Domingo, 23 de marzo de 2014 | Hoy
Es el fotógrafo de la escena rock de Manchester durante su época de gloria y Manchester es la ciudad industrial en crisis por excelencia, de la cultura rave y también del fútbol del United y el City. Acompañando la muestra de su obra que se exhibe dentro del ciclo Manchester en Buenos Aires, Kevin Cummins vino de visita a la Argentina. Ian Curtis y Joy Division, Morrissey y The Smiths, Happy Mondays, Stone Roses, Oasis y hasta Carlos Tevez pasaron por la lente de un fotógrafo que confiesa que en el comienzo su intención sólo era entrar gratis a los recitales, asegura que nunca quiso ser una estrella de rock y que se siente muy cómodo del lado de la cámara que le corresponde.
Por Micaela Ortelli
Kevin Cummins tiene algo parecido a la escena que retrató en sus años más activos: luz y sombra se turnan para traslucirse en él tanto como en los grupos (y sus personajes) más emblemáticos de Manchester, Inglaterra. Es serio al punto que obliga a esperar el efecto de las copas para hablarle y descubrir que él lleva tantas o más encima, y que, sonrojado como íntegro inglés, es de lo más simpático. Y así como The Smiths musicaliza con su melancólica jovialidad la embajada británica (cocktail de bienvenida) y el Centro Cultural Borges (inauguración de la muestra), hay momentos en los que nadie se le acerca a Cummins, nadie le pide una foto, le da un libro o un disco: está ahí solo, taciturno, bebe su copa o porrón. Los demás presentes en ambos lugares –una llamativa cantidad– están tan contentos, asegura el director de la revista Ultrabrit –gestora del flamante ciclo Manchester en Buenos Aires–, como si hubieran estado esperando el momento del reconocimiento público, pero no al fotógrafo, más bien a las bandas registradas –de los Buzzcocks a Oasis, aunque lo mejor está en el medio–, al período en general (“Madchester”, como lo bautizó Shaun Ryder de los Happy Mondays) y a sí mismos como fanáticos de un movimiento que siempre fue en estos pagos un poco el amigo gay del grunge y un equipo del interior para el rock nacional.
Con relación a Londres, desde fines de los ’70 hasta empezados los ’90 –cuando los clásicos ya lo eran y a los más nuevos se los embolsó todos juntos como britpop–, Manchester fue el vecino bardero, el Rosario de los porteños. Pero más fácil arrancar por todo lo que no era Manchester en Inglaterra por la época: en 1978, los Rolling Stones lanzaron Some Girls, uno de sus discos más recordados; David Bowie completó la trilogía de Berlín en 1979, año de The Wall de Pink Floyd. En 1980 apareció The Game, álbum fundamental de Queen; Led Zeppelin se despedía con Coda en 1982; The Cure renacía en 1985 con The Head on the Door y Duran Duran afirmaba su popularidad con Big Thing en 1988. Para nombrar unos pocos variados grandes éxitos en exportación al tiempo que el condado del norte escribía su propia historia, menos grandilocuente, tan o más mitológica: en 1979 debuta Joy Division, y en orden, separados por pocos años: New Order, The Smiths, Happy Mondays y Stone Roses.
Arquitectónicamente la ciudad no es muy agraciada: ahí funcionaron las primeras fábricas textiles del mundo; cuando Engels escribió La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), hablaba de Manchester. Y así todos los datos dispensados por Wikipedia para configurar la típica urbe industrial, económicamente golpeada, necesariamente politizada, que en 1953 vio nacer a Kevin Cummins. Miembro vitalicio del Partido Laborista y seguidor del Manchester City, sentimentalmente nunca se fue de la ciudad, aunque en 1987 se mudó a la capital donde sus fotos eran requeridas por los popes editoriales: The Times, The Guardian, Vogue, Mojo y por supuesto NME, el histórico semanario de música con el que estuvo vinculado durante más de 25 años. Porque hubo un tiempo en que las bandas y la prensa musical fueron más aliados que nunca, básicamente porque los discos se vendían y la promoción era útil, pero no sólo por eso. El resurgimiento de las políticas de derecha con Margaret Thatcher en 1979 forzaron un cambio en la ética de producción (el concepto de “hazlo tú mismo” data de por allá); entonces nacieron los primeros sellos independientes, nuevas escenas autogestionadas fuera de Londres, y sonoramente se dio un cambio fuerte (lo de post-punk es mucho más que cronología). El periodismo se obsesionó por comprender ese presente musical y contextualizarlo, y al hacerlo, claro, lo inventaba y fomentaba su desarrollo.
Cummins estudió fotografía en Salford y empezó a retratar grupos para entrar gratis a los shows. Vio el primer show en vivo de los Sex Pistols en Manchester, así que era uno de los 42 del público en la escena de 24 Hour Party People (Michael Winterbottom, 2002), la película que cuenta todo el movimiento mejor que cualquier otra cosa que se haya visto o leído (al menos eso hace sentir y por eso es efectiva). En ese contexto de fraternidad entre prensa y música, tuvo su propia banda, The Negatives, junto al periodista Paul Morley y Stever Garvey de los Buzzcocks; eran muy malos: lo único memorable que hicieron fue enojar a Joy Division y lograr que dieran un recital explosivo (uno de los primerísimos de su carrera). “Me siento cómodo con mi cámara, nunca quise ser un rock star; me gusta sumergirme en sus vidas y salir, pero no estar de gira todo un año, por ejemplo. La gente creativa me resulta interesante y me encanta el arte del retrato, sólo que mi especialidad resultó la música.”
