CINE > LA REMAKE DE CARRIE, LA NOVELA CLáSICA DE STEPHEN KING
Pudo haber sido una relectura de un clásico del terror, sobre todo en tiempos en que el bullying es un tema tan preocupante como extendido. Pero la versión 2013 de Carrie oscila entre el exceso de respeto al film de Brian De Palma y una anemia iconográfica que llama la atención en una historia cuyo eje es la sangre.
› Por Mariana Enriquez
Es una imagen icónica: la chica etérea y descarnada, cubierta de sangre, sobre el escenario de su baile de fin de curso, con los ojos muy abiertos y una tensión de otro mundo en los brazos rígidos al costado del cuerpo. La chica es Carrie: la protagonista y título de la primera novela de Stephen King, publicada en 1974, cuando él era maestro de escuela; una novela armada como falso “caso real”, insertando fragmentos de artículos periodísticos y libros de investigación sobre los hechos narrados. Los hechos: Carrie es una adolescente hija de una fanática religiosa violenta, víctima del más extremo bullying en el colegio, que masacra a sus compañeros después de una humillación final en la fiesta de graduación, cuando una de las chicas que la odia le tira sangre de cerdo en la cabeza justo cuando la eligen reina del baile, frente a todos, en la única noche buena de su vida.
Lo que los compañeros maltratadores no saben es que Carrie tiene el don de la telequinesis, es decir, la capacidad de mover objetos con la mente. Don que usa para arrojar cuerpos por el aire, provocar incendios, usar mesas para partir cuerpos, hacer volar cuchillos y, finalmente, destruir todo el pueblo de Chamberlain.
Cuando Stephen King escribió y publicó Carrie, el término bullying no era de uso común; tampoco las masacres escolares que hoy se repiten en Estados Unidos con espantosa frecuencia. Fue un libro premonitorio e inquietante que vendió cuatro millones de ejemplares y en apenas dos años tuvo su primera y extraordinaria adaptación para cine en manos de Brian De Palma. Carrie, de 1976, con Sissy Spacek y Piper Laurie, es un clásico del terror y una de las películas más representativas y contundentes del cine de los años setenta.
Este año, los estudios decidieron hacer la remake de Carrie. Más allá de la primera reacción de repugnancia –¡por qué tocar un clásico!– la idea tenía algún sentido: se contrató a Kimberly Peirce, directora de Boys Don’t Cry (1999), la película sobre Brandon Teena, el adolescente transexual asesinado en Nebraska que le dio su primer Oscar a Hillary Swank; como Margaret White, la madre de Carrie, Julianne Moore, la mejor elección posible, y como Carrie, Chlöe Grace Moretz, que es una adolescente especialista en papeles extraños, desde la saga Kick Ass hasta la niña vampira de Let Me In. Quizás este equipo podía apropiarse del icono para decir algo sobre esta época donde el extremismo religioso, las masacres en la secundaria, el bullying y el abuso son temas dominantes.
Y sin embargo Carrie 2013 hace casi todo mal y ni siquiera porque sea una mala película. Un clásico no necesita una remake: necesita una relectura. Carrie no es cualquier historia de horror: es una historia sobre el abuso y –esto es lo horrible, esto es lo que provoca el miedo– sobre lo irreparable del daño, sobre la perpetuación y continuidad de la violencia y el trastorno. En el libro, y en la película, Carrie no tiene piedad. Deja viva solamente a su compañera Sue Snell –la que planeó, con buenas intenciones, que Carrie fuera al baile con Tommy Ross, su novio, otro buen chico– pero la deja tan traumatizada que hubiese sido más piadoso de su parte matarla. No hay consuelo ni reparación: a Carrie la arruinan las buenas intenciones, su madre, Dios, todos los que deberían haberla cuidado. Y, muy importante, Carrie es una víctima pero también, y especialmente, es un monstruo, con un poder fuera de control.
Sissy Spacek, la Carrie de Brian De Palma, con su mirada extática de santa de yeso, y su mezcla de aniñamiento y vejez –la actriz tenía 26 años cuando rodó la película– era perfecta. Brian De Palma no tuvo que hacer mucho para subrayar el verosímil y hacer creer que esta chica extraña podía ser capaz de desatar un infierno, porque Sissy Spacek tenía un elemento de otredad único, nadie se parecía a ella, salvo quizá las mujeres de Lucas Cranach El Joven o la Santa Dorotea de Grünewald: toda la película de De Palma estaba cargada de imaginería religiosa y eso incluía el aspecto de su actriz principal. Chloë Grace Moretz es una buena actriz, y es una adolescente real, pero su actuación pendula entre la chica bonita que podría ser salvada y la asesina potencial. Cuando desencadena la masacre elige a quiénes mata pero, además, cada asesinato tiene su coreografía, como en tantas películas de terror adolescentes. Eso la convierte en una especie de justiciera. Y ése no es el punto de Carrie, que es una historia sobre la injusticia y la imposibilidad de la reparación.
Peirce es, además, tan respetuosa del original de De Palma –la película es casi idéntica plano por plano– que, lejos de actualizar, consigue un artefacto anticuado. Los guionistas –Lawrence D. Cohen, el de 1976, y Roberto Aguirre-Sacasa, de Glee– creen que “actualizar” es agregar teléfonos celulares, videos subidos a YouTube, referencias a programas de televisión recientes y eliminar los desnudos de las chicas, los juegos de poder sexuales de las parejitas de adolescentes crueles y la ambigüedad moral de los personajes. En la original, Billy Nolan (John Travolta), el delincuente juvenil que mata el cerdo y llena de sangre el balde que caerá sobre la cabeza de Carrie, lo hace en el contexto de una relación violenta con su novia Chris; inclusive accede al plan después de que ella le hace una fellatio en el auto. Ese detalle, elemental porque explica toda la motivación y la espiral de la crueldad, fue eliminado. Así también pasa en la escena fundacional, cuando Carrie tiene su primera menstruación en la ducha del colegio, se asusta y pide ayuda desnuda y ensangrentada pero sólo recibe burlas y una lluvia de toallitas y tampones –nada, nada de compasión: ¡ella no sabe que es sangre menstrual, cree que se muere!–: esta escena ha sido limpiada, no hay senos ni pubis ni la desprotección de un cuerpo desnudo. ¿Para qué rehacerla si es obligatorio sacarle su fuerza, que es la vulnerabilidad del momento?
Cada detalle modificado del original empobrece a Carrie 2013. No se volvió a pensar lo que tiene para decir sobre hacerse mujer, sobre la represión y hasta las clases sociales. La única relectura es la reconversión de la furia ciega en venganza calculada –y es una relectura de película de superhéroes, de la misma ultraviolencia vacua y olvidable de siempre–. ¿Cómo puede ser que, ahora, cuando lo que hizo Carrie en la ficción más o menos ha sucedido en la realidad, verlo en pantalla cause apenas curiosidad? ¿Es posible tanta anemia en una película impregnada de sangre? Los estudios quieren que todas las películas apunten a los consumidores adolescentes y están seguros de que los adolescentes no quieren ver nada filmado antes de 2003. Que no tienen interés en nada “viejo”. A lo mejor tienen razón. Pero en vez de clonar y precuelar y repetir y rehacer podrían, por ejemplo, intentar darles sus propios mitos. Así se ahorrarían este tipo de desperdicios, estas oportunidades perdidas.
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