MúSICA > ISABEL DE SEBASTIáN PRESENTA SU NUEVO DISCO
Fue una de las pocas mujeres en el rock local de los ’80, una chica rebelde y aristocrática, nieta de Rafael Alberti, integrante de las Bay Biscuits, fundadora de Metrópoli, dueña de una voz hermosa que cantó hits como “Héroes anónimos” y coros con Virus y Spinetta. En 1989 se fue a Nueva York y se enamoró de Bob Telson, el autor de la música de Bagdad Café. Allá vivió hasta 2003, cuando decidió volver a la Argentina. Y ahora decidió, también, volver a la música con un disco que lleva su nombre, que tiene canciones de Melingo, de Carmen Baliero y un poema de su abuelo musicalizado por Spinetta. Un disco de regreso sin estridencias, con el encanto de siempre.
› Por Martín Pérez
A medio camino entre Las Vegas y Gilda en el conurbano bonaerense. Ahí es donde a Isabel de Sebastián le gusta imaginar que se ubica esa estética de colectivo porteño elegida para la tapa de su disco. Hay mucho fleco, mucho acolchado beige y, por supuesto, un enorme dado de peluche rojo. Colores, texturas y objetos que envuelven un trabajo corto y conciso, que tanto en imagen como en sonido busca –según asegura su autora– unir ambos mundos. “Viví durante catorce años en los Estados Unidos, y absorbí mucha música latina. Mucha más que en Buenos Aires. Aprendí a fascinarme más por los fenómenos populares que por los grandes intelectuales”, resume con algo de ironía Isabel, que disfruta particularmente de ciertos climas musicales de película del Oeste logrados a partir de ritmos latinos, pero con guitarras eléctricas de spaghetti western. “Algo que logró tan bien la cumbia peruana de los ’60”, agrega, delatando una de las tantas influencias de Isabel de Sebastián (2013), el disco ecléctico pero al mismo tiempo sorprendentemente homogéneo con el que la ex líder de Metrópoli anuncia que está de regreso. De regreso, por ejemplo, de aquellos tempranos ’80 del rock local, de los que fue una de sus escasas animadoras femeninas, con 25 años y ya dos discos bajo el brazo al frente del grupo Metrópoli. De regreso, también, de un autoimpuesto exilio neoyorquino durante gran parte de la década del ’90, hechizada por Bob Telson, el autor de la música de Bagdad Café pero también un productor experto en música étnica y latinoamericana. Y de regreso, al fin, de un lento retorno al pago que se concretó durante los últimos diez años, en los que grabó un disco con Telson –“más al servicio de su música que de la mía”, explica– y también se reunió para un único recital junto a su viejo grupo. “La pasamos muy bien”, recuerda Isabel, que revela que gracias a ese concierto –en un festival armado para recibir al grupo francés Air, a fines del 2010– conoció a David Bensimon. “Y de esa alianza con David, y con Mauro Cambarieri, surgió también este disco. Si yo no los hubiese encontrado, no sé lo que hubiese hecho. Son dos músicos talentosos, imaginativos y muy generosos”, se extiende Isabel, la regresada. Capaz de cantar canciones de Daniel Melingo y Carmen Baliero, rapear con Machito Ponce y homenajear a Mercedes Sosa, todo en un mismo disco. Y también de recuperar rastros de su pasado, como aquel “Héroes anónimos” que se mantuvo vigente gracias a Catupecu Machu, y un sorprendente “En camino”, que compuso con Gustavo Cerati para el disco Signos (1986), de Soda Stéreo, un detalle que la confirma como protagonista de aquellos ’80, aun cuando –como intenta explicar– por haberse ido a Sevilla, supo perder su silla. Pero Isabel de Sebastián no perdió el tren –o el colectivo, digamos–, y quiere estar de vuelta. Uniendo mundos y estilos. Presente y pasado. Canción a canción.
Al contrario de uno de sus mayores lugares comunes respecto del rock, para el desordenado fin de la adolescencia de Isabel de Sebastián acercarse a ese género musical significó ordenar su vida. “Al menos me ordenó el deseo –intenta explicar Isabel, criada en Barrio Norte, hija de médicos y nieta del poeta Rafael Alberti–. Pero mi mayor influencia fue la de mi abuela, María Teresa León, generala de la República, una mujer muy fuerte”, apunta quien asegura haber tenido una adolescencia muy turbulenta. “Me tocó vivir en la dictadura, y me rebelé mucho contra todos los encorsetamientos”, intenta explicar Isabel, que aclara –sin querer dar mayores detalles– que por aquellos tiempos ella era algo así como Pepita, la pistolera. “Me salvó Juan Lepes, el que luego sería el padre de Narda, que me hizo recuperar la música en mi vida, presentándome a Vivi Tellas y Fabiana Cantilo”, cuenta la rebelde que desde muy pequeña supo formar parte del Coro Nacional de Niñas y luego concurrió al Conservatorio Nacional antes de dedicarse al pistolerismo tiempo completo.
