ENTREVISTAS > DANIELE INCALCATERRA HABLA DE EL IMPENETRABLE
Cuando era chico, su padre era un funcionario de la embajada italiana en Paraguay que recibió parte de los ocho millones de hectáreas que Stroessner repartió de manera irregular bajo su régimen. Esas tierras rompieron la relación de Daniele Incalcaterra con su padre. Años después, ese mismo hijo decidió devolverlas a sus dueños originales del Chaco paraguayo: los guaraní ñandeva. El poderoso documental El Impenetrable registra la odisea por conseguirlo, y el desolador paisaje de desmonte, soja, corrupción, golpismo y sufrimiento que encontró en el camino. Pero él persiste en fundar un lugar sustentable, ecológico y justo llamado Arcadia.
› Por Angel Berlanga
”Veinte años después de su muerte, me sigue envenenando la vida –dice Daniele Incalcaterra mientras maneja una camioneta por unas rutas desiertas–. Mi padre había comprado 5000 hectáreas de selva en el Chaco paraguayo, cuando yo tenía 27 años –sigue la voz, sigue el camino–. Se lo dije siempre: ‘No cuentes conmigo, no quiero saber nada, nunca me voy a ocupar de esas tierras’. Eran los años de la dictadura de Stroessner. Las tierras vírgenes se repartían entre los amigos del régimen y negociantes extranjeros. También mi padre soñaba comprar millares de hectáreas por un puñado de dólares. Por eso no nos hablamos más durante años.” Unas construcciones bajas y desangeladas preanuncian la frontera; en el cruce, un tipo se acerca y ofrece cambiar moneda. “Vivo en la Argentina, a 2400 kilómetros de distancia. Tengo exactamente la edad de mi padre cuando compró la tierra. Y espero mi primer hijo. Mi vida es realizar películas y no administrar campos. Vuelvo a Paraguay porque quiero arreglar definitivamente esta historia –se oye a Incalcaterra, se lo ve prender un cigarrillo–. Junto con mi hermano hemos decidido devolver la tierra a los guaraníes. Los hombres que viven allí desde siempre. Devolver la tierra a la Tierra.”
Así empieza El Impenetrable, el documental que Incalcaterra dirigió junto a Fausta Quattrini –su mujer–, elegido por el público como mejor película en el Festival de Cine de Mar del Plata hace una semana, recién estrenado en Buenos Aires. Tiempos y sucesos: su padre, que fue funcionario de la Embajada de Italia en Paraguay, compró las tierras a comienzos de los ‘80, y como la ley prohibía al Estado vender esos territorios a allegados a la función pública, puso el título de propiedad a nombre de sus dos hijos. Esa maniobra detonó la relación de Daniele con su padre. Poco después de que el viejo muriera, en 1994, el cineasta viajó con su compañera a El Impenetrable por primera vez: la selva los desorientó y no supieron llegar hasta el sitio correcto. “Luego Fausta hizo el documental Nación mapuche, que nos llevó cuatro años de relación profunda y fuerte con los pueblos originarios, con la comunidad mapuche en Neuquén –cuenta Incalcaterra en su departamento porteño, en Palermo–. Poder estar tan cerca de ellos, para nosotros fue una enorme lección de vida. Nos dimos cuenta de que una de sus principales necesidades es el reconocimiento de su territorio ancestral. Fausta tuvo la idea: ‘Lo mejor que podés hacer con las tierras en el Chaco paraguayo es devolverlas a los guaraní ñandeva’, me dijo.”
Y eso parecía una buena solución para alguien que se había juramentado que nunca se ocuparía de esas tierras y a quien, además, tampoco le cerraba venderlas y ya. Pero no iba a ser tan fácil. El Impenetrable está siendo arrasado brutalmente por las topadoras de los terratenientes –en Paraguay, y aquí también–. Aunque la espesa vegetación que le dio nombre esté desapareciendo, sigue siendo pertinente llamar El Impenetrable a esta zona, ahora gracias a los alambrados, a las tranqueras con candado que cierran caminos públicos, a los guardias armados y a una burocracia estatal muy eficiente en lo suyo. En busca de un antídoto, persiste con su idea, paciente, Incalcaterra: de eso trata la película. “La devolución de estas tierras es una excusa para hablar del Chaco, de la nueva conquista de la ‘civilización’ –dice–. Este avance tiene unos cuantos elementos en común con el western, pero aquí se da con mucha más velocidad y violencia.”
