FENOMENOS Mientras continúa el impacto de la serie de televisión El patrón del mal, basada en la “vida y obra” de Pablo Escobar, ya arrancó El patrón de los cielos, donde se narra la historia de Amado Carrillo Fuentes, el líder del Cartel de Juárez. El auge de la narcoliteratura se remonta a varios años, y en la Argentina hablar de narcos y sicarios ya se está convirtiendo en una magnificada pero atendible costumbre social. ¿Se trata de enfoques realistas de lo que sucede o de tremendismo sensacionalista? ¿Estamos frente a una estetización del mal? ¿Por qué atraen tanto las figuras de narcos que luego, en la vida real, causan temor y repudio? Radar repasa este cuadro de situación en que se vienen mezclando ficción y realidad, sangre, delirio y éxtasis.
› Por Juan Pablo Bertazza
“La muerte viaja siempre más rápido que la información.” La frase la escupió Fernando, el protagonista de La Virgen de los sicarios, la extraordinaria novela de Vallejo que tuvo su versión en cine a cargo de Barbet Schroeder. La dice como quien se desangra, al regresar a Colombia, “el país más criminal de la Tierra”, y más precisamente a Medellín, “la capital del odio, corazón de los vastos reinos de Satanás”. Fernando viene de conocer a Alexis, un sicario adolescente con quien empieza una fogosa relación en el marco de la inefable violencia de la Medellín de los años noventa, cumbre máxima de la guerra entre mafias que tuvieron como principal figura al jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, y que engendró la creación de un verdadero ejército de sicarios menores de edad, aquellos muchachos de los que Fernando se enamora y define a partir de una síntesis notable: “Asesinos asesinados”.
En asuntos de narcotráfico y sicarios, la ficción, desde hace tiempo, le viene haciendo la segunda a la realidad a partir de lo que se conoce como narcoliteratura, un género esencialmente mexicano que, no obstante, encuentra líneas de continuidad en varios países de la región. En ese sentido, la lucha emprendida por Felipe Calderón en México y Alvaro Uribe en Colombia dejó, además de un interminable reguero de sangre, una marca indeleble en el imaginario social y cultural de estos países. Uno de los máximos referentes del género es Elmer Mendoza, creador de la serie del detective Edgar el Zurdo Mendieta, que escribió su primera novela en 1999, es decir, mucho antes de que comenzara la guerra, pero consiguió notoriedad a partir de Balas de plata, obra anclada en Sinaloa que no tiene empacho en citar a Rulfo o al Piglia de Plata quemada y obtuvo el III Premio de Novela Tusquets. Además de Yuri Herrera, Juan Pablo Villalobos y Jorge Franco (flamante ganador del premio Alfaguara y autor de la novela también hecha cine y serie de tevé Rosario Tijeras), otro notable (y para algunos inesperado) representante del género es Arturo Pérez-Reverte, quien en 2002 publicó La Reina del Sur, también sobre el agitadísimo estado de Sinaloa y la proliferación de asesinos en las más sofisticadas versiones de sicarios.
A pesar de que los llamados nuevos narradores argentinos están fascinados con la marginalidad en todas sus variantes, por lo menos en el ámbito de la ficción no hubo mucha producción que pudiera enmarcarse en la narcoliteratura. Es más, en nuestro país, y sin ánimo de subestimar la incipiente gravedad del asunto, se viene dando la lógica inversa a la que expresaba el protagonista de La Virgen de los sicarios: acá la información parece viajar más rápido que la muerte.
Uno de los primeros hitos de esa vorágine informativa fue la detención de Henry de Jesús López Londoño, alias Mi Sangre, en un restaurante de Pilar, el 30 de octubre de 2012, por parte de un grupo especial de investigadores colombianos, en colaboración con autoridades policiales argentinas y la DEA. Más allá de que el impacto se replicaría en febrero de este año con la detención del Chapo Guzmán, líder del Cartel de Sinaloa y aparentemente el narco más buscado en todo el mundo, el episodio de Mi Sangre sentó precedentes por haber ocurrido en casa. Claro que, por entonces, ya no hacía falta ir muy lejos para buscar información de ese tipo. El narco rosarigasino empezaba a generar, de hecho, permanentes noticias: disputas constantes entre bandas que también, a partir de 2012, empezaron a dirimirse de manera bestial y a plena luz del día, la connivencia con las fuerzas de seguridad provinciales, la banda de Los Monos, sus ramificaciones, sus tumbas, sus túneles. Lo propio en la tierra del buen vino, a partir de los presuntos ataques y amenazas de la Yaqui y sus Angelitos a tres periodistas del diario El Sol.
