheim de Manhattan. Lleva vestido negro, corona, el pelo largo, marrón Louis Vuitton, los labios rojos, los ojos negros. Está de costado sobre un diván: la mano al alcance de los invitados –Yoko Ono, Paris Hilton, Marc Jacobs y afines–, que pasan la suya por un agujero en el frasco y la tocan. Un cartel luminoso con la palabra “Fame” indica el tiempo que lleva ahí adentro. Duerme durante más de una hora. Al despertar, se sienta frente al espejo (suena “Fame”, de Bowie), se pone perfume y hace pis en un cubo de champagne. Entran asistentes. Entra Steven Klein, el fotógrafo de moda que dirigió el corto en promoción de Fame, el primer perfume de Lady Gaga (de eso se trata todo). Fuman cigarrillos electrónicos y toman tequila de la botella. Gaga se desviste, se pone un corsé y portaligas y se acuesta boca abajo: una hora y cuarto tardan en tatuarle un ángel en la cabeza, sobre la nuca. “Todos quieren un poco de fama”, dijo Klein sobre la performance: “¿Qué es lo que quieren realmente? No saben, pero si no la tocan, no están satisfechos”.

A los 26 años y con sólo cinco en la escena, Lady Gaga es la estrella pop más grande del mundo. Lo dicen los números: lleva vendidos 23 millones de discos, 5 Grammy ganados, 13 Premios MTV. Su último disco, Born This Way (2011), vendió 1.100.000 copias la primera semana, y eso es record Guinness. Es la primera artista en la historia de Billboard en llevar sus primeros singles consecutivamente al tope de la lista hot. Encabeza las descargas en iTunes, sus videos superan las mil millones de vistas en YouTube, tiene más de 50 millones de fans en Facebook y es la persona con más seguidores en Twitter del mundo. Las entradas para sus shows se agotan. Este año, Forbes la incluyó entre las mujeres más poderosas del mundo.

Sin eludir del todo los males necesarios de la industria (léase baladas aburridas y ciertas melodías bobas y envasadas), Lady Gaga dio mucho del mejor electropop del último tiempo. Entre sus pares, es la única que sorprende y entretiene siempre. Gaga le devolvió al pop la magia, el carisma, la extravagancia que negoció Madonna al neutralizarse (Ray of Light en adelante), que nunca buscaron Britney ni Christina (ni Pink ni Beyoncé), que no tienen Katy Perry ni Taylor Swift (ni Rihanna ni Ke$ha). Y lo que la hace prácticamente única en su especie –además de ser música y nunca hacer playback–, es que su trabajo es tan personal como el de cualquiera: Gaga escribe, compone y co-produce todas sus canciones, dirigió algunos de sus videos y tiene la última palabra en todas las decisiones (la mayoría de las veces, también las ideas).

El relato que construyó, por lo demás, es tan seductor e inclusivo que su éxito marca la reaparición de otra figura: la del fan devoto, consumista, participativo (y hasta adulto).

NUESTRO NUEVO MICHAEL JACKSON

Lady Gaga nació como Stefani Germanotta en 1986, en Nueva York. Se crió en un entorno familiar de ascendencia italiana, pequeño y muy normal, de clase trabajadora, pero bien posicionada (el padre es empresario en Internet, dato no menor). Heredó el gusto por la música de su padre: “No me des de comer a los Beatles, Stevie Wonder, Bruce Springsteen, Led Zeppelin, Elton John y esperes que no me convierta en esto”, dice en el documental Inside the Outside de MTV, en el que cuenta su historia de modo hermosamente teatral.

De botas acordonadas hasta la rodilla, culotte y chaleco de cuero; con peluca bicolor, prótesis en los pómulos, labios rojos, lunar pintado del tamaño de una moneda, cuenta que a los 4 años se paraba frente al piano que había en la casa y alzaba los brazos intentando tocar. Que escuchaba música mirándose al espejo, se ponía las perlas falsas de la madre y se sentía Whitney Houston. Que el padre la desafió a sacar una canción de Bruce Springsteen en el piano para comprarle uno nuevo (ella sólo tocaba clásica). Que la escucharon cantar en una tienda y le dieron el número de teléfono del profesor de Christina Aguilera.

Y todo lo dice con un ademán, cierta mirada o inflexión en la voz: actuando.

Después del secundario, fue una de las 20 personas aceptadas para estudiar en Tisch, la escuela de arte de la Universidad de Nueva York. Al segundo año dejó. Negoció con el padre –si no tenía suerte con la música en un año, debía volver a la universidad–, y se mudó a un departamento barato en el Lower East Side, barrio culturalmente activo y trashero.

