RESCATES > LA NUEVA Y FASCINANTE BIOGRAFíA DE PEARL S. BUCK, GANADORA DEL NOBEL DE LITERATURA 1938
Cuando Pearl Buck abandonó el territorio de la China rural y convulsionada en la que había crecido y vivido hasta los cuarenta años, no sabía cabalmente que acababa de entrar en forma definitiva a su tierra literaria. Con el cruce de Oriente y Occidente, con personajes femeninos memorables, dramas familiares exacerbados y una sexualidad latente y apenas reprimida, se convirtió en la célebre escritora norteamericana que conquistaría el Premio Nobel en 1938. Y sin embargo, después de la fama y la masividad, le llegó un paulatino olvido, sumándose así a la lista de los Nobel expulsados del canon. Pearl Buck, la biografía de la crítica inglesa Hilary Spurling, rescata su obra, y en especial cuenta su atormentada y portentosa vida.
› Por Fernando Bogado
Hay ciertos nombres que se los traga la historia. Se los engulle, los devora: personas que pudieron o no ser exitosas en su tiempo, caen irremediablemente en la nada más absoluta con el paso de muchos o pocos años, y no hay vuelta que darle. A algunas obras de arte les pasa más o menos lo mismo: nos dan la sensación de que no caducan, de que interpelan a la propia eternidad de lo humano, pero en un momento de descuido desaparecen, se pierden, se rompen, se queman, se ocultan, se olvidan. Theodor Adorno compara en Teoría estética a la obra de arte con los fuegos de artificio: encantan y sorprenden a sus espectadores, pero sólo por un tiempo limitado, para luego entregarse a la misma oscuridad de la cual han emergido. Pearl S. Buck, la escritora norteamericana ganadora del Premio Nobel en 1938 y responsable de un conjunto de textos que batieron record de ventas y encontraron tanto la aceptación del público como de la crítica de su tiempo, fue presa de la misma lógica. La súbita conmoción producida por sus trabajos, el interés que despertó en la sociedad norteamericana de entreguerras, está lejos de coincidir con el relativo silencio y distancia crítica que en la actualidad tienen sus publicaciones, pese a constituir una de las obras más relevantes de la literatura del siglo XX a la hora de entender temas tan complejos como la posibilidad de un intercambio o sincretismo cultural entre Oriente y Occidente, o el propio Imperialismo norteamericano que sienta sus bases en los modelos de la religión monoteísta y del desproporcionado esfuerzo de unos cuantos individuos autocatalogados mártires heroicos. La reciente biografía de Hilary Spurling (1940), crítica literaria inglesa, recupera de esa noche del olvido a una de las más intrigantes escritoras que el mundo ha tenido la oportunidad de ver, allá, en ese cielo un tanto cruel y efímero de los grandes nombres de la literatura.
La historia de la familia que Absalom y Caroline Sydenstricker, oriundos de West Virginia, habían conformado partía de una base errónea que su hija Pearl, pese a las advertencias de la progenitora, no haría otra cosa que repetir. Absalom era un misionero fanático que había desembarcado en Shanghai en 1880 junto con su flamante esposa, Carie, con un solo objetivo: convertir a la mayor cantidad de autóctonos posible a la fe verdadera. Ambos eran parte de una Misión Presbiteriana que tenía la intención de instalarse en un territorio nunca antes tocado por los pies de ningún representante de la Buena Palabra: para el futuro padre de Pearl Buck, el norte de China era el equivalente al Israel bíblico, repleto de pecadores y sumido en un paganismo absolutamente repudiable. Ya instalado en Tsingkiangpu, su poco fructífera labor consistía en predicar en las calles y, simultáneamente, orientar a los desconfiados habitantes en el manejo organizado de la producción agrícola, algo absolutamente necesario considerando que la fuerte base del sistema religioso que quería erradicar era la creencia en voluntades divinas enfrentadas a la hora de producir una buena o mala cosecha. ¿Qué hacía este hombre terco, fanático, vehemente en sus declaraciones, con una persona atemperada, sensible y volcada a lo intelectual como Carie? La respuesta era cruel e implicaba una lógica cuota de resignación: ella había reemplazado un loco amor de juventud por la estructura y el orden que una vida con Absalom implicaba, un cambio del cual se arrepentiría en sus últimos años de vida hasta el punto de que la sola presencia de su marido y padre de sus hijos le causaba una repugnancia tal que era necesario mantenerlos en habitaciones separadas. En ese ambiente familiar caldeado, atravesado por un odio que todavía no había tomado su forma definitiva y ya con tres hijos fallecidos a cuestas, aparece en el mundo Pearl Comfort Sydenstricker, el 26 de junio de 1892 en Estados Unidos, luego de un permiso para volver a la madre patria que Absalom había solicitado a la junta de su misión, un poco a regañadientes y a pedido de su esposa.
