CINE > MONSTERS UNIVERSITY: LOS BICHOS DE MONSTERS INC. VAN A LA ESCUELA Y SE MULTIPLICAN
› Por Mariano Kairuz
Monsters Inc. era, sin necesidad de indagar demasiado profundo, puro subtexto. En la soleada superficie, una historia moral ambientada en una comunidad de mostrencos trabajadores de colores pastel. Apenas debajo, el retrato de una enorme corporación de extracción y distribución de energía, sostenida en el temor al “otro”, dentro de un estado militarizado, burocrático y paranoide. Vale recordar: la compañía que le daba título a la película era una monstruosa empresa que capturaba la energía de los gritos de los niños del mundo humano y la transformaba en electricidad. El procedimiento es el siguiente: los empleados de la empresa, sus mejores monstruos “asustadores”, se infiltran por las noches en las habitaciones de los nenes para provocar y capturar sus alaridos de terror. La empresa mantenía la eficacia de este método de producción seriada sometiendo a sus empleados –y a todos los habitantes de Mostrópolis– a un engaño esencial: la idea de que los niños humanos son dañinos para los monstruos. Los niños humanos son el otro, y el otro es siempre de temer. Hay que recordar también que, habiéndose estrenado el mismo año del 11-S, los vínculos que tendía entre la industria energética y el tan temido “otro” adquirían resonancias particularmente fuertes.
Aunque, después de todo, no será por aquéllo que Monsters Inc., la cuarta película de Pixar –que hasta entonces sólo había hecho obras maestras: Toy Story 1 y 2 y Bichos, y pronto seguiría la racha con Buscando a Nemo–- es tan querida y recordada y tiene tantos fans, sino por su imponente potencia visual, por su ingenio y su fuerza narrativa. Por la emocionante relación que surgía entre Sulley (el grandote osuno de color turquesa, con la voz de John Goodman) con una nena humana de dos años y, entre muchas otras escenas, por aquella secuencia climática que transcurría en una cadena de portales de madera hacia el mundo de los humanos: por su movimiento, su gracia y su delirio fue una de los momentos más lisérgicos del cine contemporáneo.
En los doce años transcurridos Pixar consolidó su relación con Disney, al punto de que prácticamente se tragó a la empresa más grande: su fundador, John Lasseter, pasó a dirigir el estudio de Mickey y Donald, y en unas pocas temporadas las películas de dibujos animados pasaron a ser todas digitales –es decir, ya no más dibujos animados tradicionales, “a mano”–. De esta consolidación surgieron varias obligaciones comerciales –entre otras, el aparente imperativo de estrenar al menos una película por año– que encuentran a Pixar recurriendo al retorno a universos ya exitosamente probados, el relato cediendo un poco al merchandising –Cars 2 fue un negocio en sí misma, pero más negocio fueron los millones de autitos que vendió– y a ciertas tendencias de mercado, con perdón por la expresión.
Y lo cierto es que Pixar lo hizo primero, con Monsters Inc., pero hoy la cultura infanto-juvenil está plagada (igual que de zombies) de monstruos de todos los colores. La serie de seudo Barbies tuneadas como vampiresas y lobisones de Monster High se multiplica en películas para la televisión y el DVD, mientras Adam Sandler avala la comedia animada Hotel Transilvania, que explota una vena similar a la de Monsters Inc: el miedo de los monstruos clásicos (dráculas, lobos, momias) a los humanos. Con Monsters University, la flamante precuela de Monsters Inc., Pixar parece estar reclamando su tajada de una torta que ayudó a hornear. Si la tendencia de la cultura pop para chicos y chicas de, digamos, 4 a 15, indica que es hora de parodiar y abrazar los miedos clásicos de las generaciones previas, Monsters Inc. ya tenía los espantajos más abrazables de todos: simpáticos, ridículos, coloridos, peludos y suaves. Y Monsters University –que toma como estructura central varios tópicos del ochentoso y descerebrado cine de fraternidades universitarias, aunque sin el sexo ni las drogas ni el descontrol– los multiplica. Ya no hay alegorías políticas sobre el mundo del trabajo y los temas son todos perfectamente ATP: herencia y acomodo vs. vocación, esfuerzo y perseverancia, análisis vs. instinto, predestinados y perdedores, trabajo en equipo, etcétera. Están por supuesto los protagonistas del film original: ese ojo con patas y cuernitos y alma de comediante de stand-up que es Mike Wazowsky (Billy Crystal) y el ya mencionado Sulley. Pero hay muchos “mostros” más en esta película, muchos nuevos, y la mayoría son encantadores, encantadores como peluches, como Muppets, como dibujos de Sendak. Son más de 400 y que a nadie le extrañe que pronto haya otros tantos muñequitos a la venta.
Hay, entre otros, un bicho con dos cabezas que no se ponen de acuerdo, y un grupo de chicas de mirada vampírica, pero las dos grandes incorporaciones de Monsters University son la temible Señora Hardscrabble, la decana de la institución (con la voz de Helen Mirren en el original), y un coso llamado Art, que consiste apenas en un par de patas flexibles, violetas y peludas como una alfombra de alpaca, una criatura tímida y temerosa, aparentemente inofensiva y sin un propósito evidente en la vida. Despeinada y deforme como nuestros inconscientes, como el monstruito que todos llevamos dentro.
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