PERSONAJES
quisiera ser grande
Formada por James Brown y Los Beatles, pero también por Piazzolla o el free jazz de Steve Lacy, su guitarra marcó a fuego dos bandas míticas. Fue el fundador de Manal, el trío que inauguró uno de los linajes más auténticos del rock argentino, y compartió con Billy Bond el espíritu patotero de La Pesada del Rock and Roll. Después tocó en Brasil con Ney Matogrosso y se fue a vivir y a enseñar a Madrid. Ahora, mientras baraja nuevos proyectos, Claudio Gabis repasa su autobiografía musical y explica por qué no quiere que el rock lo condene a la juventud eterna.
POR DIEGO FISCHERMAN
Hubo un tiempo en que fue hermoso. O, por lo menos, ilustrado. Un tiempo en que al rock había que buscarlo en el final de programas de radio que duraban hasta las dos de la mañana (un horario bastante tardío, en ese entonces, para los adolescentes), en disquerías casi secretas, de escaso tamaño y precios inmensos, que ofrecían a quienes podían pagarla la gloria importada de raspar un celofán con olor cercano a la frutilla y encontrarse con lo nuevo de Dylan, Cream, Traffic, Miles Davis o John Mayall.
Era un tiempo en que el rock era cosa de jóvenes cultos, curiosos, que leían como locos –sobre todo ciencia ficción, a veces filosofía o poesía, casi siempre algo del boom latinoamericano de entonces– y no querían escuchar lo que escuchaba la mayoría. Era un tiempo, sobre todo, en que los fundadores del rock habían empezado a formar sus gustos musicales escuchando –y a veces tocando– muchas otras músicas, y cuando inventaron el rock lo hicieron desde una enciclopedia mucho más frondosa que la que tuvieron a su alcance sus herederos.
Junto al baterista y cantante Javier Martínez y el bajista Alejandro Medina, Claudio Gabis fue el fundador de Manal, el grupo que a su vez fundó al menos la mitad de la genealogía argentina en la materia; también fue integrante y factótum de La Pesada del Rock and Roll, más tarde miembro de la banda de Ney Matogrosso en Brasil y, más cerca, director de una escuela de jazz en Madrid. Pero ahora Gabis se sienta en una mesa junto a la ventana del café Las Violetas, recuerda algunos bares cercanos (“En El Cóndor, que ahora se llama El Coleccionista, nos pasábamos horas con Javier hablando de libros y de música. Ahí nos dimos cuenta de que queríamos hacer un grupo juntos”) y, de paso, reivindica la indudable prosapia de Caballito en cuestiones de rock y blues argentino. De Caballito y, claro, de la Avenida Rivadavia, a la que Manal le puso música. “El grupo era una democracia; tenía tantos líderes como integrantes. Los temas se exponían a la opinión muchas veces despiadada de todos, se discutían y se defendían, pero si no nos gustaba, no se hacía. Después le agregábamos un riff, que se nos ocurría a Alejandro o a mí, y a partir de ahí, cuando estaba más o menos estructurado, lo tocábamos. Ensayábamos en Florencio Balcarce y Yerbal, parábamos a tomar un café, escuchábamos un poquito de Coltrane o de Parker, o de Wes Montgomery, o James Brown, o el último disco que había sacado Hendrix, o uno de los Beatles para amenizar, o un poco de Piazzolla. Eso era lo que escuchábamos en medio de un ensayo. También mucho free; Steve Lacy, por ejemplo. Para nosotros, el Be-Bop era el rock and roll del jazz. Ibamos de ahí para adelante.”
En el comienzo, como siempre, hubo una serie de errores, cosas que podrían haber sido de montones de maneras diferentes, pero fueron justamente así. Empezando por el año en que Gabis –con el Nacional de Buenos Aires recién terminado– aunque con una materia colgada– ya no estaba en la secundaria, pero tampoco podía entrar a la universidad. De modo que, en vez de estudiar, se dedicó a escuchar música, a sacar con la guitarra que se había comprado los solos de los músicos de jazz y blues que iba descubriendo. Fue el año en que armó un grupo, y en fiestas, en alguna exposición en el Instituto Di Tella o en algún café, conoció a otros músicos que estaban en otros grupos (el suyo se llamaba Bubbling Awe; el de Martínez, El Grupo de Gastón). Con ellos surgió, naturalmente, la idea de Manal. “El nombre tenía que ver con una especie de aumentativo que usábamos nosotros: una buena mina era una minal, un disco que nos gustaba mucho era un discal. Así que una buena mano era manal.”
