Dom 23.12.2012
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MúSICA > MARIANA BIANCHINI, SOLA Y EN BANDA

Mi otro yo

Desde hace trece años, Mariana Bianchini lidera Panza, una banda poderosa que la transformó en una grandiosa rockera de rodillas ensangrentadas. Al mismo tiempo, cultivó una carrera solista que, desde la lírica y la música, exploraba su feminidad de manera no convencional. Ahora, acaba de editar Indisciplina, tercer trabajo solista con las Bailarinas Anarquistas, una banda toda de mujeres. Y entra a grabar el nuevo disco de Panza justo cuando su embarazo la mantendrá en un breve período de calma antes del próximo estallido.

› Por Micaela Ortelli

¡Acelerar! Con un buen disco detrás/ ¡Vuelvo a empezar! Sé que me puedo reciclar/ ¡Más, quiero más! Voy a empezar a portarme muy mal. El estribillo de “Ruta al Infinito” pinta a Mariana Bianchini de cuerpo entero: tres líneas perfectamente aplicables a su historia, cantadas con un alarido áspero que de un momento al otro se suaviza hasta la exquisitez. Esa voz que ya es un clásico –de esas que dan ganas de imitar y no sale–: una de las mejores voces femeninas del rock nacional. La canción pertenece a Indisciplina, su tercer disco solista, que salió este año. Ahora Mariana entró a grabar el próximo material de su banda Panza, que ya tiene tanto como tiempo de vida en el under porteño: 13 años, cinco álbumes –el último es triple, un EP y un DVD doble–. Después se dedicará a “empollar”: nada de saltos y revolcadas en el escenario para la Bianchini hasta que nazca su segundo hijo –hija en este caso–.

Mariana es hija de Roberto, el bajista de Billy Bond, y hermana de Sebastián, que toca el mismo instrumento en Arbol. Tiene 36 años y se crió en una casa llena de rock de Villa Pueyrredón. Ahí cantaba temas de Los Beatles con el padre, participaba de las zapadas entre amigos en el living, y más adelante, de los ensayos de la primera banda de Sebastián. Fue entonces que la música dejó de ser para ella un mundo íntimo y familiar que a los 14 la llevó a pedir clases de canto para seguir los pasos del hermano mayor. Mariana se enamoró del cantante de esa banda – “de su control sobre todo, la música, su cuerpo”–, y al hacerlo, cargó al rock como lo conocía de lo que faltaba para que terminara de ser tal: energía erótica. Ahora Mariana no quería solamente aprender a cantar; ahora quería cantar con él como Kate Pierson con Iggy Pop en “Candy”, quería ser la versión femenina de Mike Patton, quería ser rockera.

La banda se desintegró y el chico desapareció de la escena sin pena ni gloria. Mariana empezó a hacer canciones punk con el hermano y unos amigos de la infancia; formaron Hipnotiko y se divirtieron durante casi tres años haciendo shows temáticos, o simplemente sacados, en distintos antros de la ciudad. Los conocidos no entendían qué le pasaba a Mariana, una chica tranquila normalmente, cuando salía a tocar: “Sentía que había que patearle la cabeza a la gente; hasta que no me sangraban las rodillas no paraba”, recuerda ella, que en ese momento creía que por ser mujer tenía que demostrar que se la bancaba el triple que un hombre: “Para ser respetada, aceptada como música de rock y no que te vean como la banda de la minita. Pasé muchos años necesitando ir al extremo por eso”, dice.

Hipnotiko compartió una fecha con la banda hardcore Porco, y una entrevista con su guitarrista, Sergio Alvarez. Al tiempo, deshechos los dos grupos, Sergio y Mariana, además de enamorarse, componían juntos las primeras canciones de Panza. El primer disco, Sonrisas de plastilina, es del 2000. La banda solía tocar en templos como La Luna, Cemento y Salón Puyerredón, e impactaba con sus shows rústicos, catárticos y ruidosos, en los que Mariana no se lastimaba sólo las rodillas. Su voz estaba entrenada para cantar tango, folklore, jazz, pero no rendía para cantar rock en lugares bajo presupuesto: como no se escuchaba, Mariana gritaba. Así y todo, disfrutaba subirse al escenario más que cualquier otra cosa: era la reina del universo, o mejor, la reina del metal. Por eso en adelante se ocupó de dos cosas: tratar de entender por qué se sentía así –grande, poderosa– cantando rock, y buscar la forma de hacerlo sin dañar las cuerdas vocales. Encontró una que, eventualmente, la hizo dejar de lastimarse por completo.

Se trató de la Speech vocal technique (o Speech level singing method), del estadounidense Seth Rigss –instructor vocal de Stevie Wonder, Ray Charles y Michael Jackson, entre muchos otros–, que Mariana aprendió con el libro Singing for the Stars. En sus palabras, es una técnica enfocada en el decir y el sentir más que en el cantar, que enseña a hacer los gritos del rock (growlings, voz de pecho, rasposa, rota) sin que duela. “Si en un momento la letra me lleva a prenderme fuego, a ser un animal, tengo la técnica para lograrlo”, dice ella. El proceso fue largo, pero así como finalmente logró relajarse y confiar en el rendimiento de su voz, también dejó de dar examen arriba del escenario –incluso ante sí misma– y pudo disfrutar: “Entendí que en el escenario está permitido el juego, que ahí soy otra vez la nena que cantaba enfrente del espejo y quería ser Súper chica”.

Con el apoyo e insistencia de Sergio, Mariana lanzó su carrera solista en simultáneo con la de Panza. Su primer disco, Post Incubadora, es de 2003; y el segundo, Bú, de 2009. En el primero cantaba sobre abandonar la comodidad del hogar, la casa familiar, la adolescencia en definitiva; en el segundo, sobre la maternidad (Iván nació en 2007) desde un costado visceral y no ideal. El gran quiebre del tercero no fue la temática sino que, por primera vez, Mariana trabajó con mujeres (al disco lo firman Mariana Bianchini y las Bailarinas Anarquistas): “Me crié entre varones y me acostumbré a trabajar con varones; sentía que me faltaba hacer música con mi género”, dice.

Indisciplina es un álbum pop-rock clásico y amable, con gran participación de la pianista, Carolina Caratti (a la banda la completan Camila Beskin en bajo y Alejandra Moro en batería). La única distorsión acá es creada por la voz siempre infernal de Mariana, esta vez a cargo de la guitarra y, por lo tanto, más contenida en el escenario. Las letras son amplias y sencillas, y mantienen cierta idiosincrasia feminista, como “Manifesta”, la bellísima apertura: Acá no hay un orden, no hay quien manda y quien responde/ Igualdad de roles, no queremos directores, ¡Anarquismo ya! Mariana habla del disco con cariño, como quien se alegra de algo que quizá no vuelva a tener oportunidad de hacer: “Me permití ser más rosa, y me parecía que ese costado lo podía explorar mejor con una banda de mujeres, pero nunca me lo termino de creer mucho”, se ríe. Para que no digan que la Bianchini se ablandó.

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