Domingo, 4 de mayo de 2014 | Hoy
MUSICA Empezó tocando con The Polyphonic Spree y Sufjan Stevens, pero de a poco ella misma se fue convirtiendo en una estrella del indie hasta que, después de conocer a David Byrne en el 2009 y grabar un disco juntos, logró convertirse en una delicada celebridad. Ahora St. Vincent acaba de editar un disco magnífico que lleva su nombre, acompañó a Nirvana en su ingreso al Salón de la Fama hace unos días –cantó “Lithium”– y reclama el trono de la compositora más sofisticada y a la vez más accesible del pop elegante.
Por Micaela Ortelli
Escuchen el nuevo disco de St. Vincent, ahora, mientras leen, está en YouTube. Será el momento de belleza del día: la planta que floreció durante la noche, o mejor, el momento de felicidad del día: las cuatro de la mañana en una fiesta. Y eso que había que superar al anterior, el tercero, que apareció cuando Annie Clark (Tulsa, Oklahoma, 1982) ya era lo más de lo más del indie internacional, estaba a la par de los mejores –Animal Collective, Grizzly Bear, Bradford Cox, pongamos–, y cualquier cosa que hiciera iba a ser genial o perdonada. Y lanzó el brillante Strange Mercy (2011), que merecería una nota propia. Ahora, con el público mal acostumbrado y pretencioso, no defraudó: St. Vincent, que salió a fines de febrero, es aún mejor. No por casualidad recién ahora llega el homónimo, el disco de la autoafirmación.
Difícil justificar por qué genera tanta urgencia la música de St. Vincent (es el segundo nombre de su abuela y el hospital donde murió Dylan Thomas), quizá porque no deja pensar: entra directo por los poros y se apodera de uno. Es que todo lo que hay allí es muy hermoso y particular, y hay muchas cosas en sus canciones, que son todas distintas, todas especiales. Por empezar, la guitarra, que tocada con semejante entrega es un idioma que no aporta sólo melodía: también ritmo, color y textura; es indiscutible que no hay muchos ejemplos de guitarras eléctricas jóvenes tan absolutamente expresivas como ésta. Además, a Clark no le importa demasiado nada que no sea la música, no tiene otros hobbies ni distracciones, salvo los normales de leer y ver películas –no le interesa tener linda la casa o cocinar o ser madre, por ejemplo–; es como un adolescente cuando encuentra algo que le gusta: lo hace todo el tiempo.
Y como de verdad lo único que la mueve es la música, no da otra cosa a la que prestarle atención. Muy poco se sabe de su biografía, bah, lo suficiente: que sus tíos son el dúo de jazz Tuck & Patti y que supo compartir mucho tiempo con ellos; Clark dice haber copiado varias técnicas de él, parece que es todo un virtuoso. Tomó clases de chica (desde los doce), después del secundario empezó música en la universidad y duró nada: es una nerd salvaje. También toca bajo, teclado y theremin, pero con ninguno es tan libre, impredecible y original como con la guitarra. Usa, sí, varios pedales de efectos, una de las principales marcas de identidad para los músicos en estos tiempos post todo.
En algunas canciones, además, hay violines e instrumentos de viento, sobre todo en el primer disco, Marry Me (2007), el más folky-jazzero de los cuatro (ahí toca Mike Garson, pianista de David Bowie durante muchos años). Actor (2009) también tiene bastante de orquestal, pero ya hay más teclados, es más electrónico. Lo compuso entero con Garage Band y controlador MIDI en su departamento de Brooklyn, Nueva York, inspirada por películas viejas de Disney. Clark no tiene prejuicios ni afectaciones: admite que la banda de sonido de Blancanieves la pueda influenciar más que Led Zeppelin, y no la inquieta si de a ratos recuerda a alguna que otra popstar. En St. Vincent, por caso, hay algo de Madonna; en la balada “I Prefer Your Love” es notorio. Otros mencionan a Kate Bush. Pero las referencias son siempre efectos de escucha subjetivos; de hecho, puede que buscándolas se llegue a ella misma porque es ciertamente muy personal su música.
Después está su increíble voz, sus letras lúcidas, con contenido. ¿Qué era lo más cercano a este combo? ¿PJ Harvey? Con la frescura de Lykke Li... Además está tan plantada en su tiempo que es la historia la que le hace honores y no al revés. Días atrás, por ejemplo, interpretó “Lithium” en la ceremonia de entrada de Nirvana en el Salón de la Fama del Rock’n Roll (el que quiera pucherear puede buscar los videos: desde la muerte de Kurt Cobain hace 20 años que lo que quedó de la banda no tocaba esas canciones; participaron del setlist de cuatro temas Joan Jett, Kim Gordon y Lorde). Pero fue David Byrne quien más le echó el ojo, y es sabido que el Talking Head es un señor muy atento y perspicaz. Lanzaron un disco en colaboración, Love This Giant (2012), y la prensa moderna asegura que ella aportó los mejores momentos, pero no sería justo con el maestro Byrne avalarlo.
Por otro lado, la trompa en “Digital Witness”, de St. Vincent, cita directamente a aquel disco, que se destaca especialmente por ese sonido. Testigos digitales, ¿de qué sirve siquiera dormir? Si no lo puedo mostrar, si no me pueden ver, ¿para qué hacer cualquier cosa?, canta ahí. La canción, que suena gomosa, espacial y a videojuegos, va acompañada de un video supersónico al mejor estilo Her, la más reciente película de Spike Jonze. Qué día común y corriente; tengo que sacar la basura, masturbarme. Todavía estoy esperando la risa (el primero que comente jaja, se entiende, ¿no?), dice en “Birth in Reverse”, que estructuralmente es un pop rock sencillo, y sin embargo ella hace que suene con una gracia única (mejor escucharlo puertas adentro porque sí o sí hay que hacer la mímica de la guitarra).
Para la ocasión –este disco– se destiñó el pelo completamente; visualmente, dice, se inspiró en el color y la geometría del movimiento de arquitectura y diseño Memphis de los ’80. En la portada está sentada muy erguida en una especie de trono futurista rosa, hecho –pareciera– del material de las piletas que se fabrican en serie. Es una imagen intencionalmente fuerte, mientras que, hasta ahora, se había limitado a ser esa bella mujer de serenos ojos claros y rasgos angulosos que está haciendo presente e historia en la música. Si alguien todavía está acá, póngase a escuchar St. Vincent ahora mismo.
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