CINE
La leyenda artúrica
Fue poeta dadá, campeón de boxeo, provocador profesional y pintor. Era sobrino de Oscar Wilde. Aparece como nota al pie cada vez que se habla del mundo de Stein, Cocteau, Gide, Duchamp y Pound. Y los mismísimos Breton y Guy Debord hablaban de él con mayúsculas. Un día de 1918 desapareció en el Golfo de México y desde entonces se dice que se lo vio en Perú dando clases de boxeo, en el París en los años 20, en Río Grande acribillado a balazos y en una barquita remando mar adentro hasta desaparecer por completo. En el documental de Isaki Lacuesta, Cravan vs. Cravan, un detective noir, igual de fascinante y enigmático, busca la pista de Fabián Avenarius Lloyd, alias Arthur Cravan.
Por Mariano Kairuz
Poeta dadá, boxeador y ocasional pintor, artista de performance y provocador profesional; sobrino de Oscar Wilde y amigo del pintor Kees Van Dongen, de Marcel Duchamp, de Francis Picabia y Severini; frecuentador de los ambientes por los que circulaban Stein, Cocteau, Gide, Pound. Nacido en Lausana en 1886 y visto por última vez en el Golfo de México en 1918; un personaje real e infinitos mitos: toda esa multiplicidad convoca y hace estallar Fabián Avenarius Lloyd, alias Arthur Cravan, y toda esa capacidad de mito y de fascinación revive en la película Cravan vs. Cravan, primer largometraje del director Isaki Lacuesta, presentado en el reciente Festival de Buenos Aires (Bafici V) y a punto de estrenarse comercialmente en Argentina.
Nacido en Girona, Cataluña; admirador de Víctor Erice (el director de El espíritu de la colmena, El sur y El sol de membrillo) y de José Luis Guerín (Tren de sombras, En construcción) y colaborador de Joaquín Jordá en la realización del documental Monos como Becky, Lacuesta, hoy de 27 años, descubrió a Arthur Cravan unos cinco o seis años atrás. “Empecé a investigar a Cravan sin pensar que había una película –contaba pocos días después de la presentación de Cravan vs. Cravan en el Bafici–. A Cravan te lo vas encontrando en libros sobre surrealismo, sobre la vanguardia; siempre aparece en pequeñas notas a pie de página; aparece con la gente más trascendente, en el momento más fundamental pero en un rinconcito. Siempre está con André Gide, con Cocteau, con Duchamp, con Malraux. Me recuerda un poco al Zelig de Woody Allen. En las anotaciones al pie siempre decía tres cosas: que había sido poeta y boxeador, sobrino de Oscar Wilde y que había desaparecido en el Golfo de México. Y, como mucho, podía llegar a contar que había tenido un combate en la Plaza Monumental de Barcelona contra el campeón del mundo. Me pareció que era un buen material para inventar algo, escribir una ficción o hacer alguna cosa así, más imaginaria. Y al empezar a investigar me di cuenta de que había en Barcelona más gente que había hecho cosas sobre él; estaba María Lluïsa Borrás, la historiadora, y al poco empezó a parecerme que la mejor forma de narrar la historia de Cravan era hacer una película documental que abarcara las dos cosas: una investigación histórica rigurosa y toda la parte más imaginaria, ficticia y poética, ambas puestas a la misma altura. Me parecía que en el caso de Cravan era necesario: cuando en España me decían que era un falso documental, yo les decía que era un documental real sobre un personaje que mentía mucho. Que es lo que hacía Cravan, que pasó toda su vida reinventándose, transfigurándose; era un impostor de sí mismo.”
Figura siempre en fuga, según se cuenta en la película Cravan llegó a París en 1909 “sin oficio, como aventurero”, y presentándose ante los artistas de la vanguardia como escritor. Había huido de la casa familiar durante su adolescencia, convirtiéndose en buscavidas itinerante: chofer en Berlín, recolector de naranjas en California, leñador y pastor de canguros en Australia, fogonero, ladrón de bancos y todo lo que pueda servir para alimentar el mito. En la capital francesa trabaría relación con algunos futuristas (a quienes se acercaría en su “elogio del siglo de la máquina”) y dirigiría la revista Maintenant (que significa “ahora”), íntegramente escrita por él y firmada con distintos seudónimos, cuyos ejemplares enviaría en primer lugar a los artistas con los que buscaba enredarse y a su amigo Blaise Cendrars. En Maintenant escribiría despiadadas críticas de arte, que tendrían entre sus blancos más notables al Salón de los Independientes y en las que dejaría asentada su preferencia por “las excentricidades banales por sobre el aburrimiento burgués”. Fue en su revista que escribió también un artículo de título “Oscar Wilde está vivo”, texto alucinatorio cuya revelación titular llegaría a ser reproducida como noticia verídica por el New York Times. Cravan llegaría a México, el último lugar en el que se lo vio, hacia 1917.Escapando de la guerra (se le adjudica una férrea oposición al concepto de deserción y la convicción de que “está bien ser cobarde”) tras un periplo que lo llevó a través de Europa y hasta Estados Unidos, se suponía que se embarcaría hacia la Argentina, poco después de que lo hiciera su novia, la pintora, poeta, dramaturga y musa de los surrealistas Mina Loy, pero nunca más se supo de él.
