Domingo, 27 de enero de 2013 | Hoy
MúSICA > DANIEL MELERO: ENTREVISTA Y REEDICIóN EN BOX SET
Con más de quince discos editados, cada uno diferente al otro, dúctil, ecléctico y productor de todas las épocas, Daniel Melero es una de las figuras más influyentes del rock nacional. Y parte de su prestigio y vigencia tiene que ver con decisiones como la que acaba de tomar con Cuadro, el box set recopilatorio que acaba de lanzar con el método de crowdfunding por Ultrapop: se trata de la reedición de cuatro de sus discos de los años ’90 (Cámara, Rocío, Piano y Tecno) sin remasterizar, gesto que respeta las virtudes, errores e historia de los discos. En charla con Radar, Melero habla de qué siente cuando lo llaman el Brian Eno argentino, de su inquieta búsqueda estética y de por qué a los 55 años sigue siendo el artista que deslumbra a los músicos más jóvenes.
Por Micaela Ortelli
Daniel Melero está irreconocible sin anteojos. Ocupa el lugar junto a la ventana de una mesa en un restaurante de pescados y mariscos de Recoleta. Lo acompañan su manager y Diego Tuñón, de Babasónicos. Hablan de una casa –Daniel cuenta– donde hay tantas obras de arte que parece un museo, o la casa misma una obra de arte. Se oye como la charla que podrían tener Daniel Melero y amigos de sobremesa, en un lugar donde la música tenue y el aire acondicionado suspenden el tiempo, el espacio, el calor agobiante de Buenos Aires en pleno enero. (Pero la entrevista.) Hay una noticia, Cuadro, una caja compilatoria cuádruple lanzada en diciembre; y una trayectoria larga y sinuosa que habla por obra propia (lleva editados más de 15 discos de géneros que van del pop-rock más elemental al ambient y la electrónica) y ajena (produjo bandas de todas las épocas, desde Soda Stéreo y Todos Tus Muertos a los súper actuales Shaman y Los Hombres en Llama y Maniac Mantu). Prolífico como pocos, obsesivamente curioso e inquieto, a los 55 años Daniel Melero es una de las figuras más prestigiosas e influyentes de la música nacional.
Sugiere salir al patio, sentarse en una especie de grada de cemento frente a la fuente. Daniel viste jeans y ceñida remera negra. En adelante, mantendrá la vista al frente; dirá que mira insectos, que la entomología es una de sus grandes pasiones. Se volverá si algo lo hace sonreír, y descubrirá los dientes grandes y separados al reír. Su voz dulce y serena tarda en desvanecerse en el aire espeso.
Esta vez Daniel no tuvo la idea. Cuando a fines de 2011 Ultrapop le propuso lanzar un box set retrospectivo, apenas había aparecido su último álbum, Supernatural. También fue idea de los directivos del sello probar una forma de financiamiento alternativa, el crowdfunding: se anuncia el proyecto y los que quieran apoyarlo pagan su ejemplar por adelantado; a cambio, sus nombres aparecen en los créditos finales de la obra. (Los que no aportaron consiguen igualmente Cuadro en cualquier disquería, claro.) Daniel se entusiasmó y puso sólo una condición: no remasterizar nada y aclararlo en la tapa. Cámara (1991), Rocío (1996), Piano (1999) y Tecno (2000) –con sonido original y un agregado inédito cada uno– son apenas cuatro pinceladas en la impresionante discografía de Daniel Melero, si no las fundamentales, sin duda de las más expresivas.
¿Por qué te interesó la propuesta de Ultrapop?
–Me gusta la idea de que estos discos ya descatalogados no sean sólo objetos virtuales, que puedan volver a cobrar vida como discos. En realidad es un proceso natural que los discos que uno hace estén; es menos natural que desaparezcan. Pero hay tanta música que desapareció que bien podría haberme tocado a mí que no se reeditaran más...
¿Por qué estos cuatro?
–En principio porque me pertenecen, soy el dueño de los masters. Pero además son discos que me parecen representativos de la época, que va de comienzos a fines de los ’90. Faltan otros que no me pertenecen, pero están editados y se pueden conseguir, como Travesti. Y faltaría uno que sí me pertenece, pero que no tenía nada que ver en el contexto de estos cuatro, que es Operación Escuchar, uno de mis favoritos.
