El currículum de Roberto Jacoby debería advertir que la persona que en los años 60 presentó una “Maqueta de una obra”, una construcción con esferas unidas entre sí que de haberse llevado a cabo hubiera sido de dimensiones colosales, pasó por el Di Tella, Tucumán Arde, escribió más de 40 canciones para Virus, creó su agencia sin productos Fabulous Nobodies y después se dedicó a armar redes y más redes, es la misma que de chico inventaba submarinos autosuficientes y colectivos equipados con todo lo necesario para pasarse largas temporadas sin necesidad de salir a la calle. Con este último dato se entiende todo lo que vino después, incluso su última y más fascinante (por lo que es y por lo que genera alrededor) incursión en los cuartitos oscuros de su mente.
¿De dónde surgió Darkroom?
–En el 2001 Fernanda Laguna me invitó a exponer en Belleza y Felicidad. Era mi primera muestra individual, entonces pensé que tenía que empezar de cero. Empecé a pensar en el tema de la constitución de la visibilidad porque yo no tengo una imagen asociada a mi obra, más bien lo contrario, mi trabajo está en contra de la imagen, en contra de la representación. Ahí empecé a pensar en un Malevich, la idea de empezar del negro, de la no imagen absoluta. Me dije: si voy a exponer en una galería, cosa que nunca hice, si a esta altura me voy a bajar del caballo, que valga la pena, no me voy a bajar nada más que para buscar el rebenque ¿no? Como venía de hacer unas obras de clown en Cemento, mi primera muestra, No soy un Clown, fue una habitación oscura con unas fotitos apenas iluminadas. Al año siguiente Fernanda me volvió a invitar y ahí decidí volver a trabajar con la oscuridad pero ahora con fragmentos de cuerpos. Hice pruebas hasta que recordé que en Chacra99 teníamos una cámara con visión infrarroja con la que jugábamos en el sótano. Entonces Sebastián Gordín hizo unas máscaras un poco en base a su imagen, y de ahí salió el primer Darkroom.
¿Y ahí terminó la cosa?
–No, cuando terminó la muestra en Belleza quise hacer un laboratorio permanente, que viniera gente a trabajar ahí y entrenarlos para vivir en la oscuridad. Quería llamarlo Laboratorio de la Oscuridad. Me fue pésimo. Alquilé el local, un lugar al lado del pozo de la AMIA. Pero el sótano estaba explosionado y era imposible arreglarlo, tenía todos los caños rotos, filtraciones continuas, me pasé meses con los obreros intentando arreglarlo. Todo quedó en la nada. Hasta que hace un tiempo decidí que para realizar un deseo hay que empezar a hacerlo. Ahí me compré un bloc de dibujo y carbonillas y empecé a hacer bocetos del Darkroom. No hice ni cinco que sonó el teléfono con la invitación.
¿Cuáles fueron las ideas rectoras de Darkroom?
–Empecé a pensar que tenía que ser algo que no uno no hubiera podido recibir si no hubiera ido a la galería. Yo quería crear un lugar del que uno no pudiera salir indiferente. Empecé a pensar que la disposición del espectador en las muestras es de una sociabilidad secular. Va ahí, charla, se toma algo, y después sale y sigue su vida como si nada. Hoy hay bienales y muestras que te las podés mirar enteras por Internet y las sacás bastante bien. No es lo mismo que haber estado ahí pero está cerca. Me interesaba ese momento en el que el espectador está él solo frente a las cosas, el momento en que queda aislado de la comunidad de los espectadores. Es un momento en que siente que pierde el control y a la vez lo tiene más que nunca. Venía pensando en la idea de la metáfora del iluminismo y el oscurantismo, en la posibilidad de creación de una nueva epistemología, en cómo se desarrolla el conocimiento y la adaptación a un espacio completamente diferente. Pero no empecé Darkroom pensando que iba a hacer una obra sobre el régimen de la visibilidad y esas cosas que después se dicen. Fueron cosas que aparecieron después. Darkroom surgió de una manera mucho más intuitiva. De todas formas, cuando leo algunas de las cosas que escriben me digo: ah claro, cómo no lo pensé. Pero puede ser sobre eso como sobre cualquier otra cosa, en realidad no me importa mucho.
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