Dom 07.07.2013
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FOTOGRAFíA > LO QUE HUBO, DE PAULA MARIASCH

AQUÍ VIVIERON

Fotógrafa y también arquitecta, Paula Mariasch empezó a percibir rastros del pasado reciente al trabajar en la remodelación de casas antiguas. Así surgió la idea de perseguir esas huellas con una cámara fotográfica. Y así surgió también esta muestra que detiene por un rato el ritmo frenético de la remodelación urbana.

› Por Mercedes Halfon

No es difícil imaginarse a Paula Mariasch, arquitecta de profesión, a punto de iniciar una de las remodelaciones de casas viejas con las que se gana la vida y en el preciso momento en que todo va a derrumbarse, correr a agarrar la cámara de fotos. Algo de eso se ve en su muestra Lo que hubo: las contradicciones de generar un espacio nuevo en uno que ya existía. Este choque de temporalidades, de lo viejo que no se termina de ir y lo nuevo que aún no ha llegado, Mariasch lo hace visible con una mezcla de técnicas. Las fotografías están intervenidas por ilustraciones de figuras humanas que de modos diversos ocupan los espacios. Una chica esperando un llamado telefónico en un living vacío, otra durmiendo en una cama que flota en un entrepiso que ya no está, un par de piernas femeninas que se fugan por una ventana de un cuarto derruido. ¿Qué pasó en esa casa? ¿Qué hacen esas personas ahí, detenidas, en poses eminentemente melancólicas?

Pese a la melancolía de las imágenes, Lo que hubo está lejos de invocar un espíritu conservacionista. Diríamos más bien que lo que hay es una cierta fascinación por las transformaciones. Según explica Mariasch: “Este trabajo surgió de mi vida cotidiana. Trabajo mucho en remodelación de casas antiguas y suelo percibir, antes de empezar una obra, una atmósfera extraña en esos lugares: algo pasó ahí y dejó de existir, pero subsiste el marco, el esqueleto, paredes descascaradas, un colchón que alguien dejó, una jabonera”.

Además de arquitecta, Mariasch es fotógrafa (una foto suya acaba de ganar el Primer Premio de Fotografía Itaú Cultural) pero, en este trabajo puntual la cámara apareció como una herramienta de cotejo del trabajo arquitectónico. Pero muy pronto esos meros registros empezaron a mutar y a detenerse en detalles, en encuadres que decían más sobre la rareza de esas casas heladas y rotas, que sobre la evolución de la construcción. Así fue que se dio cuenta de que había una serie. Esos esqueletos pedían ser ocupados por la fantasía. A partir de las preguntas que dispararon las imágenes, la fotógrafa empezó a probar opciones de ilustración. Viendo el cruce de los dos registros aparece la sensación de que fue ese mismo pasado derrumbándose el que hizo aflorar esos gráciles fantasmas, realizados con poquísimas líneas.

A veces los dibujos ocupan el lugar sugerido por la arquitectura –donde hubo una bañera, alguien se baña– pero en otros las uniones son más inesperadas: una mujer parada en un patio sangrando, entre las piernas, o un sugerente camisón que cuelga de un clavo que es el único sobreviviente de la antigua disposición de ese hogar. Lo que hubo podría pensarse también como una contrapartida reflexiva al furor de las especulaciones inmobiliarias: frente a la pérdida del pasado arquitectónico de una ciudad que muta, alguien se detiene para fotografiar y dibujar esa tensión.

Pero Lo que hubo no es estrictamente una muestra de fotografía. O sí, pero no en el sentido tradicional de una foto que se explica a sí misma, enmarcada y expuesta con un cuidado propio de la pintura de caballete. Las imágenes están colgadas en lugares no del todo centrales de la sala, impresas en telas, en “formato gigantografía”. El tamaño, que por un lado hace dialogar la foto con su referente –las fotos tienen casi la misma dimensión que las arquitecturas que representan–, por otro, hace estallar la misma definición: las fotos están tan rotas, como las casas que ilustran.

En ese contexto nos encontramos con dos tipos de fotografías: las de interiores –con todas sus paredes en pedazos– y las de exteriores: estas segundas fueron hechas por Paula desde la calle, impresionada por lo que, después de una demolición, algunas medianeras permitieron vislumbrar. Allí el rol de la fotógrafa cambia: ya no se trata del proceso de una obra en construcción que la misma arquitecta registra fotográficamente, sino de este mismo fenómeno visto a escala metropolitana, donde quien mira es un transeúnte que con ojo avezado intercepta lo paradójico de esas situaciones.

Y en el tamaño mega de las gigantografías, las medianeras hablan ya no de una casa y su pasado, sino de la ciudad en su totalidad. La ciudad rota, la ciudad perdida, la ciudad que se rehace de cero tantas veces que resulta difícil de imaginar. Una vez que desapareció el espacio que delimitó y cobijó, la medianera es la carne viva que deja ver una vetusta intimidad. Y lo abrumador es que eso está al alcance de cualquier mirada, en la vía publica. Seriados mingitorios, minúsculas jaboneras, restos de chimeneas, pueden verse desde el colectivo.

Y todo esto plasmado con esa mezcla de lenguajes. Lo documental inextricablemente ligado a la fotografía, y la ilustración como un modo liviano de dar rienda suelta a los fantasmas que viven en nuestras casas, aun las que ya no están más ahí.

Lo que hubo se puede ver en Panal 361.Jean Jaurès 361. Lunes, martes y jueves de 16 a 20 hs (avisar previamente vía mail:[email protected]) Hasta el 14 de julio.

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