Dom 25.11.2012
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CINE > SANDRINE BONNAIRE PRESENTA SUS PELíCULAS EN LA LUGONES

El espejo tiene dos caras

En los últimos treinta años, Sandrine Bonnaire se convirtió progresivamente en una joven revelación, en una gran actriz que trabajó con todos los grandes directores de su país y en una diva de ese exquisito star system que es el francés. Pero casi como un reverso o un doble fondo de esa vida, dedicaba su tiempo y su amor a su hermana Sabine: a visitarla, a viajar con ella, a tocar el piano y a filmarla todo lo que podía. Ahora, en el marco de una semana que reúne sus películas más emblemáticas, ella misma presentará por primera vez en la Argentina el doloroso y formidable Ella se llama Sabine, el documental que hizo sobre su hermana internada en un psiquiátrico.

› Por Mariana Enriquez

Cuando tenía 15 años, Sandrine Bonnaire le hizo un favor a Lydie, su hermana. La reemplazó en una audición para Maurice Pialat, que buscaba protagonista joven para una película. Mientras Lydie prefería el faltazo para escaparse con su novio, Sandrine se presentaba ante el prestigioso director, que quedó fascinado por esa chica de suburbio, la séptima de once hermanos, que quería ser peluquera, vivía en una casa alquilada cerca de la autopista y a metros de la cárcel de Fleury-Mégoris y se llevaba pésimo con su madre. Ese mismo año le dio el papel protagónico en A nuestros amores (1983), donde Sandrine era una adolescente sexualmente activa, que descarta amantes como quien deshoja margaritas. Fue un escándalo moderado –una actriz de 15 en escenas de sexo no causa mayor revuelo en Francia– y ganó un César a Mejor Actriz Joven. Dos años después, la extraordinaria Agnès Varda la eligió para Sin techo ni ley (1985) y Sandrine cristalizó su imagen icónica de adolescente errante con el retrato de una chica vagabunda, imposible de ayudar, demasiado libre. Sin embargo, esa adolescente linyera que termina muerta de frío en una zanja en la película de Varda no se parecía en nada a Sandrine. Dice ella: “Agnès me había presentado a Setina, una mochilera en la que se inspiró parcialmente para el personaje de Mona, y, para que nos conociéramos, nos pidió que fuéramos de campamento juntas, las dos solas. Setina era una chica conmovedora, pero la gente que rechaza la vida me angustia. Quise regarlarle uno de mis vestidos, pero ella lo rechazó. Ese rechazar todo es un comportamiento suicida. Comprendí que esa chica podía hacerme daño. Siempre me protegí de la gente que rechaza la vida”. A partir de Sin techo ni ley y de otro César, esta vez como Mejor Actriz a secas, Sandrine Bonnaire filmó con los mejores directores de Francia: Claude Chabrol, Jacques Rivette, Jacques Doillon, Patrice Leconte –incluso actuó en la versión de La peste de Luis Puenzo, donde conoció al padre de uno de sus hijos, William Hurt–. Se convirtió en una estrella, una actriz famosa y respetada, una elegante diva francesa.

Y todo el tiempo, todos estos años, Sandrine vivía atenta a su hermana menor, Sabine. La filmaba. Se la llevaba de vacaciones a Nueva York. Le compraba un piano. La visitaba siempre que podía, junto a sus hermanas. Sabine tenía una enfermedad mental, pero nadie era capaz de diagnosticarla: el trastorno era peculiar, inasible, obvio pero, al mismo tiempo, compatible con mucho de la vida cotidiana. Sabine andaba en moto, visitaba a sus hermanas en París, tejía, hacía hermosas muñecas de trapo. A los 12 años dejó de ir al colegio, sin embargo, porque sus compañeros la maltrataban y empezó a ponerse violenta, incluso contra sí misma. Pero en la casa parecía estar bien. Y así se la ve, algo frágil pero hermosa y riéndose a carcajadas en los videos caseros de su hermana Sandrine, que la filmó durante toda su adolescencia: espejo dislocado, mientras una se convertía en la joven rebelde favorita de Francia, la otra –igual de extraña y luminosa– iba, poco a poco, llenándose de angustia e ingresando en un sitio oscuro dentro de sí misma. Es toda luz, sin embargo, en los Súper 8: Sabine en el mar, delgada y ágil; Sabine en el Concord, emocionada; Sabine bailando en el porche de la casa de campo donde la llevó su madre; Sabine en su moto, con el pelo suelto y salvaje.

Cuando Sabine tenía poco más de 20 años, murió su hermano mayor, Patrice. No pudo manejarlo. Tuvo una crisis. Se volvió violenta y autodestructiva. La familia, sin respuestas de los médicos, tomó la decisión de internarla en un hospital psiquiátrico. Allí Sabine perdió la memoria, engordó 30 kilos, perdió todas sus habilidades –no más piano, no más tejido, no más lectura, no más manualidades–-; estaba incontinente, no podía bañarse sola. Sandrine Bonnaire nunca dejó de filmarla.

Pero recién cuando Sabine salió de la internación e ingresó en una comunidad terapéutica abierta, Sandrine decidió hacer un documental sobre su hermana. Ella se llama Sabine (2007) se verá por primera vez en Argentina el próximo jueves y es absolutamente devastador. La mujer que sale de esa internación, deformada, gritando una angustia innombrable, insultando y demandando (durante el rodaje le pide a Sandrine que la vuelva a visitar al menos 20 veces y, cuando no obtiene respuesta, ataca) ha sido, claramente, dañada. Por fin tiene un diagnóstico, a los 32 años: paciente psicoinfantil con comportamiento autista. El tiempo perdido, sin embargo, no parece recuperable. El documental de Sandrine Bonnaire tiene algo de terrorífico y es el abandono, esa especie de castigo a la enfermedad mental que es la falta de atención porque, total, de qué sirve recuperarlos. “Esta película no pretende demostrar que los tratamientos y los medicamentos sean inútiles, que haya que cerrar los hospitales. Quiero decir que son sitios para cuidar, un sitio de transición, no lugares para vivir. A mi hermana no se la tuvo en consideración en el hospital. No la escucharon, la han ‘cuidado’ sin encariñarse con su personalidad, con su dolor, con su diferencia.” Sandrine Bonnaire dice que Ella se llama Sabine es una película política. Lo es. También es una película de amor. Cuando Sabine, temblorosa, babeando, con esa cara que es una máscara dolorosa, se sienta al piano y toca un preludio de Bach como si sus manos pertenecieran al pasado, hay en los ojos tras la cámara nada más que afecto y el deseo rabioso de que vuelva aquella hermana, de volver a los viajes y los helados y las playas del verano; la esperanza en la justicia y en el fin del sufrimiento.

La sala Lugones presenta Encuentro con Sandrine Bonnaire entre el martes 27 y el viernes 30. Se verán Sin techo ni ley, A nuestros amores, Jugadora y la imperdible Ella se llama Sabine (el jueves 29). Algunas de las funciones serán presentadas por la actriz. Los detalles de la programación y horarios en www.complejoteatral.gob.ar/cine/encuentro0.html

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