MUESTRAS
Esto no es la muerte
En Poesía diaria, Virginia Giannoni tapiza las paredes de una sala del Centro Cultural San Martín con 450 recordatorios publicados en Página/12 por familiares de detenidos-desaparecidos. La premisa es poner en escena una memoria desnuda: una luz despojada, los rostros todavía sonrientes, ajenos al destino que los acecha, y la poesía dolida con que los evocan sus seres queridos.
Por Cecilia Sosa
Siempre le llamaron la atención esas caras que miraban desde el pie de página del diario. Y las palabras que acompañaban a esos rostros jóvenes, casi siempre sonrientes. Esas madres escribiendo a sus hijos, hermanos, amigos, amantes, recordándolos en ausencia año tras año. Un día se dio cuenta de que los buscaba, que la atraían como el recuerdo de otra realidad siempre latente, renovada en esos rectángulos infiltrados entre las noticias. Y comenzó a coleccionarlos. Primero en su casa, recortándolos; después, rastreando los pedacitos de diario viejo en la hemeroteca de Página/12 o en los archivos de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora y de Familiares de Detenidos-Desaparecidos. Así reunió cerca de cuatro mil. Del 5 al 26 de septiembre, Virginia Giannoni expondrá en el Centro Cultural San Martín el resultado de esa búsqueda, que decidió titular Poesía diaria. Porque el silencio es mortal. El criterio de selección no fue académico; no siguió los dictados del razonamiento sino el capricho de la poesía. “Pero poesía no como rima ni verso, sino como el intento de ponerle palabras a lo que no las tiene: a algo que sigue sin tumba y sin nombre”, dice Giannoni.
“Nos desandamos cada día y no callamos el dolor de no poderte”
A diferencia, tal vez, de otros muchos homenajes que se hicieron desde el comienzo de la democracia, la muestra tendrá un carácter intimista, modesto, acotado: apenas el espacio necesario para hacer pública una obsesión. Se expondrán cerca de 450 recordatorios ampliados al doscientos por ciento de su tamaño real, cada uno en una superficie parecida al de una hoja A4. Los afiches –en fotocopias o en papel de diario– cubrirán la sala del piso al techo, a modo de pegatina, y acaso busquen reproducir el escalofrío que Virginia siente cada vez que da vuelta una página del diario y los ve aparecer. “Siempre me impresionó el modo que tienen de intervenir la realidad”, dice. “Palabras de tanto dolor en un papel que servirá para envolver papas.”
La puesta, realizada por Ana Giannoni –hermana de Virginia– y Martín Borini, sólo tendrá un mínimo agregado: una luz que, proyectada desde algún recoveco de la sala, cada espectador se verá obligado a interferir con su propia sombra. “Frente a esos tipos que te miran será inevitable preguntarse qué es estar presente, qué tan presentes estamos nosotros o están ellos”, dice Virginia. O, en otras palabras: “¿Qué es estar muerto? ¿Están muertos ellos, los que son nombrados? ¿Los mataron? Ésa no es la muerte, ellos siguen vivos, aquí. La muerte es el olvido”, dirá un texto escrito por Virginia que quedará pegado en una columna.
Una de las preguntas que la persiguió durante todo el trabajo fue si ella, Virginia –32 años, diseñadora y escritora por vocación, sin familiares cercanos desaparecidos– tenía derecho a apropiarse de ese dolor. La respuesta fue ambigua. “Es algo privado y público a la vez, y es así de contradictorio. La historia no es directamente mía, pero es una historia que me nombra”, dice.
“Los busco siempre”
Por puro hábito, Virginia empezó a reconocer las caras que se repetían y las palabras que, escritas en primera persona, se pluralizaban en la firma. Para la selección descartó los que incluían consignas políticas o las que por timidez o pudor apuntaban sólo las fechas de la desaparición. Se quedó con las otras, las que sin citar buscaban nombrar el dolor sin tumba y sin duelo. “El que escribe pone el alma allí, habla con sus muertos y es poesía hecha carne. Por eso su desnudez”, dice Giannoni.
Pero recién se dio cuenta de que tenía “algo” cuando llevó a la imprenta la colección de recordatorios para una primera impresión. Al tipo que larecibió se le demacró la cara. “¿De dónde sacaste todo esto?”, le preguntó. “Ahí me di cuenta de que mucha gente que no lee el diario no sabe que todo esto sucede, y entendí que sólo por eso ya valía la pena mostrarlo”, dice Virginia. Poco después de cumplir un año, en agosto del ‘88, Página/12 cedió el espacio para publicar el primer recordatorio gratuito. Los avisos se multiplicaron y signaron la identidad del diario. Hoy se reciben cerca de 600 al año, algunos de personas que no habían escrito en más de dos décadas y otros que, aun recordando a otros muertos en democracia, quisieron conservar el formato original. El extemporáneo obituario llamó la atención de la revista Ramona y, por su intermedio, a la vanguardista B-Guided de Barcelona, que lo definió como arte conceptual. A Virginia lo que más la sorprende es el estado de permanente presente que conservan los textos.
“Dónde estarán tus huesos y tu carne, dónde estarán tus rasgos esparcidos”
Aunque sus padres –profesores de historia y de literatura– se refugiaron durante la dictadura en Cinco Saltos, un pequeño pueblito de Río Negro, Virginia nunca antes había tenido relación con los organismos de derechos humanos. El trabajo la acercó a Aída Sarti, la archivista de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, a quien importunó durante meses con su afán de coleccionista. Aída, agitada por esa sombra, decidió poner en el diario un recordatorio del 27 aniversario de la desaparición de su hija. Lloró antes y después de llenar el formulario, y también cuando Virginia le pidió que hablara el día de la inauguración y se puso a pensar. “¿Qué voy a decir con tantos fantasmas mirándonos?”, le preguntó.
“En mí la falta lo es todo, y es la nada también...”
Virginia comenzó a visitar la hemeroteca del diario en diciembre de 2002. Hacía calor, y tenía una panza de 5 meses que hoy es una beba llamada Carmen. Su otra hija, Juana, de tres años, se cansó de verla sentada frente a la computadora limpiando letras. “¿Por qué no tipeás todo de nuevo?”, le preguntó mil veces el marido. Pero no. Virginia, caprichosamente –el resultado hubiera sido el mismo–, los escaneó, los amplió y quiso conservar el formato de cada letra; para lo cual tuvo que limpiar cada letra. Como un mantra: como el ritual de aquel que limpia una tumba. “Estás picando tu propia piedra”, se burló alguien. “Tal vez”, respondía ella, sin saber casi por qué lo hacía. Ahora tampoco lo sabe; sólo tiene claro que es como un rompecabezas que se arma: un rompecabezas que es de cada uno y también de todos.
“No pudieron matarte”
Para la muestra, Virginia consiguió el auspicio de la Dirección General de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la Comisión de Derechos Humanos, Garantías y Antidiscriminación de la Legislatura de la Ciudad, la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y el Banco de la Ciudad. Pero ahí no terminan las cosas: ahora quiere publicar y traducir (a los distintos idiomas en que se siguió la tragedia argentina) una selección de los textos. Sabe, de todos modos, que no habrá algo llamado cierre: “No hay conclusión posible”, dice.
Poesía diaria. Porque el silencio es mortal en la sala II del Centro Cultural General San Martín, Sarmiento 1551. Inaugura el 5 de septiembre a las 19. Hasta el 26 de septiembre, de lunes a domingos de 15 a 21. Gratis.