De la mano de sus nuevas amistades, Isabel asegura haber encontrado entonces finalmente una dirección en su vida, y se integró a las Bay Biscuits. “Queríamos alejarnos de ser simplemente un grupo de chicas que canta canciones, así que experimentábamos todo el tiempo.” La herencia del Di Tella se podía ver en los vestidos de virulana, la foto de prensa depilándose, los delirantes shows con Los Redonditos de Ricota en La Plata. “Todo era una cuestión de actitud –explica–. Recuerdo esa felicidad de tener todo el tiempo del mundo para crear, éramos una provocación permanente.” La fuerza de ese deseo, recuerda Isabel, fue paralela al resurgimiento de la democracia. “Teníamos un absoluto deseo de salir de la oscuridad en la que habíamos crecido. Y no estábamos solos, éramos muchos. Fue como si hubiese encontrado un canal en medio del desierto. Claro que para la gente más comprometida políticamente, éramos unos superficiales. Yo salía a la calle con la cara maquillada de blanco, y en más de una reunión al verme habrá quien debe haber pensado: ‘¿Quién es esta tarada?’ Había un prejuicio hacia nuestra búsqueda estética.”
La primera vez que recuerda haber sentido aquel otro prejuicio, el del machismo del rock, fue cuando estaban armando la primera sala de ensayo de Metrópoli, el grupo que formó primero con Celsa Mel Gowland, y luego con Ulises Butrón y Richard Coleman. “El plomo me sacó los micrófonos y me mandó a cebarle un mate.” Aunque Richard enseguida se iría para armar su propio grupo, esa forma de ver el mundo es la que hace que en algunas historias del rock argentino Metrópoli sea presentado como el grupo de Butrón y Coleman. Pero fueron Isabel y Ulises los que cargaron con Metrópoli durante dos discos, el más experimental Cemento de contacto (1985) y el injustamente olvidado Viaje al más acá (1986). Después vendrían sus coros para Virus, junto a Celsa, y la participación en la grabación de Privé, el disco que Luis Alberto Spinetta grabó luego del fallido dúo con Charly García. “Me acuerdo de que entre los músicos estaban los más Charly y los más Spinetta. Era como mods y rockers. Luis era el Dylan, y Charly el más Lennon. Yo disfrutaba con los dos, pero estaba junto a los que eran más Spinetta”, explica Isabel, que también participó de la presentación de La la la, junto a Fabiana Cantilo. De aquella época fue el llamado de Cerati para ayudarlo con la letra de uno de los temas que terminarían en Signos, que el líder de Soda Stéreo tuvo muchos problemas para terminar de componer. “Cuando entré en su casa, había muchos papelitos tirados en el suelo, con una palabra en cada uno de ellos”, recuerda Isabel. No se llevó ninguna palabra, pero sí el tema, y al día siguiente la letra estaba lista. “Cuando lo escuché me pareció que tenía que ver con el viaje, y así salió ‘En camino’. Pero se ve que, como buena nieta de inmigrantes, los viajes son algo recurrente en mi vida.”
Con orgullo teatral, Isabel de Sebastián bromea al asegurar que no vivió ni un solo día de menemismo. Porque el viaje que partió su vida al medio comenzó en 1989, con una estadía en Nueva York para mezclar un disco que jamás sucedió, y recién terminó en el 2003, cuando volvió con su marido y los hijos de ambos, para estar cerca de su madre. El disco que debía mezclar en 1989 era el que debió haber sido su debut solista, al frente de una banda bautizada Isabel y Los Milagros. Habían llegado a tocar en el festival porteño contra el indulto. “Era un disco más rockero, con una impronta Pretenders –recuerda Isabel–. Pero todo se fue demorando, porque en Buenos Aires había crisis energética y no se editaban discos.” Aquel tiempo extra en Nueva York la llevó hasta los brazos de Bob Telson, el autor de la música de Bagdad Café, esa película que había visto una y otra vez en el cine. Y nada volvió a ser igual. “Me enamoré tanto de Bob que quedé suspendida en su mundo”, asegura Isabel, que se recuerda tocando steel drum en Trinidad, y redescubriendo las músicas del mundo de la mano de un especialista como resultó ser su marido.