Si bien Pearl nace en territorio norteamericano, pasa muy corto tiempo en “suelo patrio” y llega con su familia a China en 1893. Desde pequeña, su contacto con la lengua y la cultura tiene una fuerte base en el mismo mundo oriental que su padre estaba tan obsesionado en transformar. Diversas figuras educadoras como las de su niñera, Wang Amah, o su primer maestro, el señor Kung, la introducen tanto en el mundo agrícola-popular, con sus anécdotas y sus mitos, como al Universo de las formas refinadas de la poesía antigua china, el wen-li literario. A estas influencias hay que sumar, claro, las incursiones en la lectura de los grandes clásicos de la literatura angloparlante, como el propio Charles Dickens, quien se convertirá en su autor de referencia y cuyas obras completas pasarán a transformarse en el refugio más infalible que la joven Pearl tenía para apartarse del mundo de dolor, carencia y pobreza extrema que la rodeaba de manera cotidiana, ya sea en Tsingkiangpu o en el ulterior destino de la familia, Zhenjiang, un nuevo paraje al cual la familia Sydenstricker sería arrastrada por el afán misionero del patriarca.
Sentirse extranjera en un lugar es, en definitiva, sentirse extranjera en todas partes: una vez comenzada la adolescencia, Pearl pasó de las miradas extrañas sobre su persona por ser la única mujer rubia y sin ojos rasgados en la China rural, a transformarse en el bicho raro de la Randolph-Macon Woman’s College, una universidad del sur orientada a formar señoritas bien encaminadas a un duradero matrimonio. Tiempo después conocería a John Lossing Buck, un joven de 26 años poco afecto a los libros y volcado a la aplicación de técnicas un tanto más científicas en la agricultura oriental, su trabajo y principal pasión: pese a las advertencias de su madre y a la triste experiencia que ella representaba, ella se casó rápidamente con Lossing y pronto comenzaría una vida a la sombra de un segundo hombre, tan tosco y distante como el propio Absalom. Pero a fin de cuentas sacaría como saldo positivo un apellido: Buck.
Instalados ya en Nanxuzhou, Lossing y Pearl comenzarían a explorar el territorio circundante y a convivir con los nativos en el todavía medieval ámbito rural chino. Mientras que el primero se encargaría de comenzar un fuerte proceso de documentación en pos de llevar adelante sus estudios agrícolas y revisar las estrategias destinadas a la mejora de la producción, ella se dedicaría a dar clases y a interactuar con los campesinos que, lentamente, abandonaron la pose de asombro y comenzaron a abrirse al diálogo, siempre y cuando el ámbito político lo permitiera. Después de todo, la vida de Buck estaría siempre atravesada por los avatares de la historia china. Desde la rebelión de los boxers, pasando por el movimiento nacionalista de Chiang Kai-sheck y terminando en la Revolución Comunista de 1949, cada momento de la vida de la biografiada, desde su niñez hasta el definitivo abandono del territorio chino en 1932, a los cuarenta años, está marcado por las idas y vueltas de la política local y su recurrente desprecio a los extranjeros.
Cualquier intento de revolución, por más que pueda o no simpatizarle a Buck, implicaba, en última instancia, un serio peligro para su vida o la de sus familiares.
