Domingo, 23 de marzo de 2014 | Hoy
ARTE En Positive, la muestra que por estos días realiza Pablo Accinelli en Buenos Aires, el cálculo detallado, milímetro a milímetro, no abolirá el azar. Las obras, que incluyen los pseudopoemas producidos a través del programa Tipografía Interna-Tipografía Externa, miniaturas rodeadas de gran espacio blanco, o cubos de vidrio espejados, buscan la máxima concentración del espectador para después eyectarlo al exterior, en una experiencia intensa pero no predeterminada por lo que entendemos por bello, artístico o estético.
Por Sofía Dourron
Se dice que a Wittgenstein le gustaban mucho los westerns, le gustaba sentarse bien adelante en el cine y atiborrarse de la versión inglesa de una bola de fraile rellena de crema. También se lo conoce por romper las pocas sillas plegables de madera que amoblaban su departamento de Cambridge, y discutir acaloradamente con sus colegas y alumnos sobre ananás y rinocerontes. Se dicen muchos disparates sobre Wittgenstein, pero en medio del comadreo también se habla de lo que él decía y, después de todo, esto es lo que importa. Wittgenstein decía que los límites del lenguaje son los límites del mundo, del suyo por lo menos. Años después, en 1968, Joseph Kosuth, aunque no tan encantador como Wittgenstein, decía en la misma línea de pensamiento que la naturaleza de toda proposición artística es lingüística y que cada una de esas proposiciones funciona dentro de un sistema mayor que es, en definitiva, el sistema del arte o, si se quiere, el mundo. También por esos años, Alejandro Puente escribió una especie de manifiesto en el cual enunciaba su concepción del arte, muy afín a la de Kosuth, basada en la idea del arte como lenguaje. Todo se resumía en la palabra “sistema”: el sistema no como cosa abstracta, sino como “una manera de considerar las cosas”. Es más que probable que todos estos temas hayan surgido en las charlas de café que compartían el septuagenario Puente y el apenas veinteañero Pablo Accinelli a comienzos de los 2000. La idea de un sistema generador en el cual las partes se combinan de acuerdo a un conjunto de reglas es fundamental tanto para los objetos de Accinelli como para las investigaciones sobre el color de Puente. La diferencia es que los de Accinelli son 2.0, una forma de crear relaciones, mientras que los de Puente siempre fueron algo así como el 1.0, una base sobre la cual construir.
Positive, la muestra de Accinelli en la galería Ignacio Liprandi, despliega por primera vez en Buenos Aires el sistema en toda, o casi toda, su expansión. Cada objeto de la muestra ocupa un lugar específico en el espacio, reina un orden calculado milímetro por milímetro que produce una arquitectura perfecta para el flujo de información que emite cada obra. Sin embargo, detrás del cálculo y la obsesión por el detalle se esconde una cuota de azar, ese azar no será revelado en esta nota.
La muestra funciona como una concatenación de elementos que, reordenados de acuerdo con determinadas variables, resultan en diferentes maneras de activar un sistema de relaciones conforme con un conjunto de reglas no del todo explicitado. Un sistema de observación y de experimentación sensible de lo común que intenta operar en un marco libre de referencias, por lo cual requiere de un espectador diligente para funcionar. Este es el caso de los pseudopoemas neo-concretos producidos a través del programa Tipografía Interna-Tipografía Externa, creado por Accinelli a comienzos de 2013, una herramienta para la composición de misivas secretas para el lector atento. Accinelli diseñó un programa que descompone las letras del abecedario y convierte cada palabra en una pequeña unidad de un código secreto. Las reglas del lenguaje son la gramática y la sintaxis que todos conocemos, lo que cambia es la forma del objeto y la manera de relacionarnos con él: la traducción. Por eso es necesario recomponer, no sin cierto esfuerzo de observación, la forma de cada letra para poder restaurar el sistema de lectura. Quien preste atención se sorprenderá al encontrar, detrás de las duras y angulosas formas tipográficas, una serie fragmentada de canciones de reggae reconstruidas, cantos a los pájaros, la naturaleza y el amor en un ritmo cadencioso, un oasis de blandura y calidez dentro del frío cubo blanco. Algo similar parece suceder con 300 DPI, una serie de miniaturas rodeadas de un gran marco blanco, que por momentos pasan desapercibidas, como pequeñas manchas de color esparcidas por las paredes. El tamaño obliga al acercamiento físico, el detalle a afilar el ojo, y el loro, las cataratas y el cesto para deshechos reciclables que se ven en las fotitos aceleran un torrente desconcertado de imágenes y referencias símil Google images, que deberán ser ordenadas, clasificadas y vueltas a archivar en un parpadear de ojos con la esperanza de extraer algún tipo de sentido. El proceso termina inevitablemente en una especie de mueca muy parecida a una sonrisa y un agudizado método de observación.
