El árbol de la vida
EL MIMADO Los Kings of Leon debutan y ya son la octava maravilla. Puede ser...
Por Martín Pérez
Voung and young manhood. Traducible en algo así como “Juventud y joven hombría”, el título del álbum debut de Kings of Leon lo dice casi todo sobre la música que interpretan. Por un lado, sus cuatro integrantes son, efectivamente, un joven rebaño de tres hermanos y un primo. Y, por el otro, el título hace honor al vínculo religioso que une a tres hijos de un padre ex predicador pentecostal. Fue precisamente en un árbol dibujado en la contratapa de la vieja Biblia que papá León Followill usaba para conducir sus homilías donde los chicos encontraron el nombre para su primer álbum. “Era el árbol de la vida de Moisés”, ha contado Jared, el bajista del grupo. “Cada una de sus ramas tenía sus respectivo nombre, y cada uno de ellos tenía su onda. Eran todos títulos de discos.El primero era Youth and young manhood, y decidimos usarlo. Llegamos a pensar en titular así nuestro primer EP, pero finalmente lo guardamos para el primer disco”, confesó Jared, al que acompañan Caleb en voz y segunda guitarra, Nathan en batería y el primo Matthew como la guitarra líder. Un grupo que honra con tanta convicción al rock sureño que no sólo lo hace en la música sino también en su aspecto. Y si no fíjense en la tapa de su disco. No por nada el comentario del show que el grupo realizó en el último Glastonbury publicado por la New Musical Express finalizaba pidiéndoles que vayan al peluquero.
Señalados como la última esperanza blanca del rock apenas con la aparición de su primer EP –Holly Roller Novocaine–, la aparición de Kings of Leon fue celebrada por la revista Rolling Stone en Norteamérica y por la NME en Inglaterra. Si hasta Noel Gallagher ha declarado muy suelto de cuerpo que son su grupo preferido. Fenómeno en Inglaterra mucho antes de ser conocidos en los Estados Unidos, los Kings tienen una historia apasionante que habla de un pasado acompañando el devenir pentecostal de su padre, criándose en el asiento trasero de su coche y escuchando música gospel en la iglesia. “Aretha Franklin y Al Green fueron pentecostales”, aclararon los Followill en más de una entrevista, al tiempo que aquí y allá se puede descubrir que en realidad el grupo recién se armó cuando su padre dejó la religión, y por lo tanto sus futuros integrantes se liberaron de ésta. “No tienen ni idea de lo que se trata, son como un culto, como ser Amish”, confesó uno de ellos. Apenas pudieron asomarse al mundo, los chicos se enchufaron a MTV, por ejemplo. “No teníamos ni idea de muchas cosas. ¿Qué es esto? ¿Cerveza? Qué rico, quiero. ¿Porro? También. Y cuando vimos a los White Stripes nos dimos cuenta que esa era una música que nosotros también podíamos hacer.”
La historia fundacional del cuarteto habla de un viaje a Memphis y un contrato inicial por la autoría de sus canciones, y luego, sí, el habitual tire y afloje entre sellos con ganas de hincar sus dientes en carne fresca. Con muy pocos shows en vivo encima, el cuarteto terminó firmando con RCA, y allí fue cuando el productor Ethan Johns –Counting Crowes, Ryan Adams– se subió al tren. “Ethan nos ayudó a cortar los temas que teníamos, que en su mayoría habían salido de zapadas”, explicó uno de ellos. Primero fue el EP, y luego el disco. Pero el entusiasmo por ellos estuvo ahí desde el primer día. En una primera escucha el disco –recién editado aquí– suena casi conservador, en particular al compararlo con bandas como The Strokes e incluso los Stripes. Mucho más sureño que los primeros y más convencionales que los segundos, los Kings suenan más a una reencarnación de Creedence Clearwater Revival, acelerados y bien crudos. A base de entusiasmo y buenas canciones, Young y young manhood se anota por derecho propio en la lista de uno de los discos del año, cuando más no sea para volver a escucharlos en diciembre antes de dejarlos fuera de esa lista. Temazos como “California Waiting” o “Molly’s Chambers”, e incluso “Trani”, recuerdan a los mejores nombres del rock clásico, ése que sólo necesitaba una batería, un bajo y dos guitarras para existir. De eso están hechos los jovencísimos Kings of Leon, fanáticos confesos de The Band y Velvet Underground. Pero que, aun sin haberlos escuchado, suenan como Lynyrd Skynyrd en aquellas épocas en que no se necesitaban peluqueros.