La mención de estos últimos es justa y elocuente. Travesti (1994) es, para muchos, uno de los discos más decididamente bellos y amables –-transparentes podría decir él– de Daniel Melero. La sola presencia ahí de “Quiero estar entre tus cosas” –línea amorosa, canción entrañable– justifica el elogio, que Daniel recibe, pero del que no se hizo mayor cargo en su momento. Operación Escuchar (1995), el que le siguió, fue un álbum completamente minimalista: tecno, instrumental, exigente y hasta excluyente (lo han catalogado directamente de suicida). Fue una decisión similar a la que había tomado años atrás con Recolección Vacía (1993): Daniel venía de lanzar Colores Santos (1992), un disco extraordinario en conjunto con Gustavo Cerati, y en ese entonces, los amigos le aconsejaban que aprovechara el momento, que no dejara pasar la oportunidad. El se despachó con un disco ambient electrónico, absolutamente extraño para el oído desprevenido, que lo dejó, cómodo, en las pequeñas ligas.
¿Vos los considerás gestos de rebeldía?
–No. Rebelarse es pensarse a través de algo que no te parece bueno y yo no funciono así; lo que no me gusta o no me interesa no es un tema para mí. Cuando hago música no estoy en contra de nada; estoy a favor de los sonidos que me seducen y las ideas que me atraen. Y eso suele variar entre mis discos. Cada álbum para mí es una etapa. Aunque admito que tengan cosas en común, todos mis discos tienden a diferenciarse mucho; eso es lo que me mueve a hacerlos: que haya una nueva búsqueda, otras motivaciones.
Estos cuatro en particular son muy distintos. ¿Estéticamente creés que hay algo que los une?
–Creo que hay un eje en la actitud de las letras. Lo lírico tiene en general cualidades introspectivas muy fuertes. Yo siempre creí que lo que hacía que mis discos tuvieran una fuerza gravitacional propia eran los sonidos; y en Piano, que es casi como un resumen de toda mi obra, me di cuenta de que no, de que eran las melodías y las letras. Ese eje está muy fuerte en estos discos, aunque estén disfrazados de maquinola computada, piano o música lounge del espacio. Al final son todas melodías muy acotadas, muy pequeñas, muy sencillas. Y también son sencillas las palabras. Y creo que también es ése el eje de por qué vuelven a existir ahora esos discos: porque tienen peso específico las canciones.
¿Sentís que alguna adquirió su verdadera identidad al reversionarla sólo con voz y piano?
–Diría que prácticamente todas. Piano sintetiza el recorrido por lo que me interesa más de mi pasado, que es eso de la melodía pequeña acompañada por una letra sencilla y la introspección. Fundamentalmente creo que en Piano las canciones tienen una frescura que las otras versiones, al estar tan elaboradas, pierden un poco. En Piano canto al mismo tiempo que Diego Veiner toca; el disco se grabó y mezcló en 22 horas y media. De aquello que fue muy ajustado, muy trabajado –algunas veces con mucho acierto, otras no–, en Piano hay otro tipo de florecimiento, una mirada mucho más humilde de la música me parece. Yo con ese disco aprendí que podía ser menos pretencioso; aunque nunca fui abarrocado, aprendí que podía haber menos todavía, que se podía sacar más.
Estuviste peleado con Cámara,¿por qué?
–Porque me molestaba mucho cómo lo canté; me parecía que estaba un poquito desbocado, medio gritón. En esa época yo también era bastante más joven, más extremo, me faltaban muchos tonos en la gradación de los colores. Hoy lo veo como un típico disco de artista joven, sin un eje conceptual consistente, ni la falta de eje que me gustaría.
Fue un disco influyente de todos modos.
–Sí, para mi sorpresa, con los años me reconcilié con Cámara a través de otros, porque hay una cantidad de músicos con los que me tocó interactuar que lo consideran un disco seminal; eso me reconfortó. Hay ciertos errores que uno comete dentro de la escala de sus gustos que pueden ser muy positivos; y si pienso que Leandro Fresco se dedicó a hacer música porque escuchó Cámara, como me dijo una vez, se justifica haber hecho ese disco. Creo que sonoramente es muy importante; si lo hubiera cantado mejor habría sido un mejor álbum. Pero bueno, después me di el gusto de cantar mejor.
