CINE > PASOLINI: CICLO DE PELíCULAS Y MUESTRA FOTOGRáFICA
A comienzos de los años setenta, Pier Paolo Pasolini empezó a buscar en el Oriente lo que Occidente le negaba: una pureza de los cuerpos y los valores arrasados por el consumismo. Esa búsqueda lo llevaría a filmar Apuntes para una Orestíada africana y la Trilogía de la vida (El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches). Del 5 al 11 de junio se exhibirán, entre otros, estos films en la sala Lugones, y en la fotogalería se podrán ver por primera vez las imágenes del rodaje de Las mil y una noches, tomadas por Roberto Villa en Yemen e Irán en 1973. El Oriente de Pasolini condensa la fuerza, la sensualidad y la desesperación de un intelectual político que buscaba en el arte el renacer de una utopía esquiva.
› Por Paula Vázquez Prieto
Su mirada está fija en la cámara, con sus ojos desdibujados tras los gruesos anteojos de montura negra; su silueta apolínea y desgarbada aparece recortada sobre fondos de colores brillantes, de trajes y turbantes de utilería. Así luce Pier Paolo Pasolini en las fotografías tomadas por Roberto Villa durante el rodaje de Las mil y una noches (1974). Es como el hombre de esos mil rostros, sumergido en el árido desierto de un Oriente que se filtra por el objetivo de la cámara como un intruso sigiloso. En el último capítulo de la Trilogía de la vida, integrada por El Decamerón (1971) y Los cuentos de Canterbury (1972), Villa consigue acercarnos a ese misterio, desnudar sus expresiones, sentir el contacto con esos hombres y mujeres reales, ajados por el sol y la pena, que viven la escena que se gesta, con sus sonrisas de dientes apagados, como una verdadera batalla contra el silencio del pasado.
La muestra fotográfica El Oriente de Pasolini que se inaugura el martes 4 de junio en el Teatro San Martín escapa a esa tentación hedonista de quien quiere ser protagonista del relato e inicia un recorrido paralelo, bajo la estela pasoliniana, a ese juego de cajas chinas que es Las mil y una noches. Roberto Villa (quien fuera fotógrafo publicitario de revistas como Playboy, Vogue o Esquire, además de director de arte de la revista italiana Fotografiamo), conoció a Pasolini en una charla sobre la televisión comercial y enseguida se embarcó en su travesía. Primero en Yemen y luego en Irán, Villa pasó más de cien días construyendo un testimonio visual de aquel viaje, no sólo del rodaje sino de sus contornos: “Es una de las últimas miradas sobre un área geográfica que estaba a punto de transformarse en un enorme y prolongado escenario de guerra”, contaba el director de la Cinemateca de Bolonia, Gianluca Farinelli, en ocasión del estreno de la exposición en la ciudad del norte de Italia donde nació Pasolini.
¿Quién fue el verdadero Pasolini? Tantos escritos y tantos misterios alrededor de una figura única, revelada como un destello fugaz, descubierta en un constante abrir y cerrar de ojos, como si su incandescencia fuera demasiado intensa para aprehenderla de una sola vez. Cineasta rebelde, pensador reflexivo, católico humanista, marxista gramsciano y cuestionador de la ortodoxia moral de un Partido Comunista que se pensó, después del Holocausto, como la salvaguarda espiritual de la posguerra.
El cine y la cámara fueron las puertas a una realidad que lo llamaba desde los extremos más lejanos de un mundo desconocido, que logró emerger en sus imágenes como un continente tan oscuro como juvenil que superaba la odisea de la madurez con la fuerza y el ímpetu de un renacimiento. Esos retazos de un mundo mítico y ancestral, en el umbral de la aniquilación a manos de los poderes mundanos del febril consumismo, fueron los detalles que cautivaron la atención de un Pasolini visionario que había descubierto unos años antes su amor por ese Oriente carnal.
“Quisiera que mi película sobre la Orestíada de Esquilo filmada en Africa fuese una película de carácter esencialmente popular, por eso quiero dar una enorme importancia al coro. El coro, en las tragedias griegas, habla al unísono, quieto, bajo la escena, mientras que aquí quisiera distribuirlo en sus situaciones reales, cotidianas”. Así presentó su viaje a un mundo nuevo y fascinante, atrapado en el laberíntico pasaje hacia una pretendida modernidad, tan ansiada y temida, que se había iniciado en Africa tras los arduos procesos de descolonización. Apuntes para una Orestíada africana (1970), que se exhibe en la sala Lugones como parte del ciclo de películas que acompaña la muestra fotográfica, fue una especie de diario de un viaje filosófico que marcó el inicio de una búsqueda trunca por los escenarios polvorientos y bulliciosos que fueron la fuente de su inspiración.
