Dom 30.08.2015
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> 100 VECES STONES: EL LIBRO QUE INVESTIGA CóMO FUE QUE SUS MAJESTADES SATáNICAS SE HICIERON CARNE EN EL SER ARGENTINO

CHETOS GO HOME

› Por Juan Andrade

En un recordado capítulo de Tato de América, el argentinólogo Helmut Strasse intentaba demostrar la existencia pretérita de una república perdida. “El misterio de la Argentina” se emitió en 1992 y, en ese territorio arrasado que según el personaje interpretado por Tato Bores había dejado el plan económico de la convertibilidad, no emergían rastros de la tribu stone. Con un modelo de investigación que tiene mucho de antropología urbana, los periodistas José Bellas y Fernando García se meten de lleno con ese otro gran misterio argentino en 100 veces Stones: la religión pagana, el estilo de vida, el código de vestimenta, la forma de entender el rock, en definitiva ese sistema de valores y creencias tan rico y complejo y contradictorio, que se fue consolidando en estas playas a partir del desembarco de la obra de Sus Majestades Satánicas. Un caso digno de estudio, una curiosidad mundial que bien podría llamar la atención de un cientista social teutón. “Este formato en el que lo autores se disuelven en un prisma de voces que componen un collage narrativo carece de pretensiones tanto literarias como científicas”, avisan los autores en el prólogo, por las dudas. “Pero permítase decir que hay en este volumen un aporte urgente a los estudios culturales contemporáneos (sociología de la moda, antropología urbana, crítica de rock) que no podría ser desdeñado por ningún investigador inquieto de esas áreas”, completan. Se trata del tercer trabajo de Bellas y García para la misma colección, en la que ya habían publicado 100 veces Pappo y 100 veces Redondos. Pero esta vez la búsqueda de testimonios, anécdotas y documentos parece apuntar a una meta más ambiciosa, porque ya no se trata de construir la biografía coral de una figura o una banda centrales del género a escala local, sino de trazar la evolución de un fenómeno único provocado por un grupo británico: esa bola de nieve que fue creciendo, año tras año, década tras década, desde los márgenes hacia el centro de la cultura popular argenta.