Uno de los puntos definitivos que marcan el alejamiento del modelo de “buena esposa” que quiso mantener desde el comienzo de su matrimonio y su entrada en el mundo de la literatura –un territorio en donde podía desarrollar su personalidad sin verse atada a tantas reglas– fue el nacimiento de su única hija biológica, Carol, la cual desarrollaría a los pocos años un particular caso de degeneración cerebral conocido como fenilcetonuria o PKU. El desinterés de Lossing por su hija y sus constantes ausencias debido a su concentración en las investigaciones agrícolas, ya sea en Nanxuzhou o en su posterior ubicación, Naijing, conformaban un ambiente doméstico distante que retrataría más de una vez en sus novelas y biografías, una temática obsesiva que puede verse en trabajos como La exiliada, la biografía que hizo de su madre, Carie, también víctima del mismo, silencioso flagelo.
Spurling es sumamente categórica a la hora de hablar de los comienzos de la vida de Pearl S. Buck: la escritora construyó la idea de una familia feliz a la cual podía aferrarse, pero no hizo otra cosa más que repetir el mismo modelo de frustraciones que había encontrado a lo largo de toda su vida. La escritora independiente, sagaz y crítica en contra del patriarcado vivió varios años bajo el mismo yugo que repudiaría en presentaciones públicas y que criticaría en sus libros, una casa de cartas que se desplomaría estrepitosamente.
Ya con Lossing como esposo, Pearl Buck edita sus primeros trabajos, como las novelas Viento del este, viento del oeste y, en 1931, uno de sus mejores trabajos, La buena tierra, un texto que retrata ese mundo campestre de la China profunda y que logra captar con una habilidad casi nativa y con la que se hizo acreedora del premio Pulitzer. Varios son los críticos chinos que en su momento consideraron que, si bien las palabras eran inglesas, la perspectiva y la esencia misma del relato sólo podían provenir de una china de nacimiento. Esta mediación entre formas, entre perspectivas, es la marca distintiva de Buck, alguien que nunca abandonaría el país oriental pese a estar ausente de su geografía durante la segunda mitad de su vida. Poco a poco, ese ambiente en donde creció se convertiría en una tierra literaria, una zona a la cual volvería una y otra vez ya desde la escritura.
Sin embargo, no es sólo esta mediación entre Oriente y Occidente lo que constituye el principal rasgo de su trabajo. La multitud de personajes femeninos sofocados en un ambiente que no les da libertad junto a la aparición de un discurso en torno a lo sexual que no se contiene ni retrae ante nada es también uno de los rasgos que constituyó, en su momento, una de las puntas de lanza de la “mercancía Buck”: miles de libros vendidos, numerosas tiradas, grandes cantidades de dinero pagadas a título de compras de derechos cinematográficos, todos corolarios lógicos de un fenómeno que se mantuvo durante un tiempo lo suficientemente largo como para convertirla en una personalidad recurrente en el mundo de la opinión pública norteamericana. Con todo ese dinero ganado, Pearl S. Buck se encargó de sustentar económicamente una fundación que lleva su nombre enfocada a apoyar huérfanos provenientes de familias interraciales, que aún funciona en la actualidad.
Pearl S. Buck siempre tendió a la forma clara, a la descripción más certera de la realidad, casi al mismo estilo de una fotografía. Apoyada tanto en Dickens como en el carácter cristalino de la prosa milenaria china, Buck vivió entre dos mundos, siempre: entre lo chino y lo norteamericano, entre la opresión del mundo público y familiar a la paz dada por el desarrollo de un mundo interior cargado de fantasías que volcaba en sus trabajos literarios. Y ganó el Nobel apenas un año antes de que el mundo estallara en la Segunda Guerra Mundial, quizás un motivo para que al finalizar la guerra el galardón quedara muy atrás.
Hilary Spurling logra una excelente biografía, concentrándose en los años vividos en China por parte de Buck y recuperando, frente a cada situación, una cita de alguno de los muchos libros de Pearl que iluminan cada afirmación, revelando a una escritora que, durante toda su vida, ha tratado de hacer lo que pocos pueden, casi con el mismo ímpetu misionero de su padre: reconciliar los obstinados opuestos.
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