CINE
La cara de Dios
Aunque no revolucionará el cine ni los estudios teológicos, el estreno de Todopoderoso (el nuevo unipersonal de Jim Carrey) es un buen pretexto para revisar las formas en que Hollywood trató (y sigue tratando) de resolverun viejo problema de casting: cómo representar a Dios.
POR MARIANO KAIRUZ
Tal vez lo haga en nombre de la corrección política, pero cada vez que el Hollywood de los últimos años debió representar a Dios en la pantalla, apeló a dos opciones más vale básicas. Por un lado encarnó la célebre expresión a Su imagen y semejanza en criaturas entradas en años, de largas barbas canas y voces gruesas y potentes, tres rasgos suficientes, al parecer, para representar experiencia y autoridad. Este Dios blanco y varoncito es el punto de referencia para los guionistas que se vieron obligados a revisar el identikit divino en la década del noventa, no tanto en aras de una supuesta representatividad –es decir, una típica búsqueda de mercado, que podría haber dado resultados parecidos a los del casting de Dark Angel, la serie futurista y ya perimida de James Cameron, donde la protagonista combinaba porcentajes multiétnicos calculadamente parejos– como de un (también supuesto) giro moderno.
Así es como en Todopoderoso, la nueva película de Jim Carrey, Dios es Morgan Freeman y aparece limpiando el piso de un salón enteramente blanco. A pesar de lo cual, y más allá de los muchos problemas del film –uno de los cuales, no el menor, es que quien haya visto los avances de la película en los cines ya conoce casi todos sus chistes–, esa decisión de casting no parece buscar la sorpresa. Todo lo contrario de lo que hace Dogma, ese sobrevalorado despropósito de Kevin Smith, cuya productora, Miramax, se desentendió de distribuirla en Estados Unidos por la controversia que habría desatado entre grupos religiosos. Todavía inédito en la Argentina, Dogma, que parece querer definir los parámetros de la modernidad hollywoodense, plantea una larga, larguísima historieta sobre dos ángeles caídos (Matt Damon y Ben Affleck) y su periplo hacia el Apocalipsis. Aquí la intervención divina llega casi al final, y lo hace a imagen y semejanza de Alanis Morissette. La intención de Smith es, sí, provocar una reacción de sorpresa: Dios no es sólo mujer; también es una veinteañera y es famosa. Y no es Madonna.
ELLA
Pero no es la primera vez que Dios es mujer. El que busque a Dios en la categoría “personaje” de imdb.com (la visitadísima base de datos sobre cine en Internet) se encontrará con un listado alfabético extenso, un tanto caótico, cuyo único atisbo de organización es una división entre Dios como personaje masculino y como personaje femenino. En esta segunda opción (sí: la Dios viene en segundo lugar, así, sin más), las representaciones divinas a cargo de mujeres se limitan prácticamente al último cuarto de siglo (y se concentran en los últimos diez años), mientras que las primeras encarnaciones masculinas están fechadas setenta años atrás. El antecedente femenino más antiguo aparece en 1978, año de estreno de un telefilm protagonizado por Billy Crystal, Human Feelings, dirigido por Ernest Pintoff, en el que Ella (Nancy Walker) maneja su Creación como un negocio y amenaza con destruir Las Vegas.
El resto de las películas que representan a Dios como mujer son productos de los noventa y del nuevo siglo: en Como caída del cielo (Switch, 1991, Blake Edwards) sólo se escuchaba su Voz, pero era una voz en estéreo, una superposición masculino/femenina. Que no es exactamente lo mismo que un Dios andrógino, pero algo es algo. Sandra Bernhard también se limitaría a aportar su voz en One Hell of a Guy (1998), una comedia romántica prácticamente desconocida en la que Michael York interpretaba al Diablo y Rob Lowe a uno de sus mensajeros. Hay también una versión porno soft de Dios-mujer, Bubbles Galore (1996), con Annie Sprinkle. Las demás son intervenciones en películas tan ignotas como estas dos últimas o incluso más. Y para el 2004 se anuncia Love Hollywood Style, que no suena muy promisoria pero al menos cuenta con Faye Dunaway haciendo de Ella.
ÉL
Hace poco, un artículo de The Guardian a propósito del estreno de Todopoderoso consigna que el de Morgan Freeman no es el primer Dios negrode la historia del cine, y que uno de sus antecedentes es incluso bastante lejano. En The Green Pastures (Marc Connelly y William Keighley, 1936), Connelly adaptó su propia obra teatral –compuesta por una serie de relatos bíblicos dominicales– al código del “habla negra sureña”. En la versión fílmica, el actor Rex Ingram no sólo interpreta a Adán sino también a “El Señó Jehová”, un Dios furioso que castiga las corrupciones cotidianas del mundo rural.
Durante las tres décadas siguientes, lo más común a la hora de la representación divina sería el recurso a la sinécdoque, la parte por el todo: la mano de Dios, pero especialmente su Voz, lo que eximía a guionistas, directores y actores del problema de interpretar la expresión “a imagen y semejanza”. El mismo ardid se utilizaría incluso en las múltiples superproducciones de tema bíblico que hubo entre los años cincuenta y los sesenta: varias versiones de El Arca de Noé, dos célebres de Los Diez Mandamientos (ambas de Cecil B. DeMille), la menos exitosa La Biblia, de John Huston (que humildemente le prestaba su Voz al Creador). En esos mismos años –años de paranoia– se estrenaría un film llamado The Next Thing you Hear, en el que Joe Smith –”norteamericano”– y su esposa y todos los habitantes de su pueblo escuchan una noche por radio a alguien que dice: “Les habla Dios, y estaré con ustedes durante los próximos días”. Al parecer, la película se tomaba el asunto (las diversas reacciones del pueblo ante la revelación radial) bastante a pecho.