Incalcaterra acerca una computadora portátil para mostrar unos mapas satelitales de Arcadia, el nombre con el que bautizarían a estas tierras. Están ubicadas sobre el oeste de Paraguay, a treinta kilómetros de la frontera con Bolivia, en el departamento de Boquerón, el más grande y menos densamente poblado del país. En la primera imagen, de 2008, todo es verde; en la del 2009 aparecen ya algunas parcelas desmontadas, y en la siguiente la cosa crece bastante. En la última, de mayo de este año, tres de los cuatro lados que rodean a Arcadia están pelados. “Ahora ya es una isla, está todo arrasado alrededor”, apunta Incalcaterra, y muestra una foto aérea en la que se ve el procedimiento: se demarca un cuadrado de cien hectáreas y las topadoras van tirando la selva desde los bordes hacia el centro; en el medio, así, va quedando un cuadrado cada vez más chico en el que se refugian los animales hasta que, ya cercados, intentan huir. “Es una región enorme, que arranca en el norte de Santa Fe, acá en la Argentina, y llega hasta los Andes de Bolivia, la zona de Santa Cruz –explica–. Es la segunda selva de Latinoamérica, después de la de Amazonas, aunque ésta es muy seca. Los españoles le pusieron El Impenetrable porque no pudieron cruzarla rumbo a El Dorado. Recién hace un siglo se pudo entrar, aunque las consecuencias directas se sufren desde hace 50 años, con las topadoras.”
En la primera parte del documental se lo ve a Incalcaterra acompañado por el ornitólogo Jota Escobar –un especialista en la región–, tentando caminos para, simplemente, llegar a sus tierras. Los puesteros a cargo de las tranqueras intentan coimearlo o intimidarlo: conseguirá franquearlas tras fatigar dependencias catastrales, despachos gubernamentales, juzgados. “Por supuesto que se sentía la presión, la posibilidad de tener todavía más problemas de los que tuvimos –dice Incalcaterra–. Hace cuatro meses volvimos y un periodista alemán que vino con nosotros le preguntó a un funcionario de Medio Ambiente qué le pareció lo que habíamos hecho. El tipo le contestó que me dejaron hacer por dos razones: tengo pasaporte italiano y soy cineasta. Y que si un paraguayo hubiera intentado esto, lo habrían hecho trizas.”
Arcadia está rodeada por tierras de Tranquilo Favero, un brasileño descendiente de italianos que se radicó en Paraguay hace 42 años. Lo llaman El rey de la soja y también El rey del ganado. Tenía un perfil más bien bajo hasta comienzos de este año, cuando declaró al Folha de Sao Paulo que el país estaba mejor en tiempos de Stroessner y que los campesinos que reclamaban tierras del Estado hoy en manos de empresarios eran delincuentes que debían ser tratados “como mujer de malandro, que sólo obedece a base de palo”. “Favero es el más grande propietario de tierras en Paraguay, y el dueño de la mayor cantidad de vacunos del país –-explica Incalcaterra–. Tiene dos millones de hectáreas. Es un personaje muy discreto, poco mediático, pero se volvió muy conocido por esas declaraciones tan poco inteligentes.” Luego de analizar contexto y de calibrar a su vecino, Incalcaterra concluyó que su idea inicial, ceder la tierra a los pueblos originarios, era muy inocente, así que encaró gestiones ante el gobierno de Fernando Lugo para convertir a Arcadia en una reserva natural con participación de los ñandeva. La película muestra el encuentro que Incalcaterra mantuvo con Favero para hablar de esas tierras: ahí se anoticia de que otro “propietario” abrió unas picadas (huellas) en medio de las cinco mil hectáreas, y que hay dando vueltas un título gemelo.
“Es un padrino –dice el director en torno de la sensación que le transmitió Favero–. Un padrino en todo sentido. Un hombre de poder que da consejos y te atiende con toda gentileza. Te da lecciones de vida. Te dice ‘Daniele, vos por ahora ganaste la batalla con la reserva, pero eso nunca te va a dar plata’. Y también te dice que todo se compra, todo se vende: ‘Si te interesa hacer un negocio aquí, vení que te explico’.”
“Pasa que también se construyó un discurso armadito, romántico-patético, al contar de la llegada de su familia, tan pobre, tan en pelotas, desde Italia –interviene Fausta Quattrini, y por un momento detiene la lectura de un cuento a Aurelio, dos años, hijo de ambos–. Esto de que se armaron solos, con mucho coraje. Hoy día te argumenta que está preocupado por solucionar el hambre del mundo, que se necesita cada vez más comida, pero a él le importa un carajo los que se mueren detrás de sus alambrados. O que mata él, directamente. Es un tipo con un cuero así de espeso –grafica unos centímetros entre índice y pulgar–. Bien romántico todo, y ahí tiene un anillo enorme de oro, una bombilla de oro. La verdad es que nos abrió la puerta porque teníamos un perfil muy bajo.”
“Además de esto que te contó Fausta, creo que le resultó interesante relacionarse con un vecino italiano –retoma Incalcaterra–. Y además éramos un equipo raro, pequeño, de tres personas, con Fausta embarazada. Ahora no podría volver a filmar en el Chaco: todo el mundo me conoce, sabe qué hice. Sería otra situación.”
