MúSICA > ENTREVISTA CON MICKEY LEIGH, EL HERMANO DE JOEY RAMONE
Es notable cómo la muerte arrasó con los integrantes de los Ramones en los últimos años: Joey en 2001, Dee Dee en 2002 y Johnny en 2004 devastaron la gran banda que dio origen al punk, pero que nunca fue profeta en su tierra. Mickey Leigh, hermano de Joey, administra su catálogo y acaba de terminar ...Ya Know?, segundo disco póstumo de su hermano. Además, Mickey escribió I Slept with Joey Ramone, un libro de memorias sobre la familia, sus increíbles enredos legales, las enfermedades mentales que los aquejaron y la parábola de una banda fundamental que triunfó a pesar de tanta derrota.
› Por Mariana Enriquez
Ahora que cada local de ropa tiene su propia remera de Ramones, ahora que la banda participó de un episodio de Los Simpson y que su canción más famosa, “Blitzkrieg Bop” (“Hey, Ho, Let’s go!”) se usó en un comercial para la horrible Diet Pepsi, resulta extraño recordar que durante sus veintidós años de carrera y a pesar de giras interminables y discos fabulosos, el grupo que inventó el punk no tuvo éxito. Que tocaban para un público fiel, pero escaso. Que nunca tuvieron un Nº 1 (¡no llegaron ni al top 10!). Que recién conocieron el éxito masivo cuando, en los años noventa, viajaron a Sudamérica, especialmente a Brasil y Argentina, donde eran –donde son– héroes: por primera vez tocaron en estadios, para decenas de miles.
Y es extraño porque The Ramones era una banda perfecta. Las canciones de dos minutos, agresivas y al mismo tiempo terriblemente pegadizas, verdaderas joyas de punk-pop; el look uniformado de la banda, rápidamente copiable y al mismo tiempo adolescente; las letras irreverentes y callejeras, que hablaban de pegarles a chicos con bates de baseball y de estar tan pero tan aburrido que lo único que resta en la vida es irse a aspirar un poco de pegamento. De alguna manera, es aún más raro que hayan sido más famosos fuera de Estados Unidos que en su propio país, porque The Ramones es un destilado de cultura pop y taras sociales norteamericanas: desde el gusto por el cine de terror clase B hasta cierta violencia inocente. Una banda de New York que era vanguardista sin intenciones de serlo, sin el costado artístico de sus compañeros de escena como Patti Smith, Television o, un poco antes, Velvet Underground. The Ramones parecían soñados por Andy Warhol, pero eran absolutamente sinceros, un producto real y palpable del fin de los años hippies y los suburbios de las grandes ciudades, una colección de adolescentes marginados y marginales que cantaban sobre chicos como ellos que, al menos en su país, no los escuchaban.
Sí los escuchaban en Londres, por ejemplo; cuando The Ramones llegaron a Inglaterra en 1976 –tocaron su primer concierto ahí un 4 de julio– tuvieron bienvenida de pioneros. Ellos no entendían nada. No sabían que aquel primer disco, editado apenas tres meses antes (con clásicos como “Beat On The Brat”, “Judy Is a Punk”, “53rd & 3rd” y “Blitzkrieg Bop”) habían encendido una mecha imparable, la del punk rock británico: en el público estaban los integrantes de los Sex Pistols y de The Clash.
Mickey Leigh, el hermano menor de Joey Ramone, se acuerda de esos shows, de esa noche; entonces, él era plomo del grupo. “No sabíamos que existía la escena inglesa, no leíamos las revistas, fue una sorpresa para nosotros. En Inglaterra, el punk creció muy rápido y se hizo exitoso. Tenían una agenda, tenían política y tenían filo: eran pobres”, recuerda Mickey en su libro I Slept with Joey Ramone-A Punk Rock Family Memoir (Dormí con Joey Ramone, Memorias de una familia punk) que publicó en 2010, nueve años después de la muerte de su hermano. “Es una historia de una familia, son cosas normales que pasan entre hermanos”, dice, pero enseguida se da cuenta de que no está siendo del todo sincero. Las más de cuatrocientas páginas del libro son una apasionante historia de desencuentros, celos y afecto entre el descontrol y la mayor de las disfuncionalidades imaginable. “Bueno, éramos bastante especiales –reconoce Mickey–. Pero creo que la competencia entre hermanos es universal.”
