Dom 31.08.2003
radar

ENTREVISTAS

Victoria y derrota

Cuatro años después de El buen dolor, la novela intimista
alrededor de su padre que le valió el Premio Nacional de Literatura,
Guillermo Saccomanno volvió al ruedo con un libro inesperado: un melodrama lésbico-peronista ambientado durante el bombardeo a
la Plaza de Mayo. Internas de Sur, pitucas que escapan de la tilinguería,
yirajes de arrabal, un triángulo amoroso entre mujeres e intelectuales
que llegan a gozar con una quema de libros hacen de La lengua del malón una de las novelas más pasionales de la reciente literatura argentina.

Por Claudio Zeiger
“¿A quién puede interesarle una historia de homosexuales bajo las bombas del ‘55?”, se pregunta el profesor Gómez poco después de decidir contar la historia que se trae bajo el poncho desde esa época y que ha mantenido en reserva hasta nuestros días por una causa que no es posible revelar aquí. Entre otras cosas, La lengua del malón es una novela llena de secretos y pistas enigmáticas que cada lector deberá descifrar en privado.
Hasta ese año, hasta el ‘55 y el bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio, a Gómez la política lo tenía bastante sin cuidado. Enseñaba literatura en colegios secundarios, hacía traducciones, había intentado meter un artículo en Sur a pesar de no comulgar con Victoria Ocampo, tenía un amor desdichado pero también sus consuelos, parecía más o menos feliz. El profesor Gómez, homosexual de andar buscando aventuras por los arrabales de la ciudad, tenía una amiga, Lía, que era contrera a Perón desde la izquierda, medio trotskista, medio anarquista. Quería fundar una revista literaria en los antípodas de Sur (parecida a Contorno, se supone, aunque se fuera a llamar El Unicornio Austral). Juntos, además, se iban de excursión a los arrabales, a compartir el peligro. “A menudo me preguntaba qué iba a pasar cuando uno de nosotros encontrara el amor de su vida”, dice Gómez. “No hay un amor”, le retrucaba Lía. “Cuando hay uno solo, eso es posesión. O ahora me vas a reivindicar la propiedad privada.”
Pero las cosas no son tan sencillas como las pinta Lía. Los acontecimientos se van a ir desarrollando vertiginosamente desde que Lía se cruza con Delia en una fiesta distinguida. Delia es la fina, bella mujer de un capitán de marina. Delia es pituca pero no es tilinga. Escribe, muy en secreto. La pasión entre las dos mujeres no tardará en surgir. Sube la temperatura emotiva. El libro se va anudando con la inevitabilidad de un melodrama (lésbico-peronista, para el caso). La política y la pasión quedan unidas como siameses y no hay salida. Hay amor, posesión y celos. Las dos mujeres se separan. Otra se cruza en el camino pero donde hubo fuego, cenizas quedan. Delia queda embarazada. La conspiración contra Perón avanza a pasa redoblado. El esposo de Delia, obviamente, está implicado. Entretanto, Delia escribe un libro muy escandaloso para la época, sobre todo para la supuestamente recatada esposa de un capitán. Ese texto –al que accedemos en forma indirecta, a través de los comentarios del profesor Gómez– se llama como la novela verdadera de Guillermo Saccomanno, La lengua del malón, y narra el amor de una cautiva con su indio cautivador en clave de erotismo desaforado. Y si alguien cree que esta es demasiada información, se equivoca: hay más. Mucho más.
Quizás esta introducción sirva un poco a modo de respuesta a la pregunta que se hacía Gómez (¿a quién puede interesarle...?): La lengua del malón es, en primer lugar, un muy atractivo cruce de géneros y voces narrativas. Su fuerza explosiva reside en que nunca deja la política cuando narra la pasión amorosa, ni abandona la pasión cuando narra la política. Y entre una y otra, también apasionada, discutida, intensa, destaca la presencia de la literatura argentina, hacia la cual el autor no disimula ni simpatías ni rechazos.
La lengua del malón, en uno de sus pliegues, es una fuerte toma de posición literaria. Saccomanno comenta que para escribirla se sumergió en numerosas fuentes biográficas y documentales: las memorias de Victoria Ocampo, las memorias del Almirante Rojas, libros doctrinarios de Perón, proyectos sociales de la CGT, los cuatro volúmenes de Félix Luna sobre el peronismo, entre otras obras. “Me leí todo: soy como un cartonero de la literatura argentina”, admite.