Su carrera como director empezó a los 38 años, cuando ya había descubierto la verdadera cara del proletariado italiano como materia prima de su obra literaria, cuando ya había inscripto su historia personal en un contexto más amplio, de angustias e incomprensiones. Si bien era un poeta reconocido en los ambientes culturales de la Italia de los años ’50, subsistía escribiendo guiones, escapando de escándalos, denuncias y persecuciones. “El cine me permitió un contacto con la realidad, un contacto físico, carnal, incluso de orden sensual”, le contaba al escritor y periodista Jean Duflot en 1970.
Pasolini inició su Trilogía de la vida con el desprecio de quienes lo tildaban de hereje, obsceno y peligroso para la sociedad y la juventud. Enfrentó infinidad de procesos judiciales por vilipendio a la religión del Estado, a la moral y a las buenas costumbres –paradójicamente hoy el Vaticano considera El evangelio según San Mateo (1964) como uno de los mejores acercamientos fílmicos a la historia de Jesucristo–, recibió varias denuncias por obscenidad, la Justicia italiana secuestró Teorema (1968) en el momento de su exhibición, y su obra póstuma, Saló o los ciento veinte días de Sodoma (1975), fue prohibida durante largo tiempo. Y luego apareció la noticia de su asesinato, nunca esclarecido, teñido de connotaciones sexuales que parecían ocultar un trasfondo político que quedó latente.
La tarea que inicia con El Decamerón, inspirada en la magistral obra de Bocaccio, es la consciente exposición de su propia alma desnuda, libre de ataduras, en una orgiástica sensualidad que raya lo intolerable. La vida, como la pensó Pasolini, emerge en esos territorios vírgenes de pudores y prejuicios con una fuerza inusual, digna de la más sutil representación. Ese Oriente que visitó con amigos como Alberto Moravia, Elsa Morante o la mismísima Maria Callas, fue la clave de una atracción por lo simbólico que también documentaría Villa dos años después.
Si en Accatone (1961) y Mamma Roma (1962) dialoga con la influencia neorrealista que lo obsesionara, construyendo un estilo propio que sólo le permite la distancia respecto de los acontecimientos trágicos de la guerra, habrá que esperar hasta La ricotta (episodio de Ro.Go.Pa.G, que dirigió junto a Rossellini, Godard y Gregoretti) para ver ese ensayo acabado de sí mismo: un autorretrato irónico sobre sus propias locuras y obsesiones como una forma de reflexión sobre el dispositivo cinematográfico y la fabulosa tarea de hacer una película. Lo que escandaliza desde entonces en el cine de Pasolini –en permanente transformación– es esa humorada desprovista de efecto que transporta al espectador del grotesco a la tragedia sin anuncios altisonantes.
El éxito inesperado que le regaló la Trilogía de la vida fue fruto del poder de esas imágenes, a la vez alegóricas e hiperrealistas, que supo celebrar con alegría. Imágenes de pobres y marginales, donde las comidas y las vestimentas se muestran con detalle y precisión, donde aparecen los cuerpos sudados, acuciados por el calor y el sol abrasivo. Su salida al rescate de un mundo conservado en esas narraciones clásicas, cultoras de la oralidad y la memoria, es –en esencia– el rescate de su propio compromiso con el lenguaje como arma de resistencia.
“Aun más que en El Decamerón y en Los cuentos de Canterbury, en Las mil y una noches toma forma y vive un Eros particularmente profundo, violento y feliz: es en las épocas de represión cuando el comercio de los sentidos se hace más intenso, afortunado y emocionante. Lo importante es la tolerancia popular, no la tolerancia del poder”, escribía en la revista Il Tempo en 1974, un año antes de su muerte. “Odio el mundo actual, tan pequeñoburgués y falsamente tolerante. Me quedo con aquel mundo desaparecido, que vive en alguna zona del Tercer Mundo, de Nápoles por abajo, aunque acosado por los modelos burgueses del consumismo. Para alcanzar niveles de vida occidental, los pueblos árabes acabarán abjurando de su antigua tolerancia real y llegarán a ser horriblemente intolerantes. Para exorcizar ese futuro soñé con una película como Las mil y una noches”.
Las palabras de Pasolini sobrevuelan hoy su obra nítida y visceral, que asoma en las fotografías de Villa en un Oriente que quiso descubrir y terminó consagrando como el más insondable de los misterios.
Toda la información sobre la programación en www.teatrosanmartin.com.ar y en el nuevo sitio web www.complejoteatral.gob.ar
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