En su rastrillaje del campo, 100 veces Stones llega a la prehistoria del asunto, cuando allá por julio de 1967 el diario Crónica publicaba una noticia titulada: “Tumultuosa protesta por el caso del Beatle Micki Jagger y las drogas”. Malentendidos, tergiversaciones, inexactitudes y fábulas acompañaban a la peste de la lengua mientras se propagaba por el país, desde el Instituto Di Tella hasta el estudio de televisión en el que Roberto Galán conducía Si lo sabe cante, pasando por el oído musical de Astor Piazzolla y Jorge Luis Borges. El libro rescata del olvido nombres y experiencias de verdaderos pioneros, que definieron la temprana identidad stone en esta parte del planeta. Dicky Campilongo, guitarrista y vocalista de Avalancha, cuenta que le llevaba sus fotos a un viejo sastre de Liniers para que copiara el modelo de los pantalones a rayas de Brian Jones. Suri Freixas, cantante y violero de Carolina, describe la fascinación que despertó en él la foto interior del vinilo de Beggars Banquet. Diego Capusotto recuerda que la primera vez que tocó la batería fue en un ensayo de Pies Ligeros, en Floresta. “Pies Ligeros había llevado más lejos que Carolina y Avalancha la estética Rolling Stone”, afirma el actor que versiona en plan “uruguayo” a “Sympathy For The Devil” en la cortina de Peter Capusotto y sus videos. ¿Qué significa ser stone? En el ensayo de Fernando García que antecede al centenar de ítem que estructuran el volumen, una línea condensa una primera aproximación al tema: “Stone=rock=Little Stone=topper rojas”. Y otra línea completa la definición por la vía de la antítesis: “Cheto=asco=infeliz=wrangler=música disco=topper celestes”. Dialéctica callejera pura, el mismo juego de opuestos que le da letra a “Yo soy stone (La Marchita”), el grito de guerra que partió en dos la noche porteña: “Vos sos, un cheto asqueroso/ Vos sos, un cheto infeliz/ Infeliz, yo no lo soy/ Yo soy Stone/ Yo soy Stone”. El disc jockey Alejandro Pont Lezica cuenta que a “fines de los 70 había como dos bandas: la de los chetos y la de los stones. En los bailes, al tema de Fleetwood Mac ‘Don’t Stop’ se le había cambiado la letra y la gente cantaba ‘Yo soy stone, yo soy stone’ en el estribillo. En mis fiestas eso era como un himno. Se cantaba en GEBA, en Ferro, en el Yatch Club de Olivos, en los carnavales de YPF”. Otra rivalidad que, con distintas variantes, atraviesa la cuenta progresiva del 1 al 100 es la que engloba el tópico “Beatles vs. Stones”. Las batallas se podían librar en las páginas de la revista Pelo o en el programa radial Modart en la Noche, que antes de su especial de los sábados dedicado a los de Liverpool mandaba al aire “El show exclusivo de los Rolling Stones”. La divisoria de aguas también se extendía a las pistas de baile. Paula Alberti cuenta que, a fines de los 70, los Beatles estaban poco menos que prohibidos entre los adoradores de Mick Jagger y Keith Richards con los que paraba en el barrio de Belgrano. “Nadie los nombraba. Yo los adoraba y no lo podía decir... ¡Y mi primer disco fue RubberSoul!”, se lamenta la jefa de prensa de Viticus. La absurda antinomia parecía mantener su vigencia cuando se confirmó la primera visita de los Stones al país. En una nota del diario Clarín se comentaba que en la productora de Daniel Grinbank “la primera medida adoptada fue comparar los reportes metereológicos de enero y febrero de los últimos diez años. Por las dudas, nomás. Por si Dios es Beatle”. A contramano del famoso refrán que plantea que “el hábito no hace al monje”, los fieles de esta iglesia siempre hicieron un culto de la imagen: el vestuario y el look los definían tanto como los discos que escuchaban. Bobby Flores dice que le mostraba fotos de Richards a su madre y le pedía “haceme una camisa así”. “Andábamos por Floresta como los mods y los rockers de Inglaterra. Si eras rockero ibas de jardinero, muchos collares, pulseras, todo lo que fuera anticheto digamos”, describe Capusotto. Todos los caminos llevaban a Little Stone, la tienda de ropa que Carlos Sáez abrió junto a un socio en la Galería del Este hacia 1973. Bellas y García le dedican un capítulo aparte. Los hits de Little Stone eran los jardineros, los zuecos, unas botas onda texanas y, sobre todo, las primeras remeras que se estamparon en el país con la célebre lengua creada por Andy Warhol. ¿Había remeras de los Beatles? “No, era contra Beatles la marca. Era un ghetto, un lugar donde la gente podía vestirse y decir ‘yo soy distinto’. Era un odio total contra los fans de los Beatles”, explica Sáez.

Entre los documentos que completan el volumen, se puede leer “The Rolling Stones affair”, un artículo de Juan Carlos Kreimer publicado originalmente en la revista Rolanroc en 1973, que narra la peregrinación de miles de fans franceses a Bruselas, Bélgica, para ver en vivo al grupo que no podía tocar en su país luego de haber sido condenado en Niza en un juicio por uso y tráfico de estupefacientes. En el capítulo dedicado a la recepción que tuvieron sus discos en la prensa local, además de la mutación de una supuesta “distancia crítica” inicial hacia las formas de un afecto indisimulable, se destaca la reseña que escribió Billy Bond en la revista Pelo a propósito de la salida de Exile on Main Street. “Lo mejor: Todo. Lo peor: Nada”, es la acertada conclusión de Bond. La devoción de los músicos cubre un amplio espectro, que va de la conmoción de un pequeño Juanse al escucharlos por primera vez, a la sentencia de un Pappo maduro de que Brian Jones fue más importante que el Che Guevara en la historia de la humanidad. A lo largo del trabajo, se suceden los recuerdos, opiniones y anécdotas de más de sesenta entrevistados, entre músicos, productores, artistas, periodistas, humoristas, fans y hasta modelos. Capa tras capa, ese cúmulo de historias de vida se superponen y se potencian mientras avanza el texto, en un crescendo que, finalmente, desemboca en ese volcán de locura colectiva que entró en erupción con la primera visita de la banda. Fueron cinco fechas en un estadio de River colmado, allá por 1995. Una cifra demencial que se repitió tres años más tarde. Hoy rolinga es un término con entrada propia en Wikipedia. Y la etiqueta stone, por su parte, designa a un subgénero del rock local en el que militan decenas de bandas y miles de fans. En el marco de la última excursión porteña del grupo, en 2006, le preguntaron a Jagger qué opinaba sobre este fenómeno tan argentino como el dulce de leche. “Es todo tan extraño... Pero pienso que al final es muy halagador y maravilloso”, reconoció. ¿Qué consejo les daría a los que se consideran sus herederos naturales? “No imiten. Escriban sus propios temas.”

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