Su último libro, publicado hace cuatro años, fue el confesional El buen dolor, una trilogía armada alrededor de la figura de su padre. El camino por el que Saccomanno llegó a La lengua del malón y no a otro libro, según cuenta, fue bastante accidentado. “Cuando cumplí 50 años, las mujeres de la familia, mis hijas, mi madre y mi hermana, me regalaron una notebook. Yo había escrito de manera desordenada unas novelas cortas entre lo confesional y la crónica, y cuentos. Gracias a la notebook y a vivir en Gesell, me puse a escribir una novela larga y llegué a las 400 páginas. Yo no sabía que se podía escribir tanto. Quería escribir una novela sobre los ‘70. Es la historia de una chica embarazada de un ex combatiente de Malvinas. Ella, hija de guerrilleros, había nacido en cautiverio. Va en busca de la madre a la Patagonia. Pero cuando llegué a la página 400 la chica ni se había subido al micro. Me costaba encontrar el tono para contar los ‘70, lo sentía impostado. Había una historia lateral, que es un texto que dejó la abuela de esta chica y que finalmente vino a ser La lengua del malón. Me parece que para narrar los ‘70 necesitaba primero ir a los ‘50. Los cortes no se dan por década exacta. La generación del ‘50 empieza en 1955, como la de los ‘60 empieza en 1966, cuando Onganía niveló a los estudiantes con los obreros. Para mí, el quiebre fue en el ‘55. El bombardeo fue un genocidio. Rojas dio nombres de 156 muertos pero nunca se supo la cantidad real. Quien más quien menos, de mi generación todos lo recuerdan. Yo mismo recuerdo haber visto pasar los aviones. La historia recuerda más la quema del Jockey Club y la quema de las iglesias. Félix Luna dice algo muy interesante al respecto: las iglesias quedan, en cambio los cuerpos pueden ser sacados rápidamente de la vista. Esto pasó en el ‘55.”
El choque de clases se expresa en La lengua del malón como choque cultural, confrontación de lecturas y modos de leer, así como la homosexualidad viene a poner en escena la marginalidad del punto de vista, una lateralidad que Saccomanno eligió para narrar la historia política. Así, la novela es un campo de tensiones y antinomias de la pasión donde la historia no es trasfondo o telón pintado sino motor y fuerza. Saccomanno, acepta, personalizó a fondo el asunto. “El profesor Gómez soy yo. Me di cuenta de que Gómez tiene resentimiento de clase y fascinación por la clase alta, por su cultura, por el manejo del idioma francés. A mí me interesaba más Contorno que Sur, pero la leía. Mi viejo, que era socialista, traía Sur a casa. Y Sur era el pensamiento rubio, no hay vueltas. La cultura oficial del peronismo estaba copada por el nacionalismo católico. Y el resto era lo indiscriminado, la negrada, lo indiferenciado.”
El profesor Gómez también es el que sostiene el punto de vista sobre la literatura argentina.
–Él viene a plantear que hay una relación directa entre la literatura y la violencia. El profesor Gómez presencia la quema de libros en la Casa del Pueblo, y si bien no participa, es un espectador que siente que no lo ve tan mal, siente en sí mismo la revancha, el furor, el resentimiento. ¿Cómo se explica que un profesor de literatura llegue a ver con cierta simpatía una quema de libros? No hay justicia. Entonces hay venganza y resentimiento. Después verá cómo la Revolución Libertadora cierra el círculo quemando los libros de Eva y Perón en las escuelas. En este sentido creo que el libro es muy Viñas, muy Feinmann. Yo también me hacía una pregunta: ¿cómo habría contado Soriano un melodrama homosexual de Puig? Están esos cruces, y está Rodolfo Walsh cuando en Operación Masacre cuenta su abrupta politización al saber de los fusilamientos de José León Suárez.
¿Por qué hay en el libro una visión tan negativa del papel de Victoria Ocampo? Aparece ligada directamente a los conspiradores del bombardeo.