Mickey Leigh vive todavía en Forest Hills, el barrio de Queens donde se formaron los Ramones, en 1974. Podría, cuenta, mudarse al departamento de Joey, en Manhattan –ahora, legalmente, es suyo–, pero no le gusta el barrio, que se volvió para ricos, donde no se puede ir a cenar a riesgo de endeudarse de por vida. “Este barrio es muy lindo”, dice. Y después agrega: “Hay un solo problema, y está por venir”. Entonces pide que la entrevista se detenga durante un minuto y desde el otro lado de la línea acerca el teléfono a la ventana: lo que se escucha es el tren que cruza hacia Long Island y que interrumpirá la conversación varias veces. “Y bueno –dice Mickey–. Ya soy grande. Era mucho más molesto cuando era joven y trataba de dormir, el tren y la resaca son absolutamente incompatibles.”
En los últimos meses, Mickey Leigh está ocupado dando a conocer el disco nuevo de su hermano muerto. Joey Ramone –nombre verdadero: Jeffrey Hyman– murió de cáncer a los 49 años, el 15 de abril de 2001, el primero de un espeluznante guadañazo que se llevó a casi todos los Ramones originales en menos de dos años –Dee Dee murió en junio de 2002 y Johnny en septiembre de 2004 (de los primeros cuatro, sólo queda Tommy, el baterista)–. El primer disco solista de Joey, Don’t Worry About Me, fue lanzado de manera póstuma, un año después de su muerte, con producción de Daniel Rey. Este hombre, Rey, tenía más demos de Joey pero, durante años, se negó a cederlos a su hermano y a su madre, Charlotte, que murió sin poder escucharlos. Esto es lo que más amarga a Mickey, lo que le cambia la voz y casi lo enfurece: “Fue una experiencia horrible. Nos dijo que tenía esas canciones y les pedimos escucharlas, pero no quiso. Decía que era su deber proteger el legado de Joey de mí. ¡Hasta Phil Spector me ofreció producirlos! Eso habría sido genial pero claro, después Phil tuvo sus problemas legales y ahora está preso. Rey decía que iba a hacerlo él, pero estos demos no eran su propiedad. Tuvimos que poner abogados, gastar miles de dólares que no teníamos. Los recuperé, pero lamentablemente mi madre murió antes de que volvieran a la familia”.
El disco se llama ...Ya Know?, fue editado en Argentina y son 15 canciones sólidas, con la cálida y a la vez irónica voz de Joey en una encarnación menos eufórica, menos ramonera, más dura, inclusive. Mickey –que es músico y alguna vez fue parte de la legendaria banda de Lester Bangs, Birdland– produce varias de las canciones y toca la guitarra en casi todas. “Fue un trabajo complicado –cuenta–. Había muchas fuentes diferentes. Algunas canciones habían sido grabadas en estudio, otras en casete, por ejemplo ‘I Couldn’t Sleep’, estaba en una cinta 4-track. No teníamos varias tomas de voz en todos los casos, tuvimos que volver a usar y regrabar. Estoy orgulloso del resultado, porque es muy orgánico y natural, a pesar de que el armado fue complejo.” Además, ...Ya Know? tiene invitados notables, como Lenny Kaye –de Patti Smith Group–, Joan Jett, Handsome Dick Manitoba –otro histórico, de The Dictators–, Ed Stasium –productor de muchos discos de Ramones– y hasta Stevie van Zandt de la
E–Street Band de Bruce Springsteen, un amigo de muchos años de Joey, que escribe en las liner notes del disco: “The Ramones eran más grandes en el mundo que en casa, y eso tenía que doler. Como cantante, Joey nunca tuvo el reconocimiento que se merecía. Su estilo vocal, combinado con la música de The Ramones, absorbió toda la historia del rock’n’roll y se la enseñó a chicos a quienes no les interesaba esa genealogía, pero se sentían identificados con Joey... ¿Cuántos freaks, raros y descastados encontraron salvación, redención y santuario en este estilo que no los juzgaba? Este disco es la sorpresa final del hombre de quien nadie esperaba nada. Dijeron que Joey nunca iba a ser normal. No lo fue y sin embargo consiguió todo”.
Cuando Van Zandt dice que “nunca fue normal” se refiere a los innumerables problemas de salud de Joey, que aparecen detallados en el libro de su hermano, y que eran físicos y mentales. “Cuando Joey se internó en un psiquiátrico por propia voluntad, en 1971, en la adolescencia –cuenta Mickey–, no supieron darle el diagnóstico que, tardíamente, fue de obsesivo compulsivo. Creían, entonces, que era parte de un desorden esquizofrénico. Con los años, encontró la manera de funcionar. La verdad, en la banda era parte de la cuestión tener desórdenes mentales. La mayoría los tenía.”
