Dom 18.11.2012
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MúSICA > CACHAFAZ DE COPI HECHA óPERA

A comer que se acaba el mundo

Cachafaz fue la última obra que Copi escribió, antes de morir, en 1987, probablemente la más política de las suyas, y la que nunca llegó a ver publicada ni montada. Tanto su edición como su puesta sucedieron recién en los estertores del gobierno de De la Rúa. Ahora, el compositor argentino Oscar Strasnoy convirtió en una ópera esta “tragedia bárbara” en la que Copi revisita el conventillo, la sexualidad, la moral de los vecinos, la represión del Estado, el Martín Fierro y la tragedia nacional bajo el ropaje de una revolución antropofágica.

› Por Diego Fischerman

“La obra de Mozart sería impensable sin el teatro –dice–. Incluso en el caso de Beethoven, que no escribió una sola ópera, pero cuya música es muy dramática”, agrega. Quien lo dice es Oscar Strasnoy, compositor argentino radicado en Francia y uno de los autores más importantes del momento. Lo preocupa, y es una constante en su obra, la teatralidad del sonido. Hace dos años estrenó, en la Opéra Comique de París, la ópera Cachafaz, tragedia bárbara, basada en el texto de Copi. Y este miércoles y jueves, en el marco del ciclo de conciertos de música contemporánea del Teatro San Martín, la pieza subirá a escena en Buenos Aires, con un elenco notable y la participación del grupo de cámara francés 2e2m, dirigida musicalmente por Pierre Roullier y con puesta en escena de Pablo Maritano.

Protagonizada por Pol González como Cachafaz, el barítono Víctor Torres como La Raulito, y Alejandra Flechner en el papel de policía, y con la participación del Coro Diapasón Sur, que dirige Mariano Moruja, la obra se presentará en la Sala Casacuberta con escenografía de Andrea Mercado, iluminación de Gonzalo Córdova y vestuario de Sofía Di Nunzio. “Una vez que la obra está terminada no me meto con la cuestión escénica. Sí pienso mucho en ella mientras compongo”, dice Strasnoy, en una conversación telefónica con Radar. “He trabajado mucho para el teatro; tengo un interés particular. Eso no quiere decir que esté capacitado para trabajar en la puesta en escena. Eso es otra cosa. Pero me interesan los compositores que pensaron al teatro como parte de la estrategia de creación: Berg o Debussy, por ejemplo. Después hubo una especie de gran agujero, signado por una especie de desprecio por todo lo que no fuera abstracto. Y ahora se puede pensar desde otro punto de vista y con otra mirada. A mí me atraen los textos y creo que un compositor que trabaje con textos debe interpretarlos. Es un primer intérprete. Después llegarán quienes hagan la versión en el escenario y ellos deberán ser los intérpretes de esa interpretación además de la del texto original.”

Strasnoy remarca que “esa relación entre la música y el texto no tiene por qué ser ilustrativa. No necesariamente la música debe colorear el texto pero, sin duda, si tiene algún interés poner música a las palabras es ése: inventar una segunda capa de lectura”. En el caso de la escritura de Copi, dice que “lo primero que me entusiasmó fue su musicalidad; se escucha allí, ya en las palabras, como una milonga, una payada. Hay un componente claramente musical y, al mismo tiempo muy distanciado, lo que hace que uno pueda jugar con lo telúrico y, también, evitarlo lo más posible, hasta que se vuelva inevitable. Ese es uno de los desafíos de este texto. Después, tiene muchas cosas. Un contenido social muy fuerte. Todo transcurre en un conventillo, con gente muy pobre. Está también el tratamiento de la homosexualidad, en el contexto sumamente conservador de esa sociedad de inmigrantes miserables, que crea sus propias leyes. Y el texto, además, es extremadamente gracioso, porque Copi tiene toda esa cosa muy irónica, muy grosera, y al mismo tiempo escrita en verso, donde se refiere al Martín Fierro, entre otras cosas. Es una obra muy rica y, tal vez, mucho más que lo que se percibe en una primera instancia”.

Estudiante de piano con Aldo Antognazzi y de dirección orquestal con Guillermo Scarabino, Oscar Strasnoy, a quien el famoso Festival Présences de Radio France dedicó su edición de este año, continuó sus estudios en el Conservatorio de París, con Guy Reibel, Michaël Levinas y Gérard Grisey, y en la Escuela Superior de Música de Frankfurt, con Hans Zender. Ganó los premios Orpheus, por su ópera Midea, presentada por iniciativa de Luciano Berio en el Festival de Spoleto, en 1999; el Georges Enesco, de la Sociedad de Autores franceses, en 2003; el Grand Prix de la Musique Symphonique (2010) y el Nouveau Talent Musique (2011). Al hablar de Copi, menciona la parodia. La palabra, en la música del Renacimiento, se refería a la cita y a la elaboración de materiales populares en géneros como la misa. También, claro, refiere a una idea de comicidad, de sátira o de burla. “Creo que en Cachafaz entró un poco de cada una de esas ideas –-explica–. Hay citas que me parecieron necesarias, en el sentido de que enfatizan el universo de Copi, que está hecho de referencias permanentes. No sólo a lo folklórico sino a la ópera misma, por ejemplo. Hay alusiones a Tosca, de Puccini. Y está eso que no sé si caracterizar como burla, pero sí como distanciamiento con lo que es sumamente reconocible.” Esas referencias podrían ser privadas, formar parte de los procedimientos del autor y estar, sin embargo, enmascaradas para el oyente. Strasnoy es categórico: “Están claramente puestas para que se escuchen. A veces están tratadas de una manera absolutamente desnuda. Por ejemplo, en el entreacto se toca una obertura sumamente conocida y aparece entera. Lo único que cambia es la orquestación, que está escrita para el ensamble que toca en Cachafaz. Y eso es así porque las últimas palabras del primer acto llevan directamente a esa referencia. En realidad, la instrumentación ya es una referencia, no al mundo de la música llamada clásica, obviamente. Tiene guitarra eléctrica, y órgano, y tiene que ver con ese universo medio indigente que busca la obra. Algo low tech, con instrumentos electrónicos, pero de hace cuarenta años. Eso le da a la obra algo que no podría encontrarse con una orquesta como la de la Sinfonía de cámara de Schönberg, por ejemplo”. Por otra parte, no hay para él, en esa utilización de instrumentos llegados desde otras tradiciones, ninguna búsqueda de identificación generacional. “Ideológicamente me da exactamente lo mismo –afirma–. Lo que determina si uso unos instrumentos u otros es qué es lo que es necesario para servirle a un propósito dramatúrgico; los instrumentos para colorear algo no me interesan. De hecho, hoy, una guitarra eléctrica es tan vieja como un violín.”


Miércoles 21 y jueves 22 de noviembre, 20.30.

Sala Casacuberta, Teatro San Martín.

Corrientes 1530.

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