Las obras de Accinelli demandan atención, no es la atención de la contemplación y el rapto estético que cautiva a los connoisseurs frente al David de Miguel Angel, sino una especie de succión hacia su interior, que agita al espectador y lo obliga a revolver los archivos en busca de datos olvidados, a poner en funcionamiento marcos de referencia desactivados. Las obras de Accinelli sumen al espectador en un estado de concentración para después eyectarlo hacia el exterior, “cuanto más rápido te expulse la obra, mejor”, dice. Sus obras no hacen alarde de transgresión o retórica politizada, aunque son políticamente elocuentes, tampoco indagan en subjetividades ni vínculos sociales diluidos. Buscan convertirse en herramientas útiles, aplicables en el mundo exterior (hete aquí su ser político). Así como los versos de reggae recauchutados obligan al espectador a reconsiderar formas naturalizadas de comunicación, Pies, un video que registra las coreografías inútiles de varios pares de extremidades en situaciones ociosas, redirigen la mirada hacia un lugar del cuerpo de muy bajo perfil, y permiten una observación cuasi antropológica de sus comportamientos, sus gestos y sus formas de comunicar. Las escenas de zapatos y zapatillas que no hacen nada, pero parecen decir de todo, resultan sorprendentemente sugestivas. Se trata de un desplazamiento de la experiencia cotidiana de los objetos, ninguna novedad en el vasto acervo del neoconceptualismo, pero que al eliminar cualquier resabio de metáfora, anécdota y narración, deja abierta la posibilidad a la producción de nuevos sentidos y a la reconfiguración de los modos de experimentación, pasibles de ser trasladados extramuros.
En el camino hacia la posible reconfiguración se insinúan también las tautologías, aquellas que avanzan sobre uno de los binomios favoritos del siglo XX: función-forma. En la serie Marcos, una prensa angular, utilizada, entre otras cosas, para armar bastidores presionando en sus esquinas, presiona la nada misma y esa nada es rellenada con un delgado rectángulo de cemento. Accinelli adopta para su obra una fórmula singular y tautológica: la herramienta demuestra su función de manera totalmente absurda y el material rellena una forma de manera totalmente innecesaria. Relación Externa, tres cubos de vidrios espejados, cuatro pelotas de tenis y tres bollos de papel descansan sobre un estante de madera, va en dirección opuesta para replantear el tipo de relación que puede existir entre estos elementos, la forma en la cual el espectador se puede acercar a ellos y la funcionalidad de los mismos, aparentemente fracturada. Los vidrios espejados reflejan los bollos de papel hacia el interior del cubo, los bollos de papel se reproducen de manera distorsionada hacia el exterior en forma de esferas perfectas, pelotas de tenis para el caso. El espejo aparece incompetente al retraerse sobre sí mismo, mientras que la esfera deforme y la esfera perfecta entablan una relación de reflejo imperfecta, desplazando la fidelidad del espejo con un registro de la cotidianidad. El funcionalismo finalmente deviene retórica.
Accinelli logra interpelar a su interlocutor manipulando un kit de herramientas que casi califican de históricas, haciéndolas accesibles al público actual y repensando los términos de su funcionalidad y efectividad. Sobre esta premisa se explicita también una preocupación por el desarrollo y avance de la cultura que se manifiesta tanto en su obra como en su trabajo como coeditor de la serie de libros Actividad de Uso, que reseña pormenorizadamente la obra de artistas argentinos y ya está cerca de su cuarta edición. En un panorama en el que las pretensiones de transgresión de las fronteras del arte se diluyen en un magma de ironías y acciones inocuas, el conjunto de obras silentes de Pablo Accinelli acercan el bochín al límite si no de la transgresión, sí de la grieta en la pared. El objetivo es imposible. ¿Cómo lograr que el espectador mire como mira en la calle adentro de un cubo blanco? ¿Cómo refuncionalizar la obra para que opere en el exterior del espacio expositivo? Pero así como los “agradables ananás” de Wittgenstein develaban un mundo de significados detrás de las palabras, las pelotas de tenis, la gomaespuma, los diarios, las fotos y las demás herramientas de Accinelli abren nuevas posibilidades de significado acá adentro, pero también allá afuera, en el mundo real.
Hasta el 18 de abril.
Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo
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