Dom 14.09.2003
radar

(((¿Cuánto vale tu silencio?)))

El Catador Catado ¿Cuánto vale su equipo de música? ¿Cuánto puede valer uno mejor? ¿Y uno más mejor todavía? ¿Y uno tan mejor que ocupa todo un cuarto y está armado con las mejores partes de las mejores marcas? ¿Cinco mil? ¿Diez mil? Frío. ¿Veinte? Frío, frío. ¿Vende el departamento y pone cincuenta mil? Sigue frío. Así que hagámosla corta: la Feria Internacional de Tecnología de Berlín acaba de presentar el equipo de música más caro del mundo: un millón de euros. Y Radar estuvo ahí para escucharlo.

Por Ariel Magnus

Hay los que van al Louvre sólo para ver a la Mona Lisa y hay los que, por no confundirse con aquéllos, la esquivan deliberadamente. Los segundos son los que saben de arte, o en todo caso dominan el arte de pretender sabiduría; los primeros tienden a ser japoneses. En la Feria Internacional de Tecnología que se acaba de celebrar en Berlín, la más importante en su rubro y por lo tanto algo así como el Louvre bienal de la electrónica de consumo, la ecuación se reorienta: aquí son los ojos rasgados, y no las barbas o las boinas, quienes imponen respeto. De las muchas atracciones que ofrece esta feria octogenaria, que hace cuarenta años revolucionaba el mundo de la música presentando el viejo y querido cassette, ninguna más publicitada que “el equipo de música más caro del mundo”. Entrando por el ala este y a paso de turista que sólo vino a ver eso, en tres minutos se está frente a ese millón de euros de tecnología Hi-Fi. Si la primera impresión que da la Mona Lisa es la de ser más chica que lo que uno imaginaba, lo primero que sorprende de esta obra de electroarte es su tamaño descomunal. Lo segundo (aunque eso no debería ser ninguna sorpresa), es que entre la centena de personas que esperan para visitarla no se encuentra ni un solo japonés. Diez minutos de amenos empujoncitos (los alemanes, tan ordenados en otros aspectos, desconocen el concepto de fila) y las puertas se abren; diez segundos de empujones y las puertas se vuelven a cerrar. Capacidad máxima 80 personas, próximo show en media hora, avisa el guarda de bigote prusiano. No queda otra que hacer zapping por ahí, donde pasean los que de esto saben.

El Imperio de los sentidos
Berlín fue la primera ciudad alemana que digitalizó por completo la televisión. Desde hace un par de meses, previa compra del oneroso receptor correspondiente, pasar de canal a canal demora siglos y las imágenes gustan congelarse en los momento clave de las películas. Como indica el lema de algunas empresas (“Digitall”, ordena una; “Your digital way of life”, se ufana otra), tal avance está de moda, sumado a la desaparición de los cables conectores (“Free to conect”, reclama otro logo, no muy lejos del stand de la Oficina federal para protección contra las radiaciones). Decenas de home-cinemas instalados en amplios livings permiten a los visitantes disfrutar brevemente de esta vida a control remoto. En el pabellón de Sony, unos jóvenes de capacidad actoral seriamente limitada ponen en escena, junto con celulares, notebooks y mp3, los “Sony familiy affairs”, donde se plantean (y se resuelven) todos los inconvenientes de este tipo de vida. El héroe de la obra es un televisor con disco rígido, al que se le puede poner pausa para atender el teléfono (con máquina de fotos incorporada, claro) y luego seguir viendo en diferido. Otros televisores, enmarcados como cuadros, reproducen obras de arte de esas que se ven en el Louvre, con la ventaja de que se las puede hacer rotar diariamente para no aburrirse.
El que no compite a ver quién la tiene más grande (LG –”Digitally yours”– presentó una pantalla de plasma de 71 pulgadas, para furia de Samsung, que sacó una de 70”), compite a ver quién la tiene más chica (hay cámaras digitales del tamaño de un encendedor y mp3 que se podrían pedir con el mismo gesto con que se pide un cortado en un café porteño). Descontando los pabellones donde se apelmazan en puestitos mínimos las empresas coreanas, taiwanesas o indias que a nadie le interesan salvo a la hora de comprar barato, los expositores (958 de 36 países, record hasta ahora) apuestan a la Erfahrung (o “experiencia”): venga y vea, toque, escuche, huela. ¿Huela? En efecto, un cine aromático ofrece la posibilidad de ver una propaganda de Coca Cola que huele a Coca Cola (oler para creer, aunque con el calor reinante y la coca al doble de su valor habitual, casi una tortura). Según se dice, en algún otro sitio hay unos auriculares para la Play Station II que transmiten, con el sonido de los disparos, lasensación, mediante unos simpáticos sacudones en el cráneo, de haberlos recibido. Faltando tan poco para las y media, optamos por morir otro día.