Según la Gagapedia (sí), una noche tocó con su banda y la vio alguien que trabajaba para el productor Rob Fusari (Destiny’s Child). La banda se deshizo; ella empezó a componer y a producir con él, y al tiempo, ya convertida en Lady Gaga (por Queen, sí), firmó con Def Jam Recording. Pero a los tres meses la echaron.

Ese fue el peor día de su vida. En Inside the Outside cuenta que lloró durante horas en lo de la abuela, que dijo: “Te voy a dejar llorar por el resto del día, y después tenés que parar e ir a patear un par de culos”. Al rato apareció un video de Destiny’s Child en televisión y Gaga pensó, mirando a Beyoncé: “Es una estrella, yo quiero eso, yo quiero estar en MTV”.

Gaga trabajó de mesera, barwoman y bailarina go-go. Una de esas noches conoció a otra Lady: Starlight (su íntima amiga Colleen Martin). Armaron un show: Gaga en teclados, Starlight en bandejas, casi sin ropa las dos. Starlight pasaba metal de los ’70 y Gaga hacías sus canciones pop, que a través de Fusari habían llegado a Vincent Herbert, ejecutivo de Interscope (parte de Universal).

“Lo primero que me dijo fue: ‘Si me contratás, voy a ser la artista más leal que tengas. Quiero ser la popstar más grande del mundo, quiero vender 10 millones de discos’. Supe inmediatamente que era nuestro nuevo Michael Jackson”, le contó Herbert a Vanity Fair. En 2007 viajó a Los Angeles a encontrarse con el productor Red One (Jennifer López). El resultado fueron los hits “Just Dance”, “Boys Boys Boys” y “Poker Face”, y el segundo contrato de su carrera.

Gaga presentó sus canciones en todos lados: eventos, desfiles, boliches, boliches gay sobre todo, nicho que la recibió enseguida por su música (más dance que el pop convencional), sus mega looks y buena onda. (La afinidad con la comunidad LGBT más adelante se volvió militancia: en 2009, Gaga fue oradora en la Marcha Nacional por la Igualdad en Washington; y en 2010 fue una de las principales activistas durante el proceso de derogación de la ley Don’t Ask, Don’t Tell, que prohibía que las personas abiertamente homosexuales sirvieran a la Armada.)

Los shows fueron sorprendentes desde el comienzo, dadas las primeras creaciones de la Haus of Gaga, el equipo creativo: el disco bra (corpiño como bolas de boliche), el disco stick (palo con cúpula luminosa), los anteojos iPod LCD (hechos con pantallas de iPods), el fabuloso vestido de origami. “Estaba ganando dinero y no quería una casa ni un auto porque no manejo y no estoy nunca en casa, así que quise invertir en el show”, es la cita que aparece en todos lados sobre la temprana aparición de la Haus (apodada “la fábrica de la fama”).

El primer álbum de Lady Gaga salió en 2008 y se llamó The Fame; es decir, Gaga le cantó a la fama antes de ser ella misma famosa. “Gaga y su Haus estudiaron y analizaron la fama, descifraron sus componentes, y se convirtieron en expertos en fama”, dicen Meghan Vicks y Kate Durbin, editoras de Gaga Stigmata, un blog de textos académicos sobre Lady Gaga (sí): “Ella muestra cómo funciona la mecánica del estrellato”.

“Soy tu mayor fan, / te seguiré hasta que me quieras, paparazzi”, canta Gaga en “Paparazzi”. Lo hace en tiempos en que Britney Spears, que hacía rato había empezado a pelearse con la prensa en sus canciones, promocionaba su sexto álbum con el documental For the Record. El film narra los días previos a su presentación en los Video Music Awards, lo que marcaría su regreso a la industria después del derrape (fiesta con Paris y Lindsay, separaciones, rapada, depresión). Ahí no dicen eso, sólo hablan del big comeback, y a ella no le gusta, pero todo parece darle lo mismo. Se la ve triste y desanimada: en la entrevista básicamente cuenta cómo la fama le arruinó la vida; y en el resto del documental se come las uñas y masca chicle mientras todos a su alrededor le dicen lo que tiene que hacer.

El documental muestra también los típicos encontronazos notero-estrella: Britney de jeans y remera, fans, periodistas, guardaespaldas, vidrios polarizados, Britney asustada. A Gaga le pasan las mismas cosas, pero lo maneja de un modo mucho más sano e inteligente: como se mantiene siempre en personaje, los flashes son siempre buscados, siempre requeridos. De ahí su fashionismo: la imagen que proyecta es lo que la convierte en artista y espectáculo permanente.