“Hasta la década del noventa, la Argentina era un país con escasa figuración en el escenario mundial de las drogas. Pero en los últimos quince años, los organismos internacionales que elaboran sus informes anuales sobre la base de estadísticas oficiales, comenzaron a reparar en los crecientes indicadores de consumo registrados en nuestro país. Por otro lado, el desmembramiento de los grandes carteles colombianos generó un desplazamiento de las actividades de sus miembros hacia otras latitudes. La Argentina fue el destino elegido por varios que vinieron a continuar con sus negocios o a refugiarse de sus enemigos. También en la última década el país fue deviniendo en ruta apta para el envío de estupefacientes a Europa y comenzaron a instalarse en nuestro territorio cocinas de corte donde termina de procesarse la cocaína que proviene de Bolivia en forma de pasta base. Además de la aparición de laboratorios donde se elaboran nuevas sustancias cuyo consumo también ha crecido sostenidamente, conocidas genéricamente como drogas sintéticas o metanfetaminas”, explica Mauro Federico, periodista policial especializado en el tema, autor de los libros País narco y Mi Sangre. Historias de narcos, espías y sicarios, para el cual entrevistó en persona nada menos que a Henry de Jesús López Londoño, alias Mi Sangre.
Uno de los aspectos más interesantes y menos mentados de la aclamada y multipremiada serie de Vince Gilligan tiene que ver, precisamente, con su nombre, un refrán lleno de movimiento, utilizado en el sur de los Estados Unidos para describir el proceso por el cual alguien se desvía del camino correcto y empieza a ejercer cierta actitud o conducta maligna. Si bien se estrenó a principios del año 2008, la obsesión en nuestro país por Breaking Bad es mucho más reciente y coincide, precisamente, con cada una de esas noticias antes mencionadas, que fueron ocupando cada vez más y más espacio en los medios y generando multitud de debates televisivos, confrontaciones y hasta cruces entre funcionarios y políticos. Quizás hubo cierta identificación a nivel sociedad con el protagonista Walter White, en tanto alguien que, sin ser del palo, empezaba a involucrarse progresivamente y sin retorno en un mundo que no conocía. La sociedad argentina como ese gris profesor de química que, sin antecedentes en el asunto, empezaba a ver como nunca antes huellas e indicios del negocio narco. Una de las series que más aprovecharon esa sed fue El patrón del mal, la megaproducción colombiana en la que participaron más de mil quinientos actores. Basada en la historia del narcotraficante Pablo Emilio Escobar Gaviria y producida por Caracol Televisión entre 2009 y 2012, se estrenó el 28 de mayo de 2012 en el horario central de las 21 convirtiéndose en el estreno más visto en la historia de la televisión colombiana, algo que se extendería a lo largo de toda la serie. Con el condimento local de la hipnótica actuación de Andrés Parra y la presencia de nuestra conocida Angie Cepeda, desde que arrancó, a fines del año pasado, El patrón del mal levantó como con una grúa el rating de Canal 9. Con un comienzo más que promisorio de 6 puntos de rating, con el correr de los capítulos logró incrementar la audiencia llegando a un promedio de 9,5 puntos, algo difícil para esa pantalla. Hasta que hace algunas semanas un anuncio marcaba lo que venía: “Escobar Gaviria no le temía a nadie pero sí respetaba a un hombre”. Así presentaban la serie con la que las autoridades del canal intentaron replicar el gran éxito de Canal 9.
Desde el 10 de marzo, y compartiendo al principio horario con El patrón del mal, El señor de los cielos, cuya segunda temporada actualmente está en pleno rodaje, se viene instalando en el prime time. La serie no está basada en un libro, fue escrita por Luis Zelkowicz y Mariano Calasso, y es una coproducción de Caracol Televisión y Telemundo. El señor de los cielos se centra, claro, en la figura de Amado Carrillo Fuentes, un hombre que se convirtió en el jefe del Cartel de Juárez y que acrecentó su poderío luego de la muerte de Escobar. Su apodo responde a la gran flota de aviones que utilizaba para transportar la droga.
“Si bien estamos lejos de la realidad que vivieron colombianos y mexicanos, la profusión de noticias relacionadas con el tema narco y el debate creciente en la sociedad y en la clase política ha generado que la temática se instale en el centro de las preocupaciones de la ciudadanía, desplazando incluso a la falta de trabajo o a la pobreza”, confirma Mauro Federico, quien aporta además un dato fundamental: “El éxito de rating de las ficciones sobre Pablo Escobar Gaviria y Amado Carrillo Fuentes responde un poco a esta instalación. Sin ir más lejos, hace un par de años, una novela mexicana donde se narraba la historia del Cartel de Sinaloa –La Reina del Sur– pasó sin pena ni gloria por la pantalla del mismo canal”.
