Una cosa que puedo afirmar con certeza es que ya no estoy seguro de nada. Pero también pienso que aquí adentro no corro ningún peligro. Por lo que, en ocasiones, doy la impresión de ser alguien muy seguro en todos los temas y situaciones. No es fácil. Así que, para intentar un principio que explique algunas cosas, hablaré de un momento definitivo de mi juventud. Cuando yo era un niño pasé cinco años armando una caja de madera de nueve pulgadas por cuatro pulgadas por dos pulgadas. Mientras otros se dedicaban a sus canoas, guardarropas y galpones de jardinería, yo me la pasé trabajando en mi caja. Y fue un día de gran orgullo para mí cuando, finalmente, sostuve frente a mis ojos la caja terminada. Fui a mostrársela al maestro y él me dijo que se trataba del espécimen más patético que jamás había visto en su clase de trabajos manuales, y procedió a destruirla a golpes de martillo. Fue entonces cuando le di la espalda a todo tipo de actividad creativa. Actitud en la que me mantuve hasta ahora, cuando por segunda vez vuelvo a ensamblar algo mío y a mi manera. Aunque en esta oportunidad no pienso demorar tanto tiempo en llegar al final. Mi idea es hacer todo muy rápido. Y ya está. Mi primer intento desde aquella caja. Ya les he contado lo peor. Así que ahora depende de ustedes el decidir irse y dejarme solo. Digamos que es una apuesta arriesgada. Siempre cabe la posibilidad de que me quede aquí adentro durante años, como con mi caja. Pero no creo que vuelva a suceder porque ya me estoy aburriendo. Para no cambiar de tema: esta vez, cuando termine, voy a dejar lo que hice ahí afuera para que todos lo vean. No volveré a ser el tonto que fui llevándoselo yo mismo a alguien para que lo juzgue. Oh no, la verdad es que desconfío tanto de los martillos...