MúSICA 1 > ARIEL PINK EN BUENOS AIRES
› Por Juan Andrade
Todo empezó como un jueguito adolescente, con Ariel Marcus Rosenberg grabando su propia voz una y otra vez en la máquina de fax que había en la casa de sus padres, en Beverly Hills, donde empezaron a florecer sus canciones deformes y encantadoras. Años más tarde, en el amanecer de la era digital, el veinteañero que ya se hacía llamar Ariel Pink volvía a su casa del trabajo y se pasaba las noches en vela registrando sus creaciones en un viejo MT8X Yamaha de 8 pistas. Hoy es considerado por muchos como una especie de abanderado del lo-fi, pero él está lejos de elevar las limitaciones técnicas de aquel entonces a la categoría de recurso estético. “El lo-fi era una especie de post-grunge perezoso dentro el rock indie cuando yo era adolescente. Cosas como Sonic Youth o Sebadoh o The Folk Implotion. En otras palabras, NADA QUE VER CONMIGO”, subraya con mayúsculas vía mail al ser consultado por Radar. “Yo estaba interesado en la música más marginal, la música ‘mala’, el rock progresivo, el death metal y las bandas de sonido del cine.”
En su caso, el gran cambio se produjo en 2003 cuando, después de un recital de Animal Collective, esperó a los músicos para pasarles sus grabaciones caseras. Fue así como la banda empezó a editar los discos de Pink con su flamante sello Paw Tracks. The Doldrums, Worn Copy y House Arrest abrieron la Caja de Pandora. Un manantial de voces fantasmales y delirantes y melodías fuera de toda norma, salidas directamente del inconsciente de una mente piscodélica, que navegaban en un mar de tecnología analógica, sobre olas de siseo y zumbidos espumantes.
Los que creyeron ver en él a un nuevo gurú del “hacelo vos mismo”, tal vez se equivocaban. La prueba más contundente llegaría en 2010, con Before today, su primer álbum grabado en un estudio propiamente dicho, financiado por el sello 4AD, con un sonido de alta fidelidad y todos los recursos tecnológicos a su entera disposición. Fue un salto de calidad en su carrera y, también, el trampolín que le permitió al proyecto Ariel Pink’s Haunted Graffiti salir de los límites de un círculo de iniciados y empezar a girar por el mundo. Fue a partir de ese disco y del más reciente Mature Themes que se hizo posible la llegada de Pink y los Haunted Graffiti a ciudades como Buenos Aires. ¿Cómo explica su pasaje de artista de culto a este presente en el que su nombre aparece en la tapa de las revistas de rock? “No sé. Quizás es porque todavía estoy haciendo música nueva. O porque algunos artistas más populares que yo me mencionaron como una de sus influencias. O porque estoy en un sello más grande. O porque me voy de boca y digo cosas ridículas en las entrevistas. No tengo ni idea.”
El crítico inglés Simon Reynolds se ocupa del cantante de melena rosada en su reciente libro Retromanía: en medio de un lapidario análisis del rock y el pop actuales, lo rescata como un caso singular y atractivo y engloba a su estilo dentro de la “hauntología”. “Está bien. Yo lo definí antes que él como Haunted Graffiti, pero seguramente fue una coincidencia” (sic), escribe el aludido con cierta ironía. Si alguien le pregunta al músico cuál es su opinión sobre sus contemporáneos, si están más ocupados revolviendo el baúl de los recuerdos del rock que interesados en alumbrar o imaginar un nuevo horizonte musical, su respuesta es ciertamente categórica: “No tengo contemporáneos”.
Ariel Pink’s Haunted Graffiti toca el miércoles 12, a las 21, en Niceto Club, Niceto Vega 5510.
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