Toro salvaje
Cravan se propone como “un artista del escándalo, de la provocación”; los testimonios superpuestos en la película coinciden en definirlo como el hombre que le ponía el cuerpo al arte, distanciándose de la imagen antigua, “romántica y tuberculosa” del escritor. Su historia se cuenta a través de Frank Nicotra, suerte de figura especular, también boxeador y poeta –y cineasta, con un largometraje llamado L’engranage, de 2001, en su haber–, que apareció como por casualidad durante la preproducción de la película. Nicotra se asume como una suerte de detective noir que se busca a sí mismo en un personaje que fue muchos a la vez.
¿Cómo conociste a Nicotra?
–Fue por casualidad. El guión de la película era mucho más un collage que intentaba confrontar la parte histórica con la parte legendaria. Mi productor, Paco Poch, se fue a Francia a buscar coproducción francesa para la película y en la compañía de producción se encontró a Nicotra, que tenía un proyecto de largometraje y quería convencer al productor de que se lo produjera en España. Entonces Paco me llama diciéndome que había conocido a Cravan; yo hago un viaje a París a buscar información en archivos y quedo en encontrarme con él en el Bal Bullier, donde había estado Cravan. Me di cuenta de que ese hombre no era Cravan; no podía serlo, pero en la película podía jugar un papel importante. Y la película, sin dejar de ser un collage, se convirtió un poco en una de detectives, en la que Frank Nicotra sería el conductor que va siguiendo el rastro de su alter ego. Cravan es una figura muy evanescente y, de alguna forma, Nicotra lo acerca al espectador, hace que casi inconscientemente sienta que ha visto a Cravan. Mi intención fue que Nicotra hiciera un papel de médium.
¿Cuál dirías que es la relación que existe entre boxeo y literatura?
–No creo que haya una relación específica. El boxeo puede ser arte: Cravan decía que él se planteaba cada poema como si fuera un combate de boxeo, y cada combate de boxeo como si fuera un lienzo en blanco en el que se pudiera todavía pintar. En cambio para Nicotra el boxeo es una cosa espantosa, él dice que no le gustó nunca.
¿Y cómo fue que Nicotra se dedicó al boxeo?
–Por su familia: él viene de una familia de sicilianos. Eran once hermanos y fue el padre quien lo inició cuando a los siete años. Se dio cuenta de que el padre era muy feliz cuando él boxeaba, y fue ganando y se volvió profesional. Supongo que el triunfo hizo también que el ascendente emergiera. Su carrera es muy rara: tenía un record de 34 combates seguidos, todas victorias, casi todas por k.o., fue campeón de Europa dos veces, y entonces, cuando intenta aspirar al campeonato del mundo, pierde dos combates seguidos y se retira.
Pero llegó a ser mejor boxeador de lo que había sido Cravan, que mintió sobre sus campeonatos...
–Exacto. Cravan nunca fue campeón de Europa; de todos los combates que se sabe que ganó, no hay ningún dato que los corrobore. Pero quizás en aquella época poesía y boxeo no eran mundos tan alejados como lo parecen ahora. Porque en la casa aristocrática inglesa era común que los jóvenes practicaran boxeo como parte de su educación, junto con equitación y remo. Es curioso que las normas del boxeo modernas las escribe el Marqués de Queensbury, que es el tipo que metió en la cárcel a Oscar Wilde.
El ausente
Lacuesta y aquellos que testimonian en su película hablan del problema de “filmar la ausencia”: “Hay un objetivo de resurrección que está abocado al fracaso –dice el director–. A mí me parece que la gracia de la historia de Cravan está en eso, en los huecos que deja. Como jamás llegaremos a saber todo lo que ocurrió podríamos estar décadas y décadas dando vueltas nuevas. Pero yo sé que hay gente que, en estos ochenta años que han pasado desde el 18, ha seguido inspirándose en Cravan. Carles Hac Mor es un poeta catalán que lleva años inventándose historias apócrifas sobre Cravan, consiguiendo que nadie sepa cuándo fabula y cuándo dice la verdad, y llevando a la gente a sospechar que Cravan era una creación suya. También está la revista Cuadrilátero, una publicación sobre boxeo y arte, promovida por el pintor Eduardo Arroyo, y apoyado por un colectivo, Los cien hijos de Joe Louis, que se confiesan admiradores del pugilismo (ahí están Sabina, Leonor Watling, Barry Gifford, Carlos y Javier Bardem, Bunbury, y un largo etcétera). El primer número de Cuadrilátero se presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid a la vez que Cravan vs. Cravan, en un acto conjunto. Y así descubrí, gracias a Carlos Bardem, que dirige la revista, que parece ser que Gifford tiene desde hace unos años el proyecto de escribir un guión sobre Cravan, y que a raíz de la presentación se había reencontrado con el personaje”.
