PERSONAJES
Una gatita entre leones
Es sobrino de Pepe Arias y desde hace años que trajina el mundo del espectáculo. Fue productor de Susana Giménez, trabajó junto a Cris Morena, escribió para Antonio Gasalla y actuó con Fernando Peña. Pero el batacazo le llegó con Kaos: ahí inventó el notero gay suelto entre hinchas de Boca, fanas del automovilismo y militares y hoy Ronnie Airas puede darse el lujo de decir que conduce “el primer micro gay de la TV argentina”.
POR MARIANA ENRIQUEZ
Ronnie Arias se está mudando. Tiene todos los libros y su colección de películas en cajas, y un departamento que lo espera en 9 de Julio y Avenida de Mayo. Deja en la casa vieja un collage que decora la cocina, tapas de revistas Time de los años ‘70 hasta hoy; lo que sí se llevará es un corazón enorme de tela, que cuelga en el living. Aunque se levantó a las seis de la mañana –estuvo trabajando en uno de sus micros para Kaos–, está fresco y acelerado, pero también tranquilo, mucho más de lo que puede esperarse dada la crisis que provocó en su programa la internación de Juan Castro, de la que no hablará porque total lo está haciendo todo el mundo. Además, él tiene mucho para decir.
Un rato de charla con Ronnie es un torbellino de nombres famosos y viajes. Es sobrino de Pepe Arias. De chico, hizo comerciales televisivos para Pepsi. De grande, fue amigo de Divina Gloria y Batato Barea y formó parte de Los Peinados Yoly. Después vivió en Estados Unidos y Londres, y cuando volvió a Buenos Aires sin un peso a principios de los ‘90, empezó a trabajar en la FM Energy junto a Bebe Sanzo, haciendo columnas de cine; entonces comenzó a armar su personaje camp. Pero tardó bastante en mostrarlo, porque pasó mucho tiempo detrás de cámara: escribió guiones para Antonio Gasalla, fue productor de Infómanas, trabajó con Cris Morena en Jugate conmigo y con Fernando Peña en teatro, y durante muchos años produjo los juegos de Susana Giménez. Hasta que en el 2001 tuvo la posibilidad de conducir un programa de cable en Miami y dejó todo. Fue una mala jugada: en enero de 2002 le avisaron que el programa se levantaba, dada la debacle económica latinoamericana. “Me encontré de la noche a la mañana en bolas: de ganar miles de dólares en Miami a no tener nada de nada. Entonces me llamó Rubén Vivero, a quien conocía porque era productor de Antonio Gasalla, y me dijo que Juan Castro iba a hacer un piloto. A mí no me parecía. Le dije: ‘Ay, justo con Juan, él es muy estrella, mucho puto junto’. Pero Vivero insistió: me pidió que por favor fuera porque a Juan le gustaba lo que yo hacía. Yo accedí, pero le aclaré que jamás iba a hacer notas a la calle. No quería ser notero. Para mí el notero había muerto con C.Q.C. Pero la verdad, no tenía otra cosa que hacer. Hice el piloto, pero como estaba a la deriva, Rubén me dijo que tenía que ir a la calle. Me puso un productor, Carlos Pauluc, que armó el personaje que se ve. Y le encontramos la vuelta para hacer un notero diferente”.
¿Cómo es ese personaje?
–Pauluc venía con la cabeza muy C.Q.C. y yo con la cabeza muy gringa. Él quería que fuera más irónico, pero yo le decía que no: la loca es tonta. Yo no soy más vivo que nadie, no quiero pasar a nadie. Lo único que quiero es decir lo que se me canta y ser gracioso. Él empezó a trabajar con esa idea. Al principio grabábamos siete tapes de treinta minutos por nota. El primer chiste gay fuerte fue cuando le pregunté a un nene en una exposición militar: “¿Vos qué te comprarías de todo esto?” y el pibe me contestó: “El camioncito”. Yo miré a cámara y dije “Ay, yo me quedo con la bala”. Fue el primer indicio; como funcionó con la gente, fuimos para ese lado. Todo está muy pensado, desde lo que me pongo hasta la música, usamos mucha música de comedia italiana de los ‘70; si tengo que ir a cubrir los festejos de Boca, me pongo un tapado blanco hasta el piso. Tratamos de que cada nota sea una piecita. Y yo tengo que hacer reír. Ésa es mi función. Si aparte de eso podemos meter ideología, mejor. Lo que buscamos es pensar qué haría una loca en situaciones y lugares muy heterosexuales.
