ENTREVISTAS > SUSY SHOCK, ARTISTA DE LA DIVERSIDAD
Entre la actuación, la poesía y la música, autora de relatos de vida breves y potentes, Susy Shock se fue desplazando del under de fines de los años ochenta hacia la escena del nuevo siglo transfigurada por la diversidad, la paulatina toma de conciencia y la militancia de sus protagonistas. En esta entrevista habla de sus orígenes, su familia y sus compañeros de teatro que, a contrapelo de las historias más corrientes en el mundo trans, estimularon y apuntalaron su desarrollo como artista.
› Por Micaela Ortelli
Si hay una película que hizo relevante el paso de Susana Giménez por el cine nacional es sin duda La Mary (1974); ése fue probablemente su único personaje no subordinado a una figura masculina, el chanta en cualquiera de sus formas. Porque vista desde de este siglo (bueno, y del anterior también), la Mary puede resultar muchas cosas –pacata, prejuiciosa, moralista, condenatoria–, pero de ningún modo sumisa. Con todo, la Mary es la Mary de Susana, es única e irremplazable; no se puede decir lo mismo de otras interpretaciones suyas. En esa película también se la vio por última vez con la frondosa melena castaña; en Tú me enloqueces (1976), que protagonizó con Sandro, ya se había pasado al rubio, tono que seguiría bajando durante los ’80, hasta llegar al platinado definitivo de la conductora de televisión más famosa del país. Pero resumiendo, entre la inmortal publicidad del jabón Cadum (frescura de ¡Shock!) y la conversión total en diva comercial –Hola Susana se estrena en 1987, durante un hiato en los almuerzos de Mirtha–, Susana pasó a integrar la lista de iconos culturales nacionales y populares, y mal o bien, su importancia es enorme e innegable.
Daniel Bazán Lazarte –actor, dramaturgo, poeta– nació en 1968, un año antes de la aparición de aquella publicidad, y tenía alrededor de 20 cuando Susy Shock, su personaje, rescataba el “glamour pampa” de la primera Susana, y a la vez ironizaba –y había que estar muy plantado para hacerlo, todavía, en esa época– con el apodo de los militares para la picana (“Susanita”, porque hacía “shock”). Al principio Susy aparecía en grupo, en fiestas y varietés que organizaban entre colegas y “amigas locas”, en escondrijos de Buenos Aires que la juventud post Cromañón puede contentarse con imaginar. Eran tiempos en que la diversidad sexual era defendida, celebrada y representada por el actor y performer Batato Barea, la vedette travesti Dominique Sanders, y otros artistas inmensos, seguidores todos de las huellas reivindicatorias de Néstor Perlongher: Fernando Noy, Mosquito Sancineto, entre ellos. Casi una década más tarde de sus primeras apariciones (la inexactitud de fechas es una constante en el relato), Susy bajó –o siguió derecho– del escenario y salió a la calle: “Susy dejó de ser un personaje y pasó a transitar mi vida cotidiana, mis vínculos. A través de ella encontré mi propia humanidad, o una síntesis que venía buscando. Desde Susy miro de otra manera”. En su poema “Soy”, se cuenta así: “¿Qué soy? ¿Importa? Siempre hay alguien que me lo preguntaba esas noches de arte luminoso de la Casa Mutual Giribone, donde el límite del escenario se iba haciendo tan finito. ‘Soy arte’, digo, mientras revoleo las caderas y me pierdo entre la gente y su humo de cigarro y su brillo sin estrellas y su hambre de ser”. La Giribone fue un espacio de arte, militancia y resistencia cultural que funcionó, no por casualidad, entre 2001 y 2009. Ahí se estrenó la varieté Las Noches Bizarras, que Susy conducía jugando a la diva, pero bajando línea siempre que podía. Ahí también empezó a cantar sus fantásticas coplas. Pero, principalmente, fue en esa casa –y en otras muy transitadas como el Asentamiento 8 de Mayo de José León Suárez–, en un entorno de camaradería y autogestión, donde se construyó y adquirió visibilidad esta obra de arte maravillosa que es Susy Shock.
