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Domingo, 3 de agosto de 2003

CINE

Canción animal

Militó en el cine de vanguardia de fines de los ‘60. Fue montajista de Hugo Santiago y compaginó La película del rey, de Carlos Sorín. Después, gracias al documental, se metió en mundos exóticos. Primero fue el de los levantadores de pesas; luego, la larga temporada argentina de Witold Gombrowicz. Ahora les toca el turno a sus tres grandes amores: el cine, los burros y el dos por cuatro. Alberto Yaccelini –anclado en París desde 1973– vuelve a Buenos Aires a estrenar Volvoreta, la historia de una bella alazana que amenaza con llevarse el Gran Premio de Diana, máxima competencia del circuito hípico parisino.

Por Horacio Bernades

“Se puso las medias celestes y los tacos altos”, suspira extasiado el narrador en off. “Usa zapatos con plataforma. Está linda como un sol. Si fuese mujer sería rubia”. La de los zapatos con plataforma es Volvoreta, una alazana hermosa que tiene una mancha blanca en la frente, gana carreras sin esforzarse y es la gran favorita para llevarse el Gran Premio de Diana, máxima competencia de su categoría en el distinguidísimo circuito parisino. “Éste es uno de sus zapatos, que me regaló el herrero y hasta el día de hoy conservo celosamente”, dice el narrador, y vuelve a colgar la herradura sobre la pared.
Durante los diez días previos al gran premio, Alberto Yaccelini -cineasta y montajista argentino largamente radicado en Francia– siguió de cerca los percances y la espera de ese momento culminante, que podía llegar a convertirse en la víspera de la consagración. No sólo de Volvoreta sino también de su entrenador, el argentino Carlos Lerner. El resultado de ese estrecho seguimiento es Volvoreta, el documental de una hora de duración que a partir de mañana ocupará la pantalla del Centro Cultural Ricardo Rojas, todos los lunes y jueves de agosto.
Documental y poema de amor equino, épica criolla con final de tango y nostalgias del exilio, Volvoreta –escrita, filmada, fotografiada y narrada por el propio realizador– reúne lo que parecerían ser los tres berretines de Yaccelini: el cine, los burros y el dos por cuatro. En todo ello parecería cifrarse esa búsqueda de identidad que todo expatriado suele perseguir hasta la exasperación. “Me identifico con él porque es argentino”, dice desde el off el narrador, refiriéndose al entrenador de Volvoreta. “Y porque en el enfrentamiento del chico contra el grande, uno enseguida elige su bando”. De acuerdo con lo que permite ver la película, el de Lerner es un bando en el que se habla castellano, se silban tangos (aunque a bordo de un Mercedes Benz, convengamos), se toma mate y se usan gorritas con los colores celeste y blanco.
El otro es el bando de los grandes criadores, que dan sus caballos a entrenar a la casa Chantilly y son propietarios de firmas como Chanel. Esos que, cuando una potranca local gana una carrera, ven en ella “el triunfo del lujo y la belleza francesa”. “Sin que llegue a hacerse nunca demasiado manifiesto, la película establece un diá-logo secreto con esa vieja fantasía porteña de romperles el culo a los franchutes”, reconoce Yaccelini ante Radar.