Ahora bien: si el Charlton Heston de Los Diez Mandamientos era Moisés pero se parecía bastante a Dios (usaba barbas largas y miradas profundas, y demostraba sus superpoderes con supertrucos), el verdadero misterio del Hollywood bíblico de esos años es cómo no se les ocurrió –sobre todo a John Huston, al menos en los sesenta– elegir al Dios más voluminoso e imponente, al Dios de la voz más grave jamás oída en el cine. ¿Cómo no se les ocurrió elegir a Orson Welles? A Orson, seguro, la idea le habría resultado irresistible.
EL II (APOCALIPSIS AHORA)
En los años sesenta, antes de salir en busca del Coronel Kurtz (que luego, a la manera particular de Marlon Brando, de El Padrino y Superman en adelante, siempre encarnaría alguna forma más o menos disfrazada de Dios), Martin Sheen fue Él en Insight, una serie de televisión producida por la Orden de los Padres Paulistas, que confiaban en la capacidad de esa clase de producciones para vehiculizar la “palabra de Dios”. Pero en los años setenta –con musicales como Gospel y Jesucristo Superstar–, Hollywood sólo se tomaría en serio al Diablo y dejaría el bando de los buenos para la parodia. Ahí empieza la nutrida tradición en la que se inserta el Dios con sentido del humor de Morgan Freeman. Se podría decir que el Padre de Todos los Dioses Graciosos asoma en ¡Oh, Dios! (Carl Reiner, 1977), donde George Burns era el vejete amable que ponía a prueba la fe de un empleado de supermercado judío (el cantante pop-folk John Denver) mediante los trucos más pedestres.
El linaje humorístico de ¡Oh, Dios! era en general europeo. Por ejemplo, El Diablo y los Diez Mandamientos (1962), comedia de Julien Duvivier con Charles Aznavour y Alain Delon, Fernandel hacía el papel de Dios; la italiana El juicio universal, de Vittorio De Sica, con guión de Cesare Zavattini y la voz de Nicola Rossi-Lemeni; o la inglesa Bedazzled (1967), de Stanley Donen, primera versión de Al diablo con el diablo, con Raquel Welch y Dudley Moore. Y hay un caso norteamericano un tanto inclasificable: un año antes de ¡Oh, Dios!, en 1976, una pequeña película televisiva que no lograría mayor trascendencia apostaba a plasmar en la pantalla una de las visiones más absurdas, violentas y surrealistas del Supremo: un Dios que se propone exterminar humanos con la asistencia de ángeles y monjas. El realizador de Angels –tal el nombre de la rareza– era un tal Spencer Compton, cuya carrera, como la del actor queinterpretaba a Dios, David Bryant, es un misterio de proporciones algo menos que místicas.
Respecto de los años setenta, el experto Andrew Greeley (autor de un libro sobre la representación de Dios en el cine) señala que las únicas imágenes “serias” de Dios en celuloide aparecen de manera algo oblicua y suelen ser consideradas materia opinable: ejemplo, el personaje “angelical” de Jessica Lange en All that Jazz (Bob Fosse, 1979). Lo mismo podría decirse del personaje de Ed Harris en The Truman Show, con su parrafada sobre la responsabilidad ante su “criatura” (nuevamente Jim Carrey, esta vez encerrado en un reality show) y sus alusiones al libre albedrío y “La Creación”.
Entre la prole de ¡Oh, Dios! puede citarse cualquiera de las múltiples comedietas de las décadas del ochenta y noventa: El otro Moisés (1980, parodia bíblica a lo Mel Brooks pero sin gracia, con la Voz de un tal Walker Edmiston); Tal para cual, con un Dios furibundo que nunca se llega a ver (pero sí a escuchar, y habla como Gene Hackman) y Negocio redondo (1989), con una casi desconocida Sandra Bullock. Una “heredera” de este linaje poco prestigioso podría ser la flamante Ultrachrist! (2003), de un tal Kerry Douglas Dye (por ahora circula sólo por festivales), con su Jesucristo devenido superhéroe de historieta, descripta por los pocos que la vieron como un episodio de South Park de dos horas. Lo cual es toda una recomendación.
ESTO
Fuera de Hollywood, Dios ya habría servido hasta para hacer algún chiste sobre el imperialismo modelo años noventa: en la película francesa Les sept péchés capitaux, de 1992, Robert Mitchum, que hace de Él y sólo aparece a través de su Voz, es el único personaje que habla en inglés. Conviene obviar las búsquedas místicas de William Shatner en la fase más new age de Viaje a las estrellas (Star Trek V, 1989) e indagar en uno de los pocos rescates “serios” de los últimos tiempos: el que Elías Merhige (La sombra del vampiro) hizo en Begotten (1991), un film gótico que comienza con el suicidio de Dios (Brian Salzberg) y el surgimiento del “Espíritu de la Madre Tierra”. O mejor aun: volver a ver una y otra vez la experiencia más profana y divertida que haya ensayado la televisión norteamericana: South Park, la serie que ha hecho de Jesús uno de los invitados más asiduos. (En un episodio llega incluso a combatir con Papá Noel por el liderazgo de la Navidad.) Extraña combinación animal de mirada estúpida, Dios se hizo presente en el pueblo de los niñitos de cartulina a fines de 1999, en medio de la histeria milenarista, con sus flatulencias y su incapacidad para producir milagros. Sin espectacularidad, ni barbas, ni moralina ni discursos. Sin sexo ni color.