Siempre viste medias y tacos negros, vestido suelto y un saco. Usa una peluca canecalón (son las que se pueden lavar, pero no están hechas de pelo natural) castaña, lacia, de abundante flequillo. Se pinta los labios de rojo o bordó y se esfuma los ojos de azul oscuro. Es alta y de aspecto fuerte. Tiene la típica nariz norteña ancha, manos grandes con las uñas generalmente sin pintar. Susy no propone una feminidad forzada ni exagerada, pero sí puede ser muy femenina y sensual. Al escenario llega con libro, baguala y abanico, y su presencia por momentos es absolutamente hipnótica; invita a corear, aplaudir, reírse, pensar. Por eso nunca un espectáculo suyo es solamente eso. Escucharla recitar “Reivindico mi derecho a ser un monstruo” (la frase es de su amiga íntima Marlene Wayar, directora del primer periódico travesti de América latina), es un camino de ida, una verdadera revelación: “Yo, monstruo de mi deseo, carne de cada una de mis pinceladas, lienzo azul de mi cuerpo, pintora de mi andar. No quiero más títulos que cargar. No quiero más cargos ni casilleros donde encajar ni el nombre justo que me reserve ninguna ciencia. Reivindico mi derecho a ser un monstruo ¡Que otros sean lo normal!”. Y cuando canta a capella, o simplemente chasqueando los dedos, su vozarrón es el de esos cantores autóctonos del noroeste o el Litoral: un canto visceral, honesto, flagrante. El mismo impacto produce una de sus mejores coplas, “La soledad”: La soledad es cosa rara con tanta gente tan sola. Si los solos se juntaran la soledad queda sola.
La afinidad de Susy con el folklore es herencia familiar; los padres son ambos del interior: ella de Tucumán y él de La Pampa. Se conocieron en un conventillo de Balvanera; ahí se crió Susy, que tiene un hermano y una hermana menores. “Soy urbana, no me enfrento al folklore pretendiendo ser algo que no soy. Pero yo creo que la pacha está acá también, lastimada, enajenada, escondida, atrofiada, pero está; y yo estoy en ese rescate.” La pacha que, obviamente, no tiene nada que ver con la parafernalia de Cosquín ni los nuevos ecologismos perfumados de corrección política: “Tiene que ver con una mirada respecto de la naturaleza, y en la naturaleza están los vínculos; la pacha somos todos y todas. Mucha gente habla del prójimo como un ideal, y como dice mi amigo José Santucho, el prójimo es el primero que te encontrás, si no estarías seleccionando al prójimo que te conviene”.
Susy dice que el primer gran abrazo de aceptación que recibió fue el de sus padres, algo que la fortaleció de por vida: “Yo no siento que haya un pasado que esconder y que nací de vuelta, no; hay una mutación dentro de lo que fui eligiendo ser. Yo no niego mi masculinidad porque el niño que fui fue abrazado y mimado. Siempre digo que tuve ese primer privilegio, esa ausencia de llagas con respecto a otras personas”. Es cierto que eran padres liberales para la época (convivieron y concibieron antes de casarse, aclara); y después estaba la abuela Rosa, la tucumana, que se había adelantado a todos.
Susy tuvo otro privilegio envidiable: descubrió la vocación, “el gozo de ser”, muy temprano, a los 14: “Fue muy importante estar de tan chica metida en ese mundo, porque el teatro implica entrar en la literatura, la plástica, la música, la danza. Es una exploración de todo el cuerpo y el alma, es muy potente. Y entro también en un mundo muy amoroso, porque la gente teatrera tendrá un montón de complicaciones, pero no te anda mirando cómo te vestís, con quién estás. Al menos el tipo de teatro independiente en el que me metí. Mucha gente anónima o no tan conocida, como el viejo Héctor Propato, que fue mi gran maestro. Después tuve maestros con mucho nombre, pero la gente que me enseñó fue la que mostraba en su propia vida por dónde le pasaba el arte”. A Propato lo conoció a los 18 años; él le hizo conocer a los poetas (Portogalo, Tuñón, Centeya, Gelman) y aprender todo sobre los géneros que trabajaban (grotesco criollo, expresionismo, surrealismo, esperpento). Era de lo más exigente, cuenta Susy: “Cocinaba mientras nosotros ensayábamos en el living, y de lejos se daba cuenta de si habíamos bajado la energía: ¡No lo estás sintiendo!, nos gritaba”. Propato murió prácticamente en el anonimato, con su última casa en el Bajo Flores hipotecada y convertida en teatro. Ahí Susy debutó como dramaturga, con una obra llamada La sonrisa del mudo. Y hoy escribe con la foto del maestro al lado.