SUR Y ACEITE
“Esperábamos que nos descubriera alguna compañía grande y nos hiciera grabar un disco. Eso era fundamental para poder conseguir chicas”, cuenta Gabis. “Pero había un obstáculo insalvable: el idioma. Cantar encastellano acá no valía nada. Nadie daba dos guitas. Y ésa había sido una de las cosas que a mí, de entrada, me habían vuelto loco de las canciones que componía Javier: eran en castellano. Era la música que a mí me gustaba: una música que a mí me parecía que sólo podía sonar en inglés, y que él había encontrado una manera de hacer en nuestro idioma. Y funcionaba. Cuando Javier me mostró sus temas, me caí de culo. Así que había una cuestión de militancia en el hecho de cantar en castellano. Jorge Alvarez, que empezaba con el sello Mandioca, fue el primero que creyó en este proyecto. Con él grabamos; primero un simple, ‘No pibe’, y después el LP y otro simple, ‘Jugo de tomate’.”
Gabis no habla del segundo LP, de ese que grabaron –esa vez sí– para una compañía grande. La RCA Victor ya había sacado un simple con el tema “Elena” de un lado y “Hola, Doña Laura” del otro. Entonces grabaron El León. “No estaba bien la química, ni la del grupo ni la de cada uno de nosotros”, dice, lacónico, Gabis. Y cuando se le pregunta por sus preferencias musicales dentro de la breve existencia de Manal, no duda: “‘Avellaneda Blues’. Fue el primer tema que compusimos Javier y yo juntos, y creo que sigue siendo un gran tema.” Allí, de hecho, Claudio Gabis hace uno de los mejores solos de guitarra de la historia del rock argentino. Un solo superado únicamente por otro solo de Gabis, en una versión de “Avellaneda Blues” (donde canta León Gieco) incluida en un CD doble grabado en parte en España. En ese álbum llamado Convocatoria, donde tocan invitados como Charly García, Ricardo Mollo, Joaquín Sabina y Fito Páez, puede rastrearse en todo caso algo de lo que hizo Gabis después de abandonar la Argentina. Su paso por el grupo de Matogrosso es más bien inidentificable, y el grupo Exú, que formó aquí cuando estaba a punto de irse, tuvo una existencia fugaz que no dejó rastros. Pero antes de todo eso participó de uno de los proyectos más interesantes y menos conocidos de la música popular argentina: la primera banda de rock “llave en mano” de la historia.
LA PESADA
El famoso “rompan todo” con el que Billy Bond arengó al público del Luna Park alcanzó para demonizar no sólo a su banda, La Pesada del Rock and Roll, sino a todo el género, que durante un buen tiempo tuvo la entrada condicionada a ciertas salas. El nombre del grupo ya anunciaba un costado duro y hasta un poco patotero. Letras con exhortaciones insolentes –”salgan al sol, idiotas”– o la delirante versión rock de la “Marcha de San Lorenzo” contribuían, en todo caso, a consolidar una imagen en la que el reviente parecía tener su encarnación más perfecta: sexo, drogas y rocanrol en estado casi puro, podría decirse. Sin embargo, la historia de ese grupo que se dedicó a grabar discos casi todos los días del año (algo más de veinte, recuerda Gabis) y funcionaba como la más eficaz de las empresas, es bien diferente. La Pesada es la banda que suena detrás de proyectos como Vida de Sui Generis o Cristo Rock de Raúl Porchetto. Y hasta de un disco con Donna Carroll. “Billy Bond me pasaba a buscar a las nueve de la mañana”, recuerda Gabis. “Desayunábamos juntos y nos íbamos al estudio Phonalex a grabar. Fue el período más pacífico, más favorable en términos económicos y más plácido de toda esa época. Teníamos muchísimo trabajo y, además, nos llevábamos bien, lo que era como un bálsamo después de la última época de Manal. Es más: nuestras novias y mujeres se llevaban bien entre ellas.”
