El estudio de Koons es un lugar tranquilo e industrioso: no se parece en nada a la “fábrica” de Warhol, donde la gente actuaba locamente bajo el efecto de las drogas y se transformaba en estrella de sus películas under. Koons no cree tener demasiada influencia de Warhol, aunque entiende que “la obra de Andy tiene mucho que ver con la aceptación”. También admira el uso que hace Warhol de imágenes repetidas y sus extensas series, que vincula con la pintoresca idea de que la creatividad y la fecundidad son resultado de la misma fuerza vital. “Para ser un hombre gay –dice–, la relación de Warhol con la reproducción es muy interesante.”
Desde el comienzo de su carrera, Koons no se ha limitado a hacer arte; también ha hecho espectáculos. Es adepto a crear corpus de obra que son mucho más que la suma de sus partes. También se ocupa de producir obra suficiente, pero nunca demasiada. Sus series no superan el número de tres a cinco esculturas, lo cual las vuelve atractivas para los coleccionistas. Una de las series más codiciadas en la obra de Warhol son sus retratos de 1964 de un metro por un metro de Marilyn Monroe, en cinco colores diferentes: rojo, azul, naranja, turquesa y azul salvia. Por esas casualidades, las esculturas de la serie “Celebración” de Koons, que han alcanzado los precios más altos en las subastas, también vienen en cinco colores “únicos”.
A Koons no le gusta hablar de su mercado porque siente que lo malinterpretan al considerarlo un artista “comercial” o motivado por las ganancias. “El éxito no me importa”, dice, “pero sí me interesa el deseo”. Cuando sugiero que casi automáticamente se atribuyen motivaciones comerciales a todos aquellos artistas que alcanzan cotizaciones altas en las subastas, Koons retruca: “No dicen eso de Lucian Freud ni de Cy Twombly ni de Richter”. Ante cualquier pregunta relacionada con el dinero, Koons opta por respuestas seguras. Por ejemplo, define a sus compradores como “un grupo de personas que se dan cuenta de que trabajo en serio”.
La diligente evitación del tema del mercado tiene su antecedente en lo que se refiere a hablar de política. En un programa para la televisión japonesa, Roland Hagenberg lo pescó con la guardia baja. “¿A usted no le interesa la política en el arte?”, preguntó el documentalista. “Trato de no hacer cosas que puedan ser perjudiciales para mi obra”, respondió Koons. Por cierto, un contenido político manifiesto probablemente amortiguaría su éxito en estimular el “deseo”.
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