To beat or not to beat(nik)
por O.B.
En inglés, beatnik –el término que hoy más usamos para hablar de esta generación de escritores– tiene un sentido peyorativo. Beat fue siempre más apropiado. Surgió, según la anécdota contada por Ginsberg, de una charla entre Kerouac y el periodista John Clellon Holmes, en 1948. Mientras discutían sobre vanguardias literarias y recordaban a la Generación Perdida, Kerouac habría dicho: “Ah, pero la nuestra no es más que una generación beat”. Quiso decir golpeada, apaleada, en la lona. Como cuando se decía “Man, I’m beat”, o sea: sin plata y en la vía. También significa cansado, agotado, hecho polvo; o sin fuerzas –después de una noche de juerga–, dado vuelta y en vela. Si a uno lo invitan a salir y no tiene ganas, puede decir: “I’m beat”.
Con el tiempo, otros sentidos quedarían adheridos a la etiqueta: el ritmo, la respiración, el pulso de la música. “This is the Beat Generation”, el artículo que Clellon Holmes publicó en The New York Times Magazine a fines del 52, despertó curiosidad por la palabra, que pasó a describir una subcultura de poetas, narradores, artistas plásticos y algunos cineastas, además de bohemios sin más obra que unos gestos y discursos trasmitidos de bar en bar. Años después, Kerouac le añadiría a su ocurrencia un significado más trascendente: la generación beat como beatífica, angélica, espiritual. Y se aferraría a esta interpretación, reiterándola una y otra vez en público, acaso para contrarrestar el abuso del término en la prensa. Recién a fines de la década del 50 aparecería la voz beatnik, usada por primera vez por el periodista Herb Caen en una columna del diario The San Francisco Chronicle, a poco de que la Unión Soviética lanzara el Sputnik. Se dice que Caen no tuvo una intención denigratoria, y que incluso trató de defender su creación ante Kerouac una noche de discusiones en un bar. No obstante, en medio de la guerra fría, para la opinión pública norteamericana el sentido era inequívoco: el vocablo fue usado de inmediato en forma despectiva para referir a esos vagos de barba y sandalias que eran señores de la noche de North Beach. “Yo soy el Rey de los beats, no un beatnik”, se habría quejado Kerouac. Pero el último vocablo terminaría por imponerse sobre el primero en el resto del mundo.