Gaga también representa la posibilidad de volverse víctima de la propia proyección. En el video de “Paparazzi” cae por un balcón (la empuja el novio) y los fotógrafos, en lugar de auxiliarla, le sacan fotos. Cuando la cantó en los VMA 2009, en una de sus actuaciones legendarias, usó un traje blanco que en un momento empezó a sangrar; Gaga terminó colgada en el medio del escenario, la mirada perdida, muerta. Meses después apareció el cisne negro, The Fame Monster, el álbum que la terminó de ubicar en el centro de la escena (casualidad o no, a los Grammy 2010 llevó un vestido que simulaba una órbita y una estrella en la mano).

Los fans naturalizaron rápidamente la (concepción de la) estética de Gaga, lo más difícil de aprehender para sus detractores, que se agarran de eso para burlarse o decir que es una mentira. Su excentricidad no aleja a los fans; al contrario, los vuelve creativos para adaptar sus looks (imperdible el adolescente en YouTube que enseña a hacer los tacos Armadillo de Alexander McQueen pegando unas All Star a unas plataformas de madera que mandó a cortar).

En esta etapa, Gaga empieza a llamarse Mother Monster, y a sus fans –los que la hicieron lo que es–, Little Monsters. Así, además de un nombre, les da un lugar en la historia: sus fans la crearon, y a la vez, ella es la madre de todos. Gaga y sus fans incluso comparten un gesto (algo que no se veía desde la V de las Spice Girls): la mano levantada como una garra. Gaga se construye de tal modo que sus fans, a la vez que la idolatran, la sienten cerca: ellos también tienen un sueño y tendrán que superar contratiempos para lograrlo.

¿CAMILLE PAGLIA ESTA GAGA?

Puras patrañas y demagogia dirán muchos, como la intelectual feminista Camille Paglia, que se indigna porque Gaga no intenta pasar inadvertida en los aeropuertos y no se saca los anteojos durante las entrevistas. Al respecto, en muchas sí lo hace; pero, además, ¿no era obvio que las entrevistas son parte de la performance? Hay infinitos ejemplos, como cuando la entrevistó Larry King y apareció vestida como él; o la vez que fue al programa de Jonathan Ross con un sombrero con forma de teléfono para poder cortarle si no era bueno con ella.

En “Lady Gaga y la muerte del sexo”, Paglia se pregunta: “¿Cómo una figura tan calculada y artificial, tan fría y extrañamente antiséptica, tan carente de genuino erotismo, pudo convertirse en icono de su generación?”, para luego decir que la “generación Gaga”, que creció “con celulares y iPods como una extensión de su cuerpo”, no es sensible a su “torpeza” (esto es: que baila mal, es poco expresiva y nada sexual) porque “ha abandonado el lenguaje corporal en sus interacciones diarias”. (Lo peor de este tipo de opiniones no es que sean gratuitamente lapidarias: lo peor es que atrasan.)

Paglia dice que Gaga es “nada sexy” –como si Gaga lo intentara, pero no le saliera; como si no hubiera ya suficientes “sexies” en la escena–; y hasta sugiere que representa el fin de la revolución sexual. Todo eso. “En lugar de la valiente fuerza de vida de Madonna, lo que encontramos en Gaga es una inquietante tendencia hacia la mutilación y la muerte”, dice –entre otras cosas– sobre videos como el de “Bad Romance”, en el que Gaga prende fuego a un mafioso que la tenía secuestrada y se fuma un cigarrillo al lado del cadáver con su pyro-bra (corpiño que saca chispas).

Gaga se manosea con tipos, se besa con chicas, todo el mundo le vio las tetas y canta que quiere “cabalgar en tu palo de boliche”. Es decir, en Gaga hay sexo, pero de un modo más oscuro y confuso que en artistas, digamos, muy hétero. En el video de “Alejandro”, por ejemplo, los chicos tienen tacos y las chicas se les suben encima, los dominan. Y eso no es el Girl Power de las Spice, no pretende ser transgresor (Gaga no intenta ser transgresora, del mismo modo que no intenta ser sexy, no según los parámetros de transgresión y belleza del mundo en el que vive Paglia, porque el mundo cambió). El sexo en Gaga no es un mundo alegre y perfecto; es uno más honesto: extraño, ambiguo, complejo y violento.

En el mismo artículo, Paglia hace eco de la misma crítica fácil de la llamada prensa seria (la otra no tiene letra y por eso arma un revuelo si Gaga engorda o vomita en escena): que copia a otros artistas. Que es una “recicladora despiadada del trabajo de otros”, dice ella. Sacando la parte de “despiadada”, veneno innecesario, es cierto: Gaga es expresión de toda la cultura pop digerida hasta la actualidad. Pero no es algo que ella oculte: “Soy una académica en lo que respecta a música y moda. Nunca me pondría nada que no entendiera de dónde viene, las referencias de quiénes lo inspiraron. Siempre estoy contando una especie de historia”, dijo en una entrevista con Anderson Cooper.