En Rocío, por ejemplo, ya no hay rastros de la densidad de Cámara: Daniel canta con mucha más suavidad, y los sonidos se diluyen como acuarelas, como si pudiera entreverse entre las canciones. Rocío es un álbum definitivamente cálido y sereno que, según él mismo dice, marca su entrada en la madurez: “Es el primero que no tiene letras histéricas. Es un disco que no trata sobre la pasión sino sobre el amor; en Rocío los sentimientos están en eje, no oscilan”.
A Tecno lo hiciste solo en tu casa, prácticamente con la misma modalidad de hoy en día.
–Sí, fue muy divertido. Me había comprado una computadora y todo lo que hacía falta para poder hacer música con ella. Pero cuando conecté todo ese set de interfaces y me di cuenta de que tenía que aprender a manejar todo un universo de cosas, me aburrí instantáneamente, el primer día. Entré a Internet, busqué instrumentos que fueran libres, y ese día ya estaba haciendo música. Tecno es consecuencia de eso; la única tecla que apreté para hacerlo fue la del mouse. Fue similar a lo que me pasó con la primera profesora de guitarra: yo pensaba que era por ese lado y fui, pero no era y agarré por otro.
El episodio y la etapa a la que se refiere están bellamente narrados en Ahora, Antes y Después, el libro que surgió de las charlas que mantuvieron Daniel y el periodista y escritor Gustavo Alvarez Núñez entre el ’99 y 2001, y que finalmente editó Derivas el año pasado. A los doce años Daniel empezó clases de guitarra y era tan malo que la maestra lo apartaba del grupo: “Yo estaba equivocado ahí; yo creía que estudiar guitarra era otra cosa, que la música era otra cosa. Y me tuve que generar otro camino. A mí me alcanzó saber cómo se afinaba la guitarra, para usarla afinada o no”. Como nunca dudó de que se dedicaría a la música, sus primeros instrumentos fueron una consola y dos grabadores. No es casual que además de pionero de la electrónica en el país con Los Encargados, a Daniel Melero le digan el Brian Eno argentino: “Pertenecemos a la camada de artistas que se desarrollaron con la cinta. La música grabada se transformó en un material plástico que uno puede cortar, pegar, dar vuelta, borrar una parte... Y ésa es una característica de la pintura. Por eso yo pienso mucho en términos pictóricos cuando hago música, en trazados, rugosidades: pienso la música plásticamente”.
¿Por eso Cuadro se llama así?
–Algo así. Estos discos para mí son como cuadros porque están estáticos. Como no los remastericé, suenan con la mácula que tenían en su época. Y aunque la música, a diferencia de la pintura, se desarrolla en el tiempo, ese desarrollo acá está idéntico, no está aggiornado. Y eso me parece que es lo más lindo que tiene esta edición: el respeto por la virtud y el error y el peso histórico de los discos. Si yo hubiera suavizado Cámara, habría dejado de ser ese disco; sería como haber reescrito un libro.
¿Y los addendums?
–Son temas que me resultaron redundantes en su momento, pero que ahora está bueno que estén. Porque aunque no formaron parte del error en sí mismo que fue el disco, de alguna manera se ve un poco más de la zona por la que estaba trabajando; y eso sí me parece un valor agregado mucho más interesante que cambiarles el sonido a los álbumes.
2012 fue un año de reconocimientos para vos: además de Cuadro, salió el libro de Gustavo, cerraste el Festival Emergente... ¿Cómo vivís el interés de los más jóvenes por tu música y tu persona?
–Este año que pasó me llevé varias sorpresas en ese sentido. Babasónicos me hizo un homenaje en México, donde hay un solo disco mío editado, y al primer acorde de “No dejes que llueva”, todo el estadio se puso a cantarla. También en la gira por el interior del país me encontré con que hacía años se había construido un interés apropiado por mí, no de antihéroe, porque no lo soy. Pero particularmente me atrae mucho que me siga escuchando gente de mi edad porque eso quiere decir que supe evolucionar en mis conflictos. Porque me parecen patéticos los cantantes de 40 o 50 que cantan cosas de un pibe de 18, cuando uno de 18 sabe que eso no lo representa. Yo siento que, afortunadamente, ese tipo de errores los gambeteé; y eso tal vez es lo que hace que la gente joven me venga a escuchar de manera genuina.
Daniel Melero presenta Cuadro el 20 de febrero en Espacio Cultural Julio Le Parc, Mendoza; y el 8 de marzo en Sala Siranush, CABA.
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