Caro, pero el mejor
El equipo de música más caro del mundo es una sala con muchos equipos, cada cual líder en su género. Eso es lo que explica que el conjunto sea tan caro, explica el presentador cuando todos tomaron asiento. Aunque olvida aclarar que ya es la cuarta vez que la feria presenta un complejo igual de superlativo, y que hace unos años ese complejo costaba 2 millones de euros, la sensación es inequívoca: se trata de una estafa. Algunos problemas técnicos antes de ponerlo en funcionamiento le inspiran un chiste de mal gusto (“Por eso yo en casa no tengo nada digital”) y la aclaración de que en esa sala de paredes volátiles no es posible poner la música muy fuerte cierra con un comentario casi despectivo: “Igual, el que puede comprarse un aparato así es para ponerlo en el ala izquierda de su castillo”. La estafa toma visos de burla: lo único que falta es que la música sea tan mala como la mayor parte de las películas que se pueden ver de a trozos por la feria, que aun con la mejor definición y el mejor sonido siguen siendo igual de inverosímiles y aburridas. En algún momento el presentador hace el intento de explicar cómo funciona algún parlante, pero enseguida calla, convencido de estar ante legos.
“Para mostrar cómo suena un disco de vinilo con esta tecnología, elegimos a Johnny Cash cantando “One” de U2”, anuncia. Caramba, el tipo tiene gusto. Suena “One”, pues, y suena, (con perdón) de puta madre. Como cuando salió el himno versión Charly y muchos al fin lo aprendimos, la definición es tan buena que al fin se entienden ciertos tramos de la letra. Si en la distracción generada por la bronca de estar siendo estafado uno dejaba de escuchar que se trataba de un mero vinilo, una vez terminada la canción era posible retirarse más que satisfecho. Pero la cosa recién empezaba. En CD suena “Always Have To Steel My Kisses From You” de Ben Harper, y dan ganas de sacar a bailar a la de la tercera fila (y de robarle un beso, claro); en DVD suena (y se ve, sin líneas ni pixels gracias a un Beamer de 150 mil euros) a las dulces (imperdonable e inolvidablemente dulces) chicas de The Corrs haciendo “Forgiven Not Forgotten”.
El plato fuerte, con todo, es el SuperAudio-CD. “Elegimos un disco de Pink Floyd, El lado oscuro de la luna, quizás lo conozcan”, nos ofende el presentador. “La grabación en sí es de los ‘70, pero recién ahora la tecnología en la que fue grabado, el SA-CD, está al alcance del consumidor normal para su reproducción. El tema se llama ‘Dinero’”. Caramba, el tipo tiene humor. Desde todos los puntos cardinales, la caja registradora se abre y se cierra, acompañada por el bajo. Oír para creer. “Dinero vete, dinero regresa, dulce y buena porquería”, nos dice Roger Waters al oído. “Estoy en la primera clase del set de viaje Hi-Fi”, comprueba, y todos asentimos al compás, felizmente inmersos en ese océano de música digital. Desde una punta de la sala, el presentador nos observa, en la boca una sonrisa irónica, una sonrisa de Mona Lisa.

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