› Por Mariana Enriquez
Lo mejor es tallarlo en un hueso humano, pero muchos de sus fieles se conforman con materiales más asequibles; santitos de madera, de piedra o plomo, por lo general de bala, porque el Señor de la Muerte protege a quienes viven peligrosamente y el culto carcelario se encuentra sumamente extendido, tanto que muchos reclusos se incrustan la talla bajo la piel, o llevan tatuada su imagen en el cuerpo. En el libro San La Muerte - Una Voz Extraña, Aurelio Schini cuenta: “En un diálogo con una mujer de la vida, ella me confesó que al caminar por la calle se encontraba protegida por un San La Muerte que llevaba puesto en su vagina, y que había sido confeccionado con madera del ataúd de su abuela”.
Para conjurar a San La Muerte, señalan los expertos, hay que alimentar la talla con sangre, o con alcohol; pedirle ayuda es temerario, porque en ocasiones el santo “se da vuelta”, traiciona. Pero los soldados correntinos que fueron a Malvinas no dudaron, y se lo llevaron tallado en madera, huesos humanos y balas.
Su culto florece en la provincias argentinas donde vivieron los guaraníes, sobre todo en Corrientes, y también se lo venera extensamente en el Paraguay. Su día es el 13 o quizá el 15 de agosto; el primer registro de su culto data de 1735, cuando se le encontró una figura tallada a un “indio viejo”. Los guaraníes rendían culto a los huesos, tanto de los chamanes como de los niños. Los jesuitas lo perseguían, y desde entonces el santo y su devoción debieron permanecer casi ocultos. Su oración más popular dice: “Y al que desoiga el llamado/ de tu voz extraña/ espíritu de la buena muerte/ hazle sentir el filo de tu guadaña”.
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