¿Tenés alguna respuesta de la comunidad gay?
–No, porque no tengo mucho contacto con el ambiente gay. En algunos lugares sé que están contentos, en otros sé que piensan que es una mierda lo que hago, que denigro la calidad del ser homosexual mostrando una maricona quemada. Pero mi personaje es verdadero: a la loca flamboyant la ves en todos lados. A mí me encantaba Hugo Arana haciendo de Huguito Araña, y ése era un puto desagradable, pero era un megaputo de la vuelta de tu casa. Seamos sinceros. Huguito Araña era espantoso, se les tiraba a todos, pero era real. Me siento hijo de Huguito Araña. Hay que reconocerque esa loca existe. ¿En cuántas fiestas te encontrás con una loca con unos colores tremendos y le decís “pará un poco, puto”? Que ahora los putos quieran ser más masculinos me parece divino, pero hay que reconocer que existen las locas, y que de ninguna manera es denigrante. Lo gracioso es que las que más se quejan son las más locas. Yo pinto algo que existe: si no, la gente no se cagaría de risa, porque estarían viendo algo que no entiende. Ronnie Arias es el puto de a la vuelta de tu casa.
Muchos consideraron que tu cobertura de la Marcha del Orgullo Gay fue frívola. ¿Te molesta esa opinión?
–¡Pero si la marcha es frívola! Si no, que las maricas vayan vestidas serias y con una pancarta, no besándose y todas montadas. Ser gay es un show. Bancate ese defecto. Lo que uno hace con la marcha es ponerle a la gente en la jeta lo que hacen las locas, los putos, las travestis, los transexuales, las lesbianas; es darles un cachetazo. En la marcha, un pibe me dijo que debería denunciar que la unión civil aquello, que esto, que el otro. Le dije: “No me rompas las pelotas”. Yo fui a hacer lo mismo que estaban haciendo ellos. La unión civil se pelea en otro lado. Me jodió un comentario que salió en un diario. Decía: “Todo estaba bueno hasta que Ronnie preguntó ¿Cuándo fue la primera vez que te dijeron puto?”. Y para mí eso es muy importante. Yo me acuerdo de la primera vez: ni siquiera sabía qué era ser puto y ya se me notaba. El gay sabe muy bien eso, y es una de las cosas que te va a marcar de ahí en adelante. Si bien yo mostraba lo frívolo, también preguntaba eso. Nadie se sintió ofendido. Además de mostrar a las mariconas, estaba diciendo que la primera vez que te gritan puto no te la olvidás más, porque es la primera discriminación.
¿Alguna vez tuviste una situación violenta en la calle con Kaos?
–Lo más grave que me pasó fue cuando me presenté al casting de Camino a la gloria, el reality de fútbol de Pergolini. Yo caminaba frente a doce mil personas y todos me gritaban “puto”. Y fue fuerte. Decidí levantar la mano, saludé como la reina de Inglaterra y me ovacionaron. Creí que había zafado. Pero cuando entró Mario también le gritaron puto. Ahí caí: más de tres chongos juntos o se cagan de la risa o te verduguean. No era contra mí: cualquiera que se cruzase iba a ser puto. No fue una experiencia tan jodida. A veces por ahí empujo demasiado una situación y el tipo me dice basta, pero eso no lo ve la gente, ni me parece agresivo. Nunca tuve una agresión directa, ni física ni verbal. Estuve en la cancha, en la popular, y no pasó nada. Y hay que meterse ahí.