Pero sin embargo funcionaban bastante bien...
–Sí, eran descastados funcionales. Joey quería triunfar. A los Ramones les gustaba ser importantes. Trataron, dentro de sus posibilidades, de no arruinar lo que tenían. Y aunque muchas veces todo estuvo a punto de irse al diablo, se las arreglaron bastante bien. Dee Dee tampoco era normal. Yo tuve que cuidarlo muchas veces, tomaba todo tipo de medicación. Y aun así era un compositor increíble.
Escribiste canciones con Dee Dee. ¿Podrán ser rescatadas?
–Eso es todo muy difícil. Me encantaría hacer algo con esas canciones, pero la persona que es manager de Dee Dee es la misma que representa a Johnny, y es una persona muy difícil.
Hay otra cosa difícil en el dolor de cabeza legal que es hoy el Testamento Ramones. Mickey Leigh, único heredero de Joey, es socio de Linda Ramone, esposa de Joey. Dicho así parece una simple sociedad, pero se trata de un drama increíble: Linda fue novia del siempre inseguro Joey –demasiado alto, enfermizo, inestable– y lo abandonó por Johnny en los ‘80. Desde entonces, Joey y Johnny no volvieron a dirigirse la palabra. Jamás. Hicieron giras juntos año tras año y no se hablaban. Había canciones, sin embargo: Joey escribió “The KKK Took My Baby Away” sobre la traición. Ese KKK que se llevó a su chica era Johnny con quien, además, tenían ya muchos problemas por cuestiones ideológicas: Joey era liberal, Johnny se proclamaba conservador de derecha.
¿Johnny era de verdad autoritario y republicano?
–¿Cómo decirlo? Nos conocíamos desde que éramos chicos, a los diez años. De hecho, Johnny fue mi amigo primero, antes de conocer a Joey. Johnny era un chico duro, de clase trabajadora, albañil. Nosotros éramos de clase media baja, pero mi madre tuvo una galería de arte, por ejemplo; en Queens, pero galería de arte al fin. Pertenecíamos a otro mundo. Eramos liberales, mi hermano especialmente. Lo del conservadurismo de Johnny no sé cuánto tenía de real y cuánto de pose. Le gustaba escandalizar y sabía que, en el ambiente punk, ser de derecha era lo más revulsivo imaginable. Qué sé yo: decía que amaba las armas, pero nunca se ofreció de voluntario para ir a una guerra, tenía edad para Vietnam. Nunca me lo creí mucho. Lo que Johnny sí tenía era inclinaciones violentas. Y era una persona muy contradictoria. Ser socio de su viuda, ahora, de la mujer que hizo sufrir tanto a mi hermano, es una ironía tremenda. Para afuera es gracioso y entretenido, supongo, pero vivirlo no es ningún chiste.
¿Cuánto cambió Nueva York desde aquella primera escena punk?
–Muchísimo. Es otra ciudad. Manhattan es un nuevo mundo. En los ’70 nadie quería vivir en Manhattan. Era peligroso. Brooklyn y Queens y Long Island también daban miedo. Forest Hills, donde crecimos, era muy tranquilo en comparación. Ahora ya ni quedan lugares para tocar en Manhattan, hay alguno en Brooklyn.
¿Es raro que el éxito haya llegado tan tarde a The Ramones, cuando ya no están para disfrutarlo?
–Sí, pero es lo de siempre. Nunca entendí por qué no fueron masivos, enormes. Solamente lo lograron en Sudamérica: eso los tenía alucinados, no se lo esperaban, creo que nunca terminaron de entenderlo. ¡Es un fenómeno muy extraño! En Argentina se consiguen más remeras de Ramones que en New York. Y seguramente los pasan más por la radio. Este disco de mi hermano, por ejemplo, tuvo muy buenas reseñas, pero me gustaría que lo pasaran por la radio. Y eso no sucede. Tampoco pasan tanto a Ramones, a decir verdad. También el punk ha cambiado mucho. Hace poco me mandaron un video de YouTube: es en una clase de primaria, hay dos maestros enseñándoles a chicos de unos seis años la canción “Judy Is a Punk”. Y cuando me mandan el video, me dicen “¡qué fantástico!”. Pero a mí no me parece fantástico. No me gusta que eso sea el punk ahora, algo tan mainstream. Para mí “Judy Is a Punk” es los barrios peligrosos de Manhattan en los ‘70, las botellas rotas de cerveza, mi música, mi vida. Mi hermano. Nuestra juventud. Me amarga que resulte tan inofensiva como para enseñársela a nenitos.
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