TELEVISIóN 2 > NETFLIX RESUCITA LA SERIE DE CULTO ARRESTED DEVELOPMENT
En episodios de apenas 20 minutos, con el vértigo de la cámara en mano y cierto aire de reality, la serie Arrested Development logró, en sus tres temporadas –de 2004 a 2006–, ser considerada por la crítica como la mejor sitcom sobre una familia disfuncional, por encima de Casados con hijos y Los Simpson. Pero, a pesar de la calidad, los elogios y actores invitados como Liza Minnelli o Charlize Theron, en su momento, muy pocos vieron el brutal retrato del clan Bluth, que fue levantado por falta de rating. Ahora, siete años después, vuelve en exclusiva por Netflix, con quince nuevos episodios y la incorrección de siempre.
› Por Mariano Kairuz
Aunque en su momento no la vio casi nadie, la serie Arrested Development generó, una vez cancelada, un fenómeno de culto que no paró de crecer, con millones de dvd vendidos, revisiones masivas a través de Internet y mucho fan fiction. La prensa especializada, además, insistía en candidatearla como una de las mejores sitcoms de todos los tiempos. O al menos la mejor serie protagonizada por una familia disfuncional de la historia de la televisión norteamericana. Muchos dirán que ese trono le corresponde a Los Simpson, aunque por tratarse de un dibujo animado –filtro que suaviza toda salvajada políticamente incorrecta–, juega en otra categoría. También es cierto que Los Simpson tuvieron un antecedente de carne y hueso: la bestial Casados con hijos, que en medio de la sitcom familiar wasp (Lazos familiares), y su versión afroamericana integrada y “afluente” (El show de Bill Cosby), ofreció una visión zarpada de la vida del medio pelo suburbano con el marido dejado y un poco harto de todo, la esposa demandante, el chico bobo y la hija atorranta. Pero Arrested Development, la serie devenida fenómeno póstumo tras sus tres temporadas (2004-2006), creada por Mitchell Hurwitz y producida por el cineasta Ron Howard, es otra cosa: en su origen hubo la intención de hacer algo inspirado en la familia Glass de J. D. Salinger, pero mientras Hurwitz desarrollaba su idea, aparecieron Los excéntricos Tenenbaum, de Wes Anderson, y debió rumbear para otro lado. Aunque no tanto.
Los protagonistas de Arrested Development son los miembros del clan Bluth, una familia rica de Newport Beach, California, que, como indica cada capítulo en su introducción, “lo perdió todo”. A papá (Jeffrey Tambor) lo agarraron con una investigación por fraude y evasión impositiva, entre otros delitos, y aguarda su juicio tras las rejas. Mientras tanto, ni su mujer –una diva egoísta y mandona con aires de Joan Crawford o Joan Collins, interpretada por Jessica Walter– ni sus hijos, criados en el privilegio y en el libre ejercicio de sus improductivas excentricidades, están en absoluto listos para salir a trabajar por primera vez en sus vidas cuando todo se viene abajo. Ninguno de los hijos, excepto el joven Michael (Jason Bateman), el ejemplar, pulcro correctísimo, honesto y responsable padre viudo que acepta –justo cuando ya tenía decidido huir y empezar una vida nueva lejos de sus alienantes padres y hermanos–, tomar las riendas de la empresa en quiebra y mantener unida a esta banda de inadaptados entre quienes el maltrato es el protocolo básico de comunicación.