¿Y el sexo, las drogas y el rocanrol? “Hay mucho de impostura. La otra vez veía un reportaje a Mick Jagger por televisión. El tipo es un profesional: sabe que tiene que cuidarse y hace un papel como podría hacer otro. Tal vez cuando tenía dieciséis años se lo creía, pero ahora es un trabajo. Aunque le guste, es un trabajo. Por su propia profesión, un músico necesita disciplina. Y si se mete muchas cosas durante mucho tiempo, pierde la disciplina y al final termina no pudiendo hacer música.”
FINALES Y PRINCIPIOS
“La separación de Manal fue muy poco después de la de los Beatles”, cuenta Gabis. “Hubo una especie de reacción en cadena, la sensación de que terminaban un período y una ilusión. Una ensoñación. Sentimos que habíamos estado en una realidad ficticia. Y que habíamos hecho algo muy jóvenes y que, de pronto, esos tres años en que habíamos estado juntos nos habían llevado a ir perfilando individualmente una carrera. Cada uno, también, había formado su propio núcleo personal, tanto de pareja como esa pequeña y maldita corte, típica del mundo de la música y del arte, que tendía a convencer a cada uno de que el piola del grupo era él y que los otros eran los boludos, y que a uno le iba a ir mejor solo. Nuestra relación siempre había sido difícil, pero lo que compensó en los primeros tiempos fue el idilio. Y cada uno de nosotros suponía que lo que estaba por venir iba a ser mucho más brillante que todo lo que habíamos hecho juntos.” Disuelto Manal, el guitarrista se fue a Brasil, tocó free jazz, se perfeccionó en la escuela Berklee de Boston y fue construyendo poco a poco al músico que hoy dice, por ejemplo: “El rock se quedó prisionero de la idea de la música de adolescentes. Yo soy un adulto. No me interesa parecer un adolescente ni quiero hacer música joven. Quiero hacer, como siempre, la música que más me gusta: el blues y el rock. Pero el blues y el rock hechos por alguien que se mataba escuchando a Steve Lacy, que admiraba y admira a Piazzolla y que, además, después siguió estudiando y escuchando montones de cosas”.
En su escala actual de valores, cuando se trata de pensar en eso que a falta de una definición mejor se sigue llamando rock nacional, Gabis reivindica, además del primer Manal, “buena parte de lo de Charly, algunas cosas de Fito, muy buena parte de lo de León Gieco –un tipo que cada vez me inspira más respeto y más cariño–, cosas de gran envergadura que ha habido en todos estos años, cosas como Soda Stereo y Spinetta, que a lo largo de toda su carrera ha producido cosas muy ricas y valiosas. Y los amigos, desde ya: Alejandro Medina, Claudia Puyó. Y el tango, por supuesto”.
Mientras baraja un nuevo proyecto “todavía bastante en el aire” con Ricardo Soulé (ex cantante y compositor de Vox Dei) y Gustavo Montesano (Crucis), recién alejado de la escuela madrileña de jazz, Gabis dice: “Tengo la cabeza mucho más abierta. He aprendido mucho. Quiero volver a dedicarme a proyectos musicales activos, que los años que pasé en la escuela me impidieron desarrollar”. Gabis se pregunta: “¿Soy un músico de rock and roll?”. Y se contesta: “Tal vez soy más un músico de blues. O un músico a secas, porque son muchas las cosas que me gustan. Pero el blues es una música de gente adulta, y tal vez por eso me siento más cerca de ese mundo. Aun cuando lo toque gente muy joven, se lo toca con una actitud adulta. Del jazz ni hablemos: hasta es demasiado adulto. El tango, por ejemplo, también es una música adulta. Está bien, es lindo lo de la juventud, pero hay un momento en que no se sostiene. Es como esas mujeres o esos hombres que están exclusivamente concentrados en su aspecto juvenil. Y cuando se termina eso no les queda nada. El camino del rock no tenía por qué ser necesariamente ése. Pero fue así: se comprometió con lo juvenil y cuando pasó el tiempo, se quedó sin nada. El rock –como cultura, como actitud vital– fue decisivo en mi vida. Pero hoy en día ya no quiero seguir pareciendo un adolescente. Ya no lo soy. Me puedo poner una camiseta para ir a tocar a un recital, pero lo que toque va a estar representando los 54 años que tengo. Veo un pibe o una piba de 19 años años y me encantan: son lindos, jóvenes, fuertes, frescos. Pero yo quiero ser feliz con la edad que tengo y hacer una música que corresponda a mi edad”.