De entrada, ¿qué es la Haus of Gaga (The Fame Factory) si no una versión actual de The Factory, el estudio de Andy Warhol?

La androginia de Gaga es la de Bowie, sí, y la de Anne Carlisle en Liquid Sky (1982): “Me dijeron que ser actriz es estar a la moda, y estar a la moda es ser andrógino”, dice la protagonista llegando al final. Los look–disfraces de la era The Fame (bodies, catsuits, lúrex, glitter) refieren al retro-futurismo de Ziggy Stardust tal como lo hace la estética de la película de Tsukerman.

El video de “Alejandro” está inspirado en la Alemania de Weimar, según su representación en Cabaret (1972); ahí, Gaga se parece a Madonna y a Liza Minnelli; y la canción, dicen todos, a una de ABBA.

El de “Telephone” está tan saturado de referencias que MTV se tomó el trabajo de disecar una por una. Las más evidentes: Gaga y Beyoncé andan en la Pussy Wagon de Kill Bill; Beyoncé (Honey Bee, otra referencia a Tarantino) en un momento aparece como Capitán América mezclado con Mujer Maravilla. Las dos asesinas remiten tan bien a Asesinos por naturaleza como a Thelma y Louise. “Telephone” es la continuación de “Paparazzi”: Gaga dialoga con su propia obra del mismo modo que lo hace con la de otros, porque Internet convirtió todo –el pasado de ayer y el de hace décadas– en material de recurso. “Esta es la naturaleza del pop en la era digital; y Lady Gaga es, en este sentido, no solamente una estrella pop sino una artista pop de los nuevos medios”, dice Davide Panagia, también del blog académico sobre ella Gaga Stigmata.

LA CHICA DEL RENACIMIENTO

El tercer vestido que usó Gaga la noche de los VMA 2010 estaba hecho completamente de carne cruda. El diseño fue (ahora está seco en un museo) de un argentino, Franc Fernández, que pidió a su carnicero que le trozara 25 kilos de nalga de ternera y los retiró esa misma mañana. El porqué de semejante atuendo no fue gran cosa: lo mejor fue que lo llevara con joyas, el bife de sombrero y Cher sosteniendo la carterita de carne (eso se les pasa a los que la critican: que Gaga es, ante todo, graciosa). Esa noche, entre lágrimas por el premio al mejor video del año, anunció que su siguiente disco se llamaría Born This Way.

Al año siguiente fue la entrada inolvidable en los Grammy adentro de un huevo. Gaga no dio entrevistas en la alfombra roja ni se asomó en ningún momento; recién apareció cuando empezó a sonar “Born This Way”.

Lo que nació al abrirse el huevo, dijo en varios lados, fue una nueva raza, libre de prejuicios. “Nacer así” se refiere a la posibilidad de autocreación, de seguir naciendo hasta encontrar la identidad que mejor defina a cada uno. Por eso la imagen en Gaga es parte del ser, porque se puede elegir: “La fachada, el espectáculo, el artificio, la performance: todas son esencias de Gaga, sus componentes; así nació”, dicen Vicks y Durbin. Por eso también uno de los personajes de la era Born This Way es Zombie Boy, un modelo de 27 años tatuado del torso a la cabeza como un cadáver en descomposición. (El hallazgo fue del director creativo de la Haus, el genial Nicola Formichetti, que ya lo convirtió en icono fashion.)

“Cuando hago memoria, no es que no quiera ver las cosas como sucedieron exactamente, es sólo que prefiero recordarlas de un modo artístico. Y en realidad, si todo es mentira, termina siendo más honesto porque yo lo inventé.” Así arranca el Prelude Pathétique en la introducción de casi nueve minutos (el doble que la de “Thriller”) del video de “Marry the Night”.

La canción está inspirada en el día en que Gaga perdió aquel primer contrato y la abuela la mandó a patear culos. “Me voy a casar con la noche, no voy a llorar más, no voy a dejar nada en las calles por explorar”, canta, y el video –que dirigió ella misma– recrea la desesperación de ese día, la locura que siguió y el renacimiento: la dirección de Interscope y la hora de la reunión escrita en la mano.

Hoy, a mitad de camino de una gira que recorre todos los continentes excepto la Antártida, se disfraza de Princess High (peluca verde, pollera de tul del mismo color, hojas de marihuana de papel brilloso en los pezones) y sube las fotos a la web. Ahí está, borracha, abrazada con amigos, la misma que se codea con Yoko Ono, Paris Hilton y Marc Jacobs: la primera gran estrella pop del siglo XXI.

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