El otro redescubrimiento fue el de sus propias raíces. “Alguna vez Alicia Dujovne Ortiz dijo que hubo tres runruns que se pasó escuchando durante toda su vida: el fútbol, el tango y el peronismo. Con el fútbol no fui muy lejos, pero me interesó mucho ir descifrando los otros dos”, cuenta la otrora rocker moderna y desafiante, que terminó cantando tango en Nueva York. ¿Y por qué el peronismo? ¿No tuvo siempre un tufillo algo gorila todo el rock de la primavera alfonsinista? “Es verdad que la mayoría de la gente que tocaba en ese momento apoyaba a Alfonsín. Y que, por un lado, el progresismo y la gente que venía de la izquierda tenía un cierto gen gorila. Pero a los que no teníamos ese gen, la experiencia reciente con Isabelita y López Rega nos había alejado mucho del peronismo. La nuestra era una defensa cerrada de las libertades individuales, pero creo que como grupo no estábamos tan conscientes de las libertades sociales.”
Después de catorce años en Nueva York, y dos hijos, el regreso llegó luego de una visita de su madre, a la que notó ante las puertas del Alzheimer. Por eso le pidió a Bob regresar, y el año que inicialmente le concedió su marido se convirtieron en diez. Una década en la que celebró volver a las viejas amistades, recobrar su identidad, y poder criar libremente a sus hijos, lejos de los Estados Unidos. “Cuando decidimos volver, justo había sido lo de los cinco presidentes en una semana, y todo el mundo me preguntaba si estaba segura. Pero yo no dudé de mi decisión. Y no me arrepentí ni una sola vez”, cuenta Isabel, que actualmente está separada de Telson, pero asegura que siguen siendo muy unidos. “Bob se fue a vivir a Estados Unidos –explica–. Volvió para trabajar, y ya lo está haciendo, dirigiendo el show de gospel de Sinéad O’Connor en el Lincoln Center, rodeado de los músicos que lo acompañaron durante décadas. Siento que volver fue tan importante para él y su identidad como lo fue para mí volver a la Argentina.”
Cuando habla de su nuevo disco, Isabel prefiere hablar canción por canción. Porque así fue como se fue gestando, con un enamoramiento tema a tema. “En el disco, cada canción es un mundo. Y se sostiene por sí misma.” Las dos primeras fueron las nuevas y propias, como “La apuesta” o “Aquí”, esta última firmada junto a Telson. Después, empezaron a aparecer los enamoramientos, como “Te mataría”, de Carmen Baliero, que abre el álbum. “La descubrí yendo de aquí para allá por YouTube, y apenas la escuché me dije: ¡Tengo que hacerla!” Otro de los hallazgos es “Corazón y hueso”, de Daniel Melingo. “Siempre me interesó lo que él hacía –confiesa Isabel–. Porque es un artista en estado puro. No digo que sea mejor o peor, pero irradia inspiración. Nunca le perdí la pista, una vez incluso lo fui a ver con los Lions In Love, durante un viaje por Madrid. Siempre sentí que había una usina en él. Y cuando descubrí ‘Corazón y hueso’, entendí por fin por qué durante tantos años estuve interesada en su música.” Pero lo que completa el disco son los rescates, tanto del tema de Metrópoli, como el de Soda. La frutilla sobre la torta es el que cierra el disco, “Canción del ángel”, un poema de su abuelo Rafael Alberti musicalizado por Luis Alberto Spinetta. “Es un tema que rescaté del disco que no fue, el que me fui a mezclar a Nueva York”, explica Isabel, que recuerda haberle regalado a Spinetta un libro sobre los ángeles, reconstruyendo su último recuerdo de aquella década iniciática, que para ella llegó a su fin con aquel viaje. “Ya me perdoné todos los ochentas”, asegura con un suspiro, cerrando la charla y los recuerdos. ¿Qué es lo que se tenía que perdonar? “Quizá me hubiese gustado divertirme un poco más y estar más relajada. Pero miro con mucha simpatía todo lo que pude armar en esa década. El cielo era el límite, estaba todo el tiempo encendida de ideas. Ahora, en cambio, por fin estoy más relajada. La edad sirve para algo. Sólo quiero tocar este disco todo lo que sea posible. No tengo expectativas. Y eso es algo que me hace feliz.”
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