La empresa de los Bluth expresa la analogía perfecta de todo lo que está torcido en la familia: se trata de una compañía que vende “casas modelo”, pequeñas mansiones, propiedades de lujo que el cliente puede visitar y reproducir en un terreno propio. Todo su interior tiene un aspecto prefabricado, berreta, y obviamente, está adornada por mobiliario y objetos decorativos falsos y no funcionales. El fraude, el engaño, la mentira y la falsedad definen las relaciones de todos los Bluth, entre ellos y hacia afuera. El hermano mayor, el mujeriego Gob (Will Arnett), pierde su tiempo tratando de sacar adelante, sin ningún talento evidente, una carrera en el mundo de la prestidigitación; su hermana Lindsay (Portia De Rossi) salta de una causa humanitaria (o ecologista o política, lo que venga) a la siguiente sin comprometerse con ninguna, mientras sigue enredada en una relación imposible con una hija adolescente con la que no se entiende en absoluto y un marido (David Cross, actualmente en Modern Family) con serios problemas de vocación y una identidad sexual no asumida pero obvia para todos los demás. Por último está Buster, el hijo reprimido y fóbico que a los treinta y largos no deja el nido y vive atrapado en un enfermizo vínculo de dependencia con su madre. Uno de los grandes trucos de la serie consiste en descubrir de a poco que Michael, el presunto cuerdo en la casa de los locos, tampoco es lo que se dice perfecto: el leve aire de superioridad moral con el que asume su papel de salvador de la familia, así como la represiva rectitud con que educa a su hijo adolescente, George Michael (Michael Cera, devenido estrella juvenil a partir de Supercool), lo llevan a menudo a meter la pata.
Narrada a un ritmo hiperveloz, con múltiples recursos visuales, simulando por momentos la inmediatez de una cámara en mano (como si se tratara del reality show de la caída de la familia Bluth), editado con material de archivo y una omnisciente y lúdica narración en off (a cargo del productor Ron Howard, el director de Apolo 13 y El código Da Vinci), Arrested Development va de a poco desplegando comentarios ligeros pero punzantes sobre el contexto, al evocar los escándalos financieros contemporáneos que sacudieron la economía norteamericana, así como la ardiente política exterior del país apenas después del 11-S, como cuando Michael descubre que entre los clientes no declarados de su padre se cuenta Saddam Hussein. Una infinidad de subtramas se apretujan hábil e ingeniosamente en apenas 20 minutos por episodio, un prodigio nada común en el reiterativo universo de la sitcom.
Parte del culto de Arrested Development fue cimentado por la aparición de invitados famosos, como Liza Minnelli, Henry Winkler, la siempre graciosa Jane Lynch (de la troupe indie de Christopher Guest, antes de Glee), Heather Graham, Julia Louis-Dreyfus (Elaine, de Seinfeld, memorable como una abogada que finge ser ciega), Charlize Theron (como una hermosa inglesa con una discapacidad mental) y unos cuantos más. Sin embargo, lo dicho: en su momento la serie no le importó a casi nadie. A pesar de los elogios de la crítica, temporada a temporada perdió rating, hasta que la tercera se truncó en trece episodios. “Quisimos mostrar el profundo desdén que conecta a una familia; le sostuvimos un espejo en la cara a la sociedad norteamericana y, predeciblemente, Norteamérica miró para otro lado”, dijo Hurwitz, intentando reflexionar sobre aquel fracaso.
Finalmente, siete años después de su cancelación y muchas especulaciones, Arrested Development regresa con quince episodios nuevos mediante un sistema que busca adaptarse a los nuevos modos de consumo televisivo, es decir, la posibilidad de zamparse una temporada entera en dos madrugadas corridas. Desde la 0 de hoy, 26 de mayo, se encuentran disponibles en Netflix los 15 capítulos estreno de esta virtual cuarta temporada; aunque Hurwitz aconseja no atragantarse con una maratón de siete horas, sino verlos de a uno y en la secuencia en que fueron diseñados, porque así “las distintas escenas interactúan mejor”. Cada episodio está dedicado a uno de los nueve personajes, a ver qué fue de ellos. Veremos qué pasa esta vez: no pasaron ni diez años, pero la televisión (post explosión de Internet), los EE.UU. y el mundo (post crisis financiera) a los que regresa Arrested Development, ya no son los mismos.
Los 15 nuevos episodios nuevos de Arrested Development están disponibles desde hoy en el servicio pago Netflix. Más información en www.netflix.com
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