CINE 2 > NOSILATIAJ, LA BELLEZA, DE DANIELA SEGGIARO
Hija de una antropóloga, fascinada por la diversidad cultural de su provincia, Salta, y preocupada por el discurso turístico y la frontera sojera que amenazan con llevarse por delante la belleza recóndita que poco tiene que ver con la marca “la linda”, la realizadora Daniela Seggiaro cuenta en Nosilatiaj, La belleza la historia de Yolanda, una joven wichí de hermosa cabellera cuya pérdida tiene efectos que se rozan con lo fantástico. En un relato que reúne el poder de observación de la clase media al estilo de su comprovinciana Lucrecia Martel –Yolanda trabaja como empleada doméstica– también conviven el registro documental y la dimensión poética relacionada con el lenguaje y los modos de ver de los pueblos originarios.
› Por Mercedes Halfon
“Tendrás un pelo hermoso, como las ramas. No tienen que cortarlo nunca”, dijo la abuela a la nieta, cuando nació. Cerca de quince años han pasado y la profecía se cumplió. Yolanda tiene una cabellera larguísima, pesada, oscura y brillante, que jamás fue tocada por tijera alguna. El pelo es un don de la feminidad y la belleza para la cultura wichí, y además la cifra personal de Yolanda. Ella se mueve silenciosa y suavemente por la casa donde trabaja, limpia pescado, hace fuego, intenta pasar de-sapercibida en un lugar donde, pese a los gritos de la familia que la emplea, logra percibirse su incomodidad. Antes, en el momento de inicio de la película, habíamos asistido a la poética representación de su llegada al mundo: un parto en la naturaleza, donde el agua y los árboles ponían en imágenes lo narrado por su voz ya adulta, en lengua wichí, la importancia de la madre, la abuela, integrados al entorno, en un hermoso canto panteísta. Pero luego volvemos al presente de Yolanda en el trabajo doméstico.
Se trata de Nosilatiaj, La belleza, de Daniela Seggiaro, film que viene de participar en la competencia en el Festival de Cine de Berlín, de ganarse el premio Fipresci en Río de Janeiro y, antes, de llevarse el premio a ópera prima otorgado por el Incaa. Todos laureles merecidos. Hay que decir que parte de la originalidad y el interés que despertó la película tiene que ver con la diversidad de registros en que se mueve. Un costado casi documental que muestra al Chaco salteño y a su población wichí inmersos en la pobreza y la paulatina destrucción de su medioambiente por parte del frente sojero. Hay que saber que la madre de Seggiaro es antropóloga, dedicada a trabajar con los wichí, y la anécdota central del film es una historia real que llegó a oídos de la directora por esa vía. Cuenta Seggiaro: “Tuve la suerte de trabajar en la zona del Chaco salteño como realizadora en unos documentales y fueron esas experiencias las que me marcaron fuertemente. También fue fundamental bucear por el cuaderno de notas de mi madre a la hora de escribir el guión. Gracias a ella he tenido presente toda la temática indígena y en particular wichí en mi hogar desde que era niña. También pienso que mi crianza en Salta de algún modo se nota, los ambientes y situaciones tienen mucho que ver con mi niñez, con observaciones propias, con hacer conexiones de elementos que están y estuvieron siempre en mi entorno”.
Otra de las aristas de Nosilatiaj es la ficcional, y allí es factible vincularla con las películas de Lucrecia Martel, otra salteña que construye pequeñas historias costumbristas bordeadas por lo ominoso, preocupadas por poner a la luz, las sombras y los tétricos dibujos que ellas forman en su provincia. Para explicar de qué va la relación entre Sara –la pequeñoburguesa que emplea a Yolanda, intensamente interpretada por Ximena Banús– y su hija, frente a la chica wichí –Yolanda, encarnada por Rosmeri Segundo– y Guillermina, su madre, a Seggiaro le basta con un detalle. Un plano se detiene en la puerta de ese hogar de clase media criolla y muestra un pequeño cartel con la siguiente leyenda: “Este hogar es católico. No aceptamos doctrinas diferentes. Gracias por respetarnos”. La frase resume muy bien esa idea de tolerancia bien cristiana que poseen todos los integrantes de esa familia: todos son nuestros hermanos siempre y cuando sean cristianos.