¡Qué yegua, hermano!
A las estrofas de “La Marsellesa”, que la televisión hace oír en el momento de la victoria patria, Yaccelini opone unos compases de “Cuesta abajo”. Como si la película entera fuera un tango, Volvoreta está narrada desde la ausencia del objeto amado. Lo primero que se ve y se oye es una foto de la yegua que vuelve locos a los hombres, y sobre ella la voz del narrador pronunciando en francés: “Ya no veré más a Volvoreta, ahora sólo me queda su recuerdo...”. De estirpe de campeones y sangre española, tras su meteórico ascenso al cielo burrero, la hija de la yegua Robertilla ha sufrido un accidente que la dejó para siempre fuera de las pistas, y no volverá a correr.
Pero lo que importa está en el pasado, hace tres años, cuando el mundo del turf se rindió a sus pies y la alazana bautizada “La cortadora de césped” (por su tendencia a agachar la cabeza una vez lanzada) compitió con todas las de ganar en el Prix de Diana. Ése es el momento único –la inminencia de la gloria– al que es invitado a asistir el espectador de Volvoreta. Alguien a quien –aunque en su vida haya visto un caballo– la voz del narrador le contagiará una indefectible pasión. Pasión erótica, cómo no. “Me parece que Carlos está enamorado”, dice en un momento la voz en off refiriéndose a Lerner. Y por si quedara alguna duda, enseguida el entrenador habla de su potranquita: “Con una yegua como ésta uno puede soñar. Es buena, entrañable, se hace querer”. Si al entrenador se lo oye platónico, el narrador suena bastante más lúbrico. “Viéndola tomar su baño de espuma, desnuda, me siento un poco voyeur. Y me doy cuenta de que yo también empiezo a encariñarme.” Brrrrr. El resto es suspenso, frente a la inminencia del día D (¿D por Diana?). Desobedeciendo prolijamente el canon hollywoodense, Yaccelini no hace crecer el suspenso mediante la aceleración sino todo lo contrario, dilatando más los tiempos de la espera cuanto más cerca está la definición. Hasta que al final cruzan el disco y ...
¿Ganará la favorita de todos o una vez más se verificará que, como sostiene la voz en off, “las buenas historias siempre terminan mal”? Ah, el tango...

El extranjero
“Me hice burrero en Francia, aunque ya había contraído el virus en Argentina”, comenta Yaccelini. En verdad, Volvoreta no empezó con Volvoreta sino con Carlos Lerner, su entrenador argentino. “Siempre quise hacer una película sobre él. Lo conocí cuando todavía trabajaba como peón de cuadra. Me cayó simpático, era nativo de la provincia de Santa Fe, como yo. En ese momento me dijo que algún día iba a llegar a entrenador. No le creí, porque en Francia el ambiente del turf es súper exclusivo. Cuando logró instalarse se ganó mi respeto, porque lo logró a puro tesón. Seguí su carrera durante años y me ponía muy contento cuando ganaba. Sobre todo, claro, si yo le había apostado al caballo de él. Cuando supe que tenía un crack y que lo iba a hacer correr el Prix de Diana me dije a mí mismo que ahí estaba la película que andaba buscando.”
Actualmente Yaccelini rueda en la Argentina un documental sobre carreras cuadreras y otro sobre esa extraña experiencia que son las películas comunitarias de ficción que se filman en Saladillo, provincia de Buenos Aires. Nacido en el ‘45, el director emigró a Francia en febrero de 1973, un mes antes de que Héctor J. Cámpora ganara las elecciones. “Me fui porque quería conocer mundo y porque encontraba que por estos lares la atmósfera se había puesto un poco pesada. Elegí Francia porque Hugo Santiago me había prometido que yo montaría su primera película francesa. Y cumplió.” Formado en la escuela de cine de La Plata (donde conoció a Carlos Sorín, que lo llamaría más tarde para compaginar La película del rey), hacia fines de los ‘60 Yaccelini se vinculó con el cine de vanguardia que se hacía aquí por entonces. Fue asistente de compaginación de Invasión (Hugo Santiago, 1969) y montajista de Puntos suspensivos (Edgardo Cozarinsky, 1970) y El destino (Juan Batlle, 1971), además de aparecer como actor en La familia unida esperando la llegada de Hallewyn (Miguel Bejo, 1971).
Ya instalado en Francia –donde hasta el día de hoy se sigue sintiendo extranjero–, Yaccelini montó para Hugo Santiago Les autres (1974) y Écoute-voir (1978). Desde entonces vive de su actividad como montajista, sobre todo en documentales. Producida por la televisión de cable, Volvoreta es su cuarta película como realizador. Las anteriores fueron el corto Le péril rampant (1982), que su autor define como “el octavo episodio de un inexistente serial de los años ‘40”, y los documentales La force (1996), sobre levantadores de pesas, y Gombrowicz, la Argentina y yo (1998), que pudo verse en alguna edición del Festival de Cine Independiente y en un par de meses ocupará el espacio de “La película del mes” en el Malba.

Volvoreta, de Alberto Yaccelini. Todos los lunes (15 hs) y jueves (22 hs) de agosto en la sala Batato Barea del Centro Cultural Ricardo Rojas
(Corrientes 2038.

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