¿Te preocupa mucho la imagen?
–Cuido mucho el tema de la pilcha, desde siempre. Ya era chico y salía con mamelucos con cajitas de fósforos abrochadas. En tele lo más importante es lo que se ve. La imagen es todo. Yo siempre pensé que mi personaje tenía que vestirse de determinada forma. Invierto mucho en ropa para el personaje: la ropa que se ve en la tele es toda mía. Algunas marcas me dan, pero trato de comprar, porque me gustan que los trajes me queden entallados y eso lo tenés que pagar.
¿Y te obsesionás con el físico?
–No se me ha caído el culo, pero tengo etapas en las que quedo como Maradona, con la panza para adelante y sin cuello. Ahora, por ejemplo, con los nervios me estoy comiendo todo. Pero creo que si tuviera mejor pija no me preocuparía tanto. Mi pija está muy bien, pero si tuviera un monstruo ni me preocuparía por los bíceps. Y si fuera más bonito, creo que dejaría de cuidarme. Pero cuando sos una enana del montón tenés que mantenerte bien. En los momentos de desastre me miro al espejo nada más que la cara, no entro en detalles, si total no puedo hacer nada salvo que me faje. También tengo que cuidarme por el personaje, que requiere mucho movimiento: quiero seguir jugando a Los Angeles de Charlie entre los milicos.
A Ronnie Arias le gustaba la televisión desde chico, pero siempre se imaginaba en cámara, nunca atrás. “Después me di cuenta de que es mucho más satisfactorio el laburo detrás de cámara. Adelante te conoce la gente,pero atrás sos el que dice lo que se hace, sos el que manda.” Ahora, sin embargo, se puede dar el lujo de decir que conduce el primer micro gay de la TV argentina y que parte del éxito de su trabajo en Kaos tiene que ver con no haber parado de trabajar desde la adolescencia, en radio, en teatro, en televisión, hasta en periodismo gráfico. Es, además, el conductor de especiales de E! Entertainment Television, desde que, hace dos años, los ejecutivos lo escucharon por radio y les encantó su trabajo. “Me citaron a la tarde en el Buenos Aires News y esa misma noche estaba trabajando para ellos. Fue de locos.” Ronnie Arias tiene mucho oficio y la virtud de estar en el lugar indicado en el momento indicado. “Tuve suerte: siempre trabajé con los mejores.”
¿Cómo es trabajar con Susana?
–Está buenísimo. Es como una nena. Hay que decirle lo que tiene que hacer, y ella hace lo que quiere. Por eso sale lo que sale al aire. Hace lo que se le canta y funciona. Eso es Susana.
¿Y con Antonio Gasalla?
–Con Antonio tuve una relación de amistad porque él me había convocado en la época de los Peinados Yoly para hacer una revista que después no se hizo. Nos encontramos un par de veces a mirar películas, porque colecciono películas y siempre tengo material de lo último. En un momento yo hacía radionovelas y él me pidió que hiciera algo así para su programa. Así nació “Noemí la mujer Yogur”, que yo escribía. Tuvimos muchos problemas, porque él lo veía de una forma, yo de otra y José Luis Maza, el director, de otra. A mí me sirvió muchísimo y a Antonio le dio una onda Dr. Mabuse. Pero fue un trabajo muy duro.
¿Y con Fernando Peña? ¿Hay una retroalimentación entre ustedes?