–No puedo tener una visión más positiva de Victoria Ocampo. Me parece que en el campo literario hay un rescate de Sur sin contextualizar y sin dar fechas. Yo creo que ella es la patrona y tiene un séquito que le chupa las medias. No le quitemos a Sur los méritos que tiene en la difusión de la mejor literatura, pero no olvidemos su filiación gorila y liberal. En la revolución de septiembre del ‘55, en la escuela de suboficiales de Córdoba, participaron chicos de 14 y 15 años. Se cañonearon destilerías,sitiaron el puerto de Buenos Aires. ¿Para dónde miraban los intelectuales? Más allá de todo, los libros se contestan con los libros. Los remito a las memorias del Almirante Rojas y de Victoria Ocampo. Que se revise lo superficial y liviana que es ella en su crónica de los juicios de Nuremberg. Se queja de que no hay agua en una ciudad bombardeada, describe sus guantes de cuero, la ropa, en fin. La frivolidad también genera violencia. A veces pienso que esta novela es un tratado del resentimiento. Porque Victoria Ocampo también era una resentida y una cautiva; en la novela tomo precisamente los días que estuvo en la cárcel. De un lado y otro pesaba mucho el odio hacia lo diferente.
En el libro se habla del pueblo y del bombardeo, pero Perón aparece como una figura lejana, hay como un peronismo sin Perón.
–Yo reivindico del peronismo las conquistas sociales, básicamente eso. Entre tantas cosas que leí están los libros de la Secretaría de Prensa y Difusión sobre la obra social del peronismo. Cuando leés ese proyecto de país te juro que te caés de culo. En la novela el peronismo es la fascinación por lo que hay más allá de la línea de frontera. Me hace recordar una anécdota. En 1973 me tocó dar examen con Noé Jitrik. Con un compañero preparamos el tema. Fuimos a demostrar que Borges era peronista. Cuando se lo dijimos Jitrik se sonrió y nos dijo: mientras lo puedan probar. Cuando en “El sur” Juan Dahlmann toma el cuchillo, a pesar de ser refinado, sale a pelear. Por supuesto hacíamos un análisis más desarrollado de esto que digo.
¿Demostraron que Borges era peronista?
–Jitrik nos aprobó. No sé si llegamos a demostrar que Borges era peronista pero sí su fascinación por la barbarie. Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, de Enrique Molina, La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera, también son novelas fascinadas por la barbarie. A mí me encantaría que La lengua del malón pudiera ser leída entre estos dos libros, en la forma como abordan la violencia, y cómo son fascinados por la violencia.
¿Sos consciente de hasta qué punto el libro es un consumado melodrama?
–Absolutamente. Si hablamos de fascinación, también sentí desde chico la fascinación por el melodrama. Me llevaban al cine dos veces por semana. Los miércoles, la Función de Damas, mamá y una vecina nos llevaban a los chicos, con los sandwiches para comer en el cine. Ibamos de dos a siete de la tarde y veíamos tres películas. ¿Por qué no usar el cine visto, las historietas, los westerns, las películas de romances desgarrados? ¿Por qué no contar una historia que sea entretenida, emocionante, que puedas identificarte con los personajes, que tengan coraje? Y además de paso te deja algo más que el entretenimiento. ¿Está tan mal pensar la literatura como una pedagogía? Se supone que el narrador habla desde la experiencia. Aquí hay un saber sobre la literatura argentina que da claves pero no deja afuera al lector que no las maneja. Leía en un libro sobre John Ford donde él se preguntaba para qué usar el cinemascope. ¿Para hacer primeros planos? No, para la acción física, los grandes paisajes. Yo quería meter la ciudad. Quería que esta novela tuviera la Richmond, Retiro, el Parque Japonés y que también tuviera la Conquista del Desierto y los grandes paisajes de la Patagonia. Hay mucho dramatismo y también la conspiración contra Perón es folletinesca, con esos sobretodos negros mojados por la lluvia, muy años ‘50. Mis otras novelas son como de cámara, flaquitas. Esta está lleno de voces, es una sinfonía. Hay embarazos, muertes, separaciones, tiros. Es un desborde total.

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