Lo interesante son las implicancias y preguntas que se desprenden de esta repentina y absorta atención puesta sobre sicarios, metanfetaminas y producción a gran escala. Las consecuencias aparejadas del consumo compulsivo en nuestro país de ese cóctel entre culebrón latinoamericano y genio y vida de narcos. ¿Existe un tratamiento justo y medido con Pablo Escobar Gaviria y sus sucesores? ¿Hay simplificación o mistificación? ¿Las pantallas de tevé argentinas observan con la fascinación de un fenómeno totalmente ajeno o ya empiezan a quedar implicados ciertos rasgos de empatía con las situaciones contadas? Mauro Federico ofrece una conjetura: “Creo que todavía no tomamos dimensión de lo que representaría la instalación de organizaciones narcocriminales de grandes dimensiones en nuestro país. Hasta ahora sólo vemos los coletazos periféricos de una guerra que aún no se trasladó a la Argentina y que esperemos no lo haga nunca. Las ficciones construyeron inteligentemente sus personajes en base a los mitos que hay sobre sus protagonistas y lograron ensalzarlos en el punto justo para generar la atracción del público televidente. Las riquezas, las excentricidades y las perversiones humanas siempre son atractivas como espectáculo televisivo”.
Es indudable que el mundo del narcotráfico y de los sicarios presenta muchos atractivos a nivel narrativo, es decir, a la hora de contar una historia: ingredientes literarios que se van clavando como jeringas en medio del cerebro del imaginario colectivo. Ingredientes que no sólo afectan al contenido, es decir a ese combo irresistible de violencia, impunidad, ostentación y marginalidad poderosa, sino también a aspectos estrictamente vinculados con lo narrativo: hay de hecho cierta endogamia, muchísima intertextualidad, algo de saga en el mundo del narcotráfico, una especie de gran familia cuyo Aureliano Buendía es, por supuesto, Pablo Escobar. No debería sorprender, por lo tanto, que cada una de las puntas vayan convergiendo unas en otras: Pablo Escobar aparece en El señor de los cielos rogándole a Carrillo que a cambio de unas toneladas más de droga le consiga refugio a su familia; Mi Sangre fue uno de los efectivos que participaron en la detención de Escobar, la cual desembocaría en su muerte en el año 1993, por nombrar sólo algunos casos.
“Las ficciones de hechos históricos que llegan a la televisión en formato de telenovela suelen guardar una relación referencial con los hechos ficcionalizados, pero no tienen rigor documental. Las de origen mexicano tienen una impronta más literaria y están basadas en novelas que se inspiraron en hechos reales, pero que plantean el relato desde un texto de ficción. En cambio, El patrón del mal está inspirado en el libro La parábola de Pablo, un texto mucho más documentado, escrito por Alonso Salazar Jaramillo, quien mantuvo una relación directa con los hechos narrados y efectuó una intensa investigación periodística para escribirlo”, señala Mauro Federico en referencia a ese gran punto de partida que fue aquella obra que será reeditada por estos días, confeccionada a partir de innumerables entrevistas a familiares, vecinos, personas que trabajaron con él –obreros, abogados, socios– y también algunas de sus víctimas e incluso quienes lo combatieron y no sólo del lado de la ley. Cabe destacar, al respecto, de qué manera define a Escobar Gaviria el autor de La parábola de Pablo: “Fue el símbolo mayor del estigma que hoy cargamos los colombianos en el mundo entero: el narcotráfico”.
En definitiva, si toda ficción trabaja con algo real y algo inventado, la industria cultural en torno del narcotráfico exacerba ese combo tan adictivo. Aun así, la proliferación de narconovelas en nuestra televisión de todos los días, o de varias veces por semana, no deja de tener cierto gusto impostado, no del todo natural. Diálogos que no se entienden, giros que no terminan de crear sentido, ecos de disparos que no explotan del todo. Está claro: aquello de que “el que no conoce su historia está condenado a repetirla”, con que arranca cada capítulo de El patrón del mal, no suena igual en México o en Colombia de lo que puede sonar en la Argentina, donde la falta de tradición, la falta de pasado con respecto al tema, guarda muchas semejanzas con el Walter White de Breaking Bad: se parece mucho a una hoja todavía en blanco, pero que empieza a mostrar sus bordes manchados.
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