“Después de la caída de Lugo, la situación en Paraguay se volvió mucho más pesada, en todo sentido –dice Incalcaterra–. El gobierno actual está permitiendo una deforestación muy violenta en el Chaco, donde ven el futuro económico del país. Van a meter más vacas que nunca, y ya en el sur están empezando a sembrar soja transgénica, una variedad de semilla que están trayendo desde Argentina. Hace una semana se firmó un acuerdo con las petroleras para buscar hidrocarburos en la región, más allá de las protestas que interpusieron los ñandeva ante la OIT, la OEA y la ONU. No hay que olvidarse de que en esta región fue la famosa guerra del Chaco, la primera que se hizo por petróleo, con la Esso financiando a los paraguayos y la Shell a los bolivianos. Si mirás el mapa, te das cuenta de que al lado está la zona petrolífera de Bolivia y ahí nomás, en Argentina, está General Mosconi.”
Es la primera vez que Incalcaterra se pone del otro lado de la cámara. “Es que rápidamente nos dimos cuenta de que jugar el rol de propietario era la llave para abrir puertas y entrar en profundidad en la temática –explica–-. Era raro, un propietario que filma; pero eso fue lo que nos permitió ver a Favero y también presionar al ministro de Medio Ambiente, o a las autoridades paraguayas. Ahora es distinto, me estoy volviendo una persona no grata. Porque lo que estoy proponiendo con Arcadia va en contra de todo lo que está pasando en la región.” E incluso en el núcleo de poder del país: la destitución de Lugo, en junio de este año, tuvo como detonante una masacre en Curuguaty, en la que murieron once campesinos y seis policías. Los campesinos habían ocupado tierras de un senador de la época de Stroessner. Aunque no pudo llevarlo adelante, Lugo había prometido recuperar los ocho millones de hectáreas que el dictador había repartido irregularmente. Eso, algunas resistencias para preservar el medio ambiente y la falta de aparato político, jugaron su suerte. Hasta su estreno aquí, El Impenetrable tuvo una exhibición en Asunción y participó de los festivales de Venecia y de Mar del Plata: “Tengo la impresión de que el público que la vio quedó marcado, porque muchos se acercaban interesados, con interés de participar –dice Incalcaterra–. Pienso que es una película que va a abrir discusiones. Mucha gente habla de deforestación y de cuestiones ambientales a partir de alguna lectura, pero al relacionarse con alguien que lo vivió en primera persona se crea una empatía bastante fuerte”.
Incalcaterra nació en Roma en 1954. Tenía 15 cuando se vino, con su familia, a vivir a Buenos Aires. Se quedó hasta 1981, cuando se cansó del clima opresivo del país, dice. Luego de un viaje largo por Africa, se instaló en París. En 1992 volvió, para filmar Tierra de Avellaneda, un documental que cuenta cómo, a partir del trabajo de Antropología Forense, un joven da con los restos de su familia desaparecida, enterrada como NN. Junto a Fausta Quattrini realizaron trabajos como Fasinpat, Contrasite y Organizaciones Horizontales. “Siempre hice películas que están relacionadas con mi vivencia –dice Incalcaterra–. El documentalista no es objetivo.” Ahora vive una parte del tiempo acá y otra en París. “Yo espero que Arcadia se afirme –dice–. Hay una serie de personajes que se están acercando al proyecto, y la película va a ayudar. Estuve hablando con Solano Benítez, un arquitecto paraguayo buenísimo, que tiene unos cincuenta años y muchas ganas de hacer una base científica ecosostenible, con materiales del lugar. Hay científicos interesados, los ñandeva están involucrados –son los que más conocen del lugar– y hay muchos jóvenes entusiasmados, porque vieron en Arcadia un símbolo de resistencia. Ojalá pueda transformarse en una nueva forma de relación: yo no creo que los pueblos originarios tengan que estar en un sitio y que nosotros tengamos que alejarnos. Tenemos que aprender unos de otros.”
Sostiene Incalcaterra que su gran descubrimiento fue tomar conciencia de la destrucción ambiental. “Una cosa es el discurso ambientalista y otra es ver a la topadora –dice–. Si vos caminás justo después de un desmonte, sentís un olor muy fuerte en la vegetación, ves el nerviosismo de los insectos, la huida de los animales, refugiándose, escapando. Lo que sentís es como el lamento de la naturaleza que está muriéndose. Es una sensación desoladora, que no se puede contar del todo bien. Al mismo tiempo te cautiva esa naturaleza dura, compleja, violenta. Estoy totalmente enamorado del Chaco.”
El Impenetrable
Cine Gaumont, Rivadavia 1635.
Desde el 15 de diciembre también en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415
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