Como un boxeador que entrena con su sombra, Nicotra busca en las sombras de otro boxeador y poeta, que son prácticamente todo lo que queda de él: una silueta filmada y una imagen luminosa y borrosa en plena acción, registrados por los hermanos Baños, pioneros del cine español. Esos minutos de película registran una instancia previa al combate de Cravan con el campeón del mundo, el norteamericano Jack Johnson. Encuentro al que, se dice, el boxeador dadá habría concurrido borracho. “Lo de los Baños son dos minutos de filmación –cuenta Lacuesta–. Para mí fue muy emocionante encontrarlo, porque sabía que existía, había visto fotogramas sueltos, pero nunca había visto la filmación entera. Es una filmación hecha durante el entrenamiento. Parece casi cómica, con el boxeador que pega como en una película de Chaplin; luego hay tres segundos o cuatro en los que aparece Cravan a contraluz con su mujer, casi como si fuera el Frankenstein de la película de James Whale. Es tan grande... A mí eso me fascina: hay un momento en el que no sabes si la va abrazar o la va a agarrar por el cuello, y es como una silueta que está punto de desaparecer ya del todo. Que esa sea la última imagen de registrada de Cravan, los últimos segundos, rodados en Barcelona, es una cosa que me conmueve muchísimo”.
Por eso la ubicás al final de la película...
–Estuve buscando la filmación del combate durante mucho tiempo, hasta que me di cuenta de que no existía, que ya había desaparecido definitivamente. Entonces busqué material de principios de siglo, los guantes de combate de los años 10, y de la Federación de Box me mandaron al decano de boxeo en Cataluña, que es un hombre de 94 años, y estuvimos charlando durante horas. En un momento me ofreció su libro sobre la historia del boxeo. Cuando me lo trae, descubro que en la portada está el combate de Cravan contra Johnson. Acaso sea él la única persona que ha visto a Cravan y todavía lo recuerda.
Entre acto final
Breton lo reivindicó cuando ya llevaba unos años desaparecido, pero -explica Lacuesta– “luego comienza a quedar olvidado, y en mayo del ‘68 Guy Debord, el autor de La sociedad del espectáculo, vuelve a reivindicarlo; debe ser un poco por esa capacidad mítica que tiene, que permite recrearle, por esta cosa que tenía de luchar y hacer las cosas con mucho humor y mucho espíritu iconoclasta”. Pero tal vez su primer homenaje fuera el que le rinde Entreacto, el corto surrealista de René Clair(coescrito por Francis Picabia, 1924), según una aventurada hipótesis que circula y que lo interpreta de manera directa como una película sobre la desaparición de Cravan. Hipótesis que, por otro lado, Lacuesta está dispuesto a tomar en consideración. “Hacen Entr’ acte cinco años después de la desaparición de Cravan. Cuando volví a verla me di cuenta de que había unos guantes de boxeo y un barco de papel que iba a la deriva por el mar, tal como decían que Cravan había desaparecido cuatro años antes; que estaban sobreimpresionados unos ojos sobre el mar, que había un ataúd, que todos están buscando en el ataúd ese cadáver que nunca aparece y cuando el ataúd se abre aparece un mago y hace desaparecer a todos y se hace desaparecer a sí mismo. Picabia era en Barcelona el único amigo que tenía Cravan, y toda su vida había sido así: nunca sabremos qué es cierto, qué es real, pero a mí me parece que es tan válido buscar a Cravan en cosas así como buscarlo en un periódico de la época, en el que te encuentras que Cravan era campeón de Europa, cuando tampoco lo era”.
Mina Loy estuvo aquí, y también Duchamp...
–Le habían recomendado Buenos Aires como un lugar más seguro. Se lo había recomendado Duchamp y esa colonia artística que se ha trasladado de país en país en los años de la guerra, que pasaron de Barcelona a Nueva York y de ahí a Buenos Aires, menos Cravan, que se va a México, en el momento de la revolución.
¿Qué papel juega la necesidad económica en la vida de Cravan?
–Tanto como en la vida de cualquiera. Al principio, mientras viajaba por todo el mundo vivía de rentas familiares. Luego, en París se dedica a vender cuadros, y vive como puede. Y al final de su vida pasa muchas penurias económicas. Hoy, sus cuadros y sus carteles de boxeo se cotizan. Hay gente que dice que lo vio en Perú dando clases de boxeo, y hay otra historia que es la que cuenta el nieto de Wilde en la película, que dice que reaparece en París en los años 20. Hay otra que dice que aparece la policía montada en Rio Grande y lo acribillan a balazos, otra que lo apuñalan en un baile. O que se va con la barquita mar adentro y realiza una performance histórica, en la cual se va remando y remando hasta desaparecer por completo.