Por eso, en todo el relato de Nosilatiaj es eso lo que subyace, ese conflicto, esa falsa tolerancia. Sara emplea a Yolanda, que la ayuda a sobrellevar el lío en el que está metida. Muchos hijos, una de quince a punto de hacer su fiestita, un marido que desaparece esporádicamente. En medio de los preparativos, madre, hija y empleada van a la peluquería. Nadie escucha a Yolanda cuando dice que sólo quieren que la peinen un poco “así nomás”. Y su cola de caballo eterna y hermosa es cortada de raíz. Las consecuencias serán un poco mágicas, un poco psicológicas y un poco meteorológicas. La tierra empieza a temblar, Yolanda vomita, la fiebre le sube. Porque ¿qué más se fue con el cabello? Este hecho es la clave, el punto oscuro donde la diferencia cultural se manifiesta, y lo interesante es que no solamente en la ficción, sino también en la realidad de la construcción del film. Seggiaro cuenta: “Durante la escritura del guión me pregunté siempre qué diría o qué haría Yolanda en cada situación y de alguna manera, aunque yo sea diferente a ella, podía sentir una comunicación entre nosotras. Sin embargo hubo un momento en que surgieron muchas preguntas y se manifestaron límites en relación con la diferencia y la honestidad cultural. Fue en la escena en que Guillermina, la madre de Yolanda, la ve con el pelo corto. Al escribir esta parte del guión concluí que yo no podía ponerle palabras a ese momento, que los cuerpos de las actrices y el silencio harían emerger un sentido mucho más allá, no era posible para mí escribir, en esa escena me sentí afuera, incapaz de intervenir, sólo podía crear el espacio para que surja lo que tenga que surgir”.
La última de las facetas de Nosilatiaj es el registro que podríamos llamar poético. El modo de construir las frases en lengua wichí le dio pie a la directora para construir escenas de otro orden: imágenes de la naturaleza en movimiento o muy estática –las imágenes de árboles como fotografías que puntúan el film– o pequeños actos que muestran el pasado de Yolanda, en el que aparecen otros personajes, colores y objetos. Un registro que, pese a la diferencia de formatos, recuerda a Eisejuaz de Sara Gallardo. En esa bellísima novela experimental, Gallardo recupera el hablar mataco (así lo nombra ella en el libro) del mismo modo que desde el cine, Seggiaro crea en imágenes una sensibilidad ligada al imaginario wichí, que también es, desde luego, una interpretación muy personal y libre.
¿Qué significa el título de la película, entonces? ¿Qué sucede con la belleza que el film intenta rescatar? La directora concluye: “La cabellera de Yolanda lleva impresa toda la belleza del monte chaqueño, toda la fuerza de su cultura, de su origen, de su identidad y toda esa belleza, al igual que el monte, corre peligro. La profundidad de la belleza de la que hablamos aquí no tiene nada que ver con la Salta ‘la linda’ que se exporta desde el discurso oficial o turístico de la provincia y que está arraigado en el pensamiento de una buena parte de nuestra sociedad. Este discurso preocupado por la imagen que proyecta Salta al mundo se pierde en la superficie de ‘lo lindo’ y no llega nunca a reflexionar sobre lo que verdaderamente la constituye y la hace bella, que es, desde mi punto de vista, la enorme diversidad cultural que este lugar tiene y que corre serio peligro si no se le da el espacio que le corresponde. Claro que todo esto no sólo tiene que ver con Salta sino que nos pertenece a todos como idea de sociedad, de país. Pienso que en este sentido, necesitamos profundizar y abrir todavía más canales de diálogo para entendernos verdaderamente más plurales, más diversos y plantear desde ahí la convivencia. Esta es la disputa que verdaderamente tensiona el relato de Nosilatiaj. La belleza”.
En la Sala Leopoldo Lugones, Corrientes 1530. Del jueves 16 al miércoles 22 de mayo a las 14.30 y 19.30. Del jueves 23 al miércoles 29 de mayo a las 17. Entrada: $ 25.
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