¿Qué creés que tienen de especial tus fotos, aparte del valor histórico y de lo que pueda decir todo el mundo de ellas? ¿Qué las hace únicas?
–Tuve la suerte de sacar ciertas fotos que por alguna razón se volvieron las imágenes que definen a esas bandas. Me gusta llegar al interior del sujeto, que me responda a mí, no al lente de la cámara, eso es muy superficial. No es que siga al pie de la letra el ejemplo de Diane Arbus, que ha llegado a vivir con sus personajes y hasta acostarse con ellos para conseguir un buen retrato, pero sí algo similar a lo que hace Sophie Calle. Me gusta observar a las personas, a veces durante días, antes de sacar la cámara. Entonces me responden a mí, su mirada no termina en el lente, eso es importante en mis fotos.
No es “suerte” que se hayan vuelto icónicas: era la intención y la necesidad en ese momento, cuando los rollos eran carísimos y publicar en revistas apenas amortizaba el gasto: los músicos tenían las imágenes de sí mismos contadas y los fotógrafos sabían que estaban construyendo mitos. Por eso, si Ian Curtis sonreía, le decía que se dejara de joder. De él tiene unas fotos en vivo que captan exactamente su locura arriba del escenario, su frenesí, la contorsión del cuerpo, la absorción en la canción. Y unos retratos en primer plano que deben ser lo más cercano que exista de él a nivel imagen.
¿Era difícil de fotografiar?
–Para nada. Ian era como los demás de la banda, más intelectual quizá, pero igual hablaba de mujeres, del Manchester y de música. Y tomaba cerveza.
Las primeras fotos de Joy Division que aparecen en Google son de Kevin Cummins, que después del suicidio del cantante heredó a New Order. En el Borges está la conocida serie de cuatro fotografías donde la cara de uno asoma entre las sombras de los otros. También hay personales de Bernard Sumner y Peter Hook. La muestra –prolijamente desplegada en marcos negros sobre paredes inmaculadas– es una versión de la obra de Cummins customizada para la Argentina, por eso la mayor parte está dedicada a los personajes de mayor llegada nacional, como Morrissey, que además es uno de sus favoritos para retratar: “Adoro trabajar con él, es muy predispuesto, tiene ideas y siempre quiere ser parte del proceso creativo”. Es que a Moz le gusta que lo fotografíen casi tanto como cantar, y en el trabajo de Cummins se nota y se lo ve en todas sus facetas: en vivo con los brazos desplegados como un ángel, recostado sonriente en un parque, mirando sexy mother fucker a la cámara.
De lo característico del período Madchester hay apenas un bocado (ahí es donde, al revés, hace foco la película: el inicio de la era rave y el reviente de ácido y éxtasis, el punkrockerismo bailable de los Happy Mondays; verla ya quien no lo ha hecho): los hermanos Shaun y Paul Ryder en un juego de sombras que no oculta sus caras de locos y el clásico retrato de los Stone Roses bañados en pintura: “Quería que John Squire pintara a la banda como pintaba las cubiertas de sus discos (el guitarrista es un artista plástico reconocido). Quería definir a la banda en una sola imagen. En su momento, otros fotógrafos me han dicho que no hacía falta volver a fotografiarlos, que no podía haber imagen más definitoria de los Stone Roses”.
Muchos de tus retratos en color son bien conceptuales, como el de Bobby Gillespie tirado en la cama; o muy sexuales, como el de Richey Edwards tatuado de Marilyn.
–En esa foto, Bobby está rodeado de las referencias culturales que definían su look y música. Con Richey quise jugar con doble iconografía: Marilyn, la última fantasía de los hombres; él, la de las mujeres.
Cummins tiene una fijación con él (su última sesión de fotos antes de desaparecer es suya) y los Manic Street Preachers en general, a quienes les dedicó un libro que sale este año. En su web hay colgado un portfolio más que considerable; interesante ver cómo mira a las mujeres entre tanto rockero: Debbie Harry perfora con sus ojos gatunos, PJ Harvey muestra sus axilas peludas y Courtney Love, su sensualidad maldita. No aparecen allí ni en el Borges sus retratos de Carlos Tevez (actualmente en la Juve) y el Kun Agüero, estrellas locales en el Manchester City, el equipo de su vida, aunque en su actual portada de Facebook esté la Bombonera. En Buenos Aires, por diez días, Kevin Cummins pasea por Palermo, va de charla en charla, toma fernet y nunca le pidieron tantas fotos del otro lado de la cámara: él posa muy serio, aunque debajo seguro hay una sonrisa, como la había en el lúgubre rostro de Ian.
La muestra de Kevin Cummins en el marco del ciclo Manchester en Buenos Aires se puede ver hasta el 6 de abril en el Centro Cultural Borges, Viamonte esquina San Martín, sala 22.
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