Domingo, 23 de febrero de 2014 | Hoy
Por Mariano del Mazo
El Indio Solari y Mex Urtizberea, Teresa Parodi y Andrés Calamaro, Alberto Muñoz y Diego Boris, Gustavo Mozzi y Santiago Choutsourian y Gabriel Senanes y, por supuesto, sus hijos Liliana y Lito Vitale, entre tantos otros, pueden dar cuenta de las enseñanzas de un hombre menudo, de hablar sereno y patriarcal, como salido de un dibujo de García Ferré, que hace 25 años hizo imprimir unas tarjetas personales que decían Rubens “Donvi” Vitale. Linyera establecido. Ahora acaba de salir un libro titulado, precisamente, Un linyera establecido. Diálogos sobre política, música y educación, una síntesis de diferentes instancias de su vida y pensamiento cuyo núcleo duro es una serie de conversaciones con Pablo Arias, truncadas en 2012 por la muerte de Donvi.
Fue marxista, trotskista, sindicalista, anarquista, kirchnerista, pero, esencialmente, un librepensador que envolvía con su discurso siempre didáctico y nunca soberbio, que ubicaba al interlocutor a su misma altura y obligaba a reflexionar desde el lugar que a él le interesaba: el de la incorrección. Cualquier idea estaba para sacudirla, cuestionarla, rebatirla. Era como un niño encerrado en su habitación jugando durante horas con un único juguete: ese juguete eran las ideas. La tapa del libro es inmejorable: Donvi, ya veterano con un globo terráqueo dado vuelta, trata de ajustar un tornillo de la base. La metáfora resulta obvia. Quería arreglar el mundo, pero en las antípodas del diletante de café: Donvi fue un hombre de acción.
En plena dictadura fundó M.I.A. (Músicos Independientes Argentinos) y plantó las bases de la autogestión al costado de las agencias y las compañías multinacionales. Fue un pionero de lo que hoy se llama crowdfunding, sistema en boga aquí y en los Estados Unidos: a vuelo de pájaro se trata de una suerte de fideicomiso en el que el fan financia la edición de un disco. Donvi lo hacía en 1977, por correo: recibía el dinero y después enviaba el elepé a domicilio. Fue amigo de otro personaje, Jorge Pistochi, creador del Expreso Imaginario. M.I.A. y el Expreso Imaginario eran aliados. Aquí habrá que agregar a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. El Indio Solari mantenía larguísimas charlas ideológicas con Donvi, mientras la Negra Poli tomaba apuntes de los yeites de la música autogestionada. Fue una buena alumna: Poli, con el Indio y Skay, izó esa bandera a niveles extraordinarios. Donvi puso al servicio de los Redonditos su doméstica estructura y su estudio de Villa Adelina para que grabaran su disco debut, Gulp!.
No deja de causar extrañamiento: tres de las manifestaciones contraculturales más sólidas e influyentes –como fueron M.I.A., el Expreso y los Redonditos– nacieron y se desarrollaron en dictadura. A contrapelo de quienes otorgan al rock argentino algún rasgo de épica, Donvi opinaba: “Casi ninguna de las figuras del rock argentino fue molestada por el terrorismo de Estado. Los que se exiliaron fueron minoría, como León Gieco y Litto Nebbia. A los militares no les interesaba el rock. Parece raro, pero fue así. Lo dejaron de costado porque pensaban: ‘Estos pibes están locos, no son peligrosos’. Nosotros hacíamos conciertos, no éramos subterráneos: notificábamos nuestras actividades por correo. Una vez vino a verme la hija del escritor norteamericano Grey Marcus, que estaba buscando información desde Estados Unidos sobre M.I.A. y el Expreso Imaginario para una tesis. Vino con el preconcepto de que éramos clandestinos. Nos encontramos con ella y con Pistochi en el bar La Academia, y Pistochi le dijo: ‘Mirá, no éramos clandestinos, el Expreso se vendía en los kioscos’. La chica resistía: ‘Ustedes no me están diciendo la verdad’, decía”.
Donvi fue, además, esa clase de pedagogo musical que partía de lo específico a lo político, del piano a la filosofía. Que podía poner una y otra vez la introducción de Tony Banks de Firth of Fifth de Genesis y después prestarte La evolución de la música de Bach a Schoenberg, de Renée Leibovitz, o Música: ciencia y arte, de John Redfield, o El Capital, de Marx. Consideraba El Capital un libro vigente, aunque no comulgaba con la idea de la revolución obrera: “Cuando el obrero tiene la posibilidad de dirigir vuelve a reproducir la misma situación de explotación”, decía. Podía estar hablando horas tanto de la Revolución Industrial, como del general Juan Lavalle o Monteagudo. Todo está en Un linyera establecido.
Lo vi poco antes de que muriera. Estaba chiquito, sentado en su silla, con el globo terráqueo de la foto a un costado del escritorio. Estuvo hablando largo sobre el Indio Solari. Contó detalles fabulosos del Festival Pan Caliente, de 1982. Le costaba hablar. La dicción no llegaba a conspirar sobre la claridad de los conceptos. Al final me dijo que la independencia no es una idea romántica: “Es pura eficacia”.
Aun a los 83, parecía eterno. Este libro pequeño y delicioso amortigua la ausencia y cimenta esa fantasía de eternidad: en estas páginas Donvi insiste en hablar y enseñar. En estas páginas aún se siente su respiración.
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