–Fernando es mi amigo y con él tenemos una relación Gasalla-Perciavale. Fernando es Antonio, claro está. Él tiene un trabajo de observación, es un gran artista. Yo soy un entretenedor, un host. Podría hacer un trabajo dramático, pero soy básicamente un creativo. Fernando hace un personaje desde que se levanta hasta que se acuesta. Que esté loca es un problema aparte. Que no tenga fin eso que hace, es otro tema, pero es un artista. Yo soy un buen puestista, estoy en otra escala del show-business. Fernando me dio la posibilidad de hacer lo que yo quiera con sus personajes. La Mega, Sabino, Dick, todos nacieron en un show que teníamos juntos. Y me dio la seguridad para no sentirme avergonzado por ser gay; eso fue más importante que cosas que tienen que ver con el trabajo de artista, porque por más que me enseñe, lo que él tiene es un don. En casa, el tema de que yo soy gay se había hablado un poco, se sabía, pero no mucho. En un show estaban mis viejos en el público, hice una entrada como el amigo de Roberto Flores y Fer me dijo: “Ronnie, están tus viejos. Aprovechá que hay quinientas personas y deciles que sos puto de una vez”. No les dio luz de sala, por suerte.
A los cinco años, Ronnie hizo un comercial para Pepsi. “Era un rubio con pelo corte Carlitos Balá que caminaba por ahí.” Su padre era un director de teatro de la década del ‘60; su mamá era bailarina. “Uno de los cinco hermanos tenía que ser artista y supongo que el que estaba más motivado era yo.” Su padre murió cuando Ronnie tenía cuatro años y su mamá quedó viuda a los veintitrés. “Ella conoció a un músico, mi papá de hoy, que estuvo todos estos años con ella, nuevamente alguien muy vinculado al arte. No tenía salida. Éramos bastante pobres, vivíamos en una casa enorme en Villa del Parque y yo tenía un cuarto chico que mi mamá había tapizado con fotos de revistas. A la noche me imaginaba historias con las fotos que veía. No tenía tele en la pieza. Ese cuarto empapelado es el recuerdo más fuerte de mi infancia. Eso y que se me notaba desde chico que era mariquita. Me crié en una casa con cinco mujeres; la pelea era por ver Carmiña o Rolando Rivas. No tenía mucho para elegir.”
A los dieciséis años se fue de casa. Se llevaba bien con todos, pero sabía que tenía que buscar otro camino. Estaba en la secundaria, en plena dictadura militar. “En 1978 estaba en tercer año, fue un momento duro paradarme cuenta de que era puto y empezar a practicar. Empecé a yirar durante el Mundial, por la calle Santa Fe, cuando me fui de mi casa. Era totalmente inconsciente, no tenía noción del peligro. Hasta que me cagaron a palos en Santa Fe y Riobamba porque yo iba con brazaletes de plata, un traje de raso azul y cuello blanco. Pararon dos Ford y lo primero que atiné fue a sacarme los brazaletes. Se creyeron que estaba tirando algo y me cagaron a bollos. Desde ahí me cuidé más.
¿Y en Malvinas?
–Estuve bajo bandera en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. El día de mi baja era el 2 de abril. Me tuve que quedar, y eso que me iba en la última baja, porque como era furriel de compañía no te largaban ni en pedo. En la Escuela estaban todos los soldaditos que volvían de la guerra, nosotros éramos los encargados de recibirlos.
Habrá sido la época de tu primer novio...
–Mi primera pareja fue un heterosexual traumado. Yo amaba y lloraba. Mis amigos me decían Andrea del Boca. Siempre fui de parejas largas. Me gusta estar de novio. Creo que una pareja gay tiene que ser tu amigo. No se sobrevive sin un amigo al lado. Si garchás está bien; si no, también. No quiero pasión, basta. Con Soy gitano por la tele me alcanza.
¿Tenés nostalgia de los ‘80?
–No. Me gustan los souvenirs de los ‘80. Me divierten como look, como joda, como chiste. Los ‘80 estuvieron bien, pero mejor enterrarlos porque fue una época muy violenta, fue la época en que uno creía, soñaba y se reventaba. Después vino la realidad. Argentina en los ‘80 era poderosa. Pero no extraño nada. Sobreviví. Estoy acá, y estoy divino.