Susy, sobre todo, escribe. Tiene dos libros cortos y magníficos: uno de poemas (Poemario Trans Pirado), y otro de textos en prosa (Relatos en Canecalón) y ahora una editorial independiente de Rosario va a lanzar una compilación de su dramaturgia. Los escenarios de los relatos son estaciones de trenes, baños públicos, plazas: ahí donde se dan las complicidades, encuentros y desencuentros de estas mariposas “en busca de los deseos prohibidos”. Espacios que sin el filtro de la literatura resultan sórdidos y contados por ella se vuelven desopilantes y hasta encantadores, verdaderas postales de época. Susy decide terminar la relación con su primer amor, un hombre cobarde; lo cita en Plaza Miserere y justo ese día llueve “para telenovelizarlo todo”. Recuerda al Mingo, el viejo que cuidaba el baño en la estación de Liniers, a la vez que da cuenta de ese vínculo particular, una “seudoamistad pasajera y económicamente interesada”: “Yo me acuerdo de adolescente haberlo cruzado en estas historias de teteras ferroviarias, donde las locas somos la sal y la pimienta de este promiscuo cenar, y donde los cuidadores vendrían a ser esos cómplices pajes que nos abren la mugrosa puerta para ir y venir a jugar tranquilas”. Y qué personaje exquisito la Loreta, “la trava más aguda de los ’90, la más lúcida del barrio, la más silvestre y sabia”, una síntesis de varias travestis que se juntaban en la estación de Ciudadela. La Loreta, que lleva una libretita amarilla entre los pechos para anotar ideas, frases sueltas. Pero no todo sucede puertas afuera; cuando Susy escribe sobre sus vínculos más cercanos, lo hace con una calidez y gracia únicas. Cuenta sobre los tacos altísimos que le regaló Dominique Sanders: “Estos tacos que durmieron en hoteles bajo sábanas de caricias, de nada o promesas del cielo en picada”; o reflexiona mientras toma un café frío en la habitación revuelta de Marlene: “Y el peligro siempre será –antes que nada– vivir chato, pero eso no lo saben, amiga. Vivir pobre, pero eso no lo vislumbran, nena. Ese paraíso sólo lo ven de prestado”.
Su “hermana del tiempo”, Fernando Noy, habla de ella con admiración: “Ella es única, es realmente incomparable, pero mi relación con la Walsh, la Pizarnik, las poetas grandes, también tienen que ver con la Shock. La Shock para mí también es una poeta inmensa, una trovadora juglaresa de la puta madre. Cuando un artista está en una fragua, está creando desde la luz, esa antorcha crece al extremo de no tener límites. Siento que está habitada por algo muy fuera de serie, porque una artista que crece con tanta desmesura no sólo tiene algo que decir sino cómo y con quiénes decirlo. Y ella ha llegado a explicitar un canon fantástico de temas y cuestiones; crea una época de rescate propia e intransferible”.
Animal nocturno y urbano, sudaca, como se define política y estéticamente, en Susy también hay una exploración de cierta vejez y soledad expresadas en el tango. En sus años de aprendiz de teatro, hacía un personaje en el subte llamado Justo Spinetta, un tanguero que había perdido un amor: “Me fascinaba entrar en ese personaje, en la humanidad que era ese viejo achacoso perdido en una especie de túnel sin tiempo. Ese mutar, la exploración de un montón de posibilidades, el jugar que me permitió el teatro, hizo que naturalmente llegara a ser lo que quería ser”.
“Tango sudaca, tango de acá, tango que marcha por la diversidad/ Tango con garra y pará de llorar”, canta ahora en el suyo, que no es machista ni lastimoso como la mayoría de los tangos: es un “Tango putx”.
Y el tango no es el único género subvertido en Buena vida y poca vergüenza, un disco precioso, próximo a editarse, que se grabó gracias a la insistencia de Valeria Cini, la formidable guitarrista de Sentime Dominga, que ofició de productora artística.
Algunas canciones ya son clásicos de los ciclos de poesía y música, como “Ramita de algarrobo”, a capella, y “Promuevo barricadas”, una de las más robustas a nivel voces e instrumentos. Los músicos son todos amigos: José Santucho, Sole Penelas, Karina Martinelli, Karen Benett y más, como también los integrantes del Coro Multidiverso y anticlerical de la Profana Amorosía. El último tema es una recopilación de coplas propias y ajenas, forma de lo más machista si se presta atención: “Hay algunas que prácticamente justifican que se mate a la mujer por considerarla inferior. Entonces busqué las que me parecían ricas, otras tuve que construirlas, y otras me las escribieron especialmente, porque no había canciones que reivindiquen la naturaleza, o las cuestiones que el folklore reivindica, desde una mirada puta”.
Una de las grandes lecciones que le dejó el viejo Propato es preguntarse por el sentido de subir a un escenario, “porque una vez que está el ego lleno tiene que haber algo más”. Susy, que se dedicó a la docencia durante doce años, no sólo propone un arte que sea cualquier cosa menos egocéntrico: Susy encarna ella misma esa lección, que tranquilamente se puede traducir en la fórmula “vivir creativamente”.
“Para mí, ser personas creativas no tiene que ver con escribir, cantar o pintar. Una persona creativa es un maestro creativo, un padre creativo, madre, hijo, amante, diputados. Vivir creativamente es respetar al niño o niña que uno fue y aportar algo rico a la humanidad desde el espacio en que se esté.” Y en Susy Shock sin duda hay mucho de la infancia y el juego: desprejuicio, desinterés, libertad... Pero, además, Susy recuerda a los grandes algo importantísimo